La noticia conmueve al ambiente musical de Argentina: el jueves 18 en el Teatro Colón, en un concierto de homenaje a Astor Piazzolla, tocará un quinteto dirigido por Horacio Malvicino, quien después de muchos años volverá a utilizar su guitarra Gibson. La misma con la que tocó al lado de Astor durante 35 años. Sus compañeros serán Pablo Agri en violín, Horacio Romo en bandoneón, Nicolás Ledesma en piano y Horacio Cabarcos en contrabajo.
-¿Qué temas van a hacer?
-Vamos varios de los clásicos. Entre ellos Libertango, el pasodoble, como le decía Astor.
-¿Por qué le decía así?
-No le gustaba. El tipo que lo representaba en Italia lo metió en un concurso y le pidió un tema que al final ganó, era el Festival de Primavera en Roma. Pero a Astor no le gustaba. Vos sabes cómo era la línea de él, prefería la cosa un poco más complicada, con más acordes, con otra armonía. Nosotros tuvimos que tocarlo en un espectáculo que se hizo en un escenario enorme. Lo que nos llamó la atención era que teníamos que actuar muy temprano, a las nueve de la mañana. Nos dijeron que teníamos que tocar Libertango y que lo iba a bailar un ballet muy especial. Al Tano no le gustó mucho la cosa porque ya estaba bastante perseguido con Libertango… Pero en fin, hay que hacerlo y lo hacemos.
-¿Qué pasó entonces?
-Empezamos a tocar y de repente aparecen en esa explanada unos 120 bailarines, chicas y muchachos, como bailando un tango. Y nosotros cinco tocando ¿Te imaginas? Era una cosa absurda, Astor empezó a putear… Y era tal la mufa que tenia que gritó “corte, corte, paren…”. Y gritó: “Eso no es un tango, así no se baila un tango”. Y él tenía una fijación de la época en que yo bailaba en los boliches, en esa tiempo yo bailaba bien. Y me dice a mí que me ponga a bailar: “Mostrales cómo se baila el tango, mostrarles”. ¡Y me hizo levantar, dejar la guitarra, y tuve que bailar solo en medio de todo el ballet en ese enorme escenario!
A Malvicino desde siempre se lo conoce como “Malveta”. Y ese sobrenombre también tiene una historia:
-Yo tocaba en la orquesta de Eduardo Armani en una boite que se llamaba Rendezvous, que era de Fresedo, un lugar muy elegante. Usábamos smoking blanco con pañuelo negro en el bolsillo. En esa época yo cuidaba muy poco mi vestimenta. Y como me había olvidado el pañuelo, me lo dibujé en el saco con lápiz. Héctor Gagliardi, que también trabajaba allí, desde ese día empezó a llamarme “Malvestiti” en lugar de Malvicino. Y una tarde, en el hipódromo, me quiso decir algo y no le salía “Malvestiti” y me dijo “Malveta”… Y quedó para siempre.
Eso ocurrió cuando comenzaba la década del 50.
La época en la que Malveta y un grupo de jóvenes músicos se apartaron del hot jazz, del jazz tradicional, y formaron el Bop Club Argentino. Con los años, varios de ellos se consagrarían internacionalmente, como Enrique Villegas, Lalo Schifrin y el “Gato” Barbieri.
Se reunían los lunes en la Asociación Cristiana de Jóvenes, que les facilitaba un salón de su sede de la calle Reconquista 439:
-El Pop Club era un lugar fenómeno, donde íbamos a tocar la música que nos gustaba, con toda libertad y sin interés económico. Lo manejaba un muchacho macanudo que se llamaba Juan Bordiga, junto al gordo Marzoratti. Un lunes, Bordiga me dice: “Mirá, va a venir un señor, un músico que es poco conocido pero muy importante, que anda buscando alguien que toque tangos con la guitarra, pero que sea diferente, que sea con la guitarra eléctrica y que pueda improvisar…”.
-¿Te dijo quién era esa persona?
-No, no. Y yo le dije: “Bueno, cuando vuelva avísame y hablamos”.
Ninguno de los participantes de este diálogo podía imaginar que se estaba gestando una revolución.
Un rato después, comenzó la habitual jam session en la que los músicos se iban alternando. Subían, tocaban juntos, se reemplazaban, improvisaban. Allí estaban Borraro en el clarinete, Varela con el saxo tenor, Casalla tocando el trombón, Dalto y el saxo alto, todos los habitués de una zapada al cabo de la cual Bordiga le dijo a Malvicino:
-Che Malveta, vino ese señor del que te hablé hoy. Te está esperando en la puerta.
-¡Y cuando salí y lo vi, me pegué un susto tremendo!, recuerda Malvicino.
Porque en la puerta de la Young Men estaba parado Astor Piazzolla.
En esa época, Piazzolla estaba viviendo una transformación interna. Ya no quería dirigir grupos tradicionales, unos años atrás había disuelto su famosa orquesta del 46, se limitaba a acompañar ocasionalmente a cantantes como María de la Fuente y se ganaba la vida como arreglador.
Sin embargo, simultáneamente componía algunos de los mejores tangos de su carrera, como Para lucirse, Prepárense o Triunfal, que fueron grabados por José Basso, Aníbal Troilo, Osvaldo Fresedo y Francini-Pontier. Pero no tenía orquesta propia. Además venía de ganar el Premio Fabien Zevitsky con una sinfonía y eso lo alejaba cada vez más del tango clásico.
El relato de Horacio Malvicino nos lleva otra vez a la puerta de la Young Men en la calle Reconquista:
-Imaginate… A Piazzolla lo escuchaba cuando yo era pibe, en Concordia. Un día estaba jugando a las bolitas en la calle y me hermano me llamó para escuchar una música distinta en Radio Splendid. Era un tal Piazzolla. Desde entonces lo admiré. Pensá que cuando yo estaba en primer año en la Facultad de Medicina, salía de los prácticos a la tarde, con el guardapolvo puesto y me iba a escucharlo a Piazzolla al Tango Bar, cuando él tocaba allí con su orquesta.
-¿Y qué le dijiste cuando te presentaste?
-”Mire señor, a mí me da vergüenza… Yo encantado, pero usted tiene grandes guitarristas de tango para elegir. Los guitarristas que están acompañando a los cantantes en la radio ¡Cómo voy a tocar yo, no me puedo comparar con esos tipos que tocan muy bien!”.
La respuesta de Astor anticipó lo que estaba por suceder:
-”No, no, yo necesito que toque jazz y que improvise”.
Era 1955. Había nacido el Octeto Buenos Aires: Piazzolla y Leopoldo Federico en los bandoneones, Atilio Stampone en el piano, Enrique Mario Francini y Hugo Baralis en los violines, José Bragado en el cello, Juan Vasallo en el contrabajo y Horacio Malvicino en la guitarra eléctrica.
Muy pronto se desató la polémica:
-¡Nos tiraban de todo! ¡Las cosas que nos han dicho! A mí me llamaban por teléfono y me decían: “Dejá de tocar hijo de puta, cómo se te ocurre tocar esa guitarra eléctrica en el tango”. Fue un escándalo terrible. Nos querían pegar. “Vos estás loco”…
Piazzolla, no hace falta recordarlo, decía las cosas con toda crudeza. Suele interpretarse que las siete operaciones que soportó en la pierna derecha templaron su carácter desde la infancia. Por eso fue el zurdito peleador en New York, el “lefty”, y luego el polemista iracundo contra periodistas y músicos. A los primeros los trataba de ignorantes y a sus colegas los acusaba de comerciantes.
-¿A vos te reprochaba que tocases un estilo tradicional con Los muchachos de antes o que grabaras los tangos de ritmo europeo con tu seudónimo de Alain Debray?
-Mirá, mí me respetaba porque yo hablaba con él de igual a igual. Quizás porque los dos éramos provincianos, no sé. Pero teníamos un trato muy macanudo. Yo lo admiraba y lo sigo admirando por su capacidad y su conocimiento musical. Me arrodillaba y me sigo arrodillando ante su obra. Lo que dejó hecho es algo impresionante.
Una de esas grandes creaciones de Astor Piazzolla fue el Concierto para bandoneón y orquesta. Esa obra años después fue transcripta para bandoneón, guitarra y contrabajo por Malvicino, que la grabó con Leopoldo Federico y Adalberto Cevasco:
-Ah, sí… Con el gordo Federico decíamos que le quisimos sacar la peluca al concierto.
Cuando le decimos a Horacio que el leit motiv del concierto es casi igual a la melodía de Flaco Aroldi, un hermoso tango de Astor, confiesa que más de una vez descubrió alguna travesura de Piazzolla:
-Yo tenía mucha confianza con el Tano, como para poder decírselo ¡Y yo se lo decía! “Che, esto me suena parecido a tal otra cosa”. Y él me miraba con una mirada especial, con ojos de pícaro.
Picardías hay muchas en la entrañable relación de Horacio Malvicino con Astor Piazzolla a lo largo de los años. Y el relato de Malveta es inagotable:
-Habíamos viajado a París. Y el productor nos había metido en un hotel de mala muerte, de lo peor que vi en mi vida. Y resulta que nos quería saludar el embajador argentino. Entonces le dije a Astor que fingiéramos que estábamos alojados en un hotel lujoso, que estaba a una cuadra ¡No podíamos recibirlo en esa pocilga en la que estábamos! Nos fuimos al hotelazo ese, que tenía una gran escalinata, y esperamos en el bar tomando un par de whiskys. Cuando llega el coche de la embajada salimos y nos fuimos a comer a la casa del embajador. Después de la cena, como insistió en llevarnos de regreso, nos bajamos en ese mismo hotel lujoso y empezamos a subir las escaleras, despacio, haciendo tiempo. Pero el embajador no se iba, esperaba educadamente que entrásemos. ¡Y cuando llegamos arriba de todo, las puertas estaban cerradas, porque ya era de madrugada y no había nadie del otro lado ¡Y el embajador que no se iba! Por suerte vimos a un tipo de limpieza, le golpeamos el vidrio y con una excusa cualquiera entramos. Recién entonces arrancó el auto del embajador y nosotros salimos a escondidas para ir al hotel de mala muerte en el que estábamos alojados… ¡Astor me puteó todo el camino!
Cuando en la entrevista que hicimos por zoom le mostré a Horacio el disco The Central Park Concert, no vaciló:
-Vos sabés que ese es uno de los mejores discos de Piazzolla. Y si no es el mejor, le pega en el palo. Como tocamos ese día, fue algo increíble. Yo no sé qué nos insuflaron antes de subir, todos tocamos con una polenta bárbara. Eran las cinco de la tarde y estaba lleno de gente de toda índole. Fue un éxito bárbaro. Y me llevé una de las sorpresas más grandes de mi vida, porque cuando bajé había un tipo hablando en inglés tratando de hacerle entender a uno de los muchachos que no hablaba inglés que a él le gustaba Piazzolla. El tipo vivía enfrente, cruzó la avenida y se vino hasta la mitad de la plaza… Era John Lennon.
Muy distinto era el ambiente de aquella otra actuación, una noche de 1973, en el Teatro Odeón que estaba en la calle Esmeralda casi Corrientes. Éramos muy pocos en la sala, porque Piazzolla carecía del reconocimiento que hoy se le brinda.
Pero la función quedó en la historia, por la improvisación del pianista Osvaldo Tarantino en el final de Otoño porteño, que hoy es objeto de culto en las grabaciones del quinteto. Recordando ese momento, Malvicino no vacila en afirmar:
-¡Tarantino! Es una pena, porque Taranta tuvo que cargar con ese problema del alcohol, que le creó una mala fama injusta, inútil… Te digo desde ya, en el tango y de lo que yo conozco y por los años que tengo, no he visto a nadie que sea capaz de improvisar como él improvisaba en un tango y sin perder el feeling, el swing tanguero.
-Porque Tarantino tenía la mugre del tango, como dicen ustedes.
-¡Claro, tenía la mugre del tango! Y esa improvisación yo se la escuchaba todas las noches y siempre hacía algo diferente, ponía algo, sacaba algo… Y salía por cada lugares que vos no lo podías creer…
Ahí está Horacio Malvicino, en su despacho de presidente de la Asociación Argentina de Intérpretes. El protocolo al que nos obliga la pandemia pone la distancia del zoom, pero la comunicación digital se carga de emoción. Por las anécdotas risueñas y también por el dolor del final.
En 1989 Piazzolla cerró la etapa de su último conjunto, el opaco Sexteto. Y la despedida fue muy amarga:
-Sentado en el primer asiento del micro, se levantó en silencio y sólo a mí me miró y me dijo “Chau Tano”… Y se fue. Realmente de eso no me voy a olvidar nunca en mi vida.
Ahora, dentro de pocos días, en el Teatro Colón, Malveta volverá a tocar los acordes clásicos del repertorio de Astor. Lo vive con una mezcla de emociones:
-Por un lado, tengo un miedo espantoso de equivocarme, porque se me van las notas pensando en el Tano y me pongo mal ¡La música de Piazzolla es muy difícil! Y él era tan especial que el solo hecho de pisar mal una cuerda era motivo suficiente para que te fulminara de costado con la mirada.
De Concordia al Bop Club Argentino, de Alain Debray al Central Park, a sus 91 años Horacio Malvicino le pone un acorde final a la crónica:
-Desde que era chico, cuando me contaban que cuando uno se moría se iba al cielo donde se encontraba con el padre, con la madre, con los amigos, siempre me sigue quedando la ilusión infantil que el día que me toque irme, cuando llegue a donde tenga que llegar, yo voy a preguntar dónde está el Tano…
Antes de eso, el jueves 18, se van a encontrar en el Colón.
Y nosotros aplaudiremos de pie.
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