El miércoles 3 de abril de 1974 no se realizó un casamiento común. Era algo más. El enlace de Pilar Güiraldes con Alejandro Moyano unía a dos familias con un largo pasado en la Argentina. No era la simple “oligarquía”, calificativo que además de resentimiento manifiesta una alta cuota de estupidez, todavía visible en el país convulsionado de esos años, donde algunos pagaban para figurar en el “Blue Book”, y cuyo clima ridiculizó, en 1971, el director Raúl de la Torre en Crónica de una señora, llevando como primeras figuras a Graciela Borges, el chileno Lautaro Murúa, Federico Luppi y Blanca Álvarez de Toledo (en aquél entonces casada con el pintor Nicolás García Uriburu) , con el guión de María Luisa Bemberg.
Pilar Güiraldes era hija del comodoro Juan José Güiraldes, popularmente llamado “Cadete”, el ex presidente de Aerolíneas Argentinas con Arturo Frondizi, cultor de lo criollo en los pagos de San Antonio de Areco y luchador de causas nacionales. Su madre era Ernestina Holmberg Lanusse de Güiraldes. Es decir, por esos padres, transitaba en una misma dirección el pasado argentino, el culto a lo militar y, en ese año, “algo” de poder. Alejandro era hijo del economista y catedrático, Carlos Moyano Llerena, casado con Irma Walker.
Moyano Llerena, de quien el ex ministro Federico Pinedo supo decir que “era un hombre tan inteligente que se adelantó a su época y, como tal, un gran incomprendido”, había sido Ministro de Economía de Roberto Marcelo Levingston. Tras su paso por la administración pública se dedico a la cátedra y a sus libros.
En comparación con el casamiento de su hija Dolores Güiraldes con Juan José Sosa del Valle, el 26 de abril de 1971, para el “Cadete” y su esposa, éste iba a ser un festejo un poco más fácil de armar la recepción. Cuando se casó Dolores participaron de la fiesta Alejandro Agustín Lanusse y Roberto Marcelo Levingston. Es decir, el presidente de facto y el ex mandatario de facto que había sido desalojado un mes antes por el actual. Como observaron los invitados, los dos jefes militares apenas se cruzaron y no se hablaron.
La elección de la iglesia parece más ligada al “Cadete”. La ceremonia se realizó en la Basílica del Santísimo Rosario, Convento de Santo Domingo, en cuyo interior se guardan las banderas conquistadas a los invasores británicos por los ciudadanos de Buenos Aires. En esos días, además, Santo Domingo tenía un “plus”: allí tocaba su fabuloso órgano el maestro Héctor José Zeoli, acompañado por un importante coro. La fiesta se realizó en la casona que los Güiraldes tenían en Olivos y contó con numerosos invitados de todos los ambientes: políticos, militares, diplomáticos, jueces, abogados, empresarios, periodistas.
Lo importante en esas horas era no faltar, porque en las mesas hubo conversaciones para todos los gustos, pero en especial de la situación argentina en esos momentos. En particular:
-Se conversó sobre el malestar de la cúpula del Ejército, porque los “mandos naturales” entendían que el presidente Juan Domingo Perón no los consultaba. Se equivocaban, Perón hablaba todos los días con militares, vivía rodeado de militares, en la residencia de Olivos. Algunos sostenían que era su “Estado Mayor íntimo”. Apuntaban sobre altos oficiales que estaban en contacto permanente con el primer mandatario: Carlos Corral, jefe de la Casa Militar; Federico Jorge Sosa Molina, jefe del Regimiento de Granaderos; Carlos Alberto Ramírez, jefe de Seguridad de la Casa de Gobierno y Vicente Damasco, secretario Militar y de Gobierno de la Presidencia. Por el momento no pusieron la lupa sobre su edecán, el teniente coronel Alfredo Díaz, con quien el primer mandatario escribió discursos importantes. Ya había rumores de cambios en la comandancia general del Ejército: Leandro Anaya podría ser reemplazado por el comandante del Cuerpo I, Alberto Numa Laplane, cosa que sucedió en 1975, a la muerte de Perón.
-Un hombre ligado con los medios de comunicación sacó a relucir una conversación que había mantenido Perón hacía pocos días con Tulio Jacovella, director de Mayoría, en Olivos. Durante la misma, el primer mandatario le dijo “me voy por 60 días” y le contó su decisión de viajar a Madrid, previa escala en Río de Janeiro para conversar con el presidente Ernesto Geisel, y por último visitar Bucarest. Para algunos informados, Perón ya había desechado esa idea pero aún seguía flotando en el ambiente como una posibilidad. En el mismo encuentro con Jacovella, Perón dijo que encontraba que Isabelita ya estaba en condiciones de asumir la presidencia porque representaba cabalmente a la “generación intermedia” que debía gobernar en el futuro cercano. Se hablaba también del ascendiente que tenía José López Rega. Un empresario agregó que el Ministro de Bienestar Social y secretario privado del presidente, había cometido un traspié en su misión en Libia, al comprar el barril de petróleo unos cuatro dólares más caros que en el mercado internacional.
-Algunos observaron que en septiembre habría nuevamente elecciones en Misiones, a raíz del accidente de aviación en el que murieron el gobernador y el vice. Y para 1975 se estaba preparando una Reforma de la Constitución Nacional.
-Un alto jefe naval, recientemente ascendido, comentó casi con furia las últimas declaraciones que el jefe de la Policía Federal había realizado sobre Eduardo Firmenich y Roberto Quieto. Respecto al jefe Montonero, el general (RE) Miguel Ángel Iñiguez dijo que “tenía una buena impresión... Es un muchacho nacionalista, cristiano, peronista, y no me cabe la menor duda que en el momento de la síntesis va a estar bien ubicado. Ahora, de Quieto no tengo la misma impresión. Me parece que esconde la leche”. Las declaraciones provocaron sorpresa y fueron criticadas dentro del peronismo ortodoxo. Por sus palabras uno podía pensar que Iñiguez estaba en el lugar equivocado y acertaba: poco tiempo más tarde fue reemplazado por el Comisario General Alberto Villar.
-En una mesa más “light” se hablaba del gran espectáculo que haría el cantante galés Tom Jones en el Teatro Broadway por el que cobraría 100.000 dólares en total, antes de descontar el 38% de impuestos y el costo de algunos pasajes para sus acompañantes. Y otros conversaban sobre el recibimiento triunfal que se le había dado en Ezeiza a Carlos Alberto Reutemann, porque venía de triunfar en el Gran Premio de Sudáfrica.
Uno de los invitados a la fiesta Güiraldes-Moyano Llerena fue el dirigente conservador Vicente Solano Lima. Esta vez se sintió cómodo. No tuvo sobresaltos como en un casamiento del año anterior: antes de la asunción presidencial de Héctor Cámpora, el 25 de mayo de 1973, el vicepresidente electo fue, un mediodía, a la fiesta de casamiento de Gloria César, la sobrina de Amalia Lacroze de Fortabat. Allí, tampoco, se pudo evitar que la realidad invadiera los salones del petit hotel francés de la avenida del Libertador donde se realizó la fiesta. Estaba todo el mundo y había una explicación. La lista principal la confeccionaron el máximo empresario del cemento y hacendado Alfredo Fortabat y su mujer Amalita.
En esos días de cambio de gobierno había que “pispear” hacia dónde iba el país. Un novel periodista entró al lugar y, antes de subir una gran escalera que llevaba al salón principal, se encontró con Bernardo Neustadt que le explicaba a una pareja socialmente top: “Acá hay dos opciones. O hacen así”, (levantando el puño cerrado como lo hacía la izquierda), o hacen así (haciendo con los dedos la “V” de la JP)”. El invitado siguió su camino, entró al salón principal, saludó como correspondía a los novios, y luego en una esquina se trenzó en una conversación con varios amigos comunes de la novia.
De pronto entró el vicepresidente electo Vicente Solano Lima y al poco rato se escuchó a alguien gritarle “traidor”. De ahí al tumulto medió un segundo y al inoportuno invitado se lo invitó a irse. Todo venía bien hasta que en un momento los recién casados se fueron de su propia fiesta con sus ropas de casamiento. “¿Qué pasa?”, preguntaron algunos, y así pudo saberse que habían ido a saludar a la gente de una villa de emergencia, donde Gloria misionaba con el padre Jorge Oscar Adur, un clérigo del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.
Había cosas que muchos de los presentes en la fiesta desconocían. En 1970, junto con Carlos Mugica Echague, Adur ofició la misa de cuerpo presente de Fernando Abal Medina, fundador y jefe de Montoneros que había comandado el secuestro y muerte de Pedro Eugenio Aramburu.
Según explicó Gloria años más tarde, su relación con Adur comenzó cuando empezó a leer las enseñanzas de Mao Tse Tung y “sin querer fue derivando en un compromiso político, conectado con la religión”. Luego, Adur la llevó a misionar en la Acción Misionera. Desde ahí a ser jefa de la Rama Femenina de la JP en el Tigre había un paso, aunque todo dependía de la formación de cada uno de los jóvenes de esos tiempos. El novel periodista de aquellos años que relató el incidente, se alegra hoy en día de ver a Gloria César triunfar en la vida como empresaria de presentaciones sociales, empresarias y fiestas de casamiento.
En realidad, Adur venía “misionando” desde varios años antes, promocionando, con la orden de los Asuncionistas, “vivir en comunidad”, circulando por colegios privados de la zona de La Lucila y San Isidro. “Era de suaves maneras, hasta parecía un snob”, dijo una señora que lo trató. “Circulaba en mi época alrededor de San Juan el Precursor, un colegio que queda enfrente de la Catedral de San Isidro. Su director, el padre Castagnet, le dio vía libre para entrar y salir. Lo cierto es que ‘captó’ en una misma división de bachilleres a cinco jóvenes que llevó a la guerrilla, todos de familias con ‘grandes apellidos’. Fue una división extraña la que cursó ese año: cinco fueron a la guerrilla y cuatro se hicieron sacerdotes. Uno de los sacerdotes fue José María ‘Pepe’ Lynch…él podría contarlo”.
Apenas un lustro después de ese casamiento del ’73, el 1º de julio de 1978, Roberto Cirilo Perdía, miembro de la conducción de la organización político-militar, relataría que “nosotros creamos en 1978 la figura de la Capellanía en el Ejército Montonero con una finalidad política. La idea principal tenía que ver con una gestión que estábamos haciendo para lograr el reconocimiento como fuerza beligerante por parte de Naciones Unidas”. El concepto de fuerza beligerante nació en las guerras anticoloniales de África y, básicamente, se discutían en aquel momento dos posiciones centrales: el reconocimiento de la fuerza y el control del territorio, presupuestos que Montoneros también perseguían. Tener un capellán era, de alguna manera, darle entidad de ejército popular a la guerrilla.
El padre Adur no se incorporó como un combatiente montonero, él se incorporó como capellán con el permiso y consentimiento de su orden, que era la Congregación de los Padres de la Asunción. Él no se “clandestinizó”, el superior de su orden lo autorizó formalmente.
Un ex militante montonero contó años más tarde que el sacerdote se encontraba tan comprometido con la organización armada que, cuando preparaba la “contraofensiva” de 1979, Adur viajó a los campos de entrenamiento de la organización terrorista palestina Al Fatah, en el Líbano, para dar apoyo espiritual, y a su llegada fue recibido con honores militares. Adur terminó sus días como capellán de Montoneros cuando desapareció el 26 de julio de 1980 en Paso de los Libres, Corrientes.
Jorge Oscar Adur no fue el único que promocionaba la “vida comunitaria”. Roberto Aizcorbe en El Mito del Peronismo habla que Juan Bullrich y su esposa María Laura Pereda –parienta de Celedonio Pereda, presidente de la Sociedad Rural- también por aquellos días dejaron la casa principal de su estancia y se trasladaron a la casa del personal para vivir comunitariamente.
Eso se contaba graciosamente en los salones de Buenos Aires. Muchos cedieron sus campos a “militantes” que practicaban tiro al blanco. Pasaban, sin escalas intermedias, de Mau-Mau a la guerrilla. Por ejemplo, Diego Muniz Barreto tenía las puertas abiertas de su importante departamento, decorado con las mejores antigüedades, a cuanto jefe guerrillero apareciera por su cuadra, y fue un gran financista de Montoneros. Para muchos, quien fuera remiso a ese tipo de relaciones estaba out.
La Universidad de Buenos Aires fue decididamente asaltada y calificados profesores fueron corridos entre improperios y empujones, acusados de “proimperialistas” u “oligarcas”. Lo cierto fue que aquellos que señalaban a las víctimas eran los mismos izquierdistas, o sus herederos, que habían realizado tareas parecidas contra los profesores peronistas, después de septiembre de 1955. Antes los persiguieron en nombre de la “libertad”, ahora lo hacían bajo el lema “liberación o dependencia”. “A estas horas son miles los hogares visitados por la angustia y la desesperación de este verdadero secuestro mental y moral que el extremismo ejecuta entre el estudiantado universitario” (habría que agregar de la mano de Rodolfo Puigross), observó el escritor Raúl Oscar Abdala.
Mientras algunos se divertían en La Fusa, un café concert donde descollaban Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla, Juan Carlos Genet, interventor con el presidente Cámpora de Canal 7, echaba al locutor Juan Mentesana porque “su voz y su imagen” estaban identificadas con el gobierno militar. La misma suerte corrieron Luis Landriscina y Nelly Trenti.
Ni que hablar del Palacio San Martín, el día que asumió el vicecanciller Jorge Vázquez, cuando Rodolfo Galimberti tomó por asalto el Salón Dorado con hombres traídos de la Villa de Retiro que obligaban a los diplomáticos a gritar “el que no salta es gorilón” y “a la lata, al latero, a Vázquez lo respaldan los fusiles montoneros”. Ahí también estaba el Director del Departamento América Latina, que pedía a los ordenanzas listas de funcionarios gorilas y una vez echado por Juan Alberto Vignes se refugiaría en algún agujero de la Administración Pública, hasta aparecer en el Ministerio de Economía con José Alfredo Martínez de Hoz, años más tarde en el Ministerio del Interior de Antonio Tróccoli y luego embajador en Europa con Fernando de la Rúa.
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