“Son caricias al alma de nosotros, los solitarios, los que escribimos en soledad en nuestras casas. Los que estamos sólo acompañados, en el fondo, por nuestros lectores. Yo nunca quise ser reconocido por la crítica universitaria. Me contento con ser un escritor salvaje, eso me divierte, me parece interesante. Y esta distinción me pone muy contento”, le dice el periodista y escritor Jorge Fernández Díaz a Infobae. Este miércoles 17 de febrero, a las 13.30 horas, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires le entregará el diploma de Personalidad Destacada en el Ámbito de la Cultura.
La iniciativa fue de la diputada Marilú González Estevarena, vicepresidente de la Comisión de Cultura de la Legislatura. Pero además, ese mediodía una emoción especial se agregará al reconocimiento: “Al diploma me lo va a entregar Juan José Sebreli, que también hablará. Lo leo desde los 19 años. Te confieso que los diez primeros años lo leí para criticarlo, pero fascinado por su erudición y modo de pensar y de escribir. Pero después comencé a estudiarlo y trabé relación con él. Me pidió que lo presentara en momentos importantes de su vida. Lo considero el Borges del pensamiento”.
El periodista y escritor de 60 años hoy es articulista del diario La Nación, conductor del programa Pensándolo bien en Radio Mitre, tiene en su haber la autoría de 10 novelas (la última es La traición, de Editorial Planeta), un libro de investigación periodística y cuatro de crónicas y cuentos. Además, fue ganador de dos premios Konex, un Martín Fierro, la Medalla del Bicentenario, el Laurel de Plata del Rotary Club y la Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
-¿Quién nació primero en vos: el periodista o el escritor?
-El escritor. Cuando a mi me entregan una distinción como esta, o como cuando ingresé a la Academia Argentina de Letras, pienso en mi madre, en ese momento de los 12 años, o un poco antes, cuando me regaló la Colección Robin Hood. Ella era una lectora de Corín Tellado, pero me obsequió a Verne, Stevenson, Wells, Conan Doyle, Defoe… Me cambió la vida. Y eso se combinaba con mi padre, que leía novelitas de Marcial Lafuente Estefanía. Lo que ellos hacían era leer conmigo aquellos viejos clásicos que yo veía en televisión los sábados, donde pasaban a Hitchcock, a John Ford, a Joseph Stevens, a William Wilder, a Wellman, a tantos autores importantísimos. Eso me convenció, a esa edad, que quería ser escritor. Después me convertí en otra clase de lector, pero siempre gozoso. Y entré en el periodismo porque era lo más parecido a la literatura, porque era una bohemia para mí. Estuve 40 años en redacciones que fueron una escuela. Encontré grandes eruditos, grandes conversaciones. He tenido tertulias que me permitieron desarrollarme intelectualmente. Hoy trato de hacer ambas cosas, que las entrevistas sean diálogos literarios, que las simples crónicas sean relatos novelísticos, no por la ficción sino por el estilo. Y ahora intento que los artículos sean ensayos literarios. De manera que la escritura y el periodismo han estado unidos.
-Alguna vez dijiste que nunca fuiste tan feliz como cuando investigabas crímenes horrendos... ¿Por qué dejaste el periodismo policial y le entregaste esa faceta al escritor?
-Es cierto. Durante diez años, en distintos medios, yo fui lo que en España llaman el reportero de sucesos, el cronista de policiales. Hacía “el cadáver de cada día”, como decían en La Razón. Trataba de ir por delante de la policía. Intentaba rescatar casos policiales del pasado. Me metí en muchos líos, estuve amenazado… Fue una experiencia fascinante. Y en esos diez años leí toda la historia de la novela policial. Me acompañaban Rodolfo Walsh, Raymond Chandler, Dashiel Hammett, Ross McDonald, Horace McCoy y tantos otros. Para mí la novela policial es un género mayor, extraordinario y popular. Noble. Y el camino que recorrí con esas lecturas fue tan grande y tan fuerte que en un momento tuve que desintoxicarme del policial. Pero sí, nunca fui tan feliz como en ese momento. Bueno, también porque era joven y tenía pelo.
-Borges decía que el policial en nuestro país no podría funcionar porque el amor por la justicia y la legalidad es anglosajona y no argentina. ¿Es así?
-Como siempre, Borges anticipa algo fundamental, además de que es el gran impulsor del policial en la Argentina. También Bioy Casares y, en un segundo plano, Piglia. Pese a eso, todavía hay críticos que creen que el policial es un género menor. Siguen con esa estupidez, que en el mundo ya no corre. Sigue siendo una superstición argentina. Me fue muy difícil crear una serie como la de Remil (el investigador de muchas de sus novelas), porque nosotros seguimos las andanzas de comisarios y comisarias de muchos países, personajes que son conflictuados pero queridos a la vez. Pero aquí era muy difícil hacer querible a un policía. La policía tiene muy mala fama y a veces está bien que la tenga, por sus vínculos mafiosos y autoritarios; pero otras no, hay de todo en la viña del Señor. Por eso tuve que crear a un criminal de Estado, un espía que espía ilegalmente a los políticos y a otros les salva las papas. A ese personaje lo pensé durante años, tratando de ver cómo hacer una serie exitosa. Por suerte Remil es un malo querible, con el cual uno tiene empatía y se volvió bastante popular. Vendió 80 mil ejemplares El puñal, 100 mil La herida y en tres meses llevamos 60 mil con La traición. Fue increíble, Remil tiene fans no sólo acá sino en España y Francia. Estoy muy contento con ese trabajo que parecía imposible: tener una serie policial popular. Se rompió el maleficio.
“Ya no me interesa más la información, sino su interpretación, incluso literaria e ideológica... La noticia ya no me excita como antes”
-Sos, básicamente, un producto de la gráfica, de la escritura. ¿Te produce el mismo placer la radio o la televisión?
-No me atrae la televisión periodística. Hice poco, ocasionalmente. Pero no descarto escribir series de ficción. La radio, en cambio, tiene un grado de intimidad casi tan grande como un libro. El libro y la radio entran en tu mente y te acompañan, son extraordinarios. Sobre todo la radio que yo hago, que es nocturna, de literatura, de polemistas, historias, debates y diálogos. Es muy particular, no la radio informativa.
-¿Por qué?
-A mi lo informativo ya no me interesa. Sí como consumidor: leo afanosamente todos los diarios, anoto cosas. Pero ya no me interesa más la información, sino su interpretación, incluso literaria e ideológica. Los significados. Quizás sea porque me he vuelto grande y pasé muchos años en la edición de noticias. La noticia ya no me excita como antes. Y sí soy de la gráfica. Me siento como el Capitán Nemo, que aparece en 20 mil leguas de viaje submarino y reaparece en La isla misteriosa, de Verne. Pocos recuerdan esto, pero ahí es enterrado en su Nautilus. Siento que mi Nautilus es el papel, porque por más que trabaje en la web, en los medios digitales, el papel de los diarios y el de los libros me acompañaron toda la vida. Yo seré enterrado en ese papel como Nemo en el Nautilus. Finalmente, porque pertenezco a esa era.
-¿Dónde abrevás para escribir tus libros?
-Eso es interesante. Cuando era joven lo hacía en otros libros, o en películas. En cosas que estaban hechas. No descreo de eso, Borges creó literatura a partir de su biblioteca. Pero hoy evolucioné hacia la experiencia. El periodismo te da una experiencia muy grande. Te hace ver la trastienda del espectáculo, de la política, de las familias, de las mentiras mediáticas. Te contacta con tragedias, alegrías, falsos éxitos, operaciones secretas. Todo ese mundo es tan grande, y si uno ha vivido con los ojos -como decía Hemingway- tiene una mochila muy interesante para llevar. Con esa mochila hice literatura y sigo haciéndola. Pero los libros siguen siendo importantísimos. Para La traición, como quería hacer una novela mucho más condensada e intensa, leí ocho libros de (Georges) Simenon, y tomé nota sobre sus mecanismos. No para copiarle la voz, porque a esta altura tengo una voz propia, pero sí para entender cómo ese maestro de la novela las hacía. Así que la técnica siempre está en mi biblioteca
“Los ‘70 necesitaban una revisión, porque hemos sido criados con las mentiras que nos contaron de la juventud maravillosa y los Montoneros”
-En una oportunidad dijiste que la ficción te liberaba de tener la obligación de poder comprobar lo que escribís, algo que está -o debería- en el ADN del periodismo. En La Traición -tu última novela, que discurre sobre los ’70-, ¿en qué porcentaje es así?
-No, no te libera de eso. Pero desde que tengo 24 años se produce el mismo asunto: cuando el periodismo dice “hasta acá llegaste”, porque no se pueden probar ciertas cosas -y no podés decir lo que no podés probar porque el periodismo tiene sus límites y reglas-, la ficción me parece que permite saltar esas fronteras. Me pasó con El asesinato del wing izquierdo, mi primera novela por entregas en La Razón. Pregunté por qué no podíamos contar todo lo que sabíamos sobre las mafias en el fútbol. Mi jefe me respondió: “Pibe, no lo podemos contar porque no lo podemos probar”. Entonces, propuse contarlo como novela. Y les gustó. La ficción siempre vino en mi ayuda para contar eso que sabía y no podía expresar con las armas del periodismo. Y La traición está empapada de una serie de libros revisionistas que he leído sobre la década de los ’70. Y hay un revisionismo porque esa época está siendo utilizada como discurso por el poder actual. Los ’70 necesitaban una revisión, porque hemos sido criados con las mentiras que nos contaron de la juventud maravillosa, de Montoneros y cómo funcionaron en aquellos años. Desacralizar eso, desmitificarlo, fue importante para mi en estos años. Leer sobre aquello fue importante para La traición. Sus personajes no son literalmente nadie, son inventados, pero sí reflejan un modo de pensamiento, de mentira, de intervención en la política que es autoritaria y responde a proyectos totalitarios disfrazados de demócratas.
-En un país atravesado por la grieta, ¿podrías admirar a alguien que se identifique con el kirchnerismo en el ámbito de la escritura?
-Hay que tener mucho cuidado con el tema de la grieta. Me he pasado la vida leyendo y admirando a escritores con los cuales estaba en desacuerdo políticamente. Y lo sigo haciendo con escritores que tuvieron una intervención política muy lamentable. Sin embargo son grandes escritores, interesantísimos. Y no los voy a dejar de leer. Sería una locura. ¿Por qué tengo que estar de acuerdo con Borges o Walsh en sus posiciones políticas para que me gusten o no? Ahora se lee un poco con ese sesgo, ¿no? Con el gordo Soriano no tenía ninguna afinidad política. De hecho, cuando escribió No habrá más penas ni olvido estaba en desacuerdo con su visión, y hoy pienso lo contrario. Sin embargo me parecía fascinante y no iba a dejar de leerlo. Tampoco estaba de acuerdo con lo que decía el Turco Asís, pero Flores robadas en los jardines de Quilmes es una novela de puta madre, ¿cómo voy a dejar de leerlo? Me parece que hoy se lee a los propios, y eso es muy feo. No cuando lo hacen lectores comunes, pero sí lectores más profesionales, artistas, que se leen entre ellos como diciendo meramente “este es mío, el otro es enemigo”. Me parece una porquería eso. En el kirchnerismo hay grandes escritores que admiro, aunque ahora estamos alejados, José Pablo Feinmann es como un mentor, el Negro Sasturain, sigo admirándolos y queriendo ser ellos. Que adscriban al kirchnerismo no borra lo maravilloso de Ni el tiro del final ni Últimos días de la víctima o Manual de perdedores. Nombro dos nada más, pero podría seguir con otros que me parecen magníficos.
“Me he pasado la vida leyendo y admirando a escritores con los cuales estaba en desacuerdo políticamente”
-¿Te gustaría entrevistar a Cristina Kirchner?
-No, no me gustaría entrevistarla públicamente. Sí me gustaría tener una discusión con ella a puertas cerradas y a solas. Discutir a fondo todo. Su ideología, sus contradicciones, por qué hizo o no hizo, los libros en que ella se basa y he releído profundamente. Confieso que durante años soñé que iba a Olivos y que ella me recibía y discutíamos. Pero durante años, eh… Era un sueño absolutamente recurrente. Yo le decía “pero vos me decís que te gusta Jorge Aberlardo Ramos, pero ¿vos no entendés lo que Ramos significó, lo que realmente pensaba de la JP, que era un desastre, que lo hecho por Montoneros era un desastre? ¿Por qué sacralizás Montoneros? ¿Por qué, si vos no creías en esto ni lo creíste nunca? Son ese tipo de discusiones ideológicas que yo quería tener con ella y que sigo queriendo tener. Pero no creo que ella quiera tenerlas conmigo, ¿no? Además quién soy yo, finalmente. Pero entrevistarla, no. Ese juego de quién le gana a quién no me interesa. Y no me interesa lo que pueda decir públicamente. Me interesa lo que pueda dialogar en privado.
-Estás en el diario, en la radio y escribís novelas. ¿Cuántas horas al día trabajás?
-Los últimos 8 o 10 años no tuve francos, trabajo todos los días con un sistema muy duro. Le pongo tanta intensidad a mis artículos como a mis novelas. Exactamente el mismo. El artículo para mi es una pieza literaria, no solamente una máquina de interpretación. Es más, muchas veces corrijo más un artículo que la página de una novela, porque me parece que el ritmo y la prosa deben sonar de la misma manera. Te diría que los domingos, lunes y martes hago muchos huecos para mis libros y el resto de la semana está signada por el artículo dominical de La Nación. Además todos los días hago radio y también trabajo para darle contenido... Y esa es mi vida, que quedó reducida a mi biblioteca. Desde acá hago mi programa de Radio Mitre, escribo mis novelas y mis ensayos. Es mi lugar en el mundo, donde estoy rodeado de fotos con Pérez Reverte, con Bioy Casares, con Vargas Llosa, con el Gordo Soriano, con amigos periodistas…
-¿Te arrepentís por haberle sacado tiempo a algo por semejante dedicación?
-Mirá, siempre me arrepiento de no haberme dedicado completamente al libro. Durante años tuve una gran tensión entre ser un editor de noticias en diarios y revistas y ser un novelista. Luego esa tensión se fue diluyendo y las dos vertientes se unieron. A veces te dicen “qué harías si empezaras de nuevo”, y yo no creo en eso. La vida es un cuaderno en blanco que vamos escribiendo… Quizás también me arrepiento de no haber escrito antes Mamá, la novela verídica sobre mi madre. Tendría que haberme dado cuenta antes. También puede ser que la escribí cuando tuve la madurez que necesitaba para hacerla.
-Alguna vez escuché a alguien decir que en la vida hay que elegir entre ser feliz o ser un éxito profesional. ¿Es una frase que te identifica?
-En algún momento de locura por el periodismo, sobre todo cuando era más joven, pensé que el éxito profesional me daba más felicidad que la normal que tiene la vida. Pero yo no sé de una fórmula para ser feliz. La felicidad es algo más misterioso y complejo.Sí creo que este es el momento más feliz de mi vida. Y eso tiene que ver con un equilibrio entre mi parte afectiva y amorosa y el amor por las letras. Hoy pienso que se puede ser feliz y ser un buen profesional al mismo tiempo. Eso es algo que antes no creía. He visto muchos periodistas que han abandonado su vida personal y se han olvidado de sí mismos entregados al fragor de su vocación. Y esas cosas no terminan bien. Pero también he visto muchos rescatarse de ese malentendido y saber promediar las dos cosas.
“He visto muchos periodistas que han abandonado su vida personal y se han olvidado de sí mismos entregados al fragor de su vocación. Y esas cosas no terminan bien”
-Argentina siempre fue considerado un país con un alto nivel cultural. ¿Lo sigue teniendo?
-Si, fijate qué importante fue la Argentina que todavía sigue considerada un poco un faro. De todos modos, tengo que decirte con tristeza que a veces sospecho, a pesar de los talentos que hay aquí, que nuestro país es como esas estrellas que han desaparecido pero nos sigue llegando el brillo. Un país muy potente e importante para la cultura que, como en todas las áreas, se fue degradando. A pesar de eso, la cultura en la Argentina está todavía muy por encima de la economía y de la sociedad.
-Hace un mes, más o menos, entrevisté a una inmigrante rusa. Cuando le pregunté qué le gustaba de nuestro país me dijo que acá, si algo “no se puede hacer” -porque no es legal- “igual se puede arreglar”… ¿Eso que a algunos les fascina es también nuestra condena?
-Esa inmigrante retrata bastante bien el alma de un país donde las cosas se hacen con atajos, ilegalidades, truchadas. Así nos fue con esa cultura. Pero precisamente basado en esa cultura es que creé a Remil, y lo convertí en verosímil porque subyace que acá todo se puede arreglar por detrás. Lo que a mi me sirve literariamente, para la Argentina es tremendo. Uno de nuestros grandes problemas es que las reglas se pueden violar. Y si se pueden violar los inversores no pueden venir, no hay seguridad jurídica, no hay desarrollo… De ese asunto derivan muchas desgracias argentinas y explica nuestra decadencia.
-¿Fuimos un país feliz alguna vez?
-Sí, con todas nuestras degradaciones y aberraciones que tuvimos, como la proscripción del peronismo, las dictaduras, Montoneros y el ERP, había un país bueno en los ’60. Había un 2% de pobreza. Yo lo atisbé, jugaba al fútbol todos los viernes con los chicos de la villa, no había droga, no existía esta miseria institucionalizada, había industria nacional, industria extranjera… Había un sentido del progreso y del desarrollo, esas cosas que hoy están mal vistas. Estábamos los nietos e hijos de inmigrantes que sabíamos que debíamos laburar para salir adelante. Había cultura del trabajo. Yo a eso le llamo el país bueno. ¿Es posible recrearlo? Sí, de lo contrario no seguiría escribiendo sobre política. Pero no es fácil, porque lo han devastado.
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