Hablábamos hace un tiempo con Zeta Bosio en la puerta de una radio, y recuerdo a Zeta decir ”¿cómo no vas a querer a Fito Paez?”. Y mi afirmación cerró la conversación que ya era de unos cuantos.
A Fito le pasó de todo, todo, literalmente. Lo bello y lo oscuro, lo triste y lo glorioso.
Es para mí el alquimista del rock argentino. Su piedra filosofal, esa que convierte cualquier metal ordinario en oro, fue descifrar en minúsculas historias el germen del amor y la desilusión para terminar transformándolas en inmensas canciones que ya a esta altura no solo cruzan generaciones sino geografías.
Así como conozco tipos que hacen adorables canciones de amor incapaces de interesarse por sus hijos, Fito puede hacer de la historia más patética una hermosa pintura de armonías, palabras y melodía que una vez escuchada se hace inolvidable.
Todos veíamos a los 11 y 6 dando vueltas por El Cuartito o por la cola del Cervantes, pero fue él quien desde una canción nos conmovió como para buscarlos después cada noche en el centro de la ciudad ya queriéndolos.
Y también fue quien nos solapeó desde un álbum, sacudiéndonos contra una pared más fría que sucia, gritando que están partiendo al mundo por la mitad y vos seguís creyendo en todo.
Fito llego a Buenos Aires en ese colectivo llamado La trova Rosarina. Una Trova está obviamente conformada por trovadores. Los trovadores eran poetas que usaban la música para contar sus historias, criticas o romanzas de manera mas bella. Cantautores con algún compromiso social, político o simplemente fraternal.
Debutó en un festival algo ridículo organizado por una revista de humor en 1981 para protestar por la llegada de Frank Sinatra a Argentina. Esa tarde en el estadio de Obras Sanitarias debutan aquí Juan Carlos Baglietto, Rubén Goldin, Fandermole, Silvina Garré y Adrián Abonizio, con un tecladista y compositor muy joven presentado al público como Fito Páez. A pesar de lo improvisado del festival, ese concierto fue consagratorio. Se retiraron ovacionados.
Tiempo después se presentaban asiduamente en el Auditorio Kraft, en Viamonte y Florida, y en la Trastienda vieja de Thames y Gorriti donde Fito era cada vez más popular. Ya en democracia reemplazó a Andrés Calamaro como tecladista en la banda de Charly García para presentar nada menos que Clics Modernos. Un tiempo después ya con contrato propio presentó Del 63, después Giros, el disco doble con Luis Alberto Spinetta, La rumba del Piano con Caetano Veloso y aquí vamos a negro.
Fito estaba en Rio de Janeiro, en la habitación del hotel en medio de una gira, cuando le llega la noticia más espantosa que alguien puede recibir estando lejos. En su casa de Rosario, sus madres de crianza aparecían salvajemente asesinadas junto a la empleada. Horrible todo.
Tiempo después Fito contaría que de ese instante no recuerda nada, solo se veía rompiendo toda la habitación, que es lo que todos hubiésemos hecho. La abuela Delma, la tía abuela Josefa y Fermina la empleada de ambas embarazada aparecían acuchilladas. Esto ocurrió en Noviembre de 1986 y toda la parroquia se puso de pie para apoyar a Fito como sea.
Obviamente las investigaciones se desmadraron como ocurre en estos casos, si querés incomprensibles. Todo se les salió de control a los investigadores que empezaron a tirar tiros para cualquier lado. Apuntaron para el lado de los tíos, del marido de la empleada y del mismísimo Fito. Parecían todos locos y algunos le pedían cordura a Fito. Nadie entendía por qué tanto dolor, por qué el ensañamiento, por qué a ellas. Si sumamos que el año anterior había muerto el padre, ¿cómo no íbamos a apoyar todos a Fito? ¿Cómo no ibas a querer a Fito?
Acosado por el desconcierto, el dolor y la prensa de mal gusto, en medio de la que imagino su peor depresión, hace las valijas para irse lo más lejos posible del lugar del dolor y termina en Tahití, donde empieza a bocetar lo que un año después sería Ciudad de pobres corazones, el disco más desgarrador, rabioso y post punk del rock de acá. Con una banda de amigos -Fabián Gallardo, el Tuerto Wirtz que se fue, Fabián Llonch bajista y productor que fue quien se lo había recomendado a Charly García años atrás, Fabi Cantilo, Andrés y Gaby Carámbula- se mete en el estudio y exorciza ahí sus demonios tan a flor de piel. Ese disco para mí es el testimonio más fiel del valor y el talento de Fito Páez. Aun hoy lo pongo en el equipo y me eriza la piel.
Con ese comienzo que desgarra, el de la propia Ciudad de pobres corazones, que todos sabíamos de donde provenía la inspiración, de qué cloaca había salido tanto dramatismo.
“En esta puta ciudad, todo se incendia y se va, matan a pobres corazones”
Y casi toda la letra es un doloroso alegato de su corazón golpeado, plagado de citas del caso:
“No quiero salir a fumar, no quiero salir a la calle con vos”
“No quiero empezar a pensar quién puso la yerba en el viejo cajón”
Porque casi se comprobó que un policía en medio de la escena del crimen metió marihuana en un cajón seguramente para plantar evidencia en caso que la investigación virara hacia un problema de narcotráfico como algún mal tipo quiso instalar.
Todo era increíble.
¿Cómo no íbamos a respetar a Fito? ¿Cómo no querer abrazarlo?
“Buen día Lexotanil, buen día señora, buen día doctor”
La cotidianeidad de Fito era eso, y lo mejor de todo es que esa canción está ya en sus greatest hits, y es un himno en cada uno de sus conciertos. De manera que todos los que conocimos ese Fito sonreímos casi satisfechos mirando al cielo de sus madres cada vez que lo vemos tocándola.
Para el epílogo de CSI deberíamos concluir en que finalmente se supo quién era el cruel y demente asesino. Un oscuro músico rosarino amigo de Fito desde el colegio, que con su hermano terminaron siendo dos buscadísimos asesinos seriales. Curiosamente el tipo, a quien ni siquiera voy a nombrar, unos meses después de los crímenes se enlistó en la policía donde militó unos años. Hasta que un travesti es detenido con un collar de la abuela de Fito que le había regalado su novio. De ahí hasta encontrar unas cuantas cosas de las madres de Fito en su casa pasaron horas.
Se murió de Sida en la cárcel, a la que volvió después que consiguiera muy sospechosamente un régimen de salidas transitorias, que todo hay que decirlo.
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