Daniel Maman dice que estuvo muerto. El 13 de enero de 1983 manejaba su BMW de Colonia a Punta del Este, en donde lo esperaba quien todavía era su novia y ha sido “su mujer de toda la vida”, Patricia Pacino. Llevaba en el asiento trasero diez cajas con botellas de champagne: había mucho para festejar además del reencuentro. Acababa de cumplir 27 años y hacía unos meses había abierto su primera galería de arte, Esmeralda, junto al multifacético director y productor Gerardo Sofovich. Después de mucho patear la calle con los cuadros debajo del brazo, el sueño cumplido del local al público parecía un punto de llegada, una confirmación de que no había errado el oficio.
Antes del puente de la entrada a Montevideo, el auto dio cinco vueltas en el aire y el cuerpo de Maman salió despedido por el parabrisas. Lo siguiente que recuerda es la sala de desahuciados del Hospital de Clínicas de la capital uruguaya: “Me veía desde el techo, canalizado y atado a una camilla, y me insultaba, me decía a mí mismo ‘¿Qué hacés acá? ¡Despertate!’”. Cuando finalmente volvió en sí, la que pronto se convertiría en la madre de sus hijos Federico y Lucía, y también en su mejor socia, le sostenía la mano. Lo atravesó una certeza que lo acompaña hasta hoy: “Uno se va cuando ya no tiene más nada por hacer. Y en ese momento yo supe que tenía muchísimo por delante”.
En total, Daniel Maman cumple este año 45 desde que en 1976 un cliente al que le vendía libros de colección lo convenció de que lo suyo era el arte, pero sería injusto definirlo solo como un marchand. A sus 65, sentado en la oficina del primer piso de la galería con su apellido que abrió en plena crisis de 2001 sobre la Avenida del Libertador, asegura: “A mí todavía me quedan por hacer muchas cosas”. Entonces queda claro que este hombre que trabajó cerca de los mayores artistas argentinos, se codeó con presidentes, viajó a China junto a Franco Macri, tiene en su agenda a algunas de las figuras más poderosas de la cultura, la sociedad y el espectáculo nacional, y es uno de los pioneros del Art District de Miami, no es un galerista, ni un empresario, ni un distribuidor de arte. Daniel Maman es un hacedor; o, como lo define su mujer: “Daniel es un loco, un loco de los grandes proyectos”.
- Cuando empezaste a vender cuadros tenías 20 años. ¿Cómo un chico de esa edad que no estaba relacionado con el arte logra entrar en un mundo tan ajeno y exclusivo?
- Yo empecé llevando la obra en colectivo. En esa época vendía libros de colección y una noche llegué tarde a cobrarle una cuota a un cliente. Nos quedamos charlando. Me dijo: “Vos tenés que vender cuadros”. Le dije que yo de eso no entendía nada, pero salí de esa casa sabiendo que iba a vender arte el resto de mi vida. Entonces le pedí a mi papá que me presentara a Alvaro Castagnino, el hijo de Juan Carlos. El apostó desde un primer momento a mí, me dio cuadros en consignación cuando yo ni siquiera podía asumir el costo de lo que me daba. No tenía ni para tomar un taxi y llevar los cuadros: me subía al colectivo y ponía la obra atrás del asiento del colectivero para cuidarla.
- ¿Cómo llegaste a tener clientes que confiaran en vos?
- Siempre tuve facilidad para las relaciones con la gente. Y me fui cruzando con personas que me abrieron puertas, como Carlos Pedro Blaquier, el coleccionista más importante de arte argentino, que me conoció cuando recién empezaba, pero valoró que ya tuviera un ojo especial para darme cuenta de la calidad de la obra.
- Hasta que pudiste abrir tu primera galería propia, ¡con Sofovich! ¿Cómo lo conociste?
- Por su abogado. Nos llevábamos muy bien, cuando lo conocí ya compraba arte. Con Esmeralda tuvimos un éxito enorme, pero mi presencia ahí duró menos de un año. Y en 1988 abrí Mani Man con un coleccionista. También estuve solo un año, porque nació mi hija Lucía y quería estar más con los chicos. Así que volví a trabajar desde mi casa. Vivíamos en un departamento alquilado donde había obra hasta en el baño.
- Tuvo que pasar más de una década para que volvieras a tener una galería a la calle.
- En el 2000 pensé de nuevo en tener una gran galería, pero no encontraba el espacio. Hasta que pasé por este lugar en Libertador que era una agencia de autos. Ya son veinte años acá, que coinciden con los veinte del Malba, a la misma altura pero sobre Figueroa Alcorta. Cuando puse esta galería todo el mundo me decía que estaba loco, porque era irse de la zona donde estaban todas las demás. Pero no me importaba el lugar, sino el espacio: me interesaba que los artistas pudieran exponer sin limitaciones.
De Soldi a Mondongo
Maman es minucioso, detallista. A veces, cuando no recuerda un dato, llama a Rita, su asistente todoterreno, para que haga memoria con él. O le pregunta por chat a su mujer que está en Miami. Dice que no se acuerda de cuál fue el primer cuadro que compró. Pero sí de cómo fue forjando una relación con los artistas hasta entenderlos y quererlos. Y de cómo logró “generar entusiasmo en gente que nunca había pensado en un cuadro y después se transformó en coleccionista”.
- ¿Cómo aparece esa sensibilidad que te hace ver que eso que un artista a veces tiene tirado en un galpón puede llegar a ser algo grande?
- Vino conmigo. No sabía que lo tenía y se despertó. Una de las maneras de aprender es mirar mucha obra. Y yo tuve la suerte de poder estar al lado de los artistas en el momento de la creación. Fui muy amigo de Raúl Soldi cuando estaba en su esplendor. Lo veía tres veces por semana en su casa taller en Núñez, y varias me retrató. Prácticamente me encargué de hacer su fundación en Glew, porque conseguí la mitad sin que pusiera plata. Cuando la inauguró me invitó a llegar con él en un carruaje y subir al escenario. Me insistió: “Vení conmigo porque sos tan responsable de esto como yo”. Yo era un chico y ese fue el primer gran reconocimiento que tuve como marchand.
- ¿La obra de qué artistas te enorgullece haber impulsado?
- Con Norberto Gómez me pasó que tenía todas sus obras de la dictadura en un depósito y, cuando fuimos, las vi a contraluz al bajar las escaleras y le dije: “Es extraordinario”. El me contesta: “¿Esto te parece extraordinario?”. Y yo: “¿'Esto’ le decís a tu obra? ¡Es increíble!”. Y pudimos hacer una muestra antológica que nadie se había animado a hacer en la Argentina, calculo que por miedo. Tuve la suerte de trabajar con los mejores artistas argentinos, como Rómulo Macció, con quien inauguramos la galería; con Nicolás García Uriburu; con escultores fabulosos como Hernán Dompé y Raúl Farco; con Alicia Penalba; Aldo Sessa; Miguel Caride; Tatato Benedit; que me presentó a su vez a Pablo Suárez.
- ¿Y con el grupo Mondongo? Con ellos estuviste en sus comienzos.
- Sí, ellos hicieron su primera muestra en la galería y también su primera puesta en el exterior conmigo, en la Casa de América, en Madrid, que fue lo que les abrió las puertas a nivel internacional. Nosotros salimos del hotel a la exposición -que inauguró Cristina Kirchner como senadora, porque estaba en España con Néstor que era presidente- y no nos conocía nadie, y al volver después de la muestra con Manuel (Mendanha) y Juliana (Lafitte), que hoy siguen haciendo obra para Mondongo -Agustina Picasso, que dejó el grupo, se alojaba en el Ritz-, el recepcionista nos dice: “¿Cómo no nos dijeron quiénes eran? ¡Ustedes están en cadena nacional!”. Me han venido a entrevistar estudiantes de Marketing para que les explicara cómo en un año gente que no era conocida terminó en el programa de Susana Giménez y en las tapas de las revistas.
- En 45 años habrás estado cerca del poder político en varias oportunidades.
- Yo viajé a China en 2005 con Franco Macri, que era Embajador de Negocios Chino para Latinoamérica. China hacía años culturales con otros países y Franco, que conmigo se comportaba más que como un padre, me dio la posibilidad de ir al Palacio del Pueblo a conocer al vicepresidente chino y llevarle esa propuesta. Vino Daniel Scioli, que era vicepresidente, y cuando volví me llamó Pepe Nun, que justo acaba de morir, él era el secretario de Cultura de Kirchner. Me trajeron una carta firmada por el presidente y por su entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, en la que me nombraban a cargo de la organización del Año Cultural Argentino en China, que significaba no solo artes plásticas, sino ballet, tango, literatura, música... Y bueno, la carta la conservo. Trabajé un par de meses, pero se hizo inviable. Creo que si hubiésemos aprovechado esto, tanto con el gobierno de Kirchner, como con el de Mauricio Macri, que también me puso a cargo del tema junto a su ministro Hernán Lombardi, podríamos haber generado miles de puestos de trabajo y millones de dólares de ingresos para la Argentina. Dos veces perdimos esa oportunidad y no sé si habrá una tercera. Con Mauricio llegamos a firmar un acuerdo con el presidente Xi Jinping para hacerlo en 2022. Pero Argentina nunca pudo avanzar en el desarrollo de sus industrias culturales. Las artes plásticas tampoco fueron nunca una política de Estado, por algo no tenemos una Ley de Mecenazgo.
Amalita, Miami y Maradona
El día de la producción se pone un traje de lino y un cinturón de Hermès. Pero, para todos los días, ya no le gusta esa formalidad. Usa remeras de cuello redondo y zapatillas (“Me acostumbré en Miami”, dice). Si está en Buenos Aires, dos veces por semana va religiosamente a jugar al fútbol a la Quinta de Amigos con Nacho Viale, Hernán de Laurente, Nacho Munafó y otros nombres del círculo íntimo de Marcelo Tinelli, que en su momento presentó su fundación en la galería. “Yo llegué a la quinta por Fede Ribero, esa era la quinta de Fede: él era el alma de ese lugar y de alguna manera sigue estando entre nosotros”, dice Maman, que todavía se emociona al hablar del recordado empresario que murió en 2013 después de una ejemplar pelea contra el cáncer de pulmón.
- Debe sonar raro cuando decís que te tenés que ir temprano de una muestra porque tenés partido… ¿Qué tienen en común el fútbol y el arte?
- ¡Todo! El fútbol es arte. Gracias a la Quinta y a Fede jugué con profesionales como Enzo Francéscoli, el Pocho Lavezzi. ¡En la casa de Marcelo jugamos con Maradona! Me hizo hacer dos goles y yo le hice hacer dos goles a él… Haber visto jugar a Diego en vivo no es distinto de ver a un artista en el proceso de creación.
- Otro de tus amigos de alto perfil es Jorge Lanata. Él es coleccionista, ¿lo conociste como cliente?
- Con Jorge nos conocimos en Miami, cuando él estaba con el proyecto de vivir allá. Pero no fue como cliente: él ya compraba hacía años y sabía. Nos dimos cuenta de que teníamos mucho en común: el interés por el arte, por la política, los códigos, una forma de vida, pero, sobre todo, que los dos empezamos de la nada. Nos pasamos horas charlando y aconsejándonos sobre nuestras vidas. Con él hicimos por dos años junto a Patricia en la radio un ciclo de arte. También tuvo un espacio en PPT dedicado a los grandes maestros. Nunca en la historia de la televisión un programa en el prime time le había dado lugar al arte.
- ¿Te interesa la difusión más allá del negocio?
- Creo que el arte es para todos. No todo el mundo puede comprar, pero el papel de un marchand tiene que ver con la formación. Acá hemos hecho inauguraciones a las que han venido 4000 personas. Recuerdo una muestra con los almanaques originales de Molina Campos para la que trajimos una carreta de 1850 con un gallo y seis bueyes y al ballet Brandsen, que bailó en el medio de Libertador. Desde Amalita Fortabat -a la que le vendí el 30% de su colección- hasta las mucamas de los edificios de la zona estuvieron en la calle admirando el ballet y mirando los originales de Alpargatas de Molina Campos. O cuando hicimos La Plaza de las Esculturas en la Plaza Rubén Darío, al lado del Museo Nacional de Bellas Artes, por donde pasan millones de personas por semana. Me costó años y peleas con muchos secretarios de Cultura porteños hasta que le llevé el proyecto a Lombardi y pudimos inaugurarla con Macri, que entonces era Jefe de Gobierno, en una muestra con 30 esculturas monumentales de Bastón Díaz.
- En todos estos años habrás vivido éxitos y fracasos.
- Claro, siempre aposté, y a veces no me fue tan bien. Tuve otras dos galerías con las que empecé súper entusiasmado y que cuando se terminaron borré de mi cabeza, porque siempre estoy pensando en lo que sigue. Una, en el Palacio Duhau: a mí se me ocurrió ponerle “Paseo de las Artes” a ese pasillo que tiene en el subsuelo. Pero estuve tres o cuatro años y me fui porque no funcionó. También tuve dos o tres años una galería en la calle Arroyo donde hice grandes muestras, y cerré porque perdía plata; igual que con la de Punta del Este, que tenía abierta todo el año y sostuve todo lo que pude porque creía en el proyecto cultural, pero era una máquina de perder plata. Yo me compré y reciclé el mejor departamento de la Argentina y lo convertí en un lugar de debate en donde cada dos semanas reunía a las personalidades más destacadas del país. Y lo tuve que vender para abrir esta galería. Entonces, para mí la plata es el tren ese que vos te tomás y sabés hasta dónde tenés que llegar y dónde te tenés que bajar, un instrumento. Lo importante son los proyectos.
– ¿Y cuáles son tus proyectos ahora?
– Seguir haciendo lo que amo. Esta galería somos nosotros cuatro, con mi mujer y mis dos hijos. Fede tiene un talento especial para los negocios y para conectar con la gente, y hoy está muy ligado al mercado de lujo. Y Lucía, que tiene su taller en Miami, yo creo que en los próximos cinco años se va a posicionar como una de las mejores artistas del mundo.
- ¿De qué te arrepentís?
- ¡De mil cosas! Quizá de no haber podido llevar a cabo la unidad en el arte que siempre pregoné, para que se creara un mercado transparente y sin amiguismo tanto en las galerías como en arteBA. Yo hice público mi pensamiento con respecto a la feria desde que se fue Jacobo Fiterman, que fue su creador, y eso me hizo ganar algunas batallas, pero la guerra la perdí por escándalo. Hasta que el año pasado, con la renuncia de Ama Amoedo, a quien quiero mucho (su mujer interrumpirá por videollamada desde la galería de Miami para saludarlo junto a la artista y heredera de Loma Negra) y Ariel Sigal, y el nombramiento de (Juan Carlos) Lynch, que fue una payasada, me parece que la gente perdió el miedo y se animó a hablar. Eso hizo que yo asumiera de vuelta un compromiso que siempre tuve con mi actividad y con el país para terminar con la oscuridad en el mercado y que todos tengan las mismas chances.
- ¿A qué te referís cuando hablás de oscuridad en el mercado?
- No quiero hacer de esto una cuestión personal, porque involucra a todos. Pero, por ejemplo, cuando en 2017 traje un Botero, una obra que tendría que haber estado a la entrada de la feria para que el gran público la disfrute y sea una gran promoción, me hicieron ponerlo en mi stand porque decían que no tenía que ver con arteBA. Todo para no promover a mi galería. Yo no quiero nada para mí, no quiero ser presidente ni vocal de ningún lado; jamás en mi vida le pedí un subsidio a nadie, soy un privado. Me da vergüenza ajena que haya galeristas que pidan subsidios para poner stands afuera cuando la gente se está muriendo de hambre, ¡son multimillonarios!
- ¿Por qué seguir apostando a la Argentina cuando lograste establecerte en el distrito artístico de Miami?
- Porque soy argentino y apuesto a que mi país crezca y yo pueda contribuir. A los 57 años, tomé la decisión de empezar de cero en un lugar en donde por más que te reconozcan siempre sos un expatriado. Sería lindísimo que el día de mañana mi hijo o mis nietos siguieran con la galería y pudieran internacionalizarla, porque siento que llegué tarde a hacer esto a nivel internacional. Igual estoy contento con todo lo que hice. Te cuento una de las últimas alegrías que tuvimos: nos escribieron del Met para pedirnos todos nuestros catálogos, los que escribe Patricia. Por eso te digo, esta galería es mi familia, no hubiese logrado nada sin ellos. Porque todos mis proyectos fueron primero ilusiones. Yo viví siempre al límite, y tengo una mujer que me apoyó y me permitió llegar. Ahora también pienso en ordenarme para que esté más tranquila, quiero que tenga su casa. Siento que es algo que le debo.
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