La historia de la ESMA antes de convertirse en un centro de exterminio: rendiciones, lealtad a Perón y traiciones

Lo que ocurrió en la Escuela de Mecánica de la Armada, antes de la trágica marca de haber sido un centro de detención clandestina y tortura, encierra una historia que va desde una sublevación desarticulada gracias al ingenio de un general leal a Perón al levantamiento de un grupo de suboficiales dispuestos a ponerse a las órdenes del expresidente que retornaba del exilio tras 17 años

Guardar
La Escuela de Mecánica de
La Escuela de Mecánica de la Armada

Los conflictos entre peronistas y antiperonistas iban en espiral ascendente. Sin embargo, nadie esperaba que aquel martes 16 de junio de 1955, desde el balcón de la Casa Rosada, Juan Domingo Perón viera aquella escena de hierros retorcidos, carne humana humeante, sobrevivientes escapando y tableteos de ametralladoras que no cesaban.

-Hágase cargo Lucerito -le dijo Perón al ministro de Ejército general Franklin Lucero.

Habían pasado cuarenta minutos del mediodía. Toneladas de bombas lanzadas por la aviación naval habían sembrado la muerte. Por muchos años no se sabría la cifra precisa de las víctimas fatales de aquel bombardeo: 308. Los aviones habían partido de Punta Indio, una base de la Armada.

El contralmirante Aníbal Olivieri llevaba cuatro años al frente del Ministerio de Marina y, hasta ese día se mostraba leal a Perón. Pero tenía un rol clave en la conspiración: conducir a los infantes de marina que, desde la parte sur, avanzarían hacia la Casa de Gobierno.

Con la excusa de una supuesta enfermedad, Olivieri se había quedado en el Hospital Naval, ubicado en Retiro. Como una mueca del destino, ese centro de salud había sido inaugurado por Perón en 1947. Ocho años después era el centro de operaciones para derrocarlo.

El bombardeo a la Plaza
El bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junjo de 1955

Las dos compañías de infantes de marina que intentaban acercarse a la Casa Rosada encontraron una fuerte resistencia del regimiento de Granaderos a Caballo. Los jefes de la conspiración sabían que las únicas fuerzas cercanas que podían reforzar el ataque y derrocar al gobierno estaban en las 17 hectáreas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en la Avenida del Libertador, muy cerca de la General Paz.

Olivieri mandó a un oficial naval vestido de civil para convencer al capitán de Navío Ernesto Cordeu de que transportara al menos un par de compañías del millar de hombres que tenía la ESMA. Olivieri lo había llamado antes para darle la orden y, sin embargo, Cordeu se mostraba vacilante.

El general Fatigati marcha sobre la ESMA

Los mandos leales a Perón no tenían precisiones sobre qué harían los mandos de la ESMA aunque no dudaban de que el avance de esa unidad naval convertiría la Casa Rosada en un pandemonio. Por eso, el jefe del Ejército, José Molina, supo que debían impedir el avance y para eso convocó al general Ernesto Fatigati, jefe de la Primera División Motorizada, integrada por los regimientos I y II con sede en Palermo y el III, ubicado en La Tablada.

Fatigati era infante, deportista, eximio tirador, aunque para armas de puño debía disparar con la izquierda ya que su mano derecha había quedado muy dañada en un ejercicio con explosivos muchos años atrás.

El plan era simple. El Regimiento I avanzaría por Santa Fe – Cabildo – Maipú y atacaría por el flanco norte a la ESMA, ubicada en avenida del Libertador casi General Paz. El Regimiento II iría precisamente por Libertador y luego se acercaría al río de la Plata para atacar por detrás.

Antes de que las tropas partieran, Fatigati las arengó:

Mentras los soldados subían a los camiones para lo que podía ser presidente constitucional Juan Domingo Perón.MiM

El general Ernesto Fatigati y
El general Ernesto Fatigati y Juan Domingo Perón

Mientras los soldados subían a los camiones para lo que podía ser una durísima batalla, Fatigati decidió una jugada arriesgada: llamó al conductor de una moto con sidecar, se sentó en él y por detrás lo acompañaron un par de oficiales de su confianza en un jeep.

Fatigati tenía presente una imagen del movimiento militar del 4 de junio de 1943. En aquella fecha el GOU (Grupo de Oficiales Unidos), que tenía a Perón como uno de los líderes indiscutidos, había derrocado al gobierno de Ramón Castillo. Para algunos se trató del fin de la Década Infame. Para otros apenas un golpe militar.

En aquella oportunidad, el entonces coronel Eduardo Ávalos, jefe de la guarnición Campo de Mayo, fue al frente de un contingente hasta la ESMA y le pidió a su jefe, Fidel Anadón, que se plegara al movimiento militar. El capitán de Navío Anadón se negó y se inició un intenso intercambio de fuego que, en algo más de media hora, dejó una treintena de muertos y un centenar de heridos. Anadón no tenía fuerzas como para resistir un asalto y se rindió a Ávalos.

Con el correr de los días se decía que había faltado paciencia, que podían haberse evitado el enfrentamiento y las muertes.

Fatigati, mientras avanzaba sentado en el sidecar, sabía que ese precedente era clave para su desempeño. Al llegar a la ESMA enarboló un pañuelo blanco y muy decidido ingresó a la unidad acompañado por dos oficiales. Le dijo al capitán de Navío Cordeu que tenía tres unidades militares desplegadas alrededor. En realidad, eran dos. Pero lo más importante fue su tono dialoguista. Destacó que no quería dañar “el honor de la Armada” y que le pedía el compromiso de no sacar efectivos a la calle para plegarse al golpe sedicioso.

Cordeu estaba acompañado por el resto de los mandos de la ESMA y por algunos oficiales y personal de tropa.

El general Perón y una
El general Perón y una condecoración para Fatigati

En diálogo con Infobae, el hijo del general Fatigati -también llamado Ernesto- menciona un detalle que su padre le contó años después:

-En el hall de la ESMA, mi padre explicó su misión con voz muy fuerte, porque estaba convencido de que la oficialidad quería salir (cumplir con el pedido de Olivieri). Es más, percibía que muchos de ellos querían tomarlo prisionero. Pero al hablar en voz muy alta lo escuchaban también muchos suboficiales, que eran pro gobierno de Perón, de modo que, si Cordeu no aceptaba su propuesta, podría fomentarse algún conflicto interno.

Finalmente, el director de la ESMA decidió no plegarse a la sublevación:

-Capitán, lo felicito por su decisión, no se va a arrepentir de ella -le contestó Fatigati según el relato del historiador Isidoro Ruiz Moreno, insospechable de simpatizar con Perón y su causa.

Olivieri insiste y se rinde

El ministro de Marina, mientras tanto, se había recluido con algunos efectivos navales en el edificio de su cartera, ubicado detrás de la Casa Rosada, cerca del Correo Central.

Fatigati no solo había evitado que corriera sangre. Volvió con sus tropas a Palermo y se reportó al jefe del Ejército. El general Molina le dio una nueva misión.

-Vaya a atacar al Ministerio de Marina desde el lado de Retiro.

El ministro Olivieri sabía por entonces el tendal de muertos que había dejado la aviación naval. También tenía presente que su intento de copar la Casa Rosada había fracasado y había sumado nuevas víctimas. Ahora solo podía ganar tiempo o esperar una ayuda que le permitiera salir de ese edificio cada vez más asediado por tropas leales.

-¡Cordeu, no nos deje solos! -así lo cita a Olivieri el historiador Ruiz Moreno- y agrega que el ministro de Marina no sabía del compromiso que Cordeu, jefe de la ESMA, había tomado con Fatigati.

En pocas horas, Olivieri se rindió.

Ernesto Fatigati hijo refiere otra anécdota ilustrativa:

-El Almirante Olivieri va preso al Comando de la Primera División de Infantería, en Palermo. Allí se corrían rumores de todo tipo que incluían hasta el fusilamiento de los sublevados. Como Olivieri estaba incomunicado, mi padre lo hizo llamar y le dice: “Mire Olivieri, hablé con Perón y no va haber ningún fusilamiento, o sea que llame a su familia desde mi despacho, para darles tranquilidad. Como usted está incomunicado, yo me retiro unos pasos, pero me quedo en mi despacho mientras habla”.

Tras el golpe de Estado
Tras el golpe de Estado a Perón, Fatigati fue pasado a retiro y estuvo preso un tiempo. Con el retorno de Perón al gobierno, estuvo al frente de YPF

El relato de padre a hijo incluyó algo que ilustra las historias de ocultamientos y traiciones en esta historia.

-Pues bien, quién se enteró de ese permiso de Fatigati a Olivieri y se lo recriminó de modo enfático fue el almirante Isaac Rojas. ¡Si señor! Por si no lo sabían, el almirante Rojas fue un “rígido peronista” hasta el último segundo

Olivieri fue expulsado de la Armada y sometido a un Consejo de Guerra. Sin embargo, tres meses después, un nuevo movimiento militar derrocó a Perón. Olivieri fue restituido como oficial naval y nombrado nada menos que representante argentino ante las Naciones Unidas.

En cuanto a Fatigati, continuó leal a Perón. Ofreció ir con los tres regimientos a su cargo hasta Córdoba, foco principal de la rebelión del 16 de septiembre. Sin embargo, su propuesta no fue aceptada.

Tras el golpe de Estado a Perón, Fatigati fue pasado a retiro y estuvo preso un tiempo. Con el retorno de Perón al gobierno, estuvo al frente de YPF.

La ESMA, Perón y un levantamiento en 1972

A Julio Urien, sus compañeros de camada le decían “el Caballo”. Era alto y encarador. Provenía de familia militar y en 1971 había viajado por el mundo como hacen todos los cadetes navales en el último año.

Su primer año como Guardiamarina -el primer grado en el escalafón de la oficialidad- fue en un país turbulento. Los ejercicios incluían vejaciones a los propios oficiales para estar a tono con las luchas que podían esperar. Y no solo eso: Urien había participado de, por ejemplo, la simulación de una toma de fábrica por parte de obreros (una parte de los marinos hacía de trabajadores) que debía ser conjurada por la fuerza.

Más grave resultó que el 22 de agosto de ese 1972, en la base naval de Trelew, un pequeño grupo de oficiales y suboficiales había recibido la orden de fusilar a 19 detenidos, que se habían entregado tras fugarse del penal de Rawson.

Julio César Urien
Julio César Urien

En medio de ese clima, Urien había comenzado a frecuentar a un sacerdote del Tercer Mundo que, a su vez, le permitió entrar en contacto con militantes de Montoneros.

Empezaba la primavera y a Urien lo trasladaron de Puerto Belgrano a la ESMA.

Junto a otros jóvenes oficiales y suboficiales tramaron un plan audaz: sublevar la tropa justo el día en que Perón volvía a la Argentina, el 17 de noviembre. Parecía inverosímil, pero ese operativo se puso en marcha con toda la discreción necesaria para evitar que los mandos de la ESMA se enteraran.

Tiempo de descuento

-Si aparecen y preguntan, ya saben: seguimos ensayando.

Le dijo Julio Urien al grupo de suboficiales de la ESMA con los que solía hacer prácticas de seguridad del cuartel. Pero esta vez el ensayo era otro: para poder reunirse y charlar con los soldados y suboficiales que se iban sumando a su proyecto, habían formado un conjunto folklórico.

“Eran se, eran sesenta valientes/ los sese… los sesenta granaderos/ Quiero elevar mi canto/ como un lamento de tradición/ para los granaderos que defendieron a mi nación/ Pido para esos hombres que los bendiga nuestro señor...”

Cuando paraban con la música, seguían la discusión:

-Miren muchachos, nosotros somos pueblo y cuando vuelva el general Perón, después de diecisiete años, tenemos que estar con el resto del pueblo. ¿O no somos leales a Perón?

Julio Urien como Guardiamarina
Julio Urien como Guardiamarina

Urien redactó un volante para que circulara entre los más convencidos que decía, entre otras cosas: “Nos amparamos en la Constitución cuando dice que el pueblo debe levantarse en armas en su defensa cuando alguien traiciona a la Patria. Con esa decisión, vamos a mostrar que muchos hombres de armas no somos cipayos, como no lo fueron los caudillos federales, Quiroga, Dorrego, Rosas, Chilavert, Savio y Mosconi, como el general Valle y los suboficiales cobardemente fusilados por Aramburu”.

El 17 de octubre, dado que el peronismo se movilizaba y faltaba un mes para el regreso de Perón, la ESMA amaneció con guardias reforzadas por todos lados. Había retenes visibles con fusil y bayoneta, así como pelotones móviles escondidos para reprimir.

En treinta días, iban a tomar las instalaciones de la ESMA, se irían con armas y camiones hasta Lomas de Zamora, que estaba cerca de Ezeiza, donde llegaría Perón. Las armas serían, en el plan, para el pueblo.

Complicaciones

Perón no tenía idea del levantamiento. Además, en la ESMA habían detectado los movimientos del grupo insurgente. Los mandos habían hecho detener conscriptos y suboficiales a los que interrogaron al respecto. Por suerte para Urien y los suyos, ninguno estaba involucrado, pero no querían dar vuelta atrás.

El 15 de noviembre, un pelotón de oficiales y suboficiales se presentó en la cuadra de la compañía donde estaba Urien, a cargo ese turno de guardia de la ESMA. Les sacaron todas las armas portátiles sin dar explicaciones “por orden de la superioridad”.

Al mismo tiempo, dos suboficiales del “estado mayor” de Urien eran llevados a los calabozos. La dirección de la ESMA sabía que había una sublevación en marcha.

La suerte estaba echada. Eran casi las ocho de la noche del día 16. Urien reunió a una treintena de sus hombres y les advirtió que, o se entregaban o se jugaban una carta difícil.

Salvo uno, todos quisieron seguir adelante. El cabo que prefirió salir, fue maniatado y encerrado en un baño.

Urien iría al Casino de Oficiales para husmear qué había pasado con los dos detenidos. Si habían delatado, lo tomarían preso.

-En ese caso, sigan ustedes con el plan.

El complot era ambicioso: copar la guardia, después el casino de oficiales y, con el cuartel neutralizado, un grupo cargaría las armas y alinearía los camiones, mientras otros tratarían de sumar a los que no estaban al tanto.

En un par de horas saldrían encolumnados por la General Paz. A esa altura, Perón estaría viajando a la Argentina después de 17 años de exilio.

Urien detenido, y la ESMA fue tomada

Uno de los suboficiales detenidos dio los detalles de la sublevación y cuando Urien llegó al Casino de Oficiales fue encañonado por un oficial.

El jefe de la sublevación entregó su pistola. Sin embargo, los sublevados tenían la sorpresa a favor y redujeron a los guardias sin disparar un tiro.

-¿Así que vos sos el jefe de una sublevación? ¿Con quién estás, hijo de puta? -interrogaban a Urien mientras el levantamiento no se detenía.

Al llegar a la guardia central, encontraron resistencia. El cabo Juan Luis Contreras -que no tenía idea de la insurrección- cayó muerto. La guardia estaba rodeada por un poder de fuego superior: el jefe dio la orden de rendirse:

-No tiren más. Nos entregamos.

Con la guardia tomada, todo les resultó más fácil. El próximo paso fue el Casino de Oficiales.

Cuando escucharon el último tiroteo, los oficiales del casino se apostaron en las ventanas con las pocas armas que tenían al tiempo que daban aviso telefónico a los jefes navales y a la policía.

A esa altura los sublevados eran alrededor de trescientos.

El regreso, luego de 18
El regreso, luego de 18 años de exilio, de Domingo Perón a Argentina en el que José Ignacio Rucci sostiene el paraguas para protegerlo de la lluvia. También se distinguen José Lopez Rega e Isabel (Foto: Domingo Zenteno)

Los fogonazos y ruidos de disparos no alertaron en lo más mínimo a los vecinos de Núñez. Era normal en un cuartel. Los patrulleros policiales que llegaban eran invitados a entrar y los desarmaban. En total fueron 13 móviles policiales.

Los sublevados pidieron la liberación de Urien y amenazaban con fusilar prisioneros.

El capitán de navío Fernando Romero, director de la ESMA recibió instrucciones del almirantazgo: la Armada no iba a ceder.

Los sublevados sabían que no podían entrar a los tiros en el Casino. Con miles de fusiles, armas pesadas y vehículos se decidieron a salir.

-Encolumnen los vehículos en la puerta. Dejen a los prisioneros, salvo al comandante del batallón y al segundo; a esos los llevamos con nosotros. Y que todos nuestros hombres estén preparados para el combate. ¡Viva Perón! -dijo el que había tomado el mando en reemplazo de Urien.

Salieron a la avenida Libertador.

-Vamos a Lomas de Zamora y nos atrincheramos allá.

El convoy avanzaba a ritmo lento por la avenida General Paz casi desierta sin que los policías federales y provinciales que estaban alrededor opusieran resistencia. Por primera vez desde el derrocamiento de Perón, una unidad de combate de la Marina de Guerra desertaba de sus mandos.

Eran la dos de la madrugada del viernes 17 de noviembre. El avión que traía a Perón estaba en camino.

Los mandos de la ESMA enviaron un par de camionetas con oficiales y suboficiales para enfrentar a los centenares de sublevados. Las unidades del Ejército, alertadas, iban en busca del convoy.

Fue apenas una cuestión de horas: los sublevados se entregaron en la madrugada. En contraste, decenas de miles de peronistas iban a pie a Ezeiza a buscar a Perón. Sorteaban pinzas militares, cruzaban el río Matanza con el agua en la cintura. El operativo de la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse había movilizado 30.000 efectivos militares.

Perón aterrizó a las 11.08 de aquel lluvioso 17 de noviembre. La foto del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, enarbolando un paraguas al lado de Perón, recorrió el mundo.

Tanto Urien como la mayoría de los jóvenes oficiales y suboficiales insubordinados fueron presos al penal militar de Magdalena. Meses después, con la amnistía dispuesta por el Congreso Nacional, fueron liberados.

Centro de exterminio

Durante la última dictadura, junto con “El Campito”, que funcionó bajo la órbita del Ejército en el predio de Campo de Mayo, el de la Escuela de Mecánica de la Armada fue uno de los mayores centros clandestinos de detención y tortura. Se estima que entre 1976 y 1983 allí fueron llevadas, encerradas y torturadas más de 5.000 personas. La enorme mayoría permanece desaparecida.

Allí funcionó también una de las tres maternidades clandestinas que el Terrorismo de Estado instaló en la Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires para que dieran a luz las mujeres secuestradas que estaban embarazadas. En la mayoría de los casos, esos bebés fueron apropiados. Las otras dos funcionaron en el Hospital Militar y en el centro clandestino de detención y tortura conocido como “El Pozo de Banfield”. A esos tres lugares también eran derivadas las secuestradas en otros centros clandestinos cuando ya estaban sobre la fecha de parto.

Por su grado de sofisticación y por la cantidad de parturientas que pasaron por ella, la maternidad clandestina de la ESMA se transformó en una referencia dentro del aparato de la represión ilegal y el plan sistemático a apropiación de bebés, a tal punto que el segundo al mando de los grupos de tareas del centro clandestino, el capitán Jorge “El Tigre” Acosta se refería a ella con orgullo como “La Sardá”, equiparándola a la maternidad pública de la ciudad de Buenos Aires.

Existen testimonios de que el centro clandestino de la ESMA siguió funcionando durante un breve período, con muy pocos detenidos desaparecidos cuya suerte no se había decidido incluso después de recuperada la democracia en diciembre de 1983.

Guardar