Las artes marciales mixtas de la UFC son un fenómeno arrollador.
En los últimos diez años las luchas en el octágono se han convertido en el suceso más excitante del deporte mundial.
Los acuerdos de fusión entre las asociaciones y la cesión de derechos alcanzan una magnitud sideral, al mismo tiempo que se consagran las nuevas estrellas que compiten en la jaula. Sus nombres y sus rostros invaden las redes: Khabib Nurmagovedov, Stipe Miocic, Amanda Nunes y Dustin Poirier, entre otros.
Y el famoso irlandés Conor McGregor, que cuando fue derrotado por Poirier en Abu Dabi el 23 de enero recibió 5 millones de dólares de contrato y otros 20 millones por derechos de Pay Per View.
Otra cosa fue lo que pasó en agosto de 2017, cuando McGregor recibió $100 millones de dólares tras su encuentro y debut en el box frente a Floyd Mayweather.
Porque esa noche hubo más espectáculo que deporte.
Es que a veces los límites se desdibujan. Y el público no sólo lo sabe, sino que también lo acepta y lo disfruta.
Por eso las artes marciales mixtas, pese a su notable crecimiento, no han podido igualar la popularidad de la lucha libre.
Es decir, el catch.
Sí, el mismísimo catch de Karadagián.
En México es el segundo espectáculo deportivo en importancia después del fútbol. Sólo la pandemia ha podido frenar la multitudinaria atracción de la llamada lucha libre mexicana, con estrellas populares como Alberto El Patrón o Blue Demond Jr.
Se llama Puroresu en Japón, donde la popularidad de Hiroshi Tanahasi y de Kazuchika Okada supera a la de Messi o Nadal. Y en Brasil, el atlético Victor Boer continúa la tradición del Valetudo, adornada con los clásicos recursos del wrestling de los Estados Unidos.
Para millones de argentinos, la referencia casi automática es “Titanes en el ring”. Una creación que antes de llegar a la televisión había nacido en el Luna Park.
Aquí mismo, en Infobae, logramos reunir a Paulina Karadagian con la nieta del descubridor de su papá. Ellas compartieron una historia que comenzó mucho antes, cuando se construyó el el estadio. Y así lo señala el maestro Ernesto Cherquis Bialo:
-Las esquinas del Luna Park tienen cuatro imágenes en relieve… Boxeo, patinaje sobre hielo, básquetbol y catch, esta última en Madero y Lavalle,
El “cachacascán”, como se lo conocía popularmente, fue tanto o más popular que el boxeo. A tal punto que comenzó en el Luna Park un sábado, el 6 de enero de 1934. Fue una noche estelar, en la que por primera vez se presentaron en Buenos Aires el polaco Karol Nowina y su troupe de luchadores europeos. Nowina regresaba periódicamente a Europa, pero el principio de la segunda guerra mundial impidió que volviese a la Argentina. Recién pudo hacerlo en 1941, cuando llegó acompañado de un ucraniano gigantesco llamado Iván Zelesniak, que entró a la historia del deporte argentino como El Hombre Montaña.
“Montaña” se quedó para siempre en nuestro país. Se alojó con su esposa frente al Luna Park, en el hotel de José Nápoli, el mismo que en su restaurante de la planta baja inventó la milanesa napolitana. Y pronto fue, junto a Nowina, el organizador del catch en el Luna Park, donde poco después aparecería el protagonista de esta historia: Antonino Rocca.
Su nombre real era Antonino Pío Biasetton y había nacido en Treviso, en el norte de Italia, en 1921.
Con apenas 16 años emigró a la Argentina, más precisamente a Rosario, a través de un amigo llamado Tranquilo Gasparini, nacido en su mismo pueblo. Además, en Rosario ya estaban radicados sus hermanos mayores. Y comenzó a trabajar con uno de ellos, que era distribuidor del Frigorífico Swift. Recién había salido de la adolescencia, pero tenía una fuerza tremenda y sus propios compañeros se asombraban de la facilidad con que cargaba las medias reses en su espalda.
Según el historiador Eduardo Sánchez, el dueño de la estación de servicio de Córdoba y Bulevar Oroño, de apellido Midletton, le propuso a Rocca que integrase el equipo de rugby del Club Atlético del Rosario. Cuando el fornido Antonino llegó al club para su primer entrenamiento, con un pequeño bolsito, en la puerta lo esperaba un muchacho que sería su compañero de equipo: Alberto Gollán, que con el paso del tiempo se convertiría en el fundador del Canal 3 de Televisión de Rosario. En una entrevista, evocando esa época, Gollán dijo:
- Yo jugaba justamente detrás de Antonino y se me hacía fácil avanzar porque él era un tractor empujando…
Ya en abril de 1938 el apellido Biasetton comenzó a figurar entre los nombres ingleses del tradicional equipo de Plaza Jewell. Pero eso duró poco, porque cuando apenas había comenzado 1941 Biasetton dejó el rugby y por primera vez subió a un ring como luchador de catch. Fue el sábado 1ero de febrero de 1941, en un club ubicado en Ovidio Lagos y San Lorenzo, de Rosario. A los cinco minutos dejó fuera de combate a Abie Coleman, a quien llamaban “El Hércules hebreo”.
En ese momento cambió su destino.
El responsable fue un polaco excampeón mundial de lucha, llamado Stanislaus Zbyszko, que había llegado a Rosario en busca de nuevos talentos. Él fue quien lo descubrió y luego lo llevó a Estados Unidos, donde lo introdujo en el mundo de la lucha. Lo primero que hizo fue cambiarle su nombre y apellido por otro, que se hizo internacionalmente conocido: Antonino Rocca.
Su vida ya era un torbellino, casi el argumento de una película.
Primero fue un chico inmigrante que había dejado su pueblo italiano y llegó a una ciudad desconocida del otro lado del mar. Luego, de trabajar en un frigorífico pasó a ser figura en un equipo de rugby. Y ahora, en pocas semanas, se convertía en la gran promesa del catch.
La exigencia de su nueva actividad deportiva lo obligó a dejar la Argentina. Se instaló durante un año en Texas, donde Zbysko le enseñó todos los secretos de una actividad que Rocca nunca había practicado.
Pero parecía haber nacido para el catch, porque su potencia estaba acompañada de una agilidad pocas veces vista. Un popular luchador argentino, Sergio “Billy” Ventrone -el popular “Marinerito”- lo comentó con admiración:
- En YouTube se pueden ver las luchas de Antonino Rocca en los Estados Unidos. Era extraordinario, se adelantó a su tiempo. Tenía una agilidad fantástica… ¡Caía de frente, pegaba con el pecho en la lona, rebotaba y se levantaba!
Su carrera no tenía pausas. Y su pasaporte se llenaba de sellos, a continuación de aquel primer registro del viaje que lo había llevado de Treviso a Rosario. Fue ahí mismo, en Rosario, donde enfrentó nada menos que a El Hombre Montaña, en enero de 1943, en una tórrida noche de casi 42 grados de temperatura, en la que Rocca ganó por descalificación y empezó a ser héroe por su corrección en el ring. Lo mismo le sucedió en Estados Unidos, donde lo llamaban “el luchador face”, por no recurrir a trampas para ganar.
Iba y venía. Peleaba en Canadá, en Rosario y en Buenos Aires, donde su presencia en la cartelera del Luna Park ya era estelar. Entre 1944 y 1948 se alternaba con El Hombre Montaña en lo alto del ranking argentino. ¿Deporte o espectáculo? Al público no le importaba demasiado y colmaba las instalaciones del estadio dos veces por semana para asistir a los combates de catch.
Llegó un momento en el que Rocca se convirtió en la estrella absoluta.
El Hombre Montaña, que era un hombre de una bondad extraordinaria, fingía y componía un personaje perverso. Y Rocca era la contracara, el deportista inmaculado. Los demás luchadores -Alí Bargach, Pedro Goitía, Abel Cestac, Ararat o el joven Martín Karadagián- tenía papeles complementarios.
Pero Antonino ya había tomado la decisión de seguir su carrera definitivamente en los Estados Unidos. Es decir, iba a dejar al Luna Park sin su máxima figura. Llegaba el fin de año y como cierre de la temporada se iban a enfrentar Rocca y El Hombre Montaña, por la corona máxima. Era para él el trampolín definitivo, que le serviría para afirmar su carrera en New York.
Pero pasó algo inesperado. A mí me lo contó Luis Romio, el querido presidente de la Federación Argentina de Boxeo:
-Roca tenía que pelear con Montaña y ya estaba pactado que Rocca ganase y se quedara como campeón. Antonio le contó a alguien que luego de la pelea se iba a ir a Estados Unidos, para continua su carrera allí. Se enteró Pace, el dueño del Luna Park, lo llamó a Montaña y le ordenó que pusiera de espaldas a Rocca. Montaña intentó recordarle que estaba arreglado lo contrario, pero Pace repitió la orden. Se hizo la pelea y para sorpresa de Rocca, Montaña lo puso de espaldas. Cuando el tano fue a protestarle a Pace, este le dijo: “¿Vos querías ser el campeón mundial con mi plata? Andate ahora a los Estados Unidos…
Rocca se fue, de todas maneras. Y se consagró como uno de los mejores luchadores de todos los tiempos.
Apenas llegó, debutó en el Madison Square Garden en 1949. Desde entonces peleó allí con regularidad y muy pronto se convirtió en el luchador de la pelea princípal. El 2 de enero de 1960 marcó lo que en ese momento fue un récord de asistencia a un combate de lucha en el Madison de la Octava Avenida, entre la 49th y la 50th, cuando fueron a verlo 22.000 personas.
También fue número uno en las diferentes asociaciones de lucha de los Estados Unidos, como la Capitol Wrestling Corporation, actual World Wrestling Entertainment. Ganó el Campeonato Internacional Peso Pesado de la WWWF y llenó estadios en Toronto, Río de Janeiro, Tokio, Santiago de Chile y Chicago.
¿Cuál fue el motivo de semejante éxito? Sin dudas, su personalísimo estilo.
Lo primero que llamaba la atención era su contextura física. Si bien no era excesivamente alto, ya que medía 1 metro 80, su aspecto era macizo. Además peleaba descalzo, cosa que en esa época era algo desconocido.
Y lo absolutamente novedoso fueron sus acrobacias en el aire. Según los historiadores del catch, “Rocca fue el inventor de las luchas aéreas”. Hemos consultado un texto que dice: “Él fue el más dinámico luchador que se había visto hasta entonces. Su arsenal de maniobras aéreas sería considerado asombroso aún en la actualidad. Era un legítimo fenómeno. Sus agarres con las piernas, patadas voladoras, volteretas y otros movimientos en el aire deslumbraban al público, que jamás había visto algo igual.”
Fue un innovador, gracias a su fantástica agilidad. Y se diferenció del resto porque los luchadores de su época nunca levantaban los pies de la lona. Rocca se paraba de manos y a menudo giraba en el aire sin golpear al oponente, sólo para entusiasmar al público. Enseguida se hamacaba en las sogas y salía lanzado como un resorte, llegando a la otra punta del ring.
Sus combates no tenían pausa, eran vertiginosos. Por eso se convirtió en el preferido del público y de los empresarios.
Dicen que le gustaba la ópera y que soñaba con ser cantante lírico. Una afirmación que no hemos podido confirmar asegura que era amigo de Arthur Rubinstein, supuestamente fanático de la lucha, quien lo alentaba para seguir el camino de la música.
Su fama lo llevó a trabajar en el cine: hizo un papel en “Alice, sweet Alice”, una película de terror de 1976, junto a la entonces actriz infantil Brooke Shields.
Pero su papel más resonante fuera del cuadrilátero fue sin duda en la historieta, porque en agosto de 1962, el guionista Jerry Siegel y el dibujante Curt Swan lo incluyeron en la aventura de Superman titulada “The downfall of Superman”. En ese relato Rocca derrota a El Hombre de Acero. ¿Cómo fue? El periodista Fabián Mauri lo cuenta así:
“El argumento -bastante rebuscado- versa sobre una emboscada que Superman le tiende a un ladrón para recuperar un valioso botín oculto. Conocedor del fanatismo por la lucha libre del delincuente, Superman participa de una pelea de exhibición enfrentando a nuestro Antonino Rocca. El argentino resulta más fuerte y logra vencer a Superman, incluso lo arroja fuera del ring. Pero todo eso no es más que parte del plan que pergeñó El hombre de acero para recuperar el botín robado. Finalmente Superman, con la colaboración de otros dos Superhéroes y su perro Krypto, pero fundamentalmente gracias a la audacia de Antonino Rocca, logra desbaratar los planes del ladrón y recuperar lo robado.”
Después de retirarse fue entrenador de luchadores y también comentarista de televisión. Ya maduro, su rostro tenía un gran parecido con Tony Bennet y con Anthony Quinn. Murió joven, a los 56 años, como consecuencia de una infección. Desde 1995 está en el Salón de la Fama de la World Wrestling Entertainment y en 1996 se lo incluyó en el Wrestling Observer Newsletter Hall of Fame.
Fue una superestrella en los Estados Unidos, cuando Martín Karadagián comenzaba su carrera en el Luna Park.
Y cuando nadie imaginaba que haciendo en serio aquellas inocentes acrobacias, Connor McGregor se habría de convertir en millonario.
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