-¿Qué regalo te gustaría hacerle?
-Más de mi tiempo.
Esa fue una de las respuestas que tipeó Ignacio Vázquez Browne, el 18 de marzo de 2020, en el cuestionario que le había mandado su madre por WhatsApp. Era una de varias preguntas generales sobre cómo veían los hijos a sus mamás.
Ignacio, con 28 años, era el hijo mayor de Jess Browne.
Visto en retrospectiva, la combinación de esas cuatro palabras, parece adquirir el matiz de un doloroso mensaje. Sobre todo, porque luego se supo que, cuando escribió esa frase, Ignacio ya sabía que eso era exactamente lo que no iba a poder hacer. La prueba de que todo estaba decidido desde antes fueron las cuatro cartas de despedida que dejó redactadas en su computadora para sus seres queridos. Allí Ignacio expresó con claridad y convicción que no podía seguir adelante.
El viernes 10 de abril de 2020, Ignacio dejó este mundo por decisión propia.
Porque no pudo, porque no supo, porque no quiso, porque le resultaba difícil… Porqués que se llevó con él.
A su madre, la vida se le paró en seco. Sin amortiguadores. Un dolor inimaginable para quien no lo ha atravesado. Indescriptible. Un dolor que, como un rayo, la dejó partida en dos. Una mitad, seca; otra mitad, en pedazos que Jess Browne empezó a recoger como pudo. Y en eso está, rearmándose.
La vida de Jess, en primera persona
Jess es argentina, nació un 7 de agosto hace 50 años, tiene dos hermanos que viven en Suiza y hace 21 años que no reside en su país. Sus padres eran abogados de familia y siempre le habían inculcado que, en los divorcios, a los hijos se los debía cuidar como fuera. Cuando a ella le tocó separarse, con su primer hijo de un año, hizo lo que le habían enseñado.
Hoy Jess lleva más de veinte años junto a su actual marido. Diez meses atrás, podríamos haber escrito en su biografía y en tiempo presente “tiene tres hijos”. Pero no, deberemos cambiar el verbo “tiene” al tiempo pasado “tuvo”, y aclarar que uno de ellos, el mayor, decidió partir antes de tiempo.
Para Jess, en un período de un año, la vida se volvió en extremo difícil. Había perdido a su madre el 16 de julio de 2019 por neumonía; a su hijo, que se suicidó en abril de 2020 y a su padre, luego de un cateterismo por sus temas cardíacos, el 23 de junio de 2020.
Tres muertes devastadoras en poco tiempo.
Ella comienza su relato así.
“Ignacio es hijo de mi primer matrimonio. Nació el 7 de diciembre de 1991. Lo tuve muy joven, a los 21. Me separé de mi primer marido cuando él tenía un año. Hasta que Nachi (Jess se referirá, cariñosamente, a su hijo Ignacio como Nachi o Nacho) cumplió 7 años, estuve sin pareja. Lo crié con mucha ayuda de mis padres, Nana y Guillermo Willie Browne. Fue trabajando en una compañía que conocí a mi marido actual”.
La pareja funcionó y, cuando a él lo trasladaron a Venezuela, terminaron yéndose los tres a vivir a Caracas. Durante esos primeros tiempos en el exterior, la familia se agrandó. En el 2001, nació su hija mujer en Venezuela; en 2004, estando en la Argentina, otro varón. Tres meses después del nacimiento de su hijo menor los cinco se mudaron a otro destino que le dieron a su marido: San Pablo, Brasil, durante dos años. Luego, vendrían otros tres en Chile y nueve más en Miami, Estados Unidos.
En el tiempo que vivió afuera, Ignacio mantuvo contacto con su familia paterna. Cuando estaba por terminar el secundario quiso ir a vivir con su padre. Jess continúa contando: “Nacho me planteó que sentía que para él era importante conocer a su papá, que vivía en Adelia María, un pueblo de Córdoba. Del segundo matrimonio de su padre, Ignacio tenía dos hermanas más. Él decía que cuando comenzara la facultad ya no podría hacerlo porque tendría que vivir donde hubiera universidad. Lo entendí perfectamente. Vivieron un tiempo juntos y luego, Nacho se fue a Río Cuarto para estudiar Administración. Cuando terminó la carrera empezó a trabajar en una multinacional que lo destinó a Panamá por seis meses. Le fue tan bien que terminó viviendo en ese país durante tres años. Yo viajaba mucho a visitarlo. En las charlas que teníamos, él siempre me planteaba sus dilemas existenciales sobre lo corporativo y lo no corporativo… Quería cambiar al mundo, hacer algo que valiera la pena. Decía que no quería trabajar para crear necesidades en la gente. ¡Se planteaba y cuestionaba todo! Estaba conflictuado entre lo que quería hacer y lo que hacía”.
Mientras la vida de Ignacio discurría por otros países, el resto de la familia aterrizó en Gran Bretaña por un nuevo cambio laboral. Desde hace tres años, Jess vive en Londres con su marido y sus hijos de 19 y 17 años.
Pactos de reencuentro
En uno de esos viajes de Jess a Panamá para visitar a Ignacio, él le dijo que pensaba renunciar a la empresa. Quería tomarse un año para viajar, conocer Australia y hacer otra vida. Ansiaba tener la experiencia de largar todo, surfear en los mares bravos de Oceanía y trabajar en la playa. Además, ya tenía claro que no quería vivir en Panamá. El calor era insoportable y la oferta cultural y de recitales, casi nula. En ese plan, estaba también su novia, una colombiana que había conocido trabajando en la empresa. Ignacio levó anclas primero y pasó por Europa. Llegó a Sídney, con un amigo, e hizo de todo: trabajó en bares playeros, en seguridad e hizo algunas consultorías de marketing.
Jess e Ignacio habían hecho un pacto: nunca pasarían más de seis meses sin verse. Lo venían cumpliendo muy bien.
En 2019 Ignacio le sugirió a su madre realizar el encuentro en Buenos Aires. Era muy pegado a sus abuelos y quería verlos. Llegó desde Australia a la capital porteña en julio, antes que su madre. Su abuela Nana, de 78 años, justo cayó enferma con una neumonía y la internaron. Ignacio no la veía nada bien así que le dijo a Jess que le parecía que debía adelantar una semana su viaje. Jess le hizo caso y arribó a Buenos Aires el 10 de julio.
“Mamá parecía estar mucho mejor. En el sanatorio, charlé con ella muchísimo. Esos primeros tres días, estuvo muy bien. Pero después empeoró y murió el 16. Le voy a agradecer a Ignacio toda la vida el haberme hecho ir antes. Gracias a él mamá murió en mis brazos”, recuerda.
Ignacio voló de regreso a Australia triste, pero Jess asegura que “él tenía una visión más poética de la muerte que la que tenemos nosotros. Siento que es una generación que tiene menos miedo que la nuestra. Él creía en la reencarnación, en la energía”.
Con la muerte de Nana en 2019, el equipo que habían sido sus padres y ella durante los primeros siete años de vida de Ignacio, se había empezado a desarmar.
Era solo el principio. En 2020, vendrían dos golpes infernales más: Jess perdería también, en tres meses, a su hijo y a su padre.
Mudanza y una firme decisión
La Navidad de 2019 y la llegada del 2020 Ignacio eligió pasarlas en Australia. Llegó a Buenos Aires después de las fiestas y bajo el clásico calor de enero. Desde el país llamó a Londres a su madre y le explicó que quería vivir en la Argentina. “Me dijo que ya había dado mil vueltas; que le daba lástima que su abuelo estuviera solo; que iba a buscar trabajo para quedarse. La verdad es que él siempre había sido muy argentino. Era fanático de Boca, del mate, del rugby… La Argentina le tiraba un montón. Le dije que me parecía bien. El plan era vivir con su abuelo por un tiempo mientras encontraba laburo”, hilvana Jess.
Ya decidido a asentarse en su país, Ignacio retomó la relación con su novia en Panamá y empezó a buscar trabajo. Por esas mismas semanas, su abuelo Willie de 82 años acababa de tener un infarto y le habían colocado varios stents.
Jess retoma el relato: “Mi hermana, que es psicóloga y vive en Suiza, viajó en febrero a Buenos Aires para estar con papá. En marzo iba mi hermano y, en abril, viajaba yo para ayudarlos. Durante esas semanas, mi hermana convivió con Nacho y con papá. Ella me aseguró después que no había detectado ninguna señal de que Nacho estuviera mal. Al mismo tiempo, con unas amigas, yo estaba ayudándolo con contactos para que tirara su CV en distintas empresas. Nacho hablaba tres idiomas y tenía un muy buen currículum. Lo llamaron de una compañía francesa. Hizo todas las entrevistas y, a mediados de marzo, me mandó su oferta de trabajo por mail. A los tres o cuatro días tenía que hacerse el examen físico, pero justo cayó la cuarentena por la pandemia de coronavirus. Nacho estaba enojado con la situación. Mi hermano, por las restricciones, no pudo viajar. Era un lío. Mi papá justo se había descompensado, le habían puesto otro stent, y estaba internado en una clínica de rehabilitación. Nacho no podía ir a verlo, así que se quedó solo en el departamento de papá. Estaba con muchos planes: había conseguido trabajo, iba a ser el padrino de la beba de un íntimo amigo, estaban viendo dónde se reencontraban con su novia y yo cumplía 50 años en agosto e íbamos a viajar juntos a Machu Picchu…”.
Planes que quedarían truncos, porque nada evidenciaba la tragedia que se aproximaba.
“Hablé con él, por última vez, el jueves 9 de abril de 2020. Habitualmente hablaba una o dos veces por semana, pero esos últimos meses, como estaba cuidando a mi papá, estábamos todo el tiempo en contacto. Ese jueves charlamos por teléfono un montón. Le dije que estaba en la cola del súper, le pregunté si estaba aburrido porque estábamos hablando de pavadas. El último mensaje suyo de WhatsApp es una selfie de él con una máscara por el coronavirus. Lo único que me dijo ese día y que después me puse a pensar, fue ”mamá no te preocupes si mañana no te contesto, voy a dormir porque estoy muy cansado”. Al día siguiente, viernes 10 de abril, yo me sentía mal. No quería correr. “No sé qué me pasa”, le dije a mis amigas. El sábado a las dos de la tarde me llamó la señora que trabajaba en la casa de papá. Nacho le había dicho que no fuera, que total estaba solo, que volviera directamente el lunes. Pero fue igual, quería dejarle comida hecha para que tuviera en esos días. Ella fue la que lo encontró. Me llamó a los gritos...”.
Jess no puede seguir. La charla que tenemos a la distancia se detiene. Silencio.
Entiendo que recordar el momento en el que se le detuvo la vida, genera un vacío donde no caben las palabras. Ya retomaremos después.
“Él dejó cartas... Lo tenía tan pensado que lo que dejó a mano para que viera la policía, era nada… Al tiempo, en su computadora, encontramos otras cartas para mí, su abuelo y familiares”, puntualiza Jess.
El peor año de su vida
Jess le habla a Infobae sobre el año en el que enfrentó la más feroz de las angustias sin poder tomarse un avión: “En los primeros seis meses del 2020, tuve dos entierros por zoom. La única forma de ir a la Argentina era hacer una cuarentena sola de dos semanas... Eso era imposible en mi estado. Los cementerios, cerrados. No podíamos ir con mi marido porque estaba el riesgo de no poder volver y tener que dejar a los más chicos solos en otro país. Recién en noviembre pude ir a la Argentina y, por suerte, mis hermanos me acompañaron. No te podría pasar nada peor que se te muera un hijo, pensaba yo… Pero un día en ese mismo viaje, mientras corría con mi hermano, me dije que sí, que podría ser peor. Podría no tener dos hermanos que quieran y puedan tomarse un avión para estar conmigo; podría pasarle algo a mis otros hijos o, como a muchas madres de mi grupo, podría haber tenido que volver a trabajar al día siguiente. Sí, podría haber sido peor. Siempre puede ser peor”.
Jess había empezado a ver algún atisbo de luz al fondo del oscuro túnel.
Hoy Ignacio Vázquez Browne (28) y su abuelo Guillermo Browne (82) están juntos en el cementerio Parque Ceremonial en Pilar.
Esas dos semanas de noviembre de 2020 fueron los momentos más difíciles para Jess desde el suicidio de su hijo. “Fue tremendo ir al cementerio, ver el departamento donde se suicidó, ver la ropa que había dejado...”, confiesa.
En medio del dolor que le revolvía las tripas, encontró en el departamento dos libros iguales. Se los habían mandado de regalo a su padre luego del suicidio de Ignacio. El libro se llamaba Los que quedaron y su autora era la doctora en psicología, especialista en suicidios, Silvana Savio. Jess tomó uno y lo puso en su valija. Cuando regresó a Londres, lo leyó: “Sentí que ahí había algo para mí, pero que no lo estaba entendiendo. Mi hermana se ofreció a contactarme con la autora. Y entre noviembre y Navidad charlamos con Silvana unas tres o cuatro veces. Hablábamos solo del suicidio de Ignacio. Desmenuzamos qué había pasado con él, leímos las cartas juntas. Para mí, esas conversaciones marcaron un antes y un después”.
Encontrar un sentido
“Al principio, aparece la pregunta... ¿por qué a mí? Después te das cuenta de que no sos tan especial, ves a otros padres y es inevitable que te digas... y ¿por qué no a mí? Ver a padres que sobreviven y que, si bien la vida nunca es igual, pueden disfrutar de los hijos que quedaron, de un día de sol, de los nietos, ayuda mucho. Pensé que yo tenía que dar el ejemplo a mis otros dos hijos. Tenían que ver que a su mamá le tocó una muy difícil, sin embargo, pudo y se levantó. Mis hijos no pueden perder a su mamá. No tienen que pensar: ‘En esta casa hay que morirse para que te den bola´. El mayor desafío para los años que vienen es aceptar la decisión de Ignacio. Perdonarlo y aceptar, aunque no esté de acuerdo… No hay acto de amor más grande que aceptarlo, aunque te haga pedazos. Gracias a las charlas con Silvana Savio había empezado a pensar que, por ahí, algún día, podía respetar la decisión de Ignacio”.
La charla se interrumpe. El dolor de Jess lo revuelve todo. De a ratos es difícil continuar.
La idea de Jess de tener un blog venía desde 2013, cuando una amiga en Venezuela le abrió uno.
“Yo escribía en Facebook y ella me decía que tenía que tener mi propio blog. Y, bueno, lo hice. A los dos años me llegó un mail de Disney donde me decían que querían que escribiera para ellos. Estuve dos años y medio trabajando para Disney Babble Latinoamérica. Escribía para papás y mamás, pero sin agenda pautada de temas… Yo puedo escribir, pero si no me dicen de qué. Éramos varias blogueras y todos mis posts eran sobre emociones, sobre padres e hijos. Fue pasando el tiempo, en Latinoamérica la iniciativa no funcionó y cerró“.
Sus posteos en Disney Babble de aquellos tiempos llevaban una frase al pie que decía: “Soy madre y soy escritora para siempre”. Dos certezas indiscutibles. Hoy también enlazadas en la catarsis que significa la escritura para exorcizar la tristeza.
Terminada esa experiencia con Disney, Jess continuó con su blog personal, su trabajo como voluntaria en una tienda de ropa usada y sus armados de grupos de mujeres para salir a correr. Hasta que sucedió lo de Ignacio.
“Cuando pasó lo de Nacho, le pedí a una amiga bloguera argentina, Beta Suárez, que escribiera algo por mí a los que me seguían, porque yo no podía hacerlo. Pensaba: si no voy a leer lo que me escriben, si no voy a responder... no tiene sentido seguir escribiendo. Porque yo me siento responsable de la gente que me lee. Creí que no iba a poder volver a hacerlo. Sentí que se terminaba una etapa, la de Jess con tres hijos… Ignacio era muy fan mío, era el que más me leía”, reconoce.
Fue entonces cuando apareció un amigo que le dijo que debía recomenzar. Así nació empesares. Como en una sopa de letras, acababa de surgir la palabra que entrelazaría el comienzo de algo nuevo con los dolores que acarrea esa génesis.
Pesares que condujeron a otro empezar
Jess habla y su voz se escucha cálida, entera. Su relato es preciso, milimétrico, sin pausas. Es la misma voz que, desde el 18 de julio de 2020, pone en palabras en su blog personal Empesares en Facebook (donde cuenta con 11.000 seguidores), que se replica en el Blog de Jess (en la misma red y que posee una comunidad de 41.535 personas) y en su cuenta de Instagram (@empesares) donde hoy tiene más de 11.200 seguidores bajo la consigna “Que el amor nos oriente”. Esa consigna inclaudicable salió de la letra de una de las canciones preferidas de Ignacio (”Xuxa Park” interpretada por Onda Vaga) y el corazón azul tiene que ver con su color favorito.
En los posts de Jess no hay recetas mágicas. Hay lógica, hay humanidad y una sinceridad que araña lo más profundo. En sus redes, despidió el año 2020 con un posteo que deja sin aire: “Se termina el peor año de mi vida. Un año en que la pesadilla más temida se hizo realidad, donde la desesperación se apoderó de mi vida, de mi casa, de mis pasos. Entendí la palabra tragedia, sentí el nunca más y aprendí de golpe lo frágil que es todo. Perdí el control de mi misma más de una vez, las emociones me tomaron de pies a cabeza y la realidad se me hizo confusa. Fue un año que empezó en abril y no va a terminar nunca más, porque mi vida nunca más va a ser como era. Será diferente, más opaca, menos luminosa pero también más valorada, más en serio ahora que entiendo lo que antes solo imaginaba. Y es ahí donde necesito encontrar algo que agradecerle a este año espantoso y cruel. Porque hubo algo bueno: ustedes, todos los que estuvieron en mi equipo en este horrible partido que me tocó jugar. Mi familia, mis amigos, los que me leen, los que me acompañaron aun sin conocerme. Cada persona que me sostuvo en la oscuridad, y que pudo acunarme entre sus brazos. Esos que se tomaron un rato para mandar un mensaje, para hacer un llamado, para prender una vela, para nombrar a Nachi (…)”.
El dolor de Jess se fue transformando en la voz de muchos otros que empezaron a animarse a pedirle ayuda. Se fue armando un entramado de manos que sostienen a otras manos ante el abismo. Jess dedica tiempo a escuchar y comprender. A aconsejar desde su experiencia. Un marido desesperado por cómo está su mujer luego de la pérdida de un bebé de tres años; otra mamá que no sabe cómo acompañar a su hijo que milagrosamente sobrevivió a un intento de suicidio; amigos de personas que están atravesando por una situación límite y no tienen idea cómo deben acercarse... Jess teje esta red de contención con dedicación absoluta y compromiso visceral.
Todo sobre “Nachi”
El 14 de noviembre 2020 en su blog Jess le habla a Ignacio: “... como siempre decimos vos y yo: al final el amor es lo único que cuenta. Yo quise que nunca te falten ganas de explorar y que encontrases siempre motivos para disfrutar (...) Y sobre todo quise que supieras que amor de familia era lo que te sobraba. No sé qué fuiste a buscar, no entiendo por qué no pudiste pedirme ayuda como siempre, no logro identificar tu soledad. El amor que siempre tuve por vos me desborda en lágrimas, teléfonos mudos y noches largas. Te extraño Nachi, pero sé que querrías que te deje volar...”.
Ignacio no iba por la vida surfeando la superficie sino que calaba hondo. Así lo describe su madre: “Era un tipo muy sensible. Él siempre iba a lo profundo. Muy cuestionador. Pero no hay nada más fácil que idealizar a un muerto. Estoy en un grupo de padres que perdimos hijos y todos dicen: ‘Mi hijo era un ángel’ o ‘Mi hija era una princesa’… Ignacio tenía mal carácter y era cuestionador, pero nunca fue un chico de dar problemas. Nacho era huraño, tenía pocos pero grandes amores. No era sociable en el blablabla... Un viernes perfecto para él era con sus dos mejores amigos, su novia o su perro”.
El 31 de julio de 2020, posteó: “Alguien me dijo que una persona muere dos veces. La primera cuando su corazón deja de latir, la segunda cuando alguien dice su nombre por última vez. El corazón de Ignacio ya no late, pero yo quiero mantenerlo vivo en la memoria. Quiero hablar de él y que lo conozcan”. Alguna vez en sus posteos ya lo había retratado como “romántico, soñador, familiero, y solitario (...) Las sonrisas las guarda para los que quiere y lo divierten. Su amor siempre es sincero. Su antipatía es corta, pero lastima. La diplomacia le fue negada, la verdad la tiene marcada. Perdona olvidos, pide poco, necesita mucho y jamás olvida una mentira. Él es así. Mucho más de lo que se ve”.
Jess, cuando habla de Ignacio, lo hace con la cara iluminada: “Nacho tenía una gran lealtad conmigo y me demostraba su amor de una manera especial. Era arisco, pero jugaba en mi equipo. Nacho creyó en mí antes que yo. Creía que yo era valiente, que podía con todo. Yo sentía su admiración. Desde que nació, él fue un motor enorme en mi vida para seguir adelante”. Cada tanto, aparece la culpa. Esa culpa que nadie que pase una situación semejante necesita acrecentar. Jess escribió el 22 de agosto de 2020: “Siento que te fallé, estos días no estoy pudiendo con la culpa que me da no haber visto que estabas sufriendo tanto. Reviso cada charla, cada llamado, cada discusión, y no encuentro nada que me haya hecho imaginar tu increíble decisión. Quiero respuestas y como no estás para dármelas, me las invento: ¿Fue por haber tenido papás separados, o esta mamá tan torpe jugando a la casita? Porque quizá fui una irresponsable, queriendo con toda mi alma ser mamá cuando aún no había dejado de ser chiquita (...) ¿Que haya formado otra familia te hizo sentir ajeno y como eras tan noble no me lo dijiste? (...) Si me hubieses avisado, habría arreglado el mundo con tal de frenarte ese maldito día. Porque yo, Nachi, aún en mi peor día, no dudaba que te iba a tener tibio y vivo conmigo hasta el último momento de mi vida”.
Las cartas de Ignacio
Las cartas de despedida que Ignacio dejó en su computadora habían sido escritas en febrero de 2020. Estas le contaron a Jess un poco sobre aquello que nadie jamás podría haber imaginado en un joven que parecía estar lleno de proyectos. Porque Ignacio lo tenía bien oculto. En esos párrafos la autoriza, expresamente, a mostrar su carta a quien ella considere necesario y quiera leerla:
“En las cartas deja bien claro y me dice: ‘Ninguno de ustedes tiene la culpa de esto ni hay nada que pudiesen haber hecho para frenarlo’. También cuenta que sentía que el mundo le dolía y que no se animaba a pedir ayuda. ¡Estaba deprimido y sentía que no podía pedir ayuda! Me pedía que fuera fuerte por sus hermanos aunque sabía que me iba a causar un dolor intenso”. Ignacio la despide en su carta con amor: “Ma, te amo como a nadie y te voy a cuidar desde donde esté. Sé fuerte. Me voy con Naná. Perdón y gracias, Nacho”.
“La sociedad machista en la que vivo no me deja pedir ayuda...”, escribió Ignacio en esa despedida. Su lacerante frase abre un espacio para la reflexión sobre los varones y la depresión. ¿Por qué es tan estigmatizante pedir ayuda? ¿Es peor para los hombres?
Es ahí donde Jess encuentra hoy gran parte de su misión. Es ahí donde siente que puede acompañar a aquellos padres y jóvenes que lo necesitan. “Lo que me hace cada día más fuerte es poder ayudar a otros”, resume convencida.
Jess posteó el 27 de octubre de 2020, poniendo lo más visceral del dolor de una madre sobre la mesa:
“Tu muerte me cambió toda la vida, las ganas, los anhelos, las prioridades y los pensamientos. Tu muerte me devolvió ganas de buscar la fe más allá de la desgracia (...) Como me dijiste en tu mensaje: ‘Lo peor ya te pasó, ahora encontrá tu voz’ (...) Me dijiste también: ‘Sé fuerte ma, enfocá tu amor en mis hermanos’. Creo que estarías entre sorprendido y orgulloso. No soy la misma persona que dejaste (...)”.
Uno y los otros
Un capítulo aparte merece la reacción de los que rodean a quien tiene una desgracia como el suicidio de un hijo. Jess no esquiva el tema. Más bien lo trae a colación. En uno de sus posts enumera, no sin humor, aquellas frases que NO deberían decirse:
“Él está mejor, está en paz”
“Él no querría que estés triste”
“La vida sigue”
“Ánimo”
“Ya va a pasar”
“El ayer ya fue”
“Pensá en los vivos”
Jess puntualiza que la peor es la última, porque implica asumir una culpa que no se necesita agregar: “Es como decir ya se te murió uno, ahora cuidá a los otros. No dudo que, en casi todos los casos, las frases son con buena intención, mezclada con la desesperación de no saber qué hacer. Yo te digo qué se puede hacer: estar, comprender, abrazar… y si no podés, entonces, mejor no decir nada”.
Sigue aconsejando: “Es más estar que decir; es escuchar…. Aprendí cómo me hubiera gustado que me acompañen. Le digo a mis amigos: ‘Cuando hable de Ignacio, escuchame y no me cambies de tema; cuando no hable, no me hables’. La vida sigue y, en general, suele pasar que los que estuvieron al principio van desapareciendo, entonces queda un gran hueco. Aconsejaría a quienes quieran acompañar a alguien, hacer como un cronograma donde se dividan las semanas para estar con esa persona, así el acompañamiento dura más tiempo… Del primer mes no recuerdo mucho, lo único que hacía era correr una hora todos los días. Correr fue mi terapia y me salvó la vida”. Porque la muerte de un hijo “te deja muda, y el suicidio de un hijo, muda y con mil preguntas”.
“Mis hermanos fueron un apoyo fundamental. Vinieron a verme a los dos días. El amor de mis amigos, de mi íntima amiga Julieta, de mi familia y de mis primos. También me ayudó retomar por Zoom la terapia con mi psicóloga de Miami, con la que había hablado mucho de Ignacio, y los grupos de padres. Cuando murió Ignacio mi papá pasó de ser superabuelo a ser superpapá. Tenía miedo por mí. Pobrecito papá, se murió pensando que yo no podría sobrevivir. Me dije: ‘Voy a poder. Le voy a demostrar a Nacho y a mis papás que sí puedo’. Tengo dos hijos que no podían perder a su hermano y, además, a su mamá. No había plan B, tenía que sobrevivir como fuera”.
“En un futuro cercano pienso tomar esto como una misión, como un trabajo. Quiero que signifique algo, que Nacho sea recordado por mucho más que por su última decisión. Voy a escribir, voy a contar de él, si eso sirve para salvar a un chico… El mensaje es que puedan decir si están mal, que puedan hablar y reconocer que están deprimidos”. Por Ignacio, asegura, saldrá adelante y se dedicará a ayudar a los que deban transitar el camino de una pérdida semejante.
Le pregunto para reflexionar juntas si cree que una persona mayor de edad debería tener derecho a decidir sobre la propia existencia. Lo piensa y responde: “Lo que yo creo es que, en un caso como el de Ignacio, hay que pensar en el desastre que uno deja detrás. Por ahí, si estuviera acá él me diría: ‘Vieja me aflojás con el drama’. O podría decir también: ‘No me di cuenta de que era para tanto’. No hubo ningún aviso previo, no lo vi sufrir… Pasé de tener un hijo que yo creía lo tenía todo, buenmozo, deportista, con trabajo, con novia, lleno de amigos y con proyectos... a no tenerlo”.
Empesares fue volver a empezar. Fue asumir tristezas y tomar envión para poder seguir flotando entre los restos del naufragio. Porque cuando la muerte se te planta y se erige como un muro infranqueable, todo se detiene. El alma se te escurre por los resquicios del esqueleto para hallar dónde se esconde el tuétano de la existencia. En esa soledad tan vital es que Jess Browne se encontró escribiendo una vela de palabras que la ayuden a surcar los vientos que la azotan y así poder guiar a otros, a los que también les ha tocado este desvío impensado del camino.
Seguramente le tomará lo que le quede de vida aprender a convivir con su enorme agujero.
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