Aunque a Enrique le hubiese gustado que lo recordemos simplemente con mucho cariño, sin más pompa que a cualquier otro ciudadano argentino, deseo reconocer en él a un virtuoso padre de familia, a un marino de guerra abnegado y profesional, a un empresario dedicado al desarrollo integral de los obreros, y a un católico comprometido con su fe.
Enrique adquirió sólidos valores éticos en su hogar, valores que sentaron las bases desde la cual se consolidaron las enseñanzas adquiridas en la Armada Argentina, adhiriendo a los valores institucionales tradicionales con un profundo sentido democrático.
Contando con apenas 14 años ingresó a la Escuela Naval Militar, donde adquirió las herramientas de conducción que le permitirán descubrir la importancia de darse a los demás mediante un servicio activo a favor de sus conciudadanos, con la promesa de hacerlo –incluso- hasta perder la vida.
Como cadete naval, aprendió a realizar todo tipo de trabajos, comenzando desde el puesto más bajo, picareteando cubiertas y mamparos, pintando maderas y metales, limpiando baños, paleando carbón o asistiendo al funcionamiento de una caldera. De esta forma, se forjó comprendiendo la esencia de las tareas para poder fundamentar las órdenes que en breve impartiría.
Al graduarse de guardiamarina contaba con 18 años de edad, siendo el egresado más joven que posee nuestra Marina de Guerra. Durante su labor en los buques se preocupó por el personal desde lo profesional hasta lo espiritual. Enrique era visto a menudo sentado en un cajón dando catequesis en horas libres, en alguno de los galpones, al personal naval que voluntariamente lo deseara.
Un jefe lo calificó así: “Este oficial posee una gran pureza interior y es de una lealtad y honestidad de procedimientos sobresalientes. Se preocupa mucho por el personal a sus órdenes, estudiándolos y aconsejándolos en privado”. No es normal encontrar expresiones institucionales que califiquen la “gran pureza interior” de los integrantes de la Armada. Ante tan reveladora como infrecuente expresión, podemos preguntarnos ¿quién guió el puño y letra del calificador?
En 1945 la Armada lo designó para realizar un curso de meteorología en Estados Unidos. Luego de una meditada apreciación, decidió entregarse a la tarea que Dios le tenía reservada: ayudar al obrero y, con ese objetivo en mente, se consagró enteramente a la misión, solicitando la baja antes de ser trasladado al exterior. El mundo estaba en guerra y las bajas canceladas. Finalizada el conflicto mundial, presentó nuevamente el pedido de su baja, que le fue concedido, y además, devolvió los gastos generados al Estado nacional a través de la Armada para costear aquel curso en el exterior. Se retiró con el grado de teniente de fragata.
Ingresó a Cristalerías Rigolleau y, al igual que en la Marina de Guerra, inició su labor en el ámbito empresarial desde abajo, compartiendo tareas con los obreros, aprendiendo desde cero para saber ordenar con autoridad ético-profesional.
Lo llamaban “Comandante de Empresas”, ya que concebía a la compañía como una unidad indivisible, un único buque, donde a bordo y siempre, estaban los directivos y los obreros, así como sus familias.
Administró la empresa sin olvidar todos los aspectos de la condición humana, tratando a sus empleados como seres humanos creados por Dios a su imagen y semejanza, merecedores de esa comprensión, reconocidos y reconfortados como tales, descartando de pleno la visión mecanicista de ser meros engranajes de una máquina productiva.
En 1958 ocupó el puesto de Director Delegado, teniendo 3400 obreros a cargo. Un integrante del Directorio de Cristalerías Rigolleau, señalaba que Enrique “era un hombre tocado por la mano de Dios”.
Al referirse al trabajador y a la empresa, Enrique Shaw expresó: “No debemos olvidar que el trabajador no es tan sólo un productor de riqueza, sino un ser espiritual, cuya dignidad y valores humanos han de estar siempre presentes en el pensamiento de quienes tienen la responsabilidad; ser patrón no es un privilegio: somos los responsables de la ascensión humana de nuestro personal. Por medio del trabajo nos vinculamos con el prójimo; aún más, si entendemos así al trabajo, veremos que constituye una vocación. La empresa ha de ser comunidad de vida, instrumento de dignificación, hogar de relaciones humanas, escuela de prudencia y responsabilidad. Hay que darle al obrero seguridad, buen trabajo, buen sueldo y posibilidades de progresar. Es necesario que nuestros hijos tengan ideas de servicio. Mi función hacia la compañía, hacia ustedes todos, hacia el país, por medio de la compañía, es el servicio”.
Trabajó como coordinador de la ayuda a Europa al final de la Segunda Guerra Mundial a través de Cáritas Argentina. Participó en el Movimiento Familiar Cristiano, en el Serra Club, en la Casa del Libro, en la Juventud Obrera Católica, en la fundación de Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE), fue presidente de la Asociación de Hombres de la Acción Católica Argentina, primer tesorero de la Universidad Católica Argentina (UCA) y autor de numerosos trabajos aplicables a la acción de los dirigentes de empresas. El salario familiar, percibido por todos, se consagra en nuestro país merced a su tenacidad y entrega.
Durante la segunda presidencia de Juan Domingo Perón, y en el contexto del conflicto del gobierno con sectores de la iglesia católica, Enrique fue encarcelado en dos oportunidades. La primera vez fue liberado de inmediato, pero la segunda, ocurrida el 7 de mayo de 1955, fue más prolongada. Recién el 17 de mayo de ese año y por la presión mediática de periódicos uruguayos, se liberó a los encarcelados.
Lamentablemente, Enrique enfermó de cáncer. Se le realizaron varias intervenciones quirúrgicas, pero no se logró evitar la metástasis. Se recurrió a transfusiones para aliviar los dolores, ante lo cual, más de 260 obreros acudieron a donar sangre voluntariamente. Falleció el 27 de agosto de 1962, a la edad de 41 años.
Enrique Shaw, con la humildad que lo caracterizó en esta vida, hoy se asoma, a través de su proceso de canonización, a la pléyade de santos como ejemplo para todos. Mantengamos firme el timón y continuemos su derrotero, con la misma actitud de servicio y entrega que él nos legó como ejemplo de vida.
El autor es contraalmirante retirado de la Armada Argentina y Doctor en Sociología (UCA)