Decía que era el creador de los ñoquis del 29. Y aunque es probable que eso sea parte de la leyenda que sobrevivió a su mítico restaurante de Córdoba y Acuña de Figueroa, es cierto que Pepe Fechoría –José Alberte, en realidad– inventó una forma de fiesta gastronómica que reunió por más de tres décadas al espectáculo, la política, el deporte y el periodismo vernáculos. Y que la simpleza de sus “ñoquis a la gauchito”, con salsa de tomate, albahaca y crema gratinada, merecía el mito. Si los clientes hacían cola todas las noches hasta la una de la madrugada, los 29 la cita era impostergable.
La especialidad de la casa llegó a ser popularizada en La peluquería de don Mateo, el sketch del más célebre de sus habitués, Gerardo Sofovich, a principios de los 80. En el programa, una espléndida Luisa Albinoni se sentaba frente a un teléfono público de Entel y repetía cada vez el mismo gag: “¿A que no sabés lo que me encontré detrás de un árbol, mami…?”. Con la brocha en la mano uno, y la cara llena de espuma de afeitar el otro, Jorge Porcel y Rolo Puente se tentaban cuando la escuchaban contar que había conocido a un señor muy generoso que la iba a llevar de viaje por todo el mundo, y le hacían creer que, en cada destino, habría una sucursal de Fechoría. “¿Pero hacen los ‘ñoquis a la gauchito’?”, preguntaba ella con aire ingenuo a la dupla.
Cuando las cámaras se apagaran, el grupo terminaría, invariablemente, en la intocable mesa que Pepe Fechoría reservaba en sus dominios para Sofovich: al fondo, delante de la caja, para que pudiera ver todo lo que pasaba, quién y con quién llegaba, a quiénes saludaban, con quiénes se iban. Era como “un padrino”: hasta Carlos Menem en la década del noventa, cuando ya era presidente, se sentaba a su lado. Junto con Lucho Avilés, fue el único cliente al que nunca le permitía pagar la cuenta. “Y eso que pasaron Sinatra, los reyes de España, Nixon... –se jactaba Pepe–. Quizá no sea el mejor, pero tengo uno de los restaurantes más populares del mundo”.
Ese “espíritu y calidez” busca recrear ahora el empresario Daniel Lalín en la Recova de Posadas, donde desde la última semana de abril volverá a abrir sus puertas Fechoría en el local en donde funcionaba otro clásico, Sorrento. Había estado cerrado durante la pandemia hasta que el ex presidente de Racing propuso quedárselo y hacerse cargo de los mozos. De nuevo en funciones, hoy le entregan a los clientes una tarjeta en la que avisan que pronto pasará a ser Fechoría. Lalín compró la marca hace unos años y ya lo intentó en 2018 en el espacio de Santa Fe y Callao que albergó a La Madelaine –que en su momento también reunió a famosos y bohemios trasnochados con su cocina abierta hasta pasada la madrugada–, pero la aventura duró menos de un año. Cliente del viejo restaurante, no pierde las esperanzas de hacer otra vez de ese nombre “un lugar de encuentro de artistas y también del ambiente del fútbol, en el que tengo muchos amigos”, dice.
“Quiero tratar de dar la amabilidad y la atención que daba Pepe –dice el nuevo anfitrión a Infobae–. Que vuelva a haber un lugar abierto hasta tarde esperando a los artistas. Quiero que vengan a comer relajados, sin que nadie los empuje a que se vayan, que puedan tomar un trago en la barra, charlar y pasarla bien. Y que sea un restaurante antigrieta: tengo amigos de los dos lados, y todos serán bien recibidos”. Tanto le importa que “reine la amistad en un clima distendido y de amigos en donde la grieta quede afuera”, que en una de las paredes habrá un gran mural con distintas figuras. “Estarán desde (Alejandro) Dolina hasta (Alfredo) Casero, pasando por (Jorge) Lanata y el Indio Solari, (Marcelo) Tinelli, y los clientes históricos de Fechoría, como Sofovich, (Alberto) Olmedo, Horacio Pagani y el Coco Basile dibujados en globos que sostendrá Mafalda”, anticipa Lalín.
La idea de alargar el horario hasta altas horas de la noche fue justamente lo que hizo de Fechoría un punto de reunión de figuras del espectáculo que iban a la salida del teatro. Se le había ocurrido a Pepe para capitalizar el éxito de los fines de semana, cuando había que esperar más de media hora para entrar. Aunque todos creían que ese gallego simpático y hablador era el dueño, él era la cara visible de una sociedad multitudinaria formada por los ex empleados del Bar Güemes en 1959. II Vero Fechoría se hizo fama por su menú de buena calidad y de precios económicos. Pepe comenzó a tener un trato especial con la clientela, en su mayoría vecinos del barrio. Los viernes, sábados y domingos, se llenaba.
A mediados de los 70, el restaurante ya era uno de los elegidos por políticos y artistas, que bautizaron al maître Pepe Fechoría. En las décadas siguientes se convirtió en el lugar de moda de la farándula, donde ser recibido y reconocido por Pepe, con sus coloridas camisas de seda, era un símbolo de pertenencia del jet set local. Que se sentara en las mesas a compartir un vino era otra señal: lo hacía con los que consideraba sus amigos. Desde ahí, recuerdan los antiguos comensales, controlaba el movimiento de los mozos.
Pagani, que solía terminar las noches en Fechoría después del cierre del diario Clarín o de una velada de box y hasta tenía su propio plato -”el matambrito al verdeo al gusto de Horacio Pagani”-, contó hace unos años que la mesa de Sofovich era inviolable “aunque desbordara el local y aunque el Ruso algunas veces no llegara. ‘No se toca’, decía Pepe, cuando cualquier despistado quería ocuparla, ya de madrugada”. Y recordó el lío que se armó cuando otro de los clientes mimados, el desaparecido productor y representante Pepe Parada, hermano de Emilio Disi, quiso discutir la propiedad de esa mesa. Pepe Fechoría lo quería –tanto que le hizo un caro regalo para su casamiento del que se quejaba entre risas cuando se separó: “Este se divorció y yo todavía no terminé de pagar el regalo”–, pero la mesa la ganó el padrino, que siguió sentándose al fondo y con vista a todo el salón, junto con esa comitiva variada en la que ni una sola noche faltó Rolo Puente, el más fiel de sus laderos. El postre era con cartas: los partidos de truco se extendían hasta las 7 de la mañana.
La despedida de soltero de Parada también fue en Fechoría. Entre los invitados estaba Porcel, que en ese momento estaba sometido a un riguroso régimen. Como no quería faltarle a su amigo dijo que iría tarde, después de comer. Pero la comida se atrasó y, cuando llegó recién empezaban a servir las inmensas fuentes de ravioles. “El Gordo –recuerdan los presentes– se sentó de costado a la mesa, miró una de las fuentes, y dijo: ‘A ver cómo están estos ravioles…’, pegó un pinchazo a un par, movió la cabeza en gesto de aprobación, y otro pinchazo, y otro, y otro… ¡hasta terminar con esa fuente y la mitad de otra!”.
El gran amigo de Pepe era el cantante Alberto Cortez, con mesa reservada en cada una de sus visitas al país. Entre los internacionales, tampoco faltaban nunca Joan Manuel Serrat, Paco de Lucía, los jovencísimos Luis Miguel y Ricky Martin, Julio Iglesias, Joaquín Sabina, José Sacristán, Luis Eduardo Aute, Ana Belén, Víctor Manuel, Lola Flores, Charo López, Raphael, Nati Mistral y Silvio Rodríguez. Y hasta Charles Aznavour, Ginger Rogers, Johnny Weissmuller, Tony Bennett, Jessica Lange, Alberto Sordi y Vittorio Gassman.
“El día que me saludó Gassman casi más me muero. En ningún otro lugar vi más figuras, ¡era la embajada de España con jamones en el techo, la embajada de todos los artistas: podías ver a un presidente, jugadores de fútbol o (al cantante griego) Demis Roussos, que me miró y me mandó un piropazo de aquellos…”, contó a Infobae Moria Casán, que solía llegar junto con Mario Castiglione a la salida del teatro. Como a una Sharon Stone en Casino, otros testigos de la época, como el propio Pagani, la evocan entrando “arrolladora” y “monumental” al local de Córdoba al 3900. Según recuerda la capocómica: “Yo llamaba a Pepe Fechoría y le avisaba que iba a las 3 de la mañana, después de las funciones de los sábados. Era parte de nuestro ritual, porque en el teatro teníamos dos funciones todos los días y tres los fines de semana, por lo que yo durante cincuenta años no supe lo que era comer en mi casa. Y él, que era un gran anfitrión, nos esperaba con el antipasto de la casa o nuestro plato preferido, la ensalada con palta, atún y huevo, o las albóndigas con endivias, ¡todo era rico!”.
Los años gloriosos
El Negro Olmedo también tenía su mesa, en la que algunos dicen haberlo visto serio y distante, comiendo solo aunque todos los demás fueran a ese restaurante a mostrarse acompañados. Sin embargo, también era habitual que se sentara con amigos entrañables como Moria y Tato Bores. La diva cuenta que la invitaba y le proponía: “Hoy comemos la comida de los mozos”. “Me lo anunciaba por lo bajo mientras hacíamos el sketch –se ríe–. Entonces comíamos lo que hacía José, que era uno de los cocineros. Decíamos: ‘¿Qué hay de rico hoy?’ Y Pepe contestaba en gallego: ‘¿Qué querés que te prepare?’ No había protocolo, era muy divertido. Nos juntábamos en las mesas y el after seguía hasta cualquier hora, esperábamos al diariero que entraba a vendernos los diarios del domingo. Era brutal, eran los años gloriosos, y todos caían ahí.”
Susana Giménez con Carlos Monzón, Graciela Borges, Leonor Benedetto, Susana Traverso, Tato Bores, China Zorrilla, Soledad Silveyra, Ana María Picchio, Juan Carlos Calabró con la Coca, Hugo y Celia Sofovich, Héctor Alterio, Norma Aleandro, Julio de Grazia, Héctor Ricardo García y Ethel Rojo, Coco Basile –otro con plato en su honor: “los espaguetis al estilo Coco Basile”–, el Turco Asís, Raúl Alfonsín. Cualquier cosa podía pasar una vez que esa mezcla variopinta de almas nocturnas empezaba a pasearse de mesa en mesa. Algunas madrugadas, el tano Darío Víttori llegaba del teatro y desafiaba a Pepe, se sacaba el saco y se ponía a cocinar. Más de un cliente probó sus fideos al atún o con brócoli, con una salsa especial que no quería enseñarle a nadie.
En tiempos de vacas flacas, cuando alguno de esos clientes famosos bajaba su pedido a un vino barato, Pepe le cambiaba la botella por la del que tomaba cuando no tenía que fijarse en gastos. Se lo escuchaba entonces repetir la frase: “Si hay miseria que no se note...!”. Más de uno dejó pendientes cuentas de más de diez comensales o le cambió cheques incobrables. Pepe no alardeaba de eso, pero, según recuerda su amigo Luis Pedro Toni, sus clientes sabían que, cuando tambaleaban sus finanzas, podían seguir sentándose en su mesa”.
Un poco por eso y otro porque la ciudad multiplicó su oferta gourmet, a principios de los 90 comenzaron los problemas económicos. Fechoría terminó cerrando en 1996, y Pepe le dio su nombre a un nuevo restaurante en Puerto Madero y a otro en la calle Juramento, pero sin la misma suerte. En 2005, José Alberte volvió a su pueblo de Galicia para vivir sus últimos años, y murió en 2016, a los 85.
Cuestiones de Estado, grandes negocios y romances apasionados. Cumpleaños y festejos en donde las mujeres más lindas del país terminaron bailando arriba de las mesas. Todo había pasado en esas tertulias gastronómicas de las que supo ser anfitrión y que cerraban entre cartas, diarios, champagne Chandon y el clásico postre de la casa, Fernandito, que llevaba el nombre de uno de sus dos hijos. Todo el sabor de los 80 cabía en aquella copa helada a base de vainillas mojadas en alcohol, crema, dulce de leche y nueces.
En el nuevo local de la Recova, la carta será mediterránea e india, y habrá pato, faisán, ostras, pulpo y centollas del Sur. “El menú del viejo Fechoría era antiguo y, con la pandemia, el consumidor de restaurante aprendió mucho más de gastronomía y se volvió más exigente. Vamos a ofrecer una cocina de categoría por un cubierto que rondará entre los $2500 y los $3000 con un buen vino”, dice Lalín. Pero anticipa que entre los platos, donde la vedette serán el pescado fresco y los ravioles –de centolla, de calabaza, de ricota con nuez y de pato–, no faltarán los míticos “ñoquis a la gauchito”.
No podemos saber si Pepe Fechoría realmente inventó los ñoquis del 29, pero ¿quién podría negar que fue el creador de una manera de encontrarse, de un restaurante al que las estrellas iban a comer como en su casa en una Buenos Aires que nunca dormía? Aunque muchos de sus protagonistas ya no estén, algo de esa bohemia porteña de otra época hará resurgir la ilusión el mes que viene, cuando el cartel con su nombre se levante sobre la calle Posadas.
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