“La vida después de ese instante no fue la misma”, dijo varias veces, durante muchos años, Itzhak Shefi, embajador de Israel en Argentina aquel día y entre 1988 y 1992. Aquel día, el 17 de marzo de 1992, empezó normal. Era un martes de sol de un verano que se iba despidiendo lentamente. Seguía el paro del tren Roca con suspensión de delegados y con promesas de una asamblea que levantaría la medida pasadas las tres de la tarde. Los medios hablaban de temas que al día siguiente relegarían. A las 14:42 exactas, una camioneta Ford F100 explotaría en la esquina de Arroyo y Suipacha del barrio porteño de Retiro.
Ocurría el primer atentado terrorista internacional en el país. En esa esquina estaba la Embajada de Israel en Argentina. El conductor suicida voló el vehículo repleto de explosivos químicos en la entrada del edificio. La bomba destruyó por completo la sede diplomática, dañó de forma considerable a una iglesia y una escuela cercana. Murieron 22 personas: argentinos, israelíes, bolivianos, un uruguayo, un italiano. El coche-bomba no diferenció: mató a personal de la embajada, a un sacerdote, a albañiles, conductores, peatones y ancianas que se encontraban en un geriátrico ubicado enfrente de la sede diplomática. Hubo, además, 242 heridos y un reguero de polvo y piedras.
Shefi tenía una agenda cargada ese martes. Había pensado en pedirse un sandwich para almorzar en su oficina, pero su hija se interpuso. Le dijo que no, que no podía ser, que sus nietos lo estaban esperando en su casa para almorzar todos en familia, tal como lo había prometido. Ese ruego de su hija le salvó la vida. Por eso, a las 14:42 de aquel día fatal, estaba almorzando en su casa cuando un amigo lo llamó.
Lo primero que le dijo fue “¡qué bueno que estás en tu casa!”. El embajador desconoció esa felicidad espontánea y le preguntó por qué lo decía: “Estoy escuchando por radio que hubo un atentado en la Embajada de Israel”. No respondió, colgó el teléfono y se fue. En camino hacia allí, oía las sirenas de las ambulancias sin asociarlas al siniestro. Comprendió la magnitud del hecho cuando un policía lo paró sobre la calle Arroyo: le dijo que no podía avanzar más porque “la Embajada de Israel había sido destruida por una bomba”. Siguió a pie con el chofer y el guardaespaldas. Caminó unos metros hasta encontrarse con el desastre, la tragedia.
A Shefi le quedaban meses para concluir su gestión. “Después de cuatro años, en 1992, estaba por finalizar mi misión diplomática en Argentina; una misión importante para una comunidad importante y en un país importante. El cambio de embajadores debería realizarse entre julio y agosto”, relató en una carta titulada “Recordando el atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires” y enviada desde Jerusalén, donde vive, 29 años después de ese día en que todo cambió. “La sede diplomática fue víctima de un brutal atentado terrorista que nos afectó a todos para siempre, llegando la onda expansiva a la Iglesia, la escuela, el geriátrico, las viviendas particulares y a nosotros como centro de la locura humana”, describió.
“Hoy, como siempre, recorro mentalmente cada uno de los espacios y recuerdo muchas caras. Hoy, como siempre, inclino mi cabeza por todos los que perdimos, por la falta de Justicia y Verdad al no tener entre rejas a ni culpables ni responsables y me sumo a la cadena de ‘presente’”, expresó en la misiva. Hace nueve años, en una entrevista con el portal Delacole, reparó que “fuera del dolor de las familias enlutadas y de las vidas cortadas, hay que reconocer también que los terroristas no lograron afectar nuestra forma creativa de vida, ni tampoco lograron disminuir nuestra fe en la justicia y en el ser humano”.
Para el ex embajador israelí, el 17 de marzo es lo que para el judío piadoso el Tish’a Be”Av: “En esta fecha los judíos piadosos ayunan y levantan plegarias recordando la destrucción del Templo. Para mí este día significa la destrucción de mi Templo, este Templo que se convirtió en Arroyo de lágrimas y sangre”. A casi tres décadas del atentado, en su carta, cierra con un mensaje de perseverancia: “Para el judaísmo, Justicia y Derecho son sinónimos. Toca ahora la misión difícil de cumplir con el compromiso hacia las víctimas”.
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