El día que Bergoglio fue ordenado cardenal por Juan Pablo II con una sotana que no era suya y la relación entre ambos: “Fue un consuelo en un momento oscuro”

El 21 de febrero de 2001, hace exactamente 20 años, el entonces arzobispo de Buenos Aires se convirtió en purpurado de la Iglesia Católica. Cuando fue convocado por el Tribunal que discutía la canonización del pontífice polaco, dijo que “ejerció todas las virtudes de forma heroica”

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El Papa Juan Pablo II convierte a Jorge Bergoglio en Cardenal el 21 de febrero de 2021

“Hoy es una gran fiesta para la Iglesia universal, que se enriquece con 44 nuevos cardenales”, dijo el Papa Juan Pablo II en su homilía del 21 de febrero de 2001. “La Roma Católica estrecha a los nuevos cardenales en un cordial abrazo, convencida de que se está escribiendo otra página significativa de su historia bimilenaria”. En la Plaza San Pedro del Vaticano, en aquel Consistorio Público Ordinario, sentado entre los nuevos purpurados, se encontraba Jorge Bergoglio, a quien Juan Pablo II le otorgó oficialmente, en esa jornada, el título de cardenal de la iglesia romana de San Roberto Belarmino, santo jesuita y Doctor de la Iglesia.

Fiel a sus convicciones, el argentino no se compró una sotana nueva para tan importante ocasión, sino que hizo arreglar la que usaba su antecesor, Antonio Quarracino. Pero -según contó en la entrevista que Luigi Maria Epicoco publicó en su libro “San Giovanni Paolo Magno” con motivo de los 100 años del nacimiento de Juan Pablo II- no se privó de seguir un impulso: “Sentí un fuerte deseo, mientras estaba arrodillado para recibir el birrete de cardenal, no sólo de intercambiar el signo de la paz, sino de besar su mano. Alguien me criticó por este gesto, pero para mí fue espontáneo”. Hoy se cumplen 20 años de ese día, el que dio el anteúltimo paso en el camino de convertirse en el Papa Francisco.

En esa cálida tarde vaticana Juan Pablo II dijo en su discurso unas palabras que volverían a tener sentido casi 25 años después, cuando Francisco fue ungido Papa: “Los venerables cardenales llamaron a un nuevo obispo de Roma. Lo llamaron de un país muy lejano, pero siempre cerca de la comunión en la fe y la tradición cristiana”.

Bergoglio junto al papa Juan Pablo II en uno de sus últimos encuentros
Bergoglio junto al papa Juan Pablo II en uno de sus últimos encuentros

Cuatro años más tarde de su ordenación como Cardenal -ya era Arzobispo de Buenos Aires-, Bergoglio se encontró frente al tribunal romano que estudiaba la beatificación de Juan Pablo II. En esa oportunidad, pudo demostrar cuánto había sido influido por la figura del pontífice polaco. Y relató la historia que tuvieron en común.

La primera vez que Bergoglio escuchó a Juan Pablo II fue el 16 de octubre de 1978, cuando Karol Wojtyla fue elegido Papa. En esa época, era un cura porteño -ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969- que oficiaba como provincial de los Jesuitas. “Escuché sus primeras palabras y tuve un muy buen presentimiento. Y esta impresión se fortaleció inmediatamente después, cuando me dijeron que había sido capellán de universidad, profesor de filosofía, alpinista, esquiador, deportista, un hombre que rezaba mucho. Me encantó e inmediatamente sentí una gran simpatía por él”, señaló ya siendo Francisco.

Al año siguiente lo vio en vivo, cuando participó del rezo de un Rosario en Roma. Ante el Tribunal que estudiaba la beatificación no recordó la fecha exacta, pero sí que se conmovió por su manera de rezar. Este fue su testimonio: “Conocí personalmente a Juan Pablo II en diciembre del año en que el cardenal Martini fue nombrado arzobispo de Milán. Tengo esta referencia porque no recuerdo exactamente el año. En esa ocasión recé el Rosario dirigido por el Siervo de Dios y tuve la clara impresión de que ‘rezaba en serio’”.

Juan Pablo II habla al oído de Bergoglio en la ceremonia que lo convirtió en Cardenal.
Juan Pablo II habla al oído de Bergoglio en la ceremonia que lo convirtió en Cardenal.

Lo mismo sintió en el año 2002, cuando concelebró la misa con Juan Pablo II en su capilla privada: “Me impresionó su preparación. Estaba de rodillas en actitud de rezar, y vi que de vez en cuando leía algo de un folio que tenía delante. Apoyaba la frente sobre las manos y estaba claro que rezaba con mucha intensidad. Después volvía a leer alguna otra cosa del folio y adoptaba de nuevo la postura de plegaria. Y así hasta el final”.

El primer encuentro mano a mano, sin embargo, debió esperar ocho años y sucedió en Buenos Aires en 1987, durante la segunda visita que hizo Juan Pablo II a la Argentina, en ocasión de la tensa situación entre nuestro país y Chile por el conflicto del Beagle. Tampoco era un buen momento para Bergoglio. Había dejado de ser rector del Colegio del Salvador en Buenos Aires y se encontraba alejado de la Compañía de Jesús. “Estaba recién llegado de Alemania, después de un período que había pasado allí para hacer un doctorado sobre Romano Guardini y alejarme de un clima tenso en mi provincia religiosa”, añadió en la entrevista con Epicoco. Allí también ahondó en la situación con los Jesuitas. “A veces ejercía mi rol de responsabilidad con excesiva firmeza, pero fue un momento difícil en Argentina. Ahora puedo hacer autocrítica, pero en ese momento hice lo que me dictaba la conciencia, y probablemente alguien resultó herido”.

La breve charla con Juan Pablo II se dio en la nunciatura porteña, a cargo en ese momento de monseñor Ubaldo Calabresi. “El nuncio me invitó a un encuentro de Juan Pablo II junto a un grupo de cristianos de varias confesiones. Mantuve un breve diálogo con el Santo Padre y me impresionó especialmente su mirada, que era la de un hombre bueno”, contó ante el Tribunal Romano. Y en la entrevista dió más detalles de la presentación: “El nuncio dijo suavemente que era jesuita. Él repitió en voz alta ‘¡Ah, un jesuita!’. Esa reunión me conmovió mucho, fue un consuelo en un momento oscuro”.

En 1994, Bergoglio ya era obispo auxiliar de Buenos Aires, y la Conferencia Episcopal Argentina lo designó para viajar a Roma y participar del Sínodo de Obispos que trataría la “vida consagrada”. En esa ocasión el vínculo se estrechó. “Tuve la alegría de almorzar con él junto a un grupo de obispos. Me encantó su afabilidad, su cordialidad y su capacidad de escuchar a cada comensal. En los dos Sínodos siguientes pude apreciar de nuevo esa capacidad de escuchar a todos. Así tranquilizó a los que estaban frente a él dándoles plena confianza”, recordó cuando expuso en el año 2005 para defender la beatificación de Juan Pablo II.

La homilía de Francisco en la canonización de Juan Pablo II

Según Francisco, su antecesor tenía una particularidad cuando se entregaba a una conversación. “Escuchaba siempre a su interlocutor sin hacer preguntas, excepto si acaso al final. Y, sobre todo, demostraba claramente no tener ningún prejuicio. Juan Pablo II hacía sentirse cómodo a su interlocutor, dándole plena confianza. Se tenía la impresión de que incluso cuando no estaba del todo de acuerdo con lo que se le decía, no lo manifestaba en absoluto, precisamente para mantener cómodo a su interlocutor. Si tenía que hacer alguna observación o alguna pregunta para aclarar algo, lo hacía al final”.

Otra observación que dejaron esas charlas fue que Juan Pablo II poseía una “memoria casi sin límites, pues recordaba lugares, personas y situaciones que había conocido en sus viajes; prueba de que prestaba la máxima atención en todo momento. Este es para mí un signo de verdadera y gran caridad. Tenía el hábito de no perder tiempo, pero lo dedicaba con abundancia, por ejemplo, a los obispos que recibía”.

De los encuentros se destaca una anécdota, que revela la personalidad de ambos Papas y -claro- la posición que tenía cada uno en el momento en que se produjo: “Siendo Arzobispo de Buenos Aires tuve encuentros personales privados con él. Y, siendo yo un poco tímido y reservado, al menos en una ocasión, después de haberle hablado de los temas que eran objeto de la audiencia, hice el gesto de levantarme para no hacerle perder tiempo. Entonces, el Papa no me lo permitió. Me tomó por el brazo, me invitó a sentarme de nuevo y me dijo: ‘¡No! ¡No! ¡No! No se vaya’, para que continuáramos hablando”.

El 2 de abril de 2005, Juan Pablo II murió. Pocos meses después Bergoglio se convirtió en el segundo convocado al proceso de beatificación que encabezó el cardenal Camilo Ruini. Allí, el por entonces arzobispo porteño, después contar su experiencia personal con Juan Pablo II, expresó: “En cuanto a la vida del Siervo de Dios, no tengo nada que añadir a lo ya publicado en la prensa y en las biografías. En cuanto al último período de su vida, todos saben también, porque no se pusieron límites a los medios de comunicación e información social, cómo fue capaz de aceptar sus debilidades y sublimarlas insertándolas en su plan para implementar la Voluntad de Dios. Quiero enfatizar que Juan Pablo II nos enseñó, sin esconder nada a los demás, a sufrir y morir, y esto, en mi opinión, es heroico”.

Y, sin dudarlo, a continuación destacó su devoción a la Virgen, “que, debo decir, también ha influido en mi piedad. Finalmente, no dudo en afirmar que Juan Pablo II, en mi opinión, ejerció todas las virtudes, tomadas en su conjunto, de forma heroica, dada la constancia, equilibrio y serenidad con la que vivió toda su vida. Y esto les pareció a todos, incluso a los no católicos y a los que profesan otras religiones, así como a los agnósticos”.

El 18 de mayo de 2020, el Papa Francisco dirigió una misa privada en una capilla lateral de la Basílica de San Pedro donde está enterrado San Juan Pablo II, para conmemorar el centenario del nacimiento del difunto Papa. Vatican Media/­Handout vía REUTERS
El 18 de mayo de 2020, el Papa Francisco dirigió una misa privada en una capilla lateral de la Basílica de San Pedro donde está enterrado San Juan Pablo II, para conmemorar el centenario del nacimiento del difunto Papa. Vatican Media/­Handout vía REUTERS

Por último, le preguntaron sobre algún milagro puntual que conociera sobre Juan Pablo II, y dijo: “No conozco dones carismáticos particulares, hechos sobrenaturales o fenómenos extraordinarios en el Siervo de Dios en vida. Mientras Juan Pablo II estaba vivo, siempre lo consideré un hombre de Dios y también lo hizo la mayoría de las personas que de alguna manera entraron en contacto con él. Tras su muerte, su reputación de santidad se vio confirmada por la decisión del Santo Padre Benedicto XVI de eliminar la espera de cinco años prescrita por las normas canónicas, permitiendo el inicio inmediato de su causa de canonización. Otro signo es la continua peregrinación a su tumba de personas de todos los ámbitos de la vida y de todas las religiones”.

El 1° de mayo de 2011, Benedicto XVI celebró la beatificación de Juan Pablo II. Su proceso fue el más corto de la Iglesia moderna: duró 6 años y 3 meses. Y fue clave el testimonio de la monja francesa Marie Simon Pierre, que aseguró haberse curado del Mal de Parkinson por la intercesión del papa polaco.

Por entonces, Jorge Bergoglio no lo podía saber (y ni siquiera imaginar), pero dos años después, el 5 de julio de 2013 -ya como papa Francisco- firmó su canonización. Y al año siguiente, el 27 de abril de 2014, con una celebración en el Vaticano, lo declaró Santo.

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