Graciela Fernández Meijide cumple 90 años: “Puedo ser feliz por otras cosas, pero la herida por la desaparición de Pablo siempre está ahí”

El 27 de febrero de 1931 nació en Avellaneda. Conoció a su esposo en un club y tuvieron tres hijos. Era docente y tenía una vida sencilla cuando en 1976 la dictadura secuestró a su hijo Pablo, de 17 años. Eso marcó un quiebre en su vida y la llevó a la política. Recuerdos, anécdotas y confesiones de una mujer aguerrida y de una madre que jamás podrá dejar del todo aquel dolor

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Graciela Fernández Meijide cumple 90
Graciela Fernández Meijide cumple 90 años

El martes 23 de febrero, Rosa Graciela Castagnola de Fernández Meijide llegó a uno de los centros de vacunación de la Ciudad de Buenos Aires para aplicarse la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus. Su cabellera blanca la dejó expuesta ante quien capturó la imagen que se viralizó en las redes sociales.

Hoy cumple 90 años y lo celebrará con sus hijos Alejandra y Martín, sus nietos y su nuera. Camila, la nieta y repostera de la familia, será la que lleve la torta elaborada especialmente para su abuela, como cada año.

“¿Querés saber cómo se llega a los 90? ¡No me pidas la receta!”, bromea la mujer que integró Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) a partir de 1983, fue una de las principales dirigentes del Frente País Solidario (FREPASO) y ministra de Desarrollo Social durante el gobierno de Fernando de la Rúa. Primero admite: “Nunca pensé que llegaría a esta edad”. Luego dirá que es porque no hay antecedentes de longevidad en la familia. Lo que lamenta, dice, son las “debilidades” físicas que se cobran los años y darse cuenta de que ya no puede hacer las mismas cosas que antes, aunque sí en sus fantasías.

Graciela Fernández Meijide. (Adrián Escandar)
Graciela Fernández Meijide. (Adrián Escandar)

El diálogo con Infobae será descontracturado, con risas de ambos lados porque deja salir su costado gracioso mientras recuerda los juegos de la infancia, las llegadas tarde a casa cuando era adolescente (desafiando la autoridad paterna), la relación con Enrique (ex esposo y padre de sus hijos), pero a la vez se emocionará al volver a la desaparición forzada de su hijo el 23 de octubre de 1976, durante la dictadura militar argentina. “Debí aprender a vivir sin Pablo”, confiesa sobre la profunda herida que quebró en dos su vida y la de toda la familia.

Nació el 27 de febrero de 1931 en el barrio de Avellaneda. Es hija de una maestra y de un médico, tiene tres hermanas. Es hincha de Racing, club en que pasó sus años de infancia y adolescencia practicando deportes: tenis y natación, actividad que también la llevó al Club Regatas de esa localidad, donde a los 19 años conoció a Enrique Fernández Meijide, su ex esposo (fallecido en septiembre de 2020) y padre de sus dos hijos, Pablo y Martín, y de Alejandra.

Con él hubo amistad, primero. Un noviazgo nacido de horas de charlas, reflexiones, libros compartidos y “química”, admitirá. De él se separó cuando su vida política rozaba su propia cima. No se volvió a enamorar de otro hombre porque “mi libido estaba en la política”, admitió cuando participó en el ciclo Confesiones, de Infobae.

Graciela Fernández Meijide fue retratada
Graciela Fernández Meijide fue retratada por José Luis Cabezas, el reportero gráfico asesinado el 25 de enero de 1997. (José Luis Cabezas)

—¿Cómo se prepara para los 90 años?

—Me preparo lo mejor que puedo. En la semana me di la primera dosis de la vacuna (contra el coronavirus) y ahora tengo que esperar que llegue la segunda. No se cuándo será, pero dicen que van a avisar. Tampoco es que estoy ansiosa esperando, eh… Por otro lado, sigo atentamente los avatares de nuestra política. Eso me entretiene, por no decir que a veces me tiene amargada…

—Y en este contexto tan particular ¿cómo lo siente?

Una cosa fue llegar a 2019 y otra haber atravesado 2020 y lo que va de 2021. Eso sí fue un desafío en este contexto, muy difícil para mí porque estaba muy acostumbrada a moverme mucho. Hasta 2019 manejé mi coche, hice gimnasia. Y esta cuarentena, tan extensa y obligatoria, me hizo frenar con todos mis movimientos, cosa que a los músculos los resiente mucho. A cualquier edad pasa eso, pero a ésta se siente más. Eso es lo que más me fastidia, porque además soy muy sociable. Si bien el Zoom o las plataformas similares me han ayudado muchísimo y para mí han sido un gran descubrimiento y un gran éxito porque los políticos seguimos trabajando todo el año reuniéndonos tres veces por mes, la presencia humana para mí es indispensable. Tocar, besar y abrazar lo son… ¡Sabés hace cuánto que no abrazo a mis hijos y a mis nietos! Creo que a todos eso nos fastidió y mucho.

—¿Cómo fue la experiencia de ponerse la vacuna?

—¡Normal! Todo fue prolijo, a tiempo y en horario, en un lugar amplio donde me encontré con un viejo amigo rabino. Él me reconoció, yo no lo hubiera reconocido. Estábamos juntos en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, ¡calculá hace cuánto tiempo que lo conozco! Nos emocionamos porque hace mucho no nos veíamos, y cuando te encontrás con personas que no seguiste viendo y volvés a ver se vienen encima los recuerdos, los duros y los no tan duros. Y ahí -me tocó en un centro en Colegiales-, estuve 45 minutos porque estaba todo muy organizado: separados los que aguardábamos nuestro turno de aquellos que tenían que esperar -como tuve que hacerlo luego de la aplicación- para ver si nos producía un efecto contrario. Pero no pasó. Mientras estuve, a ninguno les produjo algo contrario. Fue como darse una vacuna antigripal.

Graciela Fernandez Meijide con sus
Graciela Fernandez Meijide con sus hijos.

—Al cumplir 90 años ¿es inevitable mirar para atrás y hacer un balance de lo vivido?

—¡Sabés que sí! Mirá: hoy justamente mi hijo Martín me acompañó a buscar los nuevos anteojos y me preguntó si recordaba la primera vez que usó lentes de contacto, ¡y él acaba de cumplir 60 años! Le dije que era chico, tenía 13 años, era deportista y aún no sabe cómo le pegaba a la pelota porque era muy corto de vista (se ríe). Y ese fue un momento en el que tuve que volver a ubicarme en el tiempo e inmediatamente me pregunté qué edad tendría yo. Me di cuenta que tenía 30 y pico de años, y que podía hacer lo que se me daba la gana... o era esa mi fantasía. Sin embargo hoy sé que no puedo hacerlo. A veces tengo esa sensación fantástica de que podría hacer todo como antes, pero es la cabeza la que siempre puede, porque el cuerpo ya no acompaña. (vuelve a reír). Esas son las fantasías que uno tiene de sí mismo.

—¿Cuáles son las limitaciones qué siente o que más lamenta?

—Ya no puedo correr un taxi y antes podía—dice en tono de broma—. Me llamo la atención a mi misma y me digo “¡Ojo, levantate con cuidado!”, “¡Anda despacio!”, “¡No te atropelles, que no te atropellen...!” Nada de eso me pasaba hace unos años, obviamente.

—Recién dijo que desearía volver a hacer ciertas cosas. ¿Cuáles?

—¡Viajar más! He viajado bastante, pero ya no me animo. El solo hecho de pensar que tengo que estar en un avión no sé cuántas horas con el barbijo puesto... ¡ya estoy regalando los pasajes!

—En otro contexto o imaginando que no estuviéramos atravesando esta pandemia ¿cómo se imaginaba festejar sus 90 años?

—¡Nunca me imaginé que iba a llegar a los 90 años!

—¿Por qué?

—Porque nunca lo pensé. Si alguien me decía “Vos vas a llegar a los 90″, yo automáticamente decía que no porque mi padre murió joven, a los 62; mi mamá a los 81. No hay una historia de ancianos muy ancianos en mi familia. Mi ex marido se murió en septiembre durante la pandemia, no de COVID, e iba a cumplir 94, pero es de otra familia, no es mi genética. Mi genética me decía “¡Si llegás a los 80 años, tres hurras!” Y pasé los 80 y me siguen interesando un montón de cosas: leo los los diarios todo los días, presido del Club Político Argentino, intercambio mucho.

—¿Qué no le gusta de los 90 años?

—Me fastidian las debilidades que trae la edad. Por ejemplo, tengo maculopatía y no la tendría si no tuviera esta edad, y tantas otras dolencias, pero es así. La única manera de no tenerlas es morirse y bueno... no me morí.

—Si le pido que hable sobre su infancia ¿qué es lo primero que recuerda?

(Se queda pensando) —Dentro de lo que era la época, mi infancia fue bastante más libre que la de otras chicas compañeras mías. Tené en cuenta que nací en 1931 y que la cuestión del patriarcado era muy fuerte. Se necesitaba, ante todo, tener carácter para poder ser una misma, y a veces se duda hasta qué punto se logró serlo. Había reglas. Recuerdo, por ejemplo, que cuando empecé a salir a bailar me ponían horarios para volver, y aunque me sobrara tiempo tardaba y al llegar me ligaba un reto, pero era para acostumbrarlos a mis padres... (ríe con ganas). Lo hacía, pero nunca me trajo consecuencias graves.

—¿Cómo fue la crianza y la relación con su familia?

—Éramos tres hermanas y a las tres nos impulsaron a estudiar. Mi padre era médico, mi mamá maestra pero no ejercía. Las tres somos profesionales. Yo tenía mis quejas como cualquier otra persona, pero fue una vida muy de barrio en Avellaneda.

—¿A qué jugaban?

—En la infancia jugamos en la vereda, andábamos en bicicleta, en patines, jugábamos con los vecinos del barrio, iba a nadar a Racing donde me encontraba con chicas y chicos de mi edad. La educación era más bien autoritaria.

—Y en la adolescencia conoció a Enrique, su ex esposo. ¿Cómo fue ese encuentro?

—Lo conocí mientras estaba en el club jugando al tenis. Coincidimos en el Regatas de Avellaneda, donde él remaba, jugaba tenis e iba a la pileta. Él iba a otro club pero fue invitado por alguien ese día y después volvió. Nos conocimos, nos hicimos amigos. Entonces yo tendría 18 o 19 años y tenía novio. ¡Y después me puse de novia con él! Bueno, tuve muchos novios, o llamalos como quieras (ríe). Los chicos dejaban de gustarme rápidamente como a todas las adolescentes. Hasta que me puse de novia con Enrique y me casé con él.

—Qué fue lo que le llamó la atención de él?

—Hablábamos mucho, a los dos nos gustaba leer y él era muy tenaz. Después fue la química y lo que sea...

—Y siguió el matrimonio y la familia...

—Si. Y tres hijos hasta la tragedia de la desaparición de nuestro hijo Pablo. Eso algunas parejas los separó, en nuestro caso nos unió, nos hizo luchar juntos por la búsqueda de Pablo, primero, y la búsqueda de justicia después. Juntos llevamos ese tajo que fue muy profundo para nosotros dos, para Alejandra y para Martín. Nos hirió en un lugar para siempre. Es una herida que se puede aliviar, se puede tener felicidad por otras cosas, otros éxitos y demás pero la herida está ahí y hubo que aprender a vivir sin Pablo, sin noticias de Pablo. No es lo mismo cuando hay una muerte por enfermedad y se lucha juntos o cuando se pueden cumplir los rituales de la despedida, no. La desaparición es un duelo muy especial.

—Ese fue el quiebre completo en su vida.

—Nos cambió como familia. Profesionalmente yo cambié 180 grados. Mi vida iba por un lado y fui completamente para otro. ¿Quién me iba a decir a mí que yo iba a ingresar en la política partidaria a los 60 años? ¡Nadie!

—¿Cómo fue la vida hasta la desaparición de Pablo?

—Yo era docente. Tenía un instituto de idiomas, trabajaba en una escuela secundaria. Toda mi vida era para ese lado. No sé adónde hubiera llegado, esa era mi normalidad.

Durante la campaña que llevó
Durante la campaña que llevó a la presidencia a Fernando de la Rúa.

Graciela comenzó a militar como activista por los derechos humanos durante la dictadura militar tras la desaparición forzada de Pablo, un estudiante de 17 años. En 1983, formó parte de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y más tarde se convirtió en dirigentes del FREPASO. Encabezó el triunfo electoral de la Alianza, en la provincia de Buenos Aires, y disputó las elecciones internas por la presidencia con el candidato radical Fernando de la Rúa. En octubre de 1999, se postuló por la Alianza a gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, pero se convirtió en ministra de Desarrollo Social, el mayor cargo que ocupó.

Las distintas situaciones políticas ocuparon su vida por completo y en 1997 se separó de Enrique Fernández Meijide. “Me separé cuando se acaba de formar la Alianza y gané las elecciones legislativas de la provincia Buenos Aires. Después me enamoré de la política”, confiesa.

—¿Qué la enamoró de la política?

—Es algo que a mí siempre me emociona, me conmueve en todo sentido: enojándome o alegrándome. Hoy justamente hablaba con mi hijo de eso, del concepto de los políticos con los que trabaje: Raúl Alfonsín, Chacho Álvarez, Alfredo Bravo Oscar Alende, con quienes conviví; o en la Asamblea Permanente por Derechos Humanos; directamente en la batalla política. Había una vocación por la cosa pública muy fuerte, nadie iba a supeditar esa vocación al beneficio personal económico, de hecho ninguno de los que nombré se enriquecieron o nos enriquecimos. Todos tuvimos una vida común, vulgar y silvestre, y eso que llegué a ministra y demás. El tema de la obligación con la cosa pública es que la política se destina a la lucha por el poder. Quien te diga que está en política y no quiere el poder te está mintiendo. La cuestión es el poder para qué, para hacer qué cosa. ¡Esa es la pregunta! Y la “qué cosa” viene en servicio de la cosa pública, la Rēs pūblica. Si ponés por delante tu interés personalísimo, o el de un grupo de personas, sobre todo el económico, lo vas a hacer liviano, para perdurar y nada más; no vas a tomar ningún riesgo y la voluntad de cambiar las cosas injustas no va a existir. El juego de la política, para mí, tiene valor en el compromiso.

—¿Qué es lo que más la decepcionó de la política?

—No fue la política sino nosotros mismos. Lo escribí en el libro de autocrítica, La ilusión (Sudamericana, 2007) que trata sobre por qué nos fue mal con la Alianza, donde yo había puesto muchas fuerzas y esperanzas en lo que fue la formación del FREPASO. Para mí era un partido social demócrata que aparecía como una alternativa válida entre los tradicionales del radicalismo y el justicialismo y que podía involucrarnos, pero por distintos motivos fue un fracaso y eso me dolió mucho, al punto que me alejé de la política partidaria. Y me vi escribiendo con mucha depresión, y una de las formas de trabajar con esa depresión fue escribir y escribir y escribir lo que me había pasado en distintos ámbitos. Eso me ayudó mucho.

El ex presidente Raúl Alfonsín
El ex presidente Raúl Alfonsín saludando a Graciela Fernández Meijide durante el acto que que recordó los 20 años del informe de la CONADEP. (NA: Mariano Sánchez)

—Antes mencionó al ex presidente Raúl Alfonsín ¿qué es lo que más destaca de él?

—Su coraje, su entrega, su visión de lo que era la democracia. Pensá que terminada la dictadura, los militares dejaron dos deudas fenomenales: una de sangre y otra económica, además de la autoamnistía, pero él tuvo coraje. Lo conocí cuando se acercó preguntando por Pablo y nos ayudó siendo consciente del riesgo que tomaba.

—¿Cómo ve el presente de Argentina?

—Muy difícil, sobre todo por la pandemia, por un lado, y por el poco valor que se le está dando desde el gobierno a la fortaleza institucional.

—¿Se arrepiente de algo?

—No, y te digo por qué. No porque esté chocha de todo lo que hice. Si pensara hecho por hecho, seguro que de muchos diría “esto no lo haría de nuevo”. Pero para eso debería tener la sabiduría de hoy, de la que entonces carecía. Sin embargo, nada de lo que hice perjudicó a alguien, eso sí que me hubiera hecho arrepentir y pedir disculpas especialmente. En todo caso, si fastidié me fastidié a mí misma. Los errores que cometí los cometí por ignorante. A mi edad, arrepentirse de algo del pasado ya no tiene demasiado sentido.

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