-Escuchame bien, Tubo, quiero que hagas algo.
-Sí, don Yege, dígame.
-Va a ir un preso político para allá, es Carlos Menem…
-¿Y quién es ese Menem?
-¿En qué país vivís, vos? Menem, el que era gobernador de La Rioja.
-Bueno…
-Lo van a llevar para Las Lomitas, al Cuartel de Gendarmería, y yo quiero que vayas a verlo y le digas que vas de parte mía. Y todo lo que él necesite vos se lo das. Yo te voy a devolver todo después.
Empezaba a bajar el calor después de la siesta aquel 24 de septiembre de 1980 en Las Lomitas, una pequeña ciudad del centro de Formosa, a 300 kilómetros al Oeste de la capital provincial por esa recta casi perfecta que es la Ruta Nacional 81 y Manuel Efrén Flores, Tubo para todo el mundo, no entendía bien de qué le estaba hablando desde el otro lado de la línea don Amado Yege, concesionario de la distribución de Coca Cola en toda la provincia. Yege era una especie de jefe para Tubo, que tenía a su cargo el reparto de las bebidas de la marca en la zona Oeste, entre Morteros e Ibarreta.
Tubo Flores de verdad no sabía quién era el Menem ese. Ni él ni su mujer, Beatriz Betty Nasif, se habían interesado nunca por la política. Eran gente de trabajo que habían empezado con un almacén de ramos generales y ahora, además, tenían ese reparto. Les iba bien y poco les importaba el gobierno que estuviera. Los gobiernos de Buenos Aires quedaban muy lejos vistos desde Las Lomitas.
En diálogo con Infobae, Tubo se acuerda sin dudas de que era 24 de septiembre porque es el Día de la Virgen de La Merced, Patrona de Las Lomitas, y Betty lo estaba esperando en la casa para ir juntos a la procesión.
Por eso quería terminar cuanto antes de hablar con Yege, con quien se comunicaba casi todos los días a la misma hora por cosas del negocio. Hablaba siempre desde la Central Telefónica, porque a principio de los 80 no había teléfonos domiciliarios en el pueblo.
El mechudo de patillas
Estaba en eso cuando vio entrar al local a un hombre de pelo y patillas largas, acompañado por dos gendarmes. "En Las Lomitas nos conocíamos todos, y no había hombres mechudos por allá, menos en la época militar, así que me di cuenta enseguida que ese no era del pueblo. Tenía que ser Menem. Entonces le dije a Yege que esperara y salí de la cabina", recuerda Tubo en su casa de la capital formoseña donde recibe con Betty a los cronistas de Infobae.
-¿Usted es Menem? – le preguntó al "mechudo" que acababa de entrar.
-Sí, soy yo – respondió el otro.
-Venga, venga, que hay alguien que quiere hablar con usted.
Menem se sorprendió, pero lo siguió hasta la cabina donde Tubo dijo por teléfono: "Lo tengo acá, don Yege, le paso con él", y le alcanzó el auricular. "No sé de qué hablaron, porque yo salí enseguida, para que hablaran solos. Cuando salió me agradeció y yo lo invité a comer esa noche a casa".
Una cena y otra invitación
A Betty la invitación no le gustó nada. Tenía otros planes y su marido se los había cambiado sin consultarla. Tubo llegó entusiasmado a su casa. Menem, simpático y entrador, le había caído bien en los pocos minutos que conversaron en la central telefónica. Justo cuando Betty salía del baño le contó lo que le había pedido Yege y su encuentro con Menem.
-Che, repiola el tipo, quién va a decir que era gobernador ése.
-Ah, sí…
-¿Sabés que yo lo invité a comer, a cenar esta noche? – anunció Tubo.
-¿Cómo? ¡Ni pienses que voy a hacer comida, yo tengo que ir a la procesión!
-Pero yo ya lo invité.
-¿Y cómo va a venir si me decís que está preso?
-Sí, pero yo le dije a los milicos si lo podían dejar venir y me dijeron que sí.
-Vamos a comer lo que haya, porque yo no tengo tiempo para hacer nada – cerró Beatriz, todavía enojada.
Comieron una picada y a Betty se le fue rápido el enojo, Menem le cayó bien y, también, la conmovió. Se quedaron conversando casi hasta las 12 de la noche mientras cuatro gendarmes esperaban afuera. El riojano se los ganó enseguida cuando, después de que lo llamaran dos o tres veces "doctor", los cortó.
-No me digan de usted, ni doctor. Yo soy Carlos, vos sos Betty y vos sos Tubo – les dijo.
"Nos contó que había estado preso en un barco que se llamaba 33 Orientales y también nos dijo que cuando había muerto la madre los militares no le habían permitido ir a despedirla. A mí me dio pena, porque hablaba con mucha humildad, con mucha entrega, sin saber quiénes éramos nosotros. Yo vi que tenía una pena muy grande en el alma", recuerda ahora Beatriz.
-¿Doctor, y dónde duerme usted? – le preguntó mucho más tarde Betty.
-Te dije que soy Carlos – le contestó Menem -. Hace tres días que estoy acá. La primera noche dormí en el Casino de Oficiales del cuartel y ahí estaba bien, pero desde Buenos aires dieron la orden de que me metieran en un hotel. Anoche casi no pude dormir por las cucarachas que hay.
A Betty le dio lástima y ni siquiera consultó a su marido. Estaba decidida.
-¿Por qué no viene a vivir con nosotros? – le propuso sin acostumbrarse todavía al tuteo. Menem se quedó mirándola y tardó en responder.
-¿Cómo voy a venir a vivir con ustedes? Yo soy un preso político. No me van a permitir, yo tengo que estar donde dicen ellos – contestó.
-Yo soy el proveedor del Cuartel -dijo entonces Tubo -. Mañana voy a hablar con el jefe del Escuadrón y consigo el permiso para que venga.
-No, no quiero que vos vayas. Yo voy a hablar, lo tengo que hacer yo – le dijo Menem.
A la mañana siguiente habló con el comandante a cargo del Escuadrón de Gendarmería.
Quince días presos en su propia casa
Esa noche, después de que se fuera Menem, Betty y Tubo se quedaron conversando y decidieron que Menem eligiera en qué habitación quería dormir. La casa de la esquina de Güemes y Chile tenía comodidades de sobra, incluso había una habitación que habían construido para dormitorio de las dos hijas del matrimonio, Yamile y Nayide, que todavía no habían estrenado. Si quería dormir ahí sería perfecto. Se durmieron pensando en eso.
A la mañana siguiente, Tubo salió temprano para el almacén y el depósito, pegados a la casa, mientras que Beatriz se empezaba a preparar para ir a la escuela donde daba clases. Poco antes de las ocho, golpearon la puerta. Era el jefe del Escuadrón, pero no estaba solo: lo acompañaban un funcionario del Juzgado de Las Lomitas, el médico de Gendarmería y varios policías y gendarmes. "Eran un batallón", recuerda Betty, que conocía socialmente al comandante.
-El doctor Menem dice que ustedes le ofrecieron para venir a vivir acá. ¿Es cierto? – preguntó el gendarme sin preámbulos.
-Sí, es cierto – contestó.
Beatriz recuerda que el comandante la miró serio, casi amenazante, antes de decirle:
-¿Y vos lo vas a tener acá?
-¿Y qué querés decir con eso? – contestó Betty sin entender todavía.
-Vos tenés que pensar en lo que les puede pasar, a vos, a tus hijas… Mirá si los subversivos los quieren matar a ustedes por tenerlo acá.
Asustada pero firme, Beatriz le contestó:
-Yo te voy a decir una cosa: esta casa es nuestra, así que ni vos ni nadie nos va a ordenar a quién le abrimos las puertas.
"Ahí llegó Tubo y el jefe del Escuadrón le dijo que le mostrara la casa. Entraron como 15 milicos y la recorrieron toda. Hablaban de dónde poner las guardias y no sé qué otras cosas más", cuenta ahora Beatriz a Infobae.
-Bueno, lo vamos a dejar venir -dijo finalmente el gendarme -, pero van a tener guardia día y noche y a la casa no puede entrar sin permiso nuestro nadie que no sea pariente de ustedes.
Menem se mudó esa misma tarde y durante los primeros 15 días toda la familia vivió bajo un régimen riguroso. El riojano no podía salir sin permiso de la casa y Beatriz y Manuel se sentían tan presos como él. Después, poco a poco, el régimen se fue flexibilizando. Menem empezó a salir y a moverse con libertad por el pueblo, aunque la prohibición de recibir visitas en la casa se mantuvo hasta el final. Sin embargo, pronto encontrarían la manera de burlarla.
Un día en la vida del preso Carlos Menem
El riojano vivió en la casa de los Flores desde el 25 de septiembre de 1980 hasta fines de marzo de 1981. Estaba constantemente vigilado. De día había solamente dos gendarmes, pero a la noche se apostaban diez en distintos puntos, siempre fuera de la casa.
Menem se levantaba muy temprano y lo primero que hacía era leer unas páginas de una Biblia que guardaba siempre debajo de la almohada. "Era muy religioso -dice Beatriz-. Me decía que había que leer La Biblia, que la abriera en cualquier página y leyera, que siempre iba a encontrar una solución a mis problemas".
Después de leer La Biblia y de vestirse iba a la cocina, donde se preparaba un jugo con pomelos de una planta que había en el patio. Cuando terminaba el jugo de pomelo se preparaba él mismo el mate, no dejaba que nadie lo hiciera. "El mate era una cosa sería, no le gustaba que lo preparara otro. La verdad es que él nos enseñó a tomar mate, le salían muy bien", dice Tubo casi 40 años después.
Los Flores recuerdan que salía a correr todas las mañanas, sin importar el clima. Lo hacía por deporte, pero también porque lo divertía poner en aprietos a uno de los gendarmes de la custodia diurna, que era el encargado de acompañarlo a todas partes. "Ese gendarme ya era grande y estaba un poco gordo, así que Menem lo volvía loco cuando se iba a correr, no podía seguirlo. Al final el hombre encontró la solución y una mañana vino con una bicicleta. Su subía a la bici todos santos los días para seguirlo a Menem", le cuenta Tubo a Infobae y sonríe divertido.
Cuando volvía de correr iba al negocio y ayudaba a Tubo en la atención al público o en el depósito. Eso duraba un rato, porque después se sentaba en un banco que había en la vereda y conversaba con todos los que pasaban.
A mediodía comía con toda la familia y jugaba un rato con las hijas, antes de dormir la siesta. Cuando bajaba el calor, cruzaba las vías que corrían paralelas a la calle Güemes, frente a la casa, y jugaba al fútbol con los indígenas que venían de la Comunidad wichí La Pantalla. "En poco tiempo se hizo amigo de todos, de los clientes, de la gente del pueblo, se los metió a todos en el bolsillo. Pero más que nada le gustaba estar con los indios, que lo querían mucho", dice Betty.
Silencio sobre Marta Meza y Carlos Nahir
De otras cosas que Menem hizo durante su estadía en Las Lomitas los Flores no van a hablar. Hay cosas de la vida de su huésped que, si las saben, las callan.
Nada dicen del romance del riojano mantuvo con Martha Meza, hija de Modesto Meza, un caudillo político del pueblo, y que se inició a poco de llegar Menem a Las Lomitas. Si les contó algo en confianza, no quieren traicionar ese secreto.
Lo cierto es que Menem nunca estuvo con Martha Meza en casa de los Flores. Otros vecinos del pueblo contaron a los cronistas que era habitual ver al ex gobernador confinado en la casa de don Modesto para hablar de política. Y que ahí también estaba Martha, con quien se lo vio caminar más de una vez por el pueblo.
De esa breve relación – que terminó poco después de que Menem se fuera de Las Lomitas – a fines de 1981 Martha Meza tuvo un hijo, al que llamó Carlos Nair e inscribió con su apellido de soltera. Durante años no dijo quién era el padre.
Recién en 1995, cuando era diputada nacional por Formosa, Meza reveló que Carlos Nair era hijo de Carlos Menem. “No tuve el hijo de un presidente, tuvo el hijo de un preso”, dijo al hacer la revelación.
Menem reconoció la paternidad de Carlos Nair en 2006, con el fallo de un juicio iniciado por su hijo y prueba de ADN mediante.
Martha Meza no pudo verlo. Se suicidó en diciembre de 1999 en su casa de Las Lomitas, después de intoxicarse deliberadamente con un herbicida.
Ni Beatriz Nasif ni Tubo Flores dirán una palabra sobre el tema, pero sí hablarán y, con gusto, de otros encuentros, de neto corte político, que Menem tenía en su casa violando la vigilancia de Gendarmería.
Visitas clandestinas
Animal político, el riojano no tardó mucho en encontrar la manera de hacer reuniones con sus compañeros del peronismo en la casa de los Flores, aunque lo tenía terminantemente prohibido.
La idea para hacerlos entrar sin que nadie se diera cuenta la pusieron en práctica Tubo y Amado Yege. Los visitantes –muchos de ellos provenientes de Buenos Aires– viajaban hasta Brown, un pueblo cercano. Allí Yege los escondía entre los cajones en un camión de Coca Cola que los llevaba hasta Las Lomitas. El camión entraba en el depósito de Tubo -lindero con la casa– sin que nadie lo revisara y desde allí pasaban al patio.
"Nos reíamos mucho, porque a veces venían medio disfrazados. Había una senadora, que después murió, que vino con un pañuelo y unos anteojos que eran un desastre – cuenta Betty -. Los que venían más seguido eran Floro Bogado y Vicente Joga, pero eran muchos". Ambos dirigentes peronistas formoseños. Bogado fue electo gobernador en 1983 y su sucesor fue precisamente Joga.
Con el tiempo la vigilancia se fue relajando cada vez más. Sin decirlo abiertamente, los gendarmes hacían la vista gorda. Menem charlaba siempre con ellos y también se los había ido ganando con su estilo entrador.
Tubo recuerda que llegaron a hacer reuniones muy grandes, con asado y fiesta. Betty asiente y cuenta: "Él era un tipo mandón. Venía y le decía a mi marido: 'Tubo, mañana quiero que me hagan unos chivos porque vienen veinte amigos míos'. Y él tenía que conseguir los chivos, hacer el asado y atender a sus amigos. Teníamos gente todos los días, muchísima gente".
Inundación y después
Los viejos vecinos de Las Lomitas no olvidan la inundación de fines de 1980. Llovieron más de 300 milímetros en un día y se inundó casi todo el pueblo. El agua entró sin piedad en la casa de los Flores, aunque no está en una de las zonas más bajas del pueblo. Tubo estaba desesperado por salvar la mercadería del depósito, el agua la iba a echar a perder.
“Ahí Menem se portó muy bien –recuerda-. Me vio desesperado y me dijo ‘vamos’. Entre los dos levantamos un montón de bolsas de 60 kilos de harina. Gracias a él salvamos muchas cosas, pero igual fue un desastre”.
La casa tenía varios centímetros de agua adentro, de modo que tuvieron que irse. Una familia amiga de los Flores, que vivía en una zona más alta, les dio refugio, pero era una casa chiquita donde sólo les pudieron ofrecer un dormitorio para que durmieran Beatriz, Tubo y las dos nenas. Para Menem no había lugar, pero no quedó a la intemperie.
"Hacía muy poquito que yo me había comprado una camioneta nueva, una Ford con cúpula. Conseguimos un colchón y lo metimos en la caja para hacer una cama. Menem durmió 12 días ahí. 'Mi pieza', decía que era", cuenta Tubo.
En esos días, Menem hizo una balsa con unos indígenas de la Comunidad La Pantalla, porque el agua no bajaba y las calles parecían arroyos. "Andaba en la balsa con los indios y con los chicos. Se divertía como un chico más", dice Beatriz.
Carlos, el almacenero generoso
Con el correr de los meses, la relación de Menem con el matrimonio Flores y sus hijas se fue estrechando. Tanto que Beatriz dice que lo consideraban uno más de la familia. El riojano les agradecía que lo hubieran acogido tan generosamente, sin pedir nada a cambio, y Tubo y Betty se sentían contentos de tenerlo con ellos.
Para fines de febrero o principios de marzo de 1981, cuando ya terminaba su estadía de confinamiento en Las Lomitas, Menem les propuso que viajaran a La Rioja y visitaran a su familia. Les dijo que allá quería agradecerles todo lo que estaban haciendo por él. Finalmente, Tubo y Beatriz aceptaron. Su única preocupación era el negocio, porque no tenían quién lo atendiera y la distribución de la Coca Cola no podía pararse.
-No te preocupes, ustedes vayan a mi provincia, yo les atiendo el negocio– le dijo Menem a Tubo para que terminara de decidirse a viajar mientras él se quedaba en Las Lomitas sin saber cuánto más se quedaría en Formosa.
“Fuimos en marzo, en la camioneta, y cuando estábamos entrando en la provincia desde Catamarca nos detuvo la policía provincial. Yo pensé que era algo de rutina pero los policías nos preguntaron si nosotros éramos los que teníamos a Carlos Menem en nuestra casa. Cuando les dijimos que sí, nos sonrieron y nos dieron indicaciones. ‘Vayan, vayan’, nos dijeron. Ahí me di cuenta de cómo lo querían allá”, dice ahora Beatriz.
Se alojaron en la casa de uno de los hermanos de Menem, Munir, que los llevó a visitar toda la provincia. "Nos trataron como reyes, no sabían qué hacer para que nos sintiéramos cómodos. Estaban muy agradecidos", recuerda Tubo.
Estaban en La Rioja cuando, pocos días después del 24 de marzo de 1981, cuando el nuevo presidente de la dictadura, Roberto Viola, ordenó la libertad de Menem. "Pensamos que se iba a ir enseguida, que no lo íbamos a encontrar cuando volviéramos, pero no, estaba ahí, esperándonos", dice Betty.
También los esperaba una sorpresa.
-¿Recaudaste algo en el negocio? – le preguntó Tubo después de abrazarse.
Menem lo miró con cara de inocente y le contestó:
-¿Vos sabés que me robaron?
Casi cuarenta años después, Beatriz se ríe de la historia. "¿Saben lo que hacía? –dice a Infobae –. Les repartía todo gratis a sus amigos, los wichís de La Pantallas. Después los vecinos me contaron que era un ir y venir de indios, y que Menem no les cobraba".
Poco después Menem se fue de Las Lomitas. Tubo y Betty lo despidieron con afecto.
(Esta nota se publicó originalmente el 24 de diciembre de 2018)
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