Apenas un año le bastó para convertirse en una leyenda. Una sucesión fulgurante de asaltos, secuestros, tiroteos y persecuciones grabó a sangre y fuego la memoria de Rogelio Gordillo, el Pibe Cabeza, durante la Década Infame. Consagrado por la prensa de la época como “enemigo público número 1”, desde su muerte el 9 de febrero de 1937 en medio de los festejos de carnaval del barrio de Mataderos perdura como un emblema del delincuente que recurre a la extrema violencia y se enfrenta sin reconciliación posible con la sociedad.
Nacido en Colón, provincia de Buenos Aires, el 9 de junio de 1910, Gordillo nunca consiguió botines importantes pero la espectacularidad de sus actos potenció su repercusión. Organizó una sociedad de pistoleros que prefiguró las “superbandas” de los años 90 del siglo XX y supo aprovechar dos recursos por entonces novedosos para el delito: la posibilidad de incrementar el poder de fuego con nuevas armas como las ametralladoras Thompson y el robo de autos, con los cuales circuló entre las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba para desorientar a sus perseguidores.
“El Pibe Cabeza resulta un fenómeno difícil de comprender: sobrevive, en los que se acercaron al tema, la difusa sensación de que a Gordillo, por lo menos en el populoso barrio de Mataderos, se lo respetaba y hasta se lo quería. Y esto, justamente, es lo complejo: ¿por qué?”, se preguntaron Marcelo Vallejos y Ernesto Zambrini en un estudio sobre el personaje. “Era simplemente un pistolero, un matón, un asaltante y un asesino desprovisto de atenuantes ideológicos”, pero provocó una oscura fascinación en el público de la época y de la posteridad, como prueba, entre las obras dedicadas a su historia, El pibe cabeza (1975), la película de Leopoldo Torre Nilsson.
Los orígenes
Un lugar común en las antiguas sagas de bandidos explica la decisión de ponerse al margen de la ley como consecuencia de haber sufrido algún tipo de abuso previo o persecución arbitraria por parte de la policía o de la justicia. Habría sido el caso de Gordillo, según el testimonio de Gregoria Lagarda, su madre.
En la infancia, según Lagarda, el pequeño Rogelio presenció cómo la policía detenía a su padre y le daba “una tremenda paliza” por distribuir propaganda socialista. “Después de aquel día cambió mucho su manera de ser”, aseguró la mujer. A la muerte del padre, en 1926, la familia se mudó a General Pico, en La Pampa, donde ocurrió un segundo episodio que resultó definitorio.
Gordillo se había enamorado de una vecina, Juana Prado. Tenía un trabajo honesto como peluquero y la chica le correspondía, pero la familia no estaba de acuerdo con la relación. El romance terminó en un drama: Rogelio raptó a Juana después de balear a la madre y la llevó a una chacra, donde la policía localizó a la pareja el 18 de febrero de 1928.
Condenado a ocho meses de prisión por lesiones, todavía menor de edad, Gordillo fue trasladado a la cárcel de Santa Rosa. Según la leyenda, Juana Prado se casó con un chacarero de General Pico mientras el Pibe Cabeza seguía una especie de curso acelerado del delito en la prisión, en contacto con reclusos de mayor experiencia.
Desde entonces tuvo uno de sus prontuarios a los que policías llaman abultados. En principio se trató de hurtos, lesiones y robos menores, pero tenía ambiciones de progresar en el delito -Gustavo Germán González, el célebre periodista del diario Crítica, lo llamó “el más vanidoso de nuestros pistoleros”- y en 1932 se trasladó a Rosario. Entonces conoció a Felipe Cherouvrier, “el Francesito”, su introductor en el mundillo criminal de la Chicago argentina, como se llamaba a la ciudad.
Su incipiente carrera, sin embargo, sufrió un revés el 9 de diciembre de 1932, cuando la policía rosarina lo detuvo por el asalto al administrador de un depósito de aceite en una modalidad que hoy se llamaría salidera. Condenado esta vez a cuatro años de prisión, fue enviado a Santa Fe. El 16 de agosto de 1935, al salir de la cárcel con libertad condicional, comenzó a transcurrir el capítulo final de su vida, el de su celebridad y su caída.
Gordillo se reinsertó en el hampa. Apenas cuatro días después de recuperar la libertad, participó en el asalto a un almacén de ramos generales, en Rosario. Siguieron otros robos menores en cuanto al resultado económico pero desmesurados en cuando a la violencia ejercida: el 13 de septiembre de 1932, hirió a una vecina y a un agente de policía en un tiroteo, y quince días después, junto con Antonio Moreno, se tiroteó con la guardia policial del Hospital Carrasco y rescató a otros dos cómplices internados en el lugar, el español Enrique Romualde y el uruguayo Alberto Quintana.
Si el rescate constituía de por sí un desafío alevoso a las autoridades, Quintana mató además a un bombero que intentó evitar la fuga. Gordillo, por su parte, ya era conocido como el Pibe Cabeza y con ese apodo comenzó a ser individualizado por la prensa. El 4 de octubre robó un auto Pontiac en las afueras de Rosario y se alejó de la ciudad hacia la provincia de La Pampa. En lo sucesivo se caracterizaría también por su habilidad para eludir a la policía y para escapar en circunstancias que parecían imposibles.
El 10 de octubre, al frente de una banda integrada por otros cinco hombres armados, Gordillo asaltó la estancia La Chapela, en el norte de La Pampa. El 13 de octubre, dos de sus cómplices mataron al agente Reynaldo Herrera, lo que intensificó de nuevo la persecución policial. El cerco pareció cerrarse en General Pico, donde la policía pampeana mató en sucesivos tiroteos a Quintana y Romualde. Sin embargo, el Pibe Cabeza y Antonio Moreno huyeron después de hacerse llevar en taxi hasta un paraje vecino a la provincia de Buenos Aires, donde dejaron al chofer y siguieron viaje.
Captura recomendada
El rastro de Gordillo pareció esfumarse misteriosamente mientras era perseguido por policías de tres provincias. Al mismo tiempo se multiplicaron los pedidos de captura: en Buenos Aires, la Jefatura de Policía de La Plata lo requirió por cuatro asaltos en distintos lugares de la provincia, entre el 31 de enero y el 14 de diciembre de 1936; en Santa Fe se comprobó su participación en cinco asaltos cometidos en Rosario entre el 29 de marzo y el 22 de octubre del mismo año; y en la ciudad de Buenos Aires, le atribuyeron el asalto a una joyería de Aristóbulo del Valle 1424, el 6 de julio, y los robos de varios autos.
El pedido de captura de la División de Investigaciones de Rosario lo describió como de cutis blanco, cabello rubio castaño y 1,66 m de estatura; “viste bien y suele presentarse simulando ser vendedor de automóviles o estanciero” y como seña particular tenía un lunar carnoso en la mejilla derecha, a dos centímetros del labio superior. El misterio sobre el paradero del Pibe Cabeza se aclaró poco más tarde: estaba refugiado en el pueblo de Los Molinos, a 70 kilómetros de Rosario, con la protección del comisario local y de punteros políticos.
Gordillo rearmó entonces su banda con la incorporación de Antonio Caprioli, Floreal Martínez, alias el Nene, y Juan De la Fuente. Nacido en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, el 24 de septiembre de 1910, Caprioli había sido albañil antes de dedicarse a los asaltos y pronto se convirtió en la mano derecha del Pibe Cabeza.
El 9 de mayo de 1936 volvieron a desafiar a la policía con un asalto a las oficinas de la Compañía Nobleza de Tabaco, en pleno centro de Rosario. El botín otra vez fue escaso, porque la empresa llevaba la recaudación diaria a un banco, y además se descubrió que los asaltantes tenían una informante: Blanca Calvo, una chica de 18 años que se había empleado como doméstica en una casa vecina para observar el movimiento de la compañía y que era la amante del Pibe Cabeza.
Una pelea entre malandras en la que murió Antonio Moreno llevó a la policía de Rosario a Los Molinos y puso al descubierto la complicidad de pistoleros con funcionarios. Gordillo se había vinculado con el radicalismo antipersonalista -la línea opuesta a la de Hipólito Yrigoyen- y era candidato a juez de paz en el pueblo. “Delincuentes de cartel pretendían obtener puestos públicos. Lo hacían, posiblemente, con el ánimo de regenerarse”, ironizó un cronista del diario La Capital.
Los planes quedaron interrumpidos. Los pistoleros volvieron a Rosario, donde le pidieron ayuda a Raúl Cherouvrier, hermano de Felipe. Como despedida de la ciudad, el 4 de agosto de 1936, robaron los sueldos de los Mataderos municipales, en el barrio Sáenz Peña, donde se tirotearon con empleados y policías. Para escapar, robaron dos vehículos: primero un camión y después el coche de una empresa de servicios fúnebres, con el que se abrieron paso sin provocar sospechas en el cordón policial.
Pero el 22 de octubre de 1936, cuando se pensaba que estaba lejos de Rosario, la banda volvió una vez más a la ciudad para asaltar una joyería; en ese momento circulaban en un Ford sedán que había sido robado en Liniers. Este dato y la confesión de Raúl Cherouvrier -arrancada mediante torturas, según su denuncia- permitieron saber que los pistoleros se aguantaban en un conventillo de Gallegos 3481, en el barrio de Boedo.
La policía porteña encontró en el conventillo a Felipe Cherouvrier. El cómplice de Gordillo se atrincheró en su pieza y resistió durante varias horas el asedio policial hasta caer fusilado. El enfrentamiento, en el que la policía recurrió además a gases lacrimógenos, entonces una novedad de la tecnología represiva, se libró en presencia de los vecinos del edificio, en su mayoría mujeres y niños que salieron milagrosamente ilesos del combate.
Ladrones sin destino
La banda se movía con autos robados que cambiaba a medida que se desplazaba, y de esa manera se dirigió hacia la provincia de Buenos Aires. El 14 de noviembre de 1936 Gordillo y sus cómplices asaltaron al hacendado Antonio Pereyra Iraola, al que abordaron en un camino cerca de Trenque Lauquen, y poco después, el 9 de diciembre de 1936, reaparecieron en un almacén de ramos generales en zona rural de Pehuajó y perpetraron otro golpe para volver a la primera plana de los diarios.
Después de cargar combustible y de tomar unas cervezas, los pistoleros asaltaron el almacén; el propietario, Felipe Couto, y su esposa escaparon hacia el campo, pero los ladrones se quedaron en el lugar y atracaron sucesivamente a cuatro clientes. Antes de irse, dispararon contra el surtidor de combustible y provocaron un incendio que destruyó parte del establecimiento.
La preocupación pública fue acompañada desde la prensa por pedidos de mayor dureza en la aplicación de leyes y por críticas hacia la policía, desairada una y otra vez por el vertiginoso movimiento de la banda. El 24 de diciembre de 1936, Gordillo, Caprioli y Martínez fueron reconocidos como autores de tres robos a automovilistas a los que despojaron de sus vehículos y del dinero que llevaban, en Armstrong y Casilda. La policía santafesina informó que habían escapado hacia Buenos Aires, pero en realidad se dirigieron hacia Córdoba, donde estaban radicados la madre y los hermanos del Pibe Cabeza. Como rastro de su paso quedó una saga de pequeños robos que les atribuyeron por el camino, en diversos pueblos de Santa Fe.
El 21 de enero de 1937, Gordillo, Caprioli, Martínez y De la Fuente paseaban por la ciudad de Córdoba en un Ford robado a un viajante de Nestlé cuando se les cruzó Ubelindo González, un canillita de 11 años. Caprioli, al volante del auto, hizo una maniobra para esquivar y chocó contra una columna del alumbrado, que provocó el destrozo de una cubierta.
Los delincuentes le ofrecieron diez pesos al canillita, como compensación por el susto y un golpe, y cambiaron el neumático del auto. Pero cuando estaban a punto de irse, apareció el cabo primero Santiago Pilar Contreras. “Yo estaba de lo más contento con mis diez pesos. Le dije que no era nada y que los dejara ir, pero el muy cabeza dura no quiso entender razones, ni siquiera cuando le ofrecieron cincuenta pesos”, declaró el canillita en alusión al policía.
Contreras le dijo a Gordillo que tendrían que acompañarlo a una comisaría, pero apenas subió al auto los otros lo redujeron. La banda retomó su viaje con el policía y con el canillita. En las afueras de Córdoba abandonaron el Ford, robaron un Chevrolet y se llevaron también a sus ocupantes, Alberto Salas y Angélica Medina.
Liberado cerca de Villa María, Salas reconoció al Pibe Cabeza como jefe de los secuestradores y aumentó la preocupación por la suerte de Contreras, de quien los delincuentes se burlaban. Pese a la movilización general de la policía en Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, la banda logró escapar en dirección a un nuevo escondite, una chacra cerca de Los Toldos donde Angélica Medina y Ubelindo González permanecieron en cautiverio hasta ser liberados el 25 de enero en un camino cerca de General Rodríguez.
Angélica Medina declaro que los pistoleros la trataron “con toda clase de consideraciones”. Pero poco después se supo que habían asesinado a Contreras, cuyo cadáver apareció cerca de Ballesteros, en la provincia de Córdoba, con siete impactos de bala en la espalda.
La muerte del policía -un humilde agente que estaba afectado al control del tránsito en la ciudad de Córdoba- selló el destino de la banda y en particular del Pibe Cabeza. Bajo el título “El crimen triunfante”, el diario La Nación dedicó un editorial al caso donde destacaba que “los forajidos tienen ametralladoras desde antes que las tuviera la policía” y parecía alentar una respuesta igualmente violenta: “Frente a este fenómeno, a esta guerra, el Estado tiene el deber de defender a la sociedad con medios de guerra”.
Locuras de carnaval
El 29 de enero de 1937 distintas crónicas periodísticos reportaron a los pistoleros en San Miguel, Mar del Plata, Córdoba, Avellaneda y el barrio de Flores. El miedo hacía ver a la banda y al Pibe Cabeza en lugares sospechosos y comportamientos que llamaban la atención. El 3 de febrero, finalmente, la policía porteña detuvo a un cómplice, Alfredo Ritondale, quien despejó la incógnita: los fugitivos estaban en la ciudad de Buenos Aires.
El dato era que Blanca Calvo y María Esther Romano, las parejas de Gordillo y Caprioli, habían alquilado una casa en la calle Manuel Artigas, en Mataderos. La policía no tenía la dirección exacta del lugar, por lo que empezó a hacer recorridas en el barrio mientras se desarrollaban los festejos de carnaval.
Ese año, la mayoría de las máscaras y carrozas del carnaval evocaron al Obelisco, “el monumento de actualidad” según la prensa, después de que el intendente Mariano de Vedia y Mitre inaugurara la primera parte de la avenida 9 de Julio, entre Tucumán y Bartolomé Mitre. Desfilaron las comparsas “Los hijos del obelisco”, “Los negros del Congo”, “Los roncadores”, “Macanas aristocráticas”, “Patoruzú y los suyos” y “Los malcriados de Mataderos”. En el atardecer del 9 de febrero, entre los disfrazados y el paso de la murga, una brigada policial identificó a Gordillo y Caprioli en el cruce de Juan B. Justo y Albariños.
Los pistoleros tomaron un colectivo y bajaron dos cuadras más adelante, en Guardia Nacional, donde había más gente. En el lugar, según la versión policial, comenzaron a disparar contra el vehículo que usaban sus perseguidores. El Pibe Cabeza se parapetó detrás de un árbol y en el momento en que se asomó para recargar su pistola fue alcanzado por tres balazos. Ya había muerto cuando fue llevado al Hospital Salaberry. Tenía 26 años.
Caprioli escapó en un colectivo, pero el 2 de julio de 1937 murió en un enfrentamiento con la policía bonaerense, en las afueras de Junín, donde también cayeron Floreal Martínez y Juan de la Fuente.
No quedaron sobrevivientes de la banda, pero la huella de sus actos se volvió imborrable y realimentó la intriga y cierta atracción morbosa: la cabeza de Gordillo pasó a ser exhibida en el Museo de la Morgue Judicial, hasta que fue retirada por reclamos de sus descendientes, mientras la memoria del “enemigo público número 1” perdura a través de la crónica -el comisario Enrique Fentanes. le dedicó un libro, El pibe cabeza (1953)-, el cine -Alfredo Alcón le prestó un rostro seductor- y la historia del crimen.
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