“El momento fundacional de los Hogares de Cristo fue el lavatorio de pies del Jueves Santo de 2008, cuando el cardenal Jorge Bergoglio, el padre Pepe, el padre Charly y otros, lavaron los pies al primer grupo de jóvenes que iniciaba el camino de salir de la calle y de las adicciones”, dice el obispo auxiliar de Buenos Aires Gustavo Carrara en el video de presentación del informe de “Evaluación de impacto integral de los centros barriales del Hogar de Cristo”.
Trece años después de aquella primera iniciativa, hoy se ha conformado una Federación Familia Grande Hogar de Cristo, una red de más de 200 de estos centros barriales que brindan una respuesta integral a las personas que se encuentran en situación de gran vulnerabilidad por su situación social y por la adicción a sustancias psicoactivas.
Un equipo interdisciplinario coordinado por una investigadora y docente de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica Argentina (UCA) Ann Elizabeth Mitchell -estadounidense pero con varios años de residencia en Argentina, llevó adelante esta evaluación en el marco de un convenio entre la UCA y la Federación Familia Grande Hogar de Cristo.
La Evaluación de impacto integral de los Centros barriales del Hogar de Cristo fue presentada vía streaming desde la parroquia Caacupé de la Villa 21 de Barracas, donde todo comenzó hace 13 años, y con la presencia, además de la citada Mitchell, de los sacerdotes Toto de Devia y José María Pepe Di Paola, de la socióloga Ana Clara Camarotti y de Nicolás Meyer, director ejecutivo de Cáritas Argentina.
El trabajo, que buscó comprender cómo los centros barriales contribuyen al desarrollo humano e inclusión social, se hizo esencialmente a partir de entrevistas grupales con las personas de las personas que pasaron por estos Hogares, es decir, por el relato de sus experiencias y la vivencia de las cosas que cambiaron en sus vidas a partir de ellas.
El estudio evaluó estos cambios en seis dimensiones: satisfacción de necesidades básicas, salud, relaciones, situación judicial, educación y trabajo.
Y puso en evidencia el encadenamiento virtuoso que se produce entre ellas, ya que, según se explica en el informe, “los cambios en la satisfacción de las necesidades básicas dan lugar a cambios en la salud, la salud abre paso a cambios en las relaciones y la dimensión judicial influye en las oportunidades en el mercado laboral”.
Las personas atendidas en estos hogares llegan por lo general en situación de vulnerabilidad extrema: “Una de cada cinco se encuentra en situación de calle -dice el informe-, más de la mitad consume más de una sustancia adictiva y 9 de cada 10 no ha finalizado el nivel secundario”.
Casi todas las personas entrevistadas por el equipo dirigido por Ann Mitchell, con algunas pocas excepciones, experimentaron una mejora en estas dimensiones de sus vidas desde que empezaron a concurrir a estos centros.
Pero también, advierte el informe, “cerca de un tercio de las personas relevadas dejaron de concurrir al Hogar de Cristo dentro de los tres años desde la fecha del primer contacto (y) es razonable suponer que una amplia proporción de estas personas abandonó su proceso de recuperación”.
La mayoría de los que se desvinculan del programa son personas que estaban inicialmente en situación de calle lo que evidencia el peso de la situación socioeconómica.
Entre los cambios positivos mencionados están las “mejoras en la autoestima y en la relación con personas del entorno y miembros de la familia”. Y, en lo que hace a las dimensiones laboral y educativa, el programa no puede sustraerse al contexto socioeconómico del país: “Si bien una amplia proporción de los entrevistados indicó que había experimentado al menos un cambio positivo, que generalmente fue atribuido al Hogar de Cristo, los cambios generalmente referían a aumentos del interés en estudiar o trabajar, o la participación en actividades educativas informales o trabajos en los centros barriales”, señalan los autores del estudio. En cambio, “solo uno de cada cinco entrevistados indicó que había iniciado un programa de educación formal, mientras que uno de cada cuatro comenzó un trabajo fuera del centro barrial”.
El motor de estos cambios son las terapias focales y las individuales, el apoyo, la contención y el acompañamiento permanente.
Los Hogares de Cristo se diferencian de otras alternativa terapéuticas por la inserción territorial y la libertad.
“Algunos entrevistados -dice el informe- explicaron que tener libertad de movimiento y poder mantener el contacto con su familia y comunidad les permitía asumir la responsabilidad por su propio proceso de reducción de consumo. Otros dijeron que la inserción territorial de los centros barriales les forzaba a tener contacto con la realidad, ayudándoles a mantenerse más firmes en su proceso de recuperación. Asimismo, las actividades solidarias que se desarrollan en los barrios facilitan la reconstrucción de vínculos y hacen que los participantes se transformen en fuerzas positivas para el desarrollo de la comunidad.”
En efecto, y como lo explica María Elena Acosta, referente de la Federación Familia Grande Hogar de Cristo, estos centros surgieron de “la necesidad de crear un espacio donde las personas se sientan parte y no descartados como se venían sintiendo”.
En palabras de sus promotores, los ejes de estos hogares, definidos en su tiempo por el hoy papa Francisco son: recibir la vida como viene, porque toda vida vale, y acompañar cuerpo a cuerpo.
Las personas atendidas son personas con orfandad de afecto y de vínculos de familia, por eso los hogares de Cristo fueron concebidos como una familia para acompañarlos en todas las instancias de su vida, en la formación de vínculos, en el trabajo, en la capacitación, explicó el obispo Carrara.
El padre Pepe Di Paola explicó por su parte que el Hogar de Cristo es fruto de la discusión entre los curas villeros en los años 98, 99, 2000, cuando se fue construyendo una nueva propuesta de parroquia popular, definida “por la participación activa de la gente del barrio que deja de ser sólo objeto de una tarea para ser sujeto”.
Estos hogares son consecuencia de pensar una parroquia que no deje afuera a nadie, dijo.
Literalmente, se dividió en dos una capilla y así nació el primer Hogar de Cristo, para contener a los chicos víctimas del paco. La experiencia de Caacupé se fue extendiendo a otros barrios de la Capital, de provincia de Buenos Aires y finalmente, a todo el país.
“El vecino se volvió capillero y organizador de comedores. La decisión fue: a estos jóvenes no los vamos a derivar. Tienen que encontrar su lugar acá. Luego puede haber derivaciones si es necesario, pero el mensaje es: sos parte de la comunidad de la Iglesia. Acá podés empezar tu camino de recuperación”, dijo Di Paola.
El sacerdote, que es uno de los coordinadores del Equipo de Sacerdotes de Villas de Capital y Gran Buenos Aires y de la Comisión Nacional de Pastoral de Adicciones de la Conferencia Episcopal Argentina, valoró el informe presentado porque pone en evidencia aspectos del trabajo que a veces no son fáciles de evaluar por quienes están en el día a día de la tarea.
“Esta investigación nos ayuda mucho para mejorar la calidad de nuestros centros barriales”, aseguró.
Di Paola también comentó que durante la cuarentena, los Hogares de Cristo siguieron funcionando, con las medidas de aislamiento necesarios, pero sin interrumpir sus tareas. Algo fundamental considerando que el consumo de drogas se acentuó por la inactividad forzada.
Los primeros centros se iniciaron con gente de buena voluntad, gente que quería ayudar, evoca Di Paola. Se fueron armando estructuras a partir de los recursos disponibles.
Cuando desde el Estado se valoró la eficacia del enfoque territorial de los Hogares, se inició una cooperación e incluso la creación de las Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAACS) del Sedronar se inspiró en este modelo.
Surgió incluso una cooperación, explicó Di Paola, ya que si una persona va directamente al Sedronar a tramitar una beca o una internación, tiene ante sí un largo camino burocrático que muchas veces lleva a desistir. que permitieron que los Hogares de Cristo contaran con gente dedicada a full a la tarea.
“No todos los centros tienen convenios, aunque debería ser así. Creemos que Sedronar debería apoyar a todos los centros”, concluye.
[FOTOS: PRENSA HOGARES DE CRISTO]
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