Se asegura que lo diseñó el creador de las mayólicas de la línea C del subterráneo. Pero un mito urbano dice que fue el resultado de un amor imposible.
Como en todos los barrios, también en Martínez -en la zona norte del Gran Buenos Aires- hay lugares, personajes y sucesos que con el paso del tiempo se transformaron en leyenda.
Por ejemplo Vicente, el eterno caminante al que los vecinos bautizaron como “el ángel”. O el mítico Estadio Ebro, aquel pequeño Luna Park en el que boxeó el campeón mundial Pascualito Pérez y jugaron los Harlem Globetrotters.
Esa misma consagración popular alcanzó “el castillito” de la calle Edison. Se llama “La Manola” y está allí, en la esquina con Sáenz Peña, desde 1929.
Los historiadores nos cuentan que por entonces ese era el camino obligado que hacían las carretas, desde el interior bonaerense rumbo al río. Y que a cuatro cuadras, en lo que hoy es la esquina de Edison y Santa Fe, estaba “La posta del triunfo”, donde los paisanos de las chacras vecinas, convertidos en soldados de Pueyrredón, celebraron la victoria sobre los ingleses comandados por Beresford en junio de 1806.
En ese entorno se levanta “el castillito”, como se lo conoce desde siempre.
Aunque en realidad éste de Martínez es más bien un caserón de típico estilo neocolonial español, con aire andaluz.
De color blanco, con paredes ornamentadas y una imponente puerta de madera maciza de dos hojas, “La Manola” ocupa toda la esquina. Su estructura de dos pisos remata en una torre, que hasta hace poco se prolongaba en el único pararrayos que había en el barrio.
Algunas ventanas son verticales y otras de arco romano. Tienen coloridos vidrios biselados, persianas y celosías altas y están protegidas por aleros y artísticas rejas negras de hierro forjado.
Desde afuera, la casona tiene la apariencia de un fuerte inexpugnable. Sobre todo por las cinco llamativas cuñas de madera oscura que sostienen la estructura del piso superior.
Es que a diferencia de los chalets de la zona norte, que se caracterizan por tener un jardín abierto adelante y grandes ventanales, “La Manola” no permite que su interior se vea desde la calle.
A lo largo de un siglo “el castillito” permaneció siempre igual. Su estilo inalterable se convirtió en un motivo del orgullo para los vecinos, que a través de las generaciones lo han considerado como un emblema propio de su paisaje lugareño.
Aunque al mismo tiempo siempre se preguntaron por qué se llama “La Manola” , quién la construyó y quienes fueron sus moradores.
Porque además de vitreaux, mayólicas, glorietas, fuentes y herrajes forjados, sus gruesos muros encierran enigmas que aún no han sido develados.
Una versión dice que una hermosa mujer fue modelo para Estanislao Fuentes, un famoso pintor que vivía en esa casa de la calle Edison.
De acuerdo a ese relato, se conocieron en una fiesta de disfraz a la que ella asistió con un antifaz que le tapaba casi todo el rostro. Eso no impidió que el artista se deslumbrara con su belleza y le dijese:
-Quisiera que posara para mí; deseo retratarla, estoy buscando la musa que inspire mi obra cumbre y estoy seguro que mora en usted, señora…
-Manola, me llamo Manola…
Al día siguiente, ella estuvo en el atelier y lo sorprendió porque seguía ocultando su cara con el antifaz. Pero lo más inesperado fue escucharla decir:
-Puede retratarme el cuerpo, pero si soy aquella musa que usted dice, entonces confío en que podrá imaginar mi rostro sin verlo. Pínteme desnuda.
Cuentan que Estanislao vaciló un momento. Estuvo a punto de dejarse llevar por un impulso difícil de controlar. Pero no podía poner en juego su prestigio ante la provocación de una desconocida. De modo que a partir de ese momento, Manola comenzó a posar para él, totalmente desnuda pero con el antifaz puesto.
Fueron varias semanas de trabajo. Ambos mantenían el equilibrio entre el trabajo y una atracción que iba creciendo. Hasta que un día Estanislao le dijo:
-Manola, usted ha logrado enamorarme, la deseo desde lo más profundo de mi ser, ya no resisto un instante más sin estar con usted…
Ella volvió a sorprenderlo:
-Yo también me siento atraída por usted… Pero quisiera que primero termine la obra… Mi querido Estanislao, le propongo que sea original; sedúzcame retratando mi rostro tal como lo imagina, detrás del antifaz. Si me gusta lo que su corazón ve de mí, entonces me entregaré a sus brazos sin más…
-¿Y cómo sabré yo lo que siente usted por mÍ?
-Me casaré con usted- dijo Manola, se despidió y se fue de la casona.
Pasaron los días. Finalmente, una noche la obra estuvo lista y Estanislao se la mostró a Manola. Ella miró la tela, giró la cabeza y le dijo arrasada por las lágrimas:
-Los ojos que me ha pintado tienen una mirada distinta, no son míos, no reflejan mi alma… No es lo que esperaba. Lo siento, Estanislao, no habrá matrimonio.
No hay testigos, pero se dice que él se enfureció, arrojó el lienzo por la ventana. Y mientras el cuadro caía en la avenida Edison, gritaba:
-¡Váyase inmediatamente de esta casa! ¡Retírese y no vuelva nunca más! ¡Y llévese su maldito retrato!
No, no hay testigos. Pero aún así la historia dice que Fuentes nunca más salió de esa casa, en la que vivía solo. Dos años después los vecinos alertaron a la policía, que entró al castillito y encontró el esqueleto de un hombre frente al lienzo de una mujer.
Ese año, la casa de Estanislao Fuentes pasó a manos del fisco y fue declarada patrimonio cultural. Desde entonces, la casa de Edison al 400, en Martínez fue bautizada como “La Manola”.
Hasta aquí, la versión.
Como se sabe, la condición indispensable que tiene una ficción es que sea verosímil. Por eso esta atrapante historia, nacida de la imaginación del escritor Fernando Caporaletti y publicada en su blog, ha pasado de la literatura a la calle y se ubica en la galería de los mitos urbanos. Aún hoy, en Martínez, no pocos vecinos mencionan a esa esquina como “la casa del pintor”.
Aunque auténticamente haya sido la casa de un artista plástico, ese sí real. Un notable diseñador. Real, de carne y hueso.
Imaginen por un momento que estamos en el Cerro Calderico, en Castilla-La Mancha, en España.
Ante nosotros, hacia abajo, se despliega un espectáculo fascinante.
Pintados de blanco impecable, una docena de molinos rodea el imponente Castillo de la Muela, desde donde se contempla todo el valle manchego.
Son los mismos molinos de viento contra los que arremetió Don Quijote. Que existen de verdad y hoy siguen en pie en España, cerca de Toledo, a sólo 135 kilómetros de Madrid.
Y pese a que Cervantes inmortalizó la frase “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” el dato preciso es que están en un pueblo llamado Consuegra.
Ese lugar fue el que inspiró la obra cumbre de nuestra literatura.
Allí también se libró una feroz batalla, en la que murió el hijo del Cid.
Y de allí viene el apellido de uno de los personajes de esta crónica: Eusebio Consuegra, el arquitecto español que hace casi cien años diseñó “La Manola”, el pequeño castillo de la calle Edison, en el barrio de Martínez. Y lo habitó desde 1929 en adelante.
La distancia, tanto la geográfica como la del tiempo transcurrido, dificultan la reconstrucción de los hechos. Por eso andamos un poco a tientas y tenemos enigmas sin resolver.
Sin dudas, el apellido Consuegra es toponímico, vale decir derivado de ese mismo pueblo de la geografía española. Pero no nos consta si nuestro personaje Eusebio nació allí mismo o en algún otro lugar de España.
Sí sabemos que era arquitecto y que trabajaba en la Compañía Hispano Argentina de Obras Públicas y Finanzas, que fue muy conocida en la Argentina por el acrónimo de su sigla: CHADOPyF.
Esa empresa, con sede en Madrid, participó de la construcción de varias líneas de subterráneos en Buenos Aires. Entre ellas la “C”, que une las estaciones de Retiro y Constitución, pasando por General San Martín, Lavalle, Diagonal Norte, Avenida de Mayo, Moreno, Independencia y San Juan.
El primer tramo se inauguró en 1934 y su traza se completó en 1937. Se la conoció como “el subte de los españoles”, porque los andenes de las nueve estaciones de esa línea están ornamentadas con paisajes típicos de España. Esas obras fueron realizadas en cerámicas y mayólicas de la fábrica Cattáneo, bajo la dirección del arquitecto Martín Noel y el ingeniero Manuel Escasany.
En esa tarea participó activamente Eusebio Consuegra, a quien se considera uno de los creadores de esas mayólicas.
Tanto los motivos centrales como los detalles accesorios, los frisos principales y las guardas afiligranadas, se ponderan como un verdadero tesoro. Claro, el vértigo de miles y miles de pasajeros a lo largo de los años, quizás postergue el disfrute estético de esas obras de arte al paso. Sin embargo son un Monumento Histórico Nacional, de acuerdo a un decreto de 1997.
Hemos tratado de averiguar más datos de Eusebio Consuegra, pero no tuvimos mucho éxito. Es que ya no quedan vecinos que lo recuerden en el barrio. Y en las redes la única pista nos lleva a Colombia, donde ese apellido es bastante común. Apenas un dato surge como sugestiva coincidencia: tanto en el país sudamericano como en España, los Consuegra están relacionados con empresas de arquitectura.
Me falta agregar un aporte inesperado:
-Estuve averiguando y me dijeron que Consuegra tuvo algo que ver con el rediseño del Museo Larreta, en la década del 20… Yo fui a visitar el Museo Larreta en noviembre y comprobé algo increíble… ¡Son exactamente las mismas mayólicas que hay aquí, el mismo damero de las placas del suelo! Hay que averiguar si fue él mismo, pero los dibujos de animales son exactamente iguales…
Me lo dice Vincent Pelletier, un francés de 55 años.
Es el nuevo dueño de “La Manola” y tiene mucho para contar.
-Nací en Chatellerault, una ciudad del centro oeste de Francia, adonde se construyeron los castillos del Loire… Yo trabajo en una organización internacional, una ONG, Coalición Plus… Soy Director de la Organización… La Fundación Huésped es el socio argentino de esta organización internacional. Trabajo sobre infecciones transmisibles, el VIH por ejemplo, que son mucho más comunes en el hemisferio sur… Entonces no tenía mucho sentido quedarme en Francia, por eso me mudé a la Argentina.
Vincent admite que pudo haber sido en algún otro lugar:
-Sí, es verdad… Podría haber sido en África o en otros países. Argentina fue algo ocasional, pero me gustó. Yo vine acá hace dos años por primera vez en diciembre 2018 y me encantó Buenos Aires… Me dije yo podría estar acá… En realidad hace unos años quería ya irme de Francia, tenía la idea de ir a Quito, en Ecuador y la altura me molestaba un poquito…
Y repite:
-¡Pero Buenos Aires me encantó!
El azar se asoció inesperadamente a lo que inicialmente era un período momentáneo:
-El COVID modificó mis planes… Yo llegué el 2 de enero de 2020, justo antes de la cuarentena… Me instalé en un pequeño departamento en la avenida Maipú, enfrente de la quinta. Pero cuando empezó la cuarentena me dije esto va a seguir mucho tiempo. Entonces empecé a buscar un lugar más grande, una casa con un jardín y empecé a buscar por internet…
Le ofrecieron varias casas. Todas tenían más o menos las comodidades que Vincent precisaba en esta nueva etapa de su vida:
-Hasta que encontré esta casa en abril de 2020 y la vine a visitar… ¡Me enamoré inmediatamente!… Y empecé a buscar la manera de comprarla, porque al ser francés precisaba el DNI para comprar… Fue todo un tema, porque yo vendí mi casa en Francia en mayo y tenía la plata allá… Pero ya pasó y se hizo bastante fácilmente.
De acuerdo a los avisos que se publicaron en su momento, la casa costaba 398.000 dólares. Y las partes llegaron a un acuerdo:
-Firmé la oferta en julio y concretamos la escritura el 11 de diciembre de 2020…
Es decir que dese hace dos meses, un francés que vino a la Argentina por razones de trabajo, compró una de las casas más características de la zona norte. De inmediato comenzó a hacer algunos trabajos de mantenimiento:
-Sacamos el pararrayos porque las tejas del techo de la torre se estaban cayendo, fue lo primero que hicimos. El pararrayos tenía sentido cuando la casa se hizo, porque estaba en medio de un descampado. ¡Ahora vamos a poner una veleta, el gallo de Francia!
El castillito había estado deshabitado varios años. Nadie entraba ni salía de la casa. Por eso, la repentina presencia de obreros, andamios y contenedores llamó la atención en el barrio y despertó la curiosidad de los vecinos. Vincent confiesa que esto lo conmueve:
-Hace dos meses que estamos acá con la obra y lo que más me sorprende es que no hay un día que yo salgo y alguien me habla… En todos los vecinos se ve que hay un amor o una relación afectiva con la casa y se paran y me dicen “¡ah, qué van a hacer…!” es como que me dijeran es la casa de nosotros también… A todos les importa lo que vamos a hacer…
-Seguramente, se creía que “La Manola” iba a ser demolida. ¿Quién iba a comprar semejante esquina sin aprovechar ese lote para construir una casa moderna?
-Sí, es verdad. Cuando la compré el temor de los vecinos era que la derribáramos para hacer un chalet o un duplex… Es nuestra casa, pero también es la casa del barrio… Eso me parece increíble. Y eso que aquí nunca habían entrado los vecinos, no conocían la casa por adentro. Yo invité a los vecinos de enfrente y no podían creer lo que veían, con todas las mayólicas en las paredes no podía creer cómo es la casa por adentro, sólo la conocían de afuera.
-¿Entonces no van a demoler el castillito?
-¡No, no! Me enamoré inmediatamente de esta casa cuando la vi… Lo que yo le pedí a las arquitectas es algo parecido a lo que se ha hecho en España con la Red de Paradores Turísticos, guardar la idea arquitectónica, no cambiar la fachada, no cambiar el estilo, pero modernizar todo lo que tenga que ver con el movimiento y los servicios… Vamos a hacer algunas arcadas en la pared que da al jardín, para darle más luz al ambiente. Cambiaremos las arañas, que me parecen un poco duras para el estilo… El primer arquitecto me dijo que había que sacar el piso con el damero negro y blanco, porque no coincidía con las mayólicas y la fuente que está en la recepción… Pero a mí me gusta un montón ese damero, lo voy a mantener… Y no voy a poner muchos muebles, porque no vamos a tapar las mayólicas. Lo menos posible.
Vincent cree que las reformas van a llevar bastante tiempo, no menos de un año. Uno imagina que el costo alcanzará un monto significativo en relación al precio de venta. Pero finalmente “La Manola” recuperará el brillo que tuvo cuando fue construida:
-La casa se construyó en 1919, pero los planos son de 1926… Eusebio Consuegra la diseñó a su gusto y la habitó desde el primer momento… No tengo datos precisos, pero sé que él vivió muchos años… Él o su familia vendieron la casa en 1966… Y la compró una familia de apellido francés, Saint Amant… En la escritura la casa figuraba a nombre de una señora llamada Ofelia Pesoa… Era pintora, casada con un militar que estaba en Jujuy. O sea que yo soy el tercer dueño, desde que la construyeron.
Algunas fotos publicadas por las inmobiliarias cuando “La Manola” estaba en venta, mostraban el interior de la casa cuando aún estaba amueblada por los anteriores dueños. Se notaban los ambientes muy densos, los espacios poblados por todo tipo de objetos. Vincent tuvo la misma sensación:
-La he visto en fotos, de la inmobiliaria, con los muebles. Los que me vendieron hicieron una feria americana y cuando llegué no había nada. Sí, sí, estaba muy del siglo pasado. Sobrecargado, nosotros encontramos clavos en todas las paredes. Puede ser que si la hubiera visto amueblada no me hubiera gustado tanto.
- A mí me impresionó mucho una foto en la que se ven docenas de muñecas, por todas partes, una encima de otra… En las sillas, en los sillones… Más que juguetes, parecen seres reales pero dormidos… O sin vida…
-Ah sí, es que Ofelia, la dueña anterior, la esposa del militar, hacía muñecas de terracota… Estaba lleno de muñecas, en todos los cuartos.
En un rincón quedan discos de pasta de 78 RPM y varios libros cubiertos de polvo. Una ilustración pegada en una pared revela la afición por los trencitos eléctricos de alguno de los habitantes que pasaron por “La Manola”. Es probable que con el tiempo Vincent descubra algunos secretos inesperados en una casa cargada de todo tipo de historias.
Por el momento, planea ampliar algunos cuartos, reconstruir la pérgola del jardín y dejar las mayólicas a la vista.
Y en otro orden de cosas, como hincha del Paris Saint Germain, se ilusiona con la posibilidad de que el comentado truco fotográfico de la revista France Football se concrete:
-Sería fantástico que Messi jugase en el PSG junto a Neymar…
Hay otras hipótesis, que también necesitan que el tiempo transcurra para concretarse:
-¿Si vos te vas de Argentina venderías “La Manola”?
-No tengo idea. A los 55 años, me quedan pocos años de trabajo. Entonces, si en diez años me jubilo y estoy acá no me molestaría -ahora lo digo…- no me molestaría jubilarme en Argentina.
-Igual que Consuegra…
-¡¡¡Espero vivir tantos años como parece que vivió él!!! Todavía no sé por qué me quedé en la Argentina, no sé por qué terminé comprando una casa porque esa no era la idea cuando llegué, que encontré justamente esta casa tampoco sé por qué… pero es así y me gusta… Tampoco sé cuánto tiempo voy a quedarme en la Argentina, puede ser para siempre… pero por el tiempo que sea, vivir en una casa como esta es un proyecto increíble.
Mientras los obreros terminan de sacar las tejas, la veleta con el gallito francés espera ser ubicada en lo alto de la torre.
Pronto será el nuevo símbolo de la esquina de Edison y Sáenz Peña.
Y los vecinos seguirán sintiéndose un poco dueños del castillito.
Seguí leyendo: