En la madrugada del 24 de marzo de 1976 la historia de la Argentina cambió para siempre. No todos los argentinos advirtieron entonces que aquel día era la antesala del horror. Pero muchos testigos de ese tiempo reconstruyeron mil veces los pedazos del momento exacto en que el país atravesó el umbral de la tragedia. De esas historias personales, está hecha la memoria colectiva.
Eran jóvenes estudiantes, artistas y profesionales. Algunos tuvieron que exiliarse. Otros eran demasiado chicos y apenas podían entender la tensión en sus casas. Ninguno lo vivió con indiferencia. Nacha Guevara, Nito Mestre, Esther Díaz, Claudia Piñeiro, Eduardo Anguita, Carlos Rottemberg, Andrea Frigerio, Jorge Rial, Moria Casán, Benito Fernández, Facundo Manes, Gabriel Corrado, Dora Barrancos, Ricardo Gil Lavedra y Horacio Pagani comparten sus recuerdos del día que no debemos olvidar.
Nacha Guevara (artista, estuvo exiliada durante la dictadura):
“Nosotros ya estábamos exiliados y no nos sorprendió, porque era una continuación de lo que ya estaba. Fue casi enseguida: nos fuimos en diciembre del 75 y esto fue en marzo, y lo sentíamos como algo que iba a ocurrir en cualquier momento. Lo vivimos con tristeza, pero ya estábamos tristes. Y no nos podíamos regodear en eso porque había que comer: ¡estábamos cazando liebres!”.
Claudia Piñeiro (escritora):
“Es interesante cómo a veces el recuerdo se te empasta. Yo escribí esto en su momento en un texto que me pidió Patricio Zunini para Eterna Cadencia. Y ahí recordaba que iba caminando al colegio, a buscar a una amiga; íbamos a un colegio de monjas y yo siempre la pasaba a buscar a la mañana. Y yo iba caminando sabiendo que había empezado el golpe, en mi casa estaban en contra ¡por supuesto! de los militares, y en la casa de ella yo sabía que iban a estar contentos porque no se conseguía papel higiénico. Me acuerdo que era la desesperación de la madre de mi amiga en ese momento. Y yo me acuerdo de ir caminando al colegio yendo a buscar a mi amiga y pensando ‘¿Qué hago cuándo me la encuentre? ¿Le digo o no le digo?’, por esa cosa de los niños de no querer hacer sentir mal a un amigo y no querer decirle que uno no piensa como el otro, ni querer mentir y traicionar de alguna manera lo que pensaba mi papá. Siempre tuve esa imagen. Pero después, al escribir Un comunista en calzoncillos, buscando información, el día del golpe, no hubo clases. O sea que ese recuerdo que yo tenía que para mí era del día del golpe, no era de ese día, sino de dos días después, cuando se retomaron las clases. Entonces, el recuerdo exacto del golpe, que yo era muy chica, no lo tengo. Tengo este recuerdo que es estar en mi casa sabiendo que mis papás estaban muy preocupados por el golpe y teniendo que ir a buscar a mi amiga para ir al colegio al día siguiente o a los dos días, cuando empezaron las clases. Por lo que no recuerdo exactamente cuando mi papá y mi mamá me lo dijeron, pero sí esta angustia que había en mi casa por el golpe y esta sensación mía de sentirme rara en el grupo de amigas que yo tenía”.
Jorge Rial (periodista, conductor):
“Me acuerdo perfecto que fue la semana que empezábamos las clases en el secundario, yo empezaba primer año en el Lasalle. Fuimos al colegio, estábamos en el patio y nos dijeron: ‘No hay clases porque hubo un golpe. Derrocaron a Isabelita’. Y teníamos una mezcla de la alegría por no tener clases y de al mismo tiempo no entender nada. Con las semanas empezamos a ver que faltaban alumnos, se vivía un clima muy tenso dentro del colegio. Las autoridades se pusieron muy duras; se replicaba lo que pasaba afuera. Me quedó el recuerdo de que era un día nublado, no sé si fue así. Pero cuando me hablás de la dictadura para mí tiene el color de ese día, que es ese color gris plomo.””.
Esther Díaz (epistemóloga y ensayista):
“Lo que más recuerdo de ese día -que nunca me imaginé que iba a ser tan dramático, tan terrible, tan espantoso-, es que yo trabajaba en la Secretaría de Agricultura y Ganadería, tenía 37 años, y me impactó que una de mis compañeras era una militante muy de izquierda que todos los días decía malas palabras en contra de Isabelita. Yo también me daba cuenta de que había ‘un vacío de poder’, como se decía por entonces, pero siempre pensaba y trataba de hacer razonar a esta compañera que estaba tan enojada con Isabel Perón, que estábamos mejor en democracia. Y que con todos los golpes que habíamos sufrido en la Argentina –porque hay que pensar que con la larga edad que tengo, ya era el quinto golpe cívico-militar que estaba sufriendo, aunque los anteriores no tuvieron ni comparación–, en democracia siempre quedan recursos que no sean la violencia para poder deshacerse de un presidente que no funcione, como era el caso. Se puede hacer juicio político, manifestaciones, se puede tratar en el Congreso. Tanto antes como después yo siempre fui peronista. Y, por supuesto, no estaba de acuerdo con lo que hacía López Rega, pero sí en que había que hacer lo imposible por seguir estando en democracia. Pero esta chica estaba totalmente furiosa y, el 24 de marzo, siendo de extrema izquierda, festejó que los militares tomaran el poder y destituyeran a Isabel. Yo estaba azorada, no lo podía creer. Por supuesto no sabía lo que iba a venir después, pero lo tremendo, más que el 24, fue volver a la oficina después de ese día. Porque lo primero que nos enteramos fue que esa chica que había estado gritando por un golpe, porque sacaran a la presidenta de una vez, porque sacaran a esa inservible, fue la primera desaparecida que yo conocí. No vino a la oficina, llamamos a la casa y no respondía, la familia no sabía nada, y no volvimos a saber nunca más de ella. Independientemente de lo que pasó después, lo más impactante fue que no solo la derecha, como es esperable –porque siempre nos ha perjudicado– avaló ese golpe espantoso, sino que, por lo menos en la experiencia mía, esa persona de extrema izquierda y militante, también lo hizo.”
Nito Mestre (músico):
“Yo no tengo un recuerdo del 24 de marzo en particular, porque no registraba que ése era un día que iba a marcar la historia. Ya estaba acostumbrado desde muy chico a ver sucesos y golpes, y pensaba que era un hecho más. Aparte, se veía venir a rajatabla que algo iba a pasar desde octubre o noviembre del año anterior. Se veía venir que algo se estaba engendrando ahí, y para dónde iba a explotar no se sabía, pero ahí estaba. Ya se hablaba del derrocamiento. Pasó ese día, pero podría haber sido el 22 o el 27. Era eso: una cuestión de días. Lo que más recuerdo que me pasó, y que fue un suceso que para mí cambió todo radicalmente, fue una semana después del 24 de marzo. Yo estaba saliendo de Casa América porque habíamos hecho el recital de Sui Generis el año anterior y tenía que cobrar un dinero. Y me tomé un taxi con mi novia de entonces, sin documentos. Y pasan tres carros de asalto llenos de militares, que frenan a todos los autos. Me bajan de mala manera, me mete en la camioneta, un colimba apuntándome con un Fal en la cabeza. Me salvé porque un fan le gritó a la policía: ‘Se están llevando a Nito Mestre’. En esa época no éramos tan conocidos, y ni el cana ni los milicos me reconocieron. Yo olfateé y dije: ‘Prefiero ir a una comisaría y no que me lleven los milicos’. Estuve tres días en cana por falta de documentos. Fue mi debut a la semana del golpe del 76, y el primer efecto que yo viví en carne propia.”
Ricardo Gil Lavedra (político, abogado, fue miembro del tribunal del Juicio a las Juntas Militares)
“El 24 de marzo del 76 yo estaba viviendo en la casa de un amigo porque me había separado hacía poco tiempo. En ese momento yo era secretario letrado de la Corte de la provincia de Buenos Aires, de donde por supuesto me echaron. Me acuerdo de que muy temprano a la mañana me despertó mi amigo con la radio que daba cuenta de que habían detenido a Isabelita y se había producido el golpe. Es cierto que todos los diarios de la época ya anunciaban que el golpe se iba a producir. Recuerdo que ese día había un partido de Argentina y que nos reunimos con mis amigos a verlo. Y las conversaciones eran sobre qué iba a pasar, qué cuestiones iban a sobrevenir. Me acuerdo también de que a la tardecita fui al cumpleaños de mi tía, la hermana de mi madre, que cumple el 24 de marzo, y también estábamos todos a la expectativa. Me viene a la memoria esa incertidumbre de algo de lo que no conocíamos los alcances, cuando por supuesto no sabíamos que se iba a desatar esa cuestión tan feroz, tan cruel y tan sanguinaria”.
Horacio Pagani (periodista deportivo):
“Aquel 24 de marzo nosotros estábamos jugando a la pelota en Palermo con unos amigos periodistas. Alguien se acercó y dijo: ‘Hay un golpe de Estado, están los milicos’. Y suspendimos el partido y nos fuimos cada uno a averiguar cómo seguía la cuestión. Eran tiempos convulsionados: estaba la Triple A, Montoneros, el ERP, el gobierno de Isabel Perón tambaleaba, estaba el Brujo López Rega. Era todo una gran convulsión, aparecieron los militares, tomaron el poder y se armó la gran masacre de los desaparecidos. Fueron tiempos terribles, donde te ibas en el auto y te hacían bajar y te revisaban totalmente. Fue la parte más cruel de la historia argentina”.
Andrea Frigerio (actriz):
“Me acuerdo de mi padre escuchando la radio a todo volumen. Se escuchaba en toda la casa, teníamos que ir al colegio, mi papá me llevaba todos los días, y ese 24 de marzo encendió la radio en el auto. Íbamos en silencio escuchando. Yo no entendía nada y tampoco podía preguntar, porque mi papá no tenía ganas de explicarme, quería escuchar lo que estaba pasando. Fue un momento de tensión, pero yo intuía que mi padre estaba esperando un desenlace, porque el gobierno de María Estela Martínez de Perón no daba para más. Entonces era inminente que algo iba a pasar. Lo que no sabíamos era que iba a ser la antesala del horror, pero había como una necesidad de terminar con lo que estaba sucediendo. Eso es lo que se respiraba”.
Facundo Manes (neurólogo y neurocientífico)
“Cada 24 de marzo me viene a la memoria mi infancia en Salto, el club Compañía de enfrente de mi casa, la televisión en blanco y negro, el patio de mi escuela. Yo era muy chico en 1976 y recuerdo esas consignas que se repetían una y otra vez en las publicidades oficiales, el ‘cuidado’ de los grandes sobre lo que debían decir y leer, los gobiernos y las instituciones como cosa ajena, de pocos, de nadie. La lucha de tantos permitió que mi adolescencia transcurriera en democracia y darme cuenta de que las cosas podían ser de otra manera: que podíamos pensar lo que queríamos, y organizar el centro de estudiantes como el de nuestra escuela San Martín, reclamar a viva voz por los amigos que habían sido perseguidos, que la memoria, la verdad y la justicia persistan, y que nunca más sea nunca más”.
Moria Casán (actriz, vedette, comediante):
“En el golpe del 76 yo estaba viviendo en España. Ese día volvíamos de dar un paseo, prendimos la tele y veo que derrocaron a Isabelita. Lo vi desde Madrid. Era raro. Había argentinos que ya estaban exiliados y yo conocía a mucha gente. Pero jamás fui una perseguida política en ningún gobierno: me he sacado tapas desnuda en plena dictadura. En el 76 yo estaba trabajando en la sala Pasapoga de Madrid, y nos agarró ahí. No fui una exiliada, me fui por placer porque me contrataron. Y después casi todo el tiempo estuve en Europa.”
Dora Barrancos (socióloga e historiadora feminista):
“En la víspera del 24 de marzo estábamos sobre ascuas con mi compañero Eduardo, porque había rumores cada vez más insistentes de que el golpe venía. Pero nos acostamos, me acuerdo perfecto, y no había pasado nada. A la mañana siguiente nos despertamos temprano y por radio dijeron que el golpe ya había ocurrido. No puedo dejar de pensar en el famoso comunicado número uno, que lo volvían a pasar y era estremecedor, aunque todavía fuera absolutamente ignoto el encuadramiento que tendría dentro de esta feroz dictadura. Recuerdo ahora una de esas conversaciones erráticas con compañeras y compañeros de trabajo. Yo trabajaba en el PAMI, y unos días antes estábamos almorzando y hubo una reflexión sobre qué pasaría con los militares, porque como la Triple A hacía brutales asesinatos, había gente que pensaba que los militares iban a terminar con eso y que la represión iba a ser más prolija. Yo me acuerdo que, no porque fuera brillante en la clarividencia, dije: ‘Cuando vengan los militares vamos a ir a parar todos a una zanja’. Me salió del alma.”
Benito Fernández (diseñador):
“Yo tenía 15 años, me acuerdo de estar solo viendo la televisión, en silencio. Recuerdo la sensación de que nadie me explicara, que todo el mundo me ocultara qué estaba pasando. Con 15 años yo era un poco inmaduro y luchaba con mi dislexia, así que mi cabeza no pudo entrar en ese mundo. Recién empecé a ver lo que significaba ese día años después cuando fui a estudiar Diseño a París y desde allá me empecé a informar y la gente me empezó a contar lo que había pasado. Siempre digo que vengo de una generación en la que todo se ocultaba, y yo desgraciadamente en ese momento era chico no tanto de edad como de maduración para poder entender la gran tragedia de ese momento”.
Gabriel Corrado (actor y conductor):
“Lo recuerdo como un momento de mucha desazón y temor en mi casa. Yo estaba en tercer año del secundario, pero mi hermano mayor ya estaba en la facultad de Sociología, y estaba estudiando Periodismo, que eran carreras difíciles para lo que se estaba viviendo y para lo que se venía. Me acuerdo de mis padres escondiendo libros de Guillermo, bibliografía que tenía que usar para la facultad que eran libros prohibidos. Y todo el temor de lo que se podía llegar a venir. Mi hermano pensando en irse del país, mis padres preocupados... Y después, todo lo que siguió y las cosas que me fui enterando. Tengo recuerdos de haber visto revistas que mi hermano recibía de Francia, como L’Express, donde se hablaba, ya unos años después durante el Mundial 78, de lo que estaba pasando acá y estaba tapado para los ciudadanos: del logo con alambres de púa, como un campo de concentración. Me parece que esta es una fecha que todos tenemos que mantener viva en la memoria y hacerla saber a las generaciones nuevas como una época negra y una mancha tremenda para nuestro país. Está en manos de todos que realmente eso no vuelva a suceder nunca más”.
Carlos Rottemberg (productor teatral):
“En marzo del 76 estrenábamos Parra, la vida de Florencio Parravicini, con Pepe Soriano como protagonista. Era en el teatro Ateneo y él venía de hacer un gran éxito con Lisandro. Tuvimos que pasarla para abril. Pero para mí en lo personal, hubo un momento peor, dos veranos después, en el Teatro del Mar, en Pinamar. Yo era muy joven. Estrenaba el verano Mercedes Sosa con una programación rotativa, y había varias figuras, una por noche: Beto Brandoni, Marikena Monti, Moncho Mieres. Y porque había un cantero en la puerta, me dijeron que no me habilitaban el teatro antes de inaugurar. A los pocos días, aparecieron volantes en el edificio en el que vivía con mis padres que decía que hacíamos ‘apología marxista’, y que si continuábamos nos iban a ‘volar’ el departamento, y me llamaron de Buenos Aires para que me volviera. En ese momento llamé a los medios y nadie se hizo eco de la amenaza. Esos conciertos frustrados fueron los que llevaron a la Negra a concretar la decisión de partir al exilio. Paradojas del destino: hace poco, Brandoni, a quien acusaban entonces de subversivo, encontró la fotocopia limpiando su biblioteca. Se cayó de un libro en donde lo había guardado por más de cuarenta años. Fue él el que lo recuperó.”
Eduardo Anguita (periodista)
“El 24 de marzo del 76 tenía 22 años y estaba en la cárcel de Villa Devoto. Me habían trasladado en diciembre del 75 y las condiciones de detención eran muy malas, porque nos cortaban el agua, estábamos con raciones mínimas de comida, y prácticamente todo el tiempo encerrados. Los presos políticos sabíamos que llegaba el golpe, porque el 23 instalaron ametralladoras y fusiles dentro del penal. El 24 yo estaba en el celular dos y empezaron a ingresar efectivos del ejército del cuerpo de requisa de arriba para abajo. Estaba encerrado con dos compañeros, Jorge García Orgales y Gonzalo Carranza. Iban abriendo celda por celda y, además de los golpes, había una especie de inspección detallada de todo lo que teníamos dentro de la celda. Y acá viene nuestro pequeño triunfo: como nosotros hacía meses que sabíamos que la situación era brava y nos iban a quitar todos los libros, teníamos en papelitos de cigarrillos que escribíamos con lapiceras fabricadas, material que podía servir para mantener viva la lectura. Eran textos que alimentaban nuestro fervor revolucionario. Esa biblioteca la teníamos en papeles de celofán para evitar el contacto con el agua. Los poníamos en la ventana que ahuecábamos con una gubia y arriba les poníamos los trocitos de revestimiento para simular que era la ventana original. La cuestión era que mientras nos maltrataban, sabiendo que habían matado a otros presos, nuestra preocupación era que encontraran la biblioteca. Cuando nos pusieron de nuevo en la celda, nos abrazamos porque la biblioteca estaba intacta. Meses después, nos trasladaron. Gonzalo, que era un tipo que constantemente estaba de buen humor, que era un distinto, hasta hoy está desaparecido.”
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