“A los miedos mejor mirarlos de frente./ Que vale el esfuerzo animarse a ser valiente./ Que mejor vivirlo y sentir, que quedarse quieto y dejarse morir./ Que para ser valiente, primero hay que ser vulnerable.”
Si las autobiografías fueran poemas, esta sería la de Thelma Fardin. La asociación se hace inevitable cuando elige compartirlo entre los que escribió para su segundo libro, que publicará este año la editorial Sudestada. Hay algo de magia en poder hacer poesía con la propia historia.
En su último papel en el cine, en la película Giro de Ases, Thelma interpretó, precisamente, a una maga. Para su estreno, en la primavera de 2020, un diario nacional publicó una entrevista con su director, Sebastián Tabany, en la que todo el eje estaba puesto en hablar morbosamente de ella como una víctima. “Thelma Fardín volvió al cine haciendo de lesbiana”, era el título original de la nota en la que el periodista preguntaba –al director, a los lectores, a sí mismo; a todos, menos a ella– si su personaje era gay porque no podía trabajar con varones.
Lo que hizo entonces la actriz fue, una vez más, mirar de frente: “Siguen adoctrinando a las pibas a través de mi figura. Si hablás no vas a poder actuar de lo que se te cante, los hombres te van a tener miedo, los productores no te van a llamar para que no opaques la película –escribió–. Incluso si sos talentosa, solo hablaremos de que te vemos como algo roto, porque te violaron. E incluso con una acusación por violación agravada seguiremos haciendo el escrutinio sobre vos y no sobre el violador”.
¿Vale el esfuerzo de animarse a ser valiente? Dos personas a las que respeto me hacen la misma pregunta cuando les cuento que voy a entrevistar a Thelma Fardín: “¿Y vos le creés?” Pienso que ella vive con eso todo el tiempo. En las múltiples violencias que superó antes y después de la noche en que un adulto de 45 años la violó en una gira en Nicaragua cuando ella tenía solo 16. Pienso en el miedo de esa nena y en el esfuerzo de años para mirarlo de frente. En la fuerza de la mujer que en diciembre de 2018 le dio su nombre a una causa y animó a miles a contar los abusos que habían callado durante años. La fuerza enorme con la que dio vuelta la frase de su victimario para convertirla en la bandera de una lucha colectiva. La fuerza de la mujer cuya sonrisa adivino ahora debajo del barbijo cuando llega puntual a la cita en el bar Adorado de Palermo.
En un rato contará que esa otra noche definitiva en la que rompió el silencio y denunció públicamente al actor Juan Darthés después de casi una década de escaparle hasta a su vocación y a su país para no verlo, se quedó sin palabras. “Salí del teatro y fuimos a la casa de un amigo. Todos estaban con el teléfono sin poder creer lo que pasaba. Yo había soltado el mío porque era una locura. Y fuimos a la vuelta a comprar empanadas y era surrealista: entrar al lugar, la gente hablando de eso, mirando la conferencia. Jamás me imaginé lo que iba a provocar en la sociedad y, hasta hoy, cómo esa noche me pone a mí en un rol particular es algo que se sigue acomodando en algún lugar interno mío”, dirá la actriz, que esta semana presenta en el Bafici La Estrella Roja, la película de Gabriel Lichman en la que interpreta a una espía del Mossad en los años 50.
También en estos días hizo su debut como cantante con el tema Vueltas, que se estrenó en YouTube el viernes. Fue para el book trailer que acompañará el lanzamiento de El espejo del lago, la nueva novela de Nacho Larrañaga, sobre una mujer que nació en la Patagonia, “sufrió todo tipo de vulneraciones, pero siempre encuentra la garra para levantarse”. Las notas sobre esa presentación también hablan de Darthés. “Ese hecho me cambió, pero denunciarlo también”, confiará Thelma en una charla sin temas prohibidos.
El jueves en que nos encontramos está contenta porque la noche anterior empezó a hacer radio por primera vez: acaba de sumarse al programa Acercamientos Nocturnos, con Héctor Vieites y Sergio Szymsowicz, del que participará todos los miércoles a las 22 por Zónica. Varias veces, sin embargo, la atravesará la angustia al recordar que al día siguiente tiene que someterse de nuevo a pericias físicas y psicológicas para que Brasil tome su caso. “El problema de este tipo de delito es que el escenario es la víctima, y eso es terriblemente doloroso y agotador”, se quiebra.
La actriz dirá que este es uno de sus momentos más difíciles: “Lo que más duele es el tiempo que pasa la vida de una atada a esa parte de tu historia. Ya viviste atada a eso sin poder decirlo y, de pronto, cuando lo sacás afuera y lo denunciás, sentir que no está en tus manos la posibilidad de darle un cierre genera mucha desesperación”.
Entonces, Thelma llora y dan ganas de abrazarla contra todo protocolo, pero enseguida toma un trago de limonada, se recompone y sigue. Como en el poema, es valiente porque primero es vulnerable. Tiene experiencia en eso de rearmarse: es lo que hizo siempre, desde que llegó desde Bariloche a Buenos Aires con su mamá, a los seis años.
–¿Cómo fue empezar a actuar desde tan chiquita?
–Ayer justo les hablaba de eso a los niños a los que les doy clases de teatro por zoom en España. Volví a dar clases en pandemia como una posibilidad laboral. Y justo una chiquita me preguntó: “¿Vos ibas porque querías o porque te mandaba tu mamá?” ¡Yo iba porque tenía un deseo descontrolado! En Bariloche en los 90 no había más que una escuela de expresión corporal y modelaje. La primera peli la hago ahí, porque hicieron un casting y buscaron niños de esa escuela. Cuando llegué a Buenos Aires, me becaron en una escuela de teatro y empecé a estudiar rigurosamente todos los sábados. Ahí me eligen para Cabecita y empiezo a hacer tele.
–En Bariloche dejaste atrás una historia familiar muy dura de la que se sabe poco por vos.
–Hay cosas que tienen que ver con mi proceso personal y cosas que contribuyen a la causa, y yo siento que ya puse y pongo tanto el cuerpo, que todo lo otro lo veo como operaciones.
–¿Pero es real que tu padre estuvo preso por violación? Eso es algo que, como decís, se usó en operaciones para desacreditarte, cuando en realidad habla de las múltiples violencias a las que una mujer puede estar expuesta en su vida.
–Sí, yo en mi libro (El arte de no callar, Planeta, 2019) hablo de eso, y le hice una entrevista a Carlos Rozanski, el juez que lo juzgó. Tengo un vínculo de amistad con Carlos, porque lucha por las mismas cosas que yo, y le pude preguntar: “¿Cómo es que vos en un pueblo como Bariloche hace 25 años tuviste este nivel de perspectiva de género?” Porque era un tipo, en un pueblo, en otro momento, y su fallo en el juicio de mi papá fue ejemplar. De chica no tuve nunca contacto con esa situación, pero sí la sufrí: el abusador era mi progenitor y lo tenía cerca. Son cosas que a mi me van marcando un camino que atraviesa no solo mi causa, sino la injusticia en general de lo que les pasa a las mujeres. Esto me toca en una fibra mucho más íntima por mi historia de vida. Y eso también es usado, por eso mi reticencia a hablar del tema. Me pasa que es mi historia y no es mi historia: yo no conviví con mi padre y con mi hermana más que hasta los tres años; cuando él fue preso, no conviví más con ellos. Mi hermana se quedó con mi tía y ahí también hay una parte que tiene que ver con nuestra reconstrucción familiar, yo no puedo hablar en su nombre ni decir cómo cada una de ellas vivió la situación. Yo tuve esta infancia, son mis recortes. Lamentablemente vivimos sometidas a muchas violencias, yo tengo la suerte de poder mirarlas y decir: “Han sido estas”. Pero me pasa que cuando me toca hablar de eso me sale primero la cosa protectora.
–Como si siempre tuvieras que resguardarte de cómo van a reaccionar los demás, o de cuáles son las intenciones. ¿Imaginabas eso al principio, cuando decidiste denunciar?
–Sí. Yo me preparé para lo peor. Estando en Nicaragua con mi mejor amiga, le dije desde un lugar muy profundo que creo que no volví a sentir nunca en mi vida: “Si esto que estoy haciendo sirve para que una persona del otro lado se sienta acompañada, para mí es suficiente” (se quiebra). Fue muy determinante. No fue un día, me fui convenciendo. En Nicaragua lo vi muy concreto porque teníamos mucho miedo de salir del hotel, las calles estaban militarizadas, la pericia que me tenían que hacer era además de psicológica, física. Y yo no lo podía creer, estaba con un nivel de indignación que por eso tuve ese momento de decir: “Vine hasta acá, estoy haciendo esto, tiene que servir para algo”.
–Decías “si una persona se siente acompañada…”, y de repente era un país contando sus historias de abuso, ¿Qué sentiste?
–Ahí se me jugó algo muy fuerte de mi historia: “Ah, mirá como yo pensé que venía al mundo a contar las cosas solamente desde el lugar de actriz y de pronto algo que hago por convicciones y que tiene que ver absolutamente con lo personal termina siendo lo trascendente para mi vida”. Sigue siendo muy emocionante ver lo que pasa, porque me siguen escribiendo mujeres, me llegan mensajes. Gente de todas las edades. La semana pasada, a la salida de un canal, me cruzo con un hombre de unos 70 años que me dice que logró denunciar a su abusador, un cura de una iglesia, cuando me escuchó hablar. Eso es en lo que me apoyo para seguir poniéndole el cuerpo a esto cuando el cierre está más allá de mí, incluso ante cosas que son injustas como son los tiempos espantosos de la Justicia.
–¿En qué momento de esos nueve años que pasaron hasta que hiciste la denuncia empezaste a madurar la idea de que esto tenía que decirse?
–Fue muy concreto cuando la escuché a Calu (Rivero). El nivel de descrédito, lo que la maltrataron y él (Darthés) sentado en la mesa de Mirtha Legrand diciendo: “Yo la voy a llevar a la Justicia a ella”. Yo estaba en México y vomité. Literalmente. Se me revolvió el estómago. Y ahí empecé a masticar la idea de que tenía que hacer algo. Después hablaron Naty Juncos y Anita Co, y los medios y la gente seguían en la misma tesitura. Hasta que vuelvo a la Argentina y una persona que quiero mucho, también del medio, estábamos tomando un café, y dice muy despreocupada: “No, lo que está haciendo esta piba Calu...”. Y en ese momento, digo: “Se terminó, yo tengo que hacer algo”. Fue como un puñal que me clavaron. La paré en seco: “No, mirá. Este tipo es capaz de cualquier cosa”. Fue la primera vez que de alguna forma intenté articular eso por fuera de lo que hablaba con mi mejor amiga y mi psicóloga. Ese fue para mi el factor determinante: que otra mujer se animara a hablar. Un poco lo que nos pasa a todas.
–Hubo en su momento quienes criticaron la forma en la que estaba narrado el video con el que hiciste pública la denuncia, con vos en una cama y casi actuando un dolor que era real y que tal vez no necesitaba una puesta en escena.
–Yo espero que ninguna mujer nunca más tenga que hacer eso. Es difícil para la gente ver a la víctima con capacidad de estrategia, pero en un tablero de ajedrez como este, se jugaban muchos poderes. Esta forma de decirlo surgió después de pensarlo mucho con amigos del medio audiovisual. Fue una época en la que hice el ejercicio de contarlo después de no haberlo hablado nunca. Un amigo me dijo que había que filmarlo, pero que no le daba el estómago para hacerlo solo, y que se iba a sumar otro colega. Y cuando nos reunimos la primera vez, me cuenta: “Mi mujer me dijo: ‘Cuidado, ¿por qué le creerías?’” Yo hasta ahí había hablado de todo con mucha tranquilidad, y en el momento en que me dijo eso, me quebré. Pensaba: “Me muero si mañana está un periodista contando: ‘lo que le hizo fue tal y tal cosa’”. Lo hicieron de todas formas, pero más acotado, porque yo puse los márgenes. Con el diario del lunes, podemos decir que funcionó. Y también, que entendimos que no hace falta que la piba te tenga que contar todo lo que le pasó con lujo de detalles. Vino el caso de alguien con quien yo hablo mucho, porque fue mi denuncia la que la hizo denunciar, que es la sobrina de (José) Alperovich, que afortunadamente es una mujer que se puede mantener bajo ese título: en la palestra está él y no ella, y para mí esa es una gran conquista.
–Hoy te definís como una activista feminista, ¿a qué te enfrenta eso en un país donde la Justicia llega mal y tarde?
–Con el caso de Úrsula (Bahillo) me pasó que salí a hablar y me llegaron muchos pedidos de ayuda. Hago todo lo que tengo a mi alcance y en paralelo trato de ordenarlas en lo que tiene que ver con el proceso. A esta altura, tengo contacto con mujeres que trabajan en los organismos y en territorio. Estoy segura de que hay que construir una Justicia feminista para que los tiempos no sean estos, para que quienes te toman la denuncia estén formados, para que el proceso no sea contar la historia quince veces. Con Paula Wachter, la directora de la Red por la Infancia, presentamos un proyecto de Ley para que las causas por abuso sexual no prescriban. Yo encuentro que lo que se quiere en general no es vengarse del tipo; hay que alentar a denunciar porque cuando estalla esa masa crítica el sistema no tiene otra que hacerse cargo.
–¿Qué te pasa cuando ves a Darthés hoy en Brasil, con su productora, eludiendo a la ley, haciéndose llamar un “exiliado”?
–Todavía me dan la energía y el cuerpo para seguir por el camino de lo judicial. No tiré la toalla en ese sentido. Ya hice ese primer viaje tremendo de ir y denunciar en otro país, volví, me hice pericias para presentar más evidencia. Mañana, dos años después de la denuncia, me hago más pericias para presentar toda la prueba posible para que Brasil tome el caso. Ellos hacen un juego en lo mediático y son muy poco serios judicialmente porque no tienen una sola pata sólida. Mi abogado ahora es Martín Arias Duval, que tiene mucho conocimiento de Derecho Internacional, que hacía falta porque es un caso con tres países involucrados. Está Amnistía Internacional apoyando; yo sigo apostando a esos caminos. Hay una inevitable expectativa del otro lado de querer saber qué pasó. Y yo digo: vayan por favor de la misma manera en que vienen a preguntarme a mí a golpearle las puertas a los tribunales nicaragüenses, o tírenle la puerta abajo a este tipo en Brasil.
–Al principio, cuando te veían sonriente en las redes, muchos decían: ¿cómo puede ser?, como si tuvieras la obligación de instalarte en un lugar de víctima perpetua.
–Yo en estos ya doce años no dejé de hacer mi vida: hay momentos de mucha angustia y depresión, y hay otros en los que bailás. Y para mí también era importante dar esa batalla desde los hechos: puedo bailar, divertirme, emborracharme, posar, si quiero, en ropa interior; si quiero, desnuda. Sacar esos tabúes de que “si sonríe, no le pasó nada”. Igual, si estás para el afuera, te volvés loco.
–¿Y en tus relaciones sentimentales, cómo se juega eso? Hace un tiempo, cuando te preguntaron por esto, respondiste: “Bueno, mi cara hace referencia a una temática”.
–(Se ríe). Yo vivo el amor intensamente. Si tengo que responder por fuera de que “Soy Thelma, la bandera y el ícono” (imposta la voz), ¡soy re enamoradiza! Tengo mi pelea con el amor romántico, pero también tengo claro que para mí es muy importante la construcción de pareja en función de un compañero, poder construir a la par de alguien, incluso con todos estos cuestionamientos que nos estamos haciendo.
–¿Estás de novia ahora?
–Me acabo de separar. Fue todo muy complejo, una persona con un poco de miedo a decirlo. Más todo lo que yo represento. Sin dudas se juega quién soy yo, en qué lugar estoy, qué luchas estoy dando. Yo me imagino que va a llegar un momento de mi vida en que esto se va a acomodar de otra forma, o yo me voy a acomodar de otra forma. Al principio había como una idea de que porque era feminista y había denunciado, había que tenerme cuidado, y la verdad es que, en el último tiempo, no: ¡tengo mucho levante! (se ríe)
–En su momento te pasó que te llamaron para el Bailando... y, de nuevo, parecía que por lo que te había pasado no tenías derecho a hacer algo frívolo. Finalmente no aceptaste.
–No hay ninguna decisión que yo pueda tomar no poniendo esa carta sobre la mesa. Es agotador, pero a todo el mundo le pasa. Yo pienso, más allá de lo que quiero, qué es útil a esto que me tocó, que tiene su lado positivo y su lado negativo. Le puse un nombre propio a un problema de todas, entonces, por momentos, para mí también es importante cómo manejo lo que sigue. Con el Bailando, más allá de que amo bailar y me hubiera encantado, no me hubiera dado el corazón. Me seducía la posibilidad de llegar a más gente y romper con ese prejuicio, pero después dije: “¿Quién me creo que soy que voy a poder con todo?”. Y ahí fue donde ganó lo personal, que fue que no me iba a dar el alma, porque encima me iban a pegar de los dos lados.
–¿También te pasó con los directores que te encasillaran en un solo rol?
–No, lo que hay es cierto miedo. Me lo contó el director de la película que vamos a estrenar ahora en el Bafici después de que se publicó una nota mía en Infobae. Me llama y me dice: “Vos sabés? Me sentí un boludo, pero cuando hicimos las fotos del personaje...”. Bueno, mi personaje es modelo, y él sacó unas tomas en las que posa en ropa interior, porque le pareció que con todo lo que yo había vivido, ponerme en ese lugar iba a ser incómodo. Entonces creo que hay algo de eso: ¿cuántas historias se van a contar de otra manera? Se van a contar las historias de los abusos y me imagino que para un director puede ser muy difícil pensar en mí para una escena así porque se sabe que yo lo viví, pero la realidad es que lamentablemente lo vivimos la mayoría de las mujeres. Solo que yo lo conté públicamente.
–Se estrena una película en la que actuás y, otra vez, el foco de algunos medios está puesto en hablar de vos como una víctima. Podés hacer la lectura de que es el patriarcado que te quiere disciplinar, pero también sos una actriz que quiere trabajar.
–Yo hago esa lectura, tengo esas herramientas. Pero me doy cuenta de que además de adoctrinarme a mi, la tienen muy fácil: solo con hablar así de mi, ¿a cuántas más dejan calladas? Sin embargo, veo el avance. O sea, no es lo que pretendemos y esa nota existe y me pone en ese lugar, pero hay un repudio muy grande. Entonces hay una tranquilidad de que por lo menos cierta parte hizo un salto de conciencia y ya no le parece admisible. Y después estoy yo, que por un lado me apasiona tanto el proceso de cambio social que estamos viviendo, que puedo ponerme muy fría y hacer esta lectura, y por otro, estoy agotada y lo que quiero es actuar y luchar pero desde lo colectivo, no con la bandera de mi nombre y mi cuerpo. Si miro para atrás, digo: “¿Se me cerraron puertas? Sí. Pero fui fiel a mis ideales y a lo que creo”.
Fotos: Matías Arbotto
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