En un contexto hostil, de encierro y donde aún rige la incertidumbre, la posibilidad de conocer gente y enamorarse no quedó relegada. Ni si quiera una pandemia tan global -digámoslo a viva voz- pudo frenar al amor. La virtualidad posibilitó, por ejemplo, entablar un vínculo con alguien en otro continente. El encierro también promovió el encuentro entre vecinos que nunca se habían mirado. Y así, miles de personas aprovecharon para construir relaciones a largo plazo.
“Curiosamente, la pandemia ayudó al amor”, le dijo a Infobae hace unas semanas Helen Fisher, antropóloga biológica e investigadora principal del Instituto Kinsey. Y hay historias reales que, en el marco de la festividad de San Valentín, lo comprueban.
Amor sin fronteras
Este 14 de febrero, Bryan esperará, desde Londres, conectarse vía skype con Carolina. Ya tiene lista las tapas de empanadas para celebrar con su novia argentina el primer San Valentín como pareja. Distinto, romántico y pandémico.
Bryan Boyle es sociólogo, Carolina Rabasa Rucki trabajadora social. Ambos tienen 27 años, pero él es inglés y ella argentina. Están de novios desde hace 11 meses. Se encontraron dos días antes que se declara la pandemia en un bar de Londres llamado Ye Olde Cheshire Cheese, adonde ella había viajado en plan de turismo con una amiga, Milagros.
“Estaba por irme del bar para comprar tabaco y vi llegar a Carolina con su amiga. Aún sin saber su nombre, le pedí a mi amigo volver. La busqué por todo el lugar hasta que la encontré en el último sótano”, le cuenta a Infobae sin hablar una palabra de español.
El flechazo fue rápido. Ambos, a pesar de las diferencias culturales, tenían temas en común. Para empezar, profesiones afines. Luego, el mismo sentido del humor y formas de ver la vida. En el bar ocurrió la primera cita, y el primer beso fue robado. Los días siguientes se vieron en dos otras oportunidades: ”La primera y única salida formal fue una caminata romántica por Regency Park de la mano, tomamos el té... fue todo súper lindo”, relata Carolina.
Fue entonces que se declaró el aislamiento preventivo. Y la obligada cuarentena los terminó uniendo bajo el mismo techo. “Se terminó el viaje para mí. Tenía que viajar a Berlín pero no se podía, así que volví a Inglaterra y le propuse ir a Birmingham, donde vive su familia. En total fueron dos meses donde compartí el día a día y conocí a padre y al hermano. Festejamos las Pascuas en abril, los deleité con chocotorta y empanadas... ¡y no les hice asado porque no había parrilla! Si no hubiera sido por la pandemia, no se si todo hubiera transcurrido así”.
En mayo, sin embargo, llegó el momento más duro: separarse. “Me avisaron de repente que tenía un pasaje de repatriación para el día siguiente. No había opciones. Sobre todo porque no sabes cuando te volves a ver”, cuenta Caro.
Estuvieron siete meses manteniendo el vínculo a más de 12 mil kilómetros de distancia, con un esperado reencuentro que ocurrió en la Navidad del 2020. “Somos una pareja. Hemos hablado de todo, inclusive del futuro”, añade la argentina. El siguiente capítulo de esta historia dependerá de la pandemia y el trabajo de ambos, no del amor ni de sus ganas de estar juntos.
De bloquearse a planear una familia
“¿Vos te acordas quien soy yo?”, le escribió María José Expósito (34) por mensaje privado a Bárbara Torres (29)e n mayo de 2020. Ya habían intercambiado algunas líneas en 2019 pero no se entendieron, y Bárbara decidió bloquearla. “La había visto en red y me pareció linda, pero no me gustó un comentario que hizo”, le cuenta a Infobae.
Hoy la historia es otra. En plena pandemia, Majo -bartender- se mudó con su gata Wilkilén al departamento de Bárbara, que es locutora. “Lo más llamativo es que vivíamos a 30 cuadras, seguro alguna vez nos cruzamos”.
Tras el primer mensaje empezaron hablar, y a los pocos días Majo le preparó una sorpresa a Bárbara. “Salí a caminar por el barrio, pasé por la puerta y me anime a tocar el timbre. Me invitó a subir y en el ascensor le robé un beso”, relata Majo. “La verdad no me lo esperaba”, completa Bárbara.
La cuarentena aceleró todo. A los pocos días dieron un paso importante. Decidieron compartir la cuarentena bajo el mismo techo. Hubieron miedos lógicos, porque en definitiva no se conocían. ”Nos gustábamos, pero una cosa es ver a alguien un rato y otra es estar 24 horas juntas, por la mañana, despeinadas, con mal aliento... Por suerte nos llevamos súper bien. Nos hicimos mucha compañía en un contexto difícil. Todo funcionó mejor de lo esperado”, coinciden ambas.
Ahora viven con sus cuatro gatos: Oliver, Isabella, Emma y Wilkilén. Este domingo festejan su primer San Valentín y ya planean no sólo seguir juntas, sino formar una familia, casarse y tener hijos.
Una segunda oportunidad al amor
Él es de Bahía Blanca y ella de Buenos Aires. Los separan 680 kilómetros de distancia. Se conocieron, como suele suceder con miles de parejas hoy, a través de las redes sociales. “Coincidimos en un grupo de Whatsapp para divorciados. Él estaba completamente cerrado al amor después de haber tenido experiencias dolorosas. Con cuatro hijos y varios matrimonios en su haber, la puerta del corazón estaba cerrada y tapiada”. le cuenta Carolina Laura (51) -abogada- a Infobae. O eso creía de Fernando Matone (53).
”Yo venía de una decepción mucho menor con un ex novio que me había largado por whatsapp en plena pandemia”, completa ella.
La conexión fue instantánea. “Conversábamos de todo por el grupo, hasta que el 24 de diciembre ocurrió un inesperado chat por inbox que comenzó justo a las 0:00 horas del 25: “¡Feliz Navidad! ¡Me gustás mucho! Si no tuviera tan lastimada el alma, te elijo para enamorarme un millón de veces”, le dijo él. Así arrancó un intercambio de mensajes que duró cinco horas esa misma madrugada. “Ambos sentimos esa conexión esa misma noche, como si hubiéramos dormido juntos”, dice ella.
Sin perder el tiempo, el 1° de enero Carolina tomó un micro a Bahía. ”Él no tenía dudas de que íbamos a gustarnos. Yo tenía la corazonada de que era por ahí, pero tenía mi cabecita razonadora pensaba: ‘¿Y si no me gusta de mí? ¿Y si yo no le gusto de él?’”, recuerda que elucubraba mientras el micro devoraba kilómetros por la ruta 3.
Cuando lo vio en la terminal, todas las dudas desaparecieron. Se dieron un abrazo sentido entre barbijos y con público. “Fue como volver a casa. Al salir de la terminal, al aire libre, él se sacó el tapabocas, me miró con esos ojos profundos del color del caribe, me sacó el mío, y me besó”, relata. “El beso ‘a lo bestia’ lo llamé entonces, entre risas”, concluye.
Estra relación sigue su camino. “Así arrancamos, y desde ese momento no nos hemos separado. Ya viajé varias veces a Bahía y él a Buenos Aires cuando su trabajo se lo permitió. Cuando no estamos juntos chateamos mucho y hacemos videollamadas eternas, en las que no parece pasar el tiempo nunca. Estamos felices y enamorados, y apostamos a que nuestro amor siga creciendo cada día”.
Del match a la convivencia sin escalas
Clara Giménez Zapiola (32) no tenía planeado enamorarse durante la pandemia. Mucho menos hacerlo a través de una aplicación de citas. Descreída y un poco desilusionada por otras relaciones que no habían prosperado, sólo estaba registrada en Bumble a modo de diversión. “Lo usaba para pasar el rato, miraba, le ponía me gusta, o no... y seguía de largo”, le cuenta a Infobae.
A fines de abril en su departamento de Belgrano, junto a una amiga con la que había decidido convivir para hacer más amena la cuarentena, se tropezó con el perfil de “Pancho”, Francisco Toruella (35), arquitecto. ”Hicimos match, y nos pusimos hablar. La conexión fue instantánea, tal es así que decidimos hacer una videollamada”, recuerda.
Mensajes diarios, llamadas continuas y las ganas de verse personalmente quedaban frenadas por las restricciones. Hasta que un día ella le propuso salir a pasear su perro por la manzana de su barrio. “Me puse el barbijo, agarré dos latas de cervezas y caminamos sin parar de hablar unos 40 minutos. En el trayecto un vecino decidió hacer un show en el balcón, así que tuvimos hasta recital gratis. Así fue nuestra primera cita”, relata.
Los días pasaron y hacían malabares para verse. “No estaba todo abierto, y las posibilidades de encuentro eran escasas, lo hacía venir al departamento siempre con barbijo y manteniendo los cuidados... poco a poco me di cuenta que me estaba enamorando”, admite Clara.
El primer beso -“un piquito”- llegó el 15 de mayo. “Estamos en casa, me dio un abrazo y nos dimos el beso. Era sencillo estar con él. Al ser arquitecto como yo compartimos tiempo en mi taller de casa, hablamos de trabajo... incluso llegó a pintar nuestras primeras citas”.
La pandemia aceleró los tiempos de la pareja. En agosto se mudaron juntos a una casa en Pilar y hoy volvieron a Nuñez, donde ella instaló su estudio de arte, donde se complementan profesionalmente. “Somos una pareja consolidada, con planes a futuro. Ya nos fuimos hasta de viaje juntos, la Navidad pasada disfrutamos unos días en familia en el sur argentino”.
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