“¿Quién es ese señor que hace gimnasia colgado en una cruz a la entrada del pueblo?” “¿Por qué no tenemos clases en Pascua?” “¿Quién es Jesús?”: esas fueron algunas de las preguntas que alumnos de entre 9 y 11 años le hicieron a su maestro, Matthieu Faucher, en una escuela de Malicornay, un pueblo del centro de Francia.
Fue durante el ciclo escolar 2016-17 y este maestro de 40 años consideró que debía llenar esa laguna de conocimiento desde el punto de vista histórico y no teológico. Incluso, en lo que hace a la Biblia, desde un punto de vista literario, algo que nuestro Borges hubiera entendido muy bien [ver la clase magistral de Julio Crivelli, sobre las claves bíblicas ocultas en la poesía borgiana].
En opinión de Faucher, esa descristianización de los niños implicaba “un enorme vacío cultural”. Preparó una unidad pedagógica con el título “El cristianismo por los textos: estudio literario de extractos bíblicos”, y tuvo la precaución de reunir a los padres de sus alumnos y ponerlos al tanto de sus intenciones. Su plan era hacer trabajar a los chicos sobre algunos textos de la Biblia, y pasarles extractos del film El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Passolini, y de la película de animación Príncipe de Egipto.
El maestro no imaginó el calvario que le esperaba. La denuncia en su contra no vino de los padres. Al menos no públicamente. Fue acusado de proselitismo religioso a través de una carta anónima. De inmediato, las autoridades de la escuela lo suspendieron. Aunque los padres protestaron, el rectorado Orléans-Tours convalidó la sanción, que unos meses después fue seguida de un traslado disciplinario, el 2 de junio de 2017.
Faucher no aceptó la decisión. Estaba convencido de no haber cometido ninguna falta y decidido a demostrarlo. Se le reprochaba haber “faltado a su deber de neutralidad y laicismo”, acusaciones que él rechazó de plano. Fue a la justicia, que le dio la razón en primera instancia. Pero el fallo fue recurrido por el Ministerio de Educación nacional. Esto lo favoreció, ya que en segunda instancia un tribunal administrativo de Burdeos ordenó el levantamiento de las sanciones y su reincorporación a la escuela que debió dejar perentoriamente hace 4 años.
“La Corte estableció que mi enseñanza se inscribió perfectamente en los programas de educación de la escuela primaria”, dice Faucher, que se siente rehabilitado y fortalecido, tras la larga batalla judicial. “Este caso me supera ampliamente. Están en juego cosas mucho más grandes”, dice. “El tema de la enseñanza laica del hecho religioso, por ejemplo. Yo fui sancionado por haber trabajado con un libro que es un pilar de nuestra civilización; eso plantea interrogantes. Yo di cultura, no catecismo. Sólo cultura. Y los alumnos son los que la piden”.
“Cuando me enteré de que no sabían quién era Jesús, pensé que había una laguna cultural que colmar”, explica. En su opinión, “también las otras religiones deben ser abordadas en los programas escolares, pero con un espacio más amplio para el cristianismo que es la base de nuestra historia”.
“Esta decisión -agrega, sobre el fallo que lo exculpa- es una extraordinaria esperanza para todos los docentes que, como yo, están suspendidos. Hay que entender que es cada vez más difícil enseñar. Por más que mis colegas tengan el cuero duro, necesitan apoyo cuando defienden causas justas”.
“El señor Faucher no manifestó en ningún momento creencia religiosa alguna en el ejercicio de sus funciones docentes”, dice el fallo, que también afirma que “tanto los textos como los extractos de películas y dibujos animados presentados por Faucher a sus alumnos en el marco de la enseñanza de lengua fueron tratados con una perspectiva geográfica e histórica así como vinculados a otros textos [y] sirvieron de apertura para abordar temas en relación con el programa de educación moral y cívica”.
Con este fallo, el tribunal no sólo exculpó al maestro; también desautorizó al rectorado que lo sancionó y al Ministerio de Educación, que cuestionó los métodos pedagógicos del docente, calificándolos de “actitud marcada por el proselitismo”.
En realidad, la justicia no hizo sino confirmar lo que dicen los programas escolares, pero que las autoridades del establecimiento donde ejercía Faucher parecieron olvidar, intimidadas por una carta anónima y, sobre todo, por el clima cultural ambiente.
En efecto, el caso repercutió más allá de los límites del pequeño pueblo de Malicornay porque dice mucho acerca del clima cultural que reina en Francia y en otras sociedades occidentales. El trasfondo de este episodio es el de una laicidad mal entendida en un país afectado por la fragmentación -fruto de una diversidad también mal entendida-, y en el que a la radicalización religiosa de ciertos sectores se le contrapone un laicismo no menos fanático.
Entrevistado por La Nouvelle République, Faucher, que, vale reiterar, no es creyente, señalaba la diferencia entre la “sana laicidad” o “laicidad positiva” y su opuesto que es el “laicismo”. “Algunos quieren hacer tabla rasa del cristianismo, cuando esa religión es uno de los cimientos de nuestra cultura judeo cristiana. Ir en ese sentido, es separarse de 1500 años de nuestra historia”, sostuvo. Y citó en apoyo una reflexión de Dominique Ponnau, director honorario de la Escuela del Louvre, que considera que “no es rechazando nuestra cultura como recibiremos mejor a los demás” y que se preguntaba “cómo acoger al extranjero, si nosotros mismos nos hemos vuelto extranjeros a nuestra propia cultura”.
Para medir hasta qué punto ha llegado este fenómeno, baste señalar que hay docentes que se niegan a datar los años con la expresión “antes de Cristo”, como si, en vez de un hecho histórico cultural se tratase de una profesión de fe.
Se ignora o no se valora en su justa medida la dimensión fundante de la religión judeocristiana en la cultura occidental. No estudiar el hecho religioso implica renegar del propio pasado y privarse de claves interpretativas básicas para el presente.
En el laicismo extremista hay un malentendido de base: se defienden los valores republicanos en oposición a los valores religiosos, cuando los primeros no se entienden sin los segundos. El grueso de los “credos” republicanos que el laicismo enarbola como banderas frente a una supuesta intromisión de la Iglesia en el mundo profano son de cuño religioso: empezando por los conceptos de la tríada “libertad-igualdad-fraternidad” -consagrada por la muy atea y anticlerical Revolución Francesa-, cuyos elementos ya habían sido asociados por François Fénelon, arzobispo de Cambrai, a fines del siglo XVII.
El caso Faucher evoca una tendencia muy actual: “La civilización occidental y cristiana se detesta a sí misma”, decía el historiador Jean Sévillia, en una entrevista con Infobae. “Asistimos a un quiebre de civilización, a una ruptura en la transmisión de la cultura -señalaba-, además de una sobreinterpretación de la laicidad”.
En una tribuna reciente, el profesor y ensayista Jean Paul Brighelli escribía: “A fines de agosto, nosotros conmemoramos el 2500° aniversario de la batalla de las Termópilas… ¿Nosotros quiénes? ¿Aquellos para los que Leónidas no es más que una marca belga de chocolate? ¿Quién se acuerda de que 300 espartanos murieron para dar tiempo a los griegos y salvar a Europa de una invasión mayor, como don Juan de Austria la salvó en Lepanto, como Nicolás de Salm en 1529 y Juan III Sobieski en 1683, frente a Viena, la salvó de las ambiciones turcas? "
“Nuestra civilización, degradando la Educación, ha reemplazado la Cultura por la adquisición de ‘competencias’”, sentenciaba. Para Brighelli, si todavía queda gente cultivada, ésta se esconde. “Y lo bien que hace -agregaba, con la cruda ironía que caracteriza a este predicador de la educación de excelencia, rigurosa, frondosa en contenidos y exigente-. Esa gente ya no tiene ningún rol que jugar en una civilización que ha encogido el estudio del latín y del griego como piel de zapa (¡lean a Balzac, tontos!), y reemplazado los saberes por el savoir-faire (triunfo indiscutido del utilitarismo a lo Bentham) y el saber ser por el agruparse: tener preocupaciones ecológicas, hacer el Ramadán por solidaridad, y aprobar un bachillerato de vagos: esas son las competencias modernas indispensables”.
“La Iglesia, no exclusivamente, pero sí principalmente, hizo a Francia como nación y a Europa como continente -afirma Philippe Capelle-Dumont, sacerdote católico y profesor universitario, especialista de las relaciones entre filosofía y teología-. Es un dato histórico que no necesita de la apologética para ser validado”.
La modernidad occidental lo niega, dice Capelle-Dumont, pero ha guardado las huellas de lo religioso “reinvirtiendo o travistiendo muchos de sus temas estructurales”. Y enumera: la distinción entre lo político y lo religioso, la dignidad intrínseca y jurídica de la persona, la igualdad hombre-mujer.
De hecho, basta superponer el mapa de las libertades individuales y de la emancipación de la mujer con el de las religiones para advertir que es la cultura occidental y cristiana la que más las ha promovido, a diferencia de lo que sucede en países de otras confesiones y ni hablar de los que tuvieron o tienen aún regímenes abiertamente ateos.
“El binomio César-Dios no consiste, como lamentablemente se repite a piacere, en una separación entre lo temporal y lo espiritual, sino en una distinción entre el orden público y el orden divino”, aclara Capelle-Dumont. La consecuencia de esto es que “César no es Dios, lo político no debería por lo tanto ser divinizado aun cuando es respetado en su propio orden de decisiones como gerente de una autoridad recibida”. Establecida esta distinción, vale aclarar que “lo espiritual ‘inspira’ lo temporal, incluso en la diferenciación de los órdenes institucionales, religiosos y políticos”.
Al ignorar esto, se permite el desarrollo de “un laicismo doctrinario que se presenta como único apto para defender la separación de las instituciones religiosas y políticas”.
El laicismo radical aboga por desterrar todo lo religioso de la esfera pública, ignorando que la propia cultura laica occidental tiene raíces religiosas, como lo explica Tom Holland en un reciente ensayo, Dominio. Una nueva historia del cristianismo.
El cristianismo es el marco que explica nuestra vida actual, tan aparentemente irreligiosa (Tom Holland)
Reseñando el libro para el diario El Mundo, Luis Alemany explica que Holland hila todas las historias del cristianismo y las presenta como “el marco que explica nuestra vida actual, tan aparentemente irreligiosa”. Derechos humanos, monogamia y hasta referencias en la cultura como el “todo lo que necesitas es amor”, de los Beatles, o los diálogos bíblicos en Pulp Fiction. Holland hace un análisis histórico, no místico ni apologético. El autor, que no es creyente, compartió incluso por un tiempo “esa visión crítica de la religión al estilo de William Blake”, para quien “el éxito del cristianismo” representó “una rémora en la historia del ser humano; lo ha condenado a ser menos libre, más gregario, a no vivir con naturalidad su sexualidad”.
“Pero el estudio de la Historia Antigua le permitió comprender lo insoportablemente cruel y brutal que era el mundo pagano, de modo que lo que perdimos en libertad, sostiene Holland, lo ganamos en compasión y generosidad”, agrega Alemany.
Bondad y consuelo fueron las claves de la atracción del cristianismo y de su rápida expansión, explica Holland. “El cristianismo -escribe- supo combinar varios ingredientes ya existentes para crear algo nuevo. Universalizó el atractivo del Dios de Israel, una deidad que amaba sus creaciones, y que había creado al hombre y a la mujer a su semejanza (y) lo fusionó con el énfasis de la filosofía griega sobre la conciencia, añadiéndole un toque de dualismo persa”.
Jesús da su vida para salvar al mundo y ese era “el consuelo que ofrecía el cristianismo: que el esclavo podía triunfar sobre el maestro, la víctima sobre su torturador”.
El cristianismo trajo fenómenos absolutamente rupturistas y novedosos para la época; hoy nos cuesta entenderlo así porque los hemos naturalizado, dice Holland. Uno de ellos es el de la fe convertida en estricto código de conducta.
Negarse al estudio de la Biblia o de la historia del cristianismo no es rechazar un credo, sino privarse, o privar a los jóvenes, del conocimiento de sus raíces culturales. ¿Por qué no negarse también al estudio de la mitología griega o romana?, ¿o del latín?
Querer separar a la iglesia y a la religión de los procesos históricos y culturales es una operación tan absurda como imposible, a tal punto están imbricadas en todos los aspectos de la vida y del pensamiento humanos.
Por siglos, el arte en sus muchas expresiones -pintura, escultura, literatura, arquitectura- estuvo inspirado en y por la religión. Lo mismo puede decirse del derecho, de la filosofía, de la moral y de la política.
También de la ciencia, contrariamente a lo que “vende” el laicismo: la religión como su enemiga irreconciliable. El físico, filósofo y teólogo Blaise Pascal; el muy religioso autor de la teoría de la gravedad, Isaac Newton; el canónigo Nicolás Copérnico, padre de la astronomía moderna; el matemático jesuita Matteo Ricci; Nicolás Steno, anatomista y geólogo; el sacerdote Marin Mersenne, famoso por sus “números primos”; y, más contemporáneamente, el jesuita George Lemaitre, primer postulador de la teoría del Big Bang sobre el origen del universo -reconocido por Albert Einstein, que fue su amigo-; son sólo algunos ejemplos de hombres de fe que hicieron avanzar a la ciencia.
Cabe esperar que el fallo sobre el caso Faucher contribuya a cerrar una fisura y a la comprensión de que, como dijo hace un tiempo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, “la laicidad no tiene por función negar lo espiritual”.
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