El objetivo del ERP en aquella cálida mañana del jueves 17 de febrero de 1977 era matar a todos los que viajaban en aquel Fokker F-28.
Cuarenta y cinco kilogramos de TNT y ochenta y cinco de gelamón, ambos explosivos de grandísimo poder. Meses de preparación con un objetivo que apuntaba a descabezar a la dictadura: colocar dos cargas bajo pista donde debía despegar el Tango 02 con el dictador Jorge Rafael Videla, el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz y otros altos funcionarios a bordo.
La idea había surgido cuando un oficial de inteligencia del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) consiguió los planos de la red de tuberías del Arroyo Maldonado que atraviesa de oeste a este la ciudad de Buenos Aires. Un informante de la organización guerrillera pudo acceder a esos documentos en plena dictadura, hizo una copia, lo pasó al hombre de inteligencia y cuando los jefes del ERP verificaron que el entubado pasaba justo por debajo de la pista del aeropuerto Jorge Newbery, ubicado al lado de la Costanera porteña, se percataron de que solo debían tener la agenda de viajes presidenciales para poder hacer coincidir uno de esos días para hacer volar por los aires a Videla y a quien lo acompañara.
Corría la segunda mitad de 1976 y el ERP estaba diezmado tras la muerte y desaparición de sus máximos dirigentes –Mario Santucho, Benito Urteaga y Domingo Menna- ocurrida el 19 de julio de ese año. Quienes quedaron en la máxima conducción de esa organización decidieron el plan más temerario, que apuntaba a la cabeza misma de la dictadura: poner dos poderosas cargas de explosivos adosadas al techo del Maldonado, justo bajo la pista del aeropuerto y detonarlas el día y en la hora exacta en que Videla viajara.
El costo en vidas, además de los blancos elegidos, iba a ser el piloto, la tripulación y toda la comitiva que acompañara al dictador. Además, la jefatura del ERP descontaba que la represalia iba a ser feroz para muchos de los miles de personas encerradas en centros clandestinos de detención o incluso en prisiones legales. Sabían que las primeras víctimas serían sus propios compañeros de organización.
El Fino, la Tía, el teniente Martín
Eduardo Miguel Streger había nacido en Banfield en una familia de clase media. Sus primeros años los cursó en el William Shakespeare, un colegio privado bilingüe cuya currícula del inglés está respaldada por la Universidad de Cambridge. Luego estudió en el Antonio Mentruyt, un colegio público de Banfield, que por entonces daba el título de maestro y llevaba el nombre de Escuela Normal.
A Eduardo le decían "el Fino", era flaco y largo como un fideo. Pelo lacio peinado al costado, anteojos de marco muy ancho y una destreza particular cuando se sentaba al piano: podía empezar con la Polonesa de Federico Chopin y seguir con Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. Cantaba, tocaba la guitarra, tenía su propio laboratorio para revelar fotografías. Era feliz, vivía con su hermana menor y sus padres. En 1968, con 20 años, empalideció y le detectaron una hepatitis que lo tuvo postrado por unos meses en los que conjuraba el bajón con libros, piano y guitarra.
El Fino” se repuso de la hepatitis y, poco tiempo después, tomó contacto a través de amigos del secundario con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Sin embargo, no pasó de la periferia de esa organización.
Finalmente se sumó a las filas del ERP. Allí, su apodo fue "la Tía" y tras unos meses de incorporado, en la noche del 8 de julio 1971, lo detuvieron junto a Martín Marcó, Pedro Cazes Camarero, Alicia Sanguinetti y "el Galleguito" Rodríguez. Habían preparado unos cuantos bidones de nafta que trasladaron en autos hasta la avenida Libertador cerca del Monumento de los Españoles. El objetivo era incendiar el palco donde, horas después, el dictador Alejandro Lanusse iba a presenciar el desfile del día de la Independencia. Pero los movimientos sospechosos del comando del ERP llamaron la atención y la policía evitó el atentado. "La Tía" y sus camaradas fueron a parar con sus huesos al penal de Villa Devoto.
Al cabo de unos meses, sabiendo que los llevaban al Palacio de Tribunales, planearon una fuga con un mínimo apoyo exterior. Los habían llevado a un despacho en el segundo piso que tenía una ventana que daba sobre Lavalle. En esa calle, otros miembros de la organización disponían de unas motos para poder hacer rápido el escape.
En el momento en que les quitaron las esposas, el "Galleguito" Rodríguez, muy resuelto, saltó y la fortuna hizo que quedara ileso y subiera a una de las motos. Cuando Cazes Camarero estaba por hacer lo mismo, uno de los policías que los custodiaban lo tomó fuertemente de la campera de jean al tiempo que otro desenfundó una pistola. Martín Marcó se interpuso, le corrió la 9 milímetros al agente y ahí terminó el episodio.
Marcó, Cazes y la "Tía" volvieron a prisión. El 25 de mayo de 1973, los tres salieron de Devoto.
Streger pudo tocar a Chopin, participar con su guitarra de muchas peñas folklóricas y también volver a las filas del ERP. Ese artista desgarbado, poco tiempo después, fue incluso instructor de guerrilleros. Un día de poca suerte, mientras enseñaba el uso de armas a un grupo de novatos, sin querer apretó el gatillo de una subametralladora que tenía en la línea de tiro uno de sus pies. No le dejó secuelas y con el tiempo, ya curtido en la clandestinidad y varias acciones guerrilleras, llegó a ser "el teniente Martín".
En la segunda mitad de 1976, con el país ocupado militarmente y el ERP casi desmantelado, Streger fue convocado por la máxima jefatura para ponerlo al frente de una misión de alto voltaje: terminar con los días de Videla. El nombre en clave era "Operación Gaviota".
Eran muy pocos quienes sabían y participaban de este operativo al que también refiere la novela Los cuerpos y las sombras de Eduardo Sguiglia. El oficial de inteligencia que había entregado los planos, en los vaivenes de caídas y desapariciones, quedó desenganchado de la organización. A poco de volver a tomar contacto, decidió irse del país. Streger tomó la precaución de pedirle que avisara una vez que estuviera instalado en el país que había fijado como destino para tener certeza de que no había caído en manos de los militares. De esa manera podía saber que los datos de la Operación Gaviota no se habían filtrado y podían comenzar con la exploración del Arroyo Maldonado. Pasó muy poco tiempo y, a través de un mensaje cifrado, el hombre de inteligencia dio el aviso. Fue entonces que Streger puso en marcha los primeros pasos.
El arroyo Maldonado
Streger tenía documentos falsos y estaba en la mira de los grupos de tareas. El segundo al mando de la Operación Gaviota era aún más buscado: también había pasado por las cárceles de Lanusse y luego formó parte de los grupos del ERP que operaron en los montes tucumanos. Los militares sabían que era un hombre destacado en la guerrilla rural y estaba en la mira de los grupos de tareas.
Estos dos hombres, acompañados por algunos pocos más, debían preparar la logística para colocar las dos poderosas cargas explosivas bajo la pista del Aeroparque metropolitano. Los primeros pasos fueron reconocer los accesos y bocas de tormenta del arroyo Maldonado, ese largo curso de agua entubado a principios del siglo veinte de más de 20 kilómetros que nace en La Matanza y desemboca en el Río de la Plata y operaba de límite natural de la ciudad de Buenos Aires desde Palermo, al este, hasta los suburbios de Liniers y Versalles. Hasta que se decidió el entubamiento a fines de los años 20, solo podía cruzarse en bote. Las cercanías y la propia orilla del Maldonado al aire libre fue escenario de muchos de los relatos de Jorge Luis Borges sobre riñas de cuchilleros sucedidos en las pulperías y tugurios del lugar, ya que la casa familiar del escritor estaba a dos cuadras del arroyo.
Una vez estudiados los planos, los guerrilleros acondicionaron una furgoneta en un taller: habían hecho un agujero en el chasis para poder descender a una boca de tormenta sin abrir las puertas y despertar sospechas.
Así, una noche, el chofer de la furgoneta se estacionó unos minutos sobre una de las tapas de acceso, Streger y su segundo ataron unas sogas, descendieron dispuestos a caminar con linternas, planos y mucha audacia. La camioneta arrancó y nadie supo que se había dado un paso decisivo para consumar el atentado.
Tras familiarizarse con las tuberías, detectaron una boca de acceso más cercana al aeropuerto Jorge Newbery. El asunto era que, a medida que se acercaban a la desembocadura del arroyo, el caudal del agua aumentaba. Además, los días de lluvia, la corriente crecía aún más. Compraron un bote de fibra de vidrio, lo bajaron. Los riesgos crecían como la corriente: el país estaba bajo control militar y las delaciones a la orden del día.
Las bombas y cómo hacerlas explotar
Una vez que habían recorrido varias veces el trayecto, llegó el momento en que debían trasladar las cargas explosivas. Eran dos, y debían colocarlas a corta distancia. La primera debía explotar una vez que el avión presidencial hubiera carreteado lo suficiente y decolara. La segunda casi de inmediato. Era la forma de garantizar que la nave volara pero no por las turbinas sino por las bombas.
El explosivo de uso militar por excelencia es el Trinitrotolueno (TNT) también conocido como trotyl. No resultaba fácil conseguirlo en las cantidades que requería el operativo y los guerrilleros decidieron combinarlo con gelamón, un explosivo menos estable, pero que al activarse junto al trotyl tiene también altísima potencia.
Las dos cargas, dado que iban a estar instaladas en el arroyo, fueron herméticamente cerradas con sus respectivos detonadores incorporados y trasladadas en bote hasta debajo de la pista. Entre las dos pesaban unos 130 kilos.
Iluminados con linternas y faroles, lograron amarrar ambas bombas en el techo del Maldonado, debajo de la pista. Las cargas estaban interconectadas por un cable eléctrico.
El primer explosivo debía sacudir al avión y eventualmente derribarlo, pero el segundo –colocado bajo una tapa de inspección- era el que expulsaría pedazos de hormigón que actuarían como proyectiles letales sobre el Fokker. Ambas cargas iban a ser detonadas de modo simultáneo a través de un sistema eléctrico que implicó colocar cientos de metros de cableado hasta el aparato explosivo.
Junto con esos preparativos, la inteligencia del ERP contaba con el cronograma de viajes de Videla en avión. Así fue que supieron que el jueves 17 de febrero de 1977, el Fokker F28, a las 8.30, partiría con destino a Bahía Blanca con Videla y su comitiva.
Para ese día, el despliegue guerrillero era por tierra. La etapa del Maldonado estaba terminada. Habían dispuesto a observadores cercanos a la pista que se comunicaban a través de walkies talkies con Streger y su segundo quienes, una vez que recibieran desde los bosques de Palermo la señal, tocarían los dos botones que hicieran explotar la pista y terminar con los días de Videla y la decena de personas que lo acompañaban.
Todo salió como estaba previsto, el avión se demoró solo diez minutos. A las 8.40 las turbinas ya estaban en movimiento, el Fokker carreteó y en cuestión de segundos levantó vuelo. El vigía principal se comunicó y Streger y su segundo apretaron los botones.
Sin embargo, dos episodios hicieron fracasar el operativo. El avión llevaba poco combustible y al tener menos peso se elevó en un ángulo mayor al que los guerrilleros tenían previsto. La primera bomba explotó pero la onda expansiva apenas sacudió al avión. La segunda carga, la más letal, directamente no explotó.
Aquella mañana del jueves 17 de febrero, Videla, Martínez de Hoz y nueve personas más salvaron sus vidas. El avión fue hasta la base de El Palomar, la comitiva cambió de aeronave y siguió camino a Bahía Blanca. El mismo viernes 18 de febrero, a través de un comunicado, el ERP se hizo cargo de la autoría del fallido atentado. A su vez, el periódico Estrella Roja, unos días más tarde, dio detalles de cómo había sido la preparación.
La desaparición de Streger
Tres meses después, cuando todavía no había cumplido 30 años, el Fino, la Tía, el teniente Martín era capturado por un grupo de tareas. Unos días después, también fueron secuestrados su esposa Noemí Mopty y su cuñado Enrique Mopty. Los tres permanecen detenidos-desaparecidos.
Existen testimonios de sobrevivientes que declaran que fueron vistos en el Centro Clandestino de La Perla, en Córdoba. El segundo al mando del operativo logró sobrevivir, al igual que el miembro de inteligencia que había conseguido los planos que dieron inicio al fallido vuelo de la gaviota.
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