Leyendas de amores frustrados, fantasmas en frac y torturas: las increíbles historias de los palacios argentinos que están en ruinas

Construidos a finales del S.XIX y comienzos del XX, son un reflejo de la vida que llevaban las familias de la alta sociedad de la época. Lo costoso de su mantenimiento y los sucesivos cambios de dueños llevaron a muchos de ellos al abandono y el descuido

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El Castillo de Egaña, en
El Castillo de Egaña, en el partido bonaerense de Rauch. Tiene 77 habitaciones.

Son el recuerdo de un pasado fastuoso de algunas familias que, prósperas a fines del S. XIX y principios del XX, quisieron dejar su huella con lujosas construcciones. Casi todas ellas, en medio del campo bonaerense. Ricos terratenientes que las construyeron, muchas veces, como una promesa de amor. Hoy están en ruinas. Son parte de un rico patrimonio arquitectónico lamentablemente abandonado. Pero ese estado de descuido dio rienda, al mismo tiempo, al origen de numerosas leyendas.

El Castillo San Francisco

Ubicado en la localidad de Egaña, en el partido de Rauch en la provincia de Buenos Aires, fue construido entre los años 1918 a 1930 por el arquitecto Eugenio Díaz Vélez, nieto del prócer argentino. Cuenta con 77 habitaciones, 14 baños y 2 cocinas. Millonario próspero y renombrado miembro de élite porteña, Eustoquio Díaz Vélez (h) acrecentó la fortuna familiar a lo largo de su vida, dejó un suntuoso palacio en el barrio de Barracas y, cuando finalmente falleció en 1910, la estancia “El Carmen” se dividió entre sus dos únicos hijos varones: Carlos, que era ingeniero, y Eugenio, arquitecto de profesión.

Será el segundo de sus hijos quien levantaría sobre la porción de tierra heredada, el casco de la estancia San Francisco, muy cercano al pueblo y a la estación de Egaña. Eugenio proyectó el edificio siguiendo un estilo europeo muy ecléctico y trasladó desde Buenos Aires y Europa la mayor parte de los materiales de construcción. Los trabajadores fueron contratados en Capital Federal y enviados al sitio de la obra; que se prolongó desde 1918 hasta 1930. A lo largo de los años, la mansión fue ampliándose y creciendo. Cuando Eugenio murió, el 20 de mayo de 1930, “San Francisco” fue heredado por su hija mayor María Eugenia, quien arrendó las tierras. No fue buena idea.

En 1958, bajo la gobernación de Oscar Alende (UCRI), el proyecto de reforma agraria finalmente tocó a las puertas de la estancia y la inmensa propiedad fue expropiada por la provincia, según ley 5.971, del 2 de diciembre de 1958 y ley 6.258 del 14 de marzo de 1960. De este modo, antiguos arrendatarios se convirtieron en propietarios de las tierras que antes alquilaban.

El Ministerio de Asuntos Agrarios creó entonces la “colonia Langueyú” dentro de la cual quedó gran parte de la estancia San Francisco y su reputado casco. Más tarde, la estancia se subdividió y se adjudicó en lotes a los colonos. En tanto el mobiliario, equipos de trabajo y demás enseres del edificio fueron subastados (nunca fueron “saqueados” como narra la leyenda). En 1965, el gobernador Anselmo Marini (UCRP) lo transfirió al consejo general de la minoridad (mediante decreto 5.178/65) con la intención de crear en un hogar-granja, que terminó convertido en un reformatorio. Hacia mediados de los ’70, y tras un asesinato que comprometió a uno de los internos, los menores fueron reubicados y el castillo quedó olvidado, deshabitado y abandonado.

Actualmente, una “Comisión por la recuperación del castillo San Francisco”, integrada por vecinos de Rauch, hace un mantenimiento básico del parque y la construcción, para que al menos se pueda visitar y contemplar lo maravilloso que era en su esplendor.

Pero como siempre ocurre en estos casos, la leyenda y el mito son mucho más atractivos que la verdad, que es más bien triste, burocrática y gris. Y de este sitio se narra la leyenda de “la Fiesta Congelada”: El día de la inauguración su dueño, que viajaba desde Buenos Aires en coche, sufre un accidente y muere en el lugar. Con la fastuosa fiesta preparada y todos los invitados listos para el banquete llega la noticia del accidente y los asistentes dejaron todo y volvieron a sus hogares. Su hija se quedó con el personal de servicio solo para cerrar puertas y ventanas e irse, dejando todo preparado para una fiesta que jamás se ofrecería, las mesas cubiertas con manteles de lino del Nilo, cubiertos de plata, copas de cristal de Bohemia, valija de porcelana de Limoges, etc…. Ella nunca volvió y la “Fiesta Congelada” quedó en espera de sus comensales desde 1930 hasta 1960, cuando alguien se animó a entrar y observó todo lo preparado para un festejo que nunca se llevó a cabo 30 años antes... pero sí encontró a alguien: al dueño de la finca (o más bien su fantasma) vestido de frac, cubierto de sangre que le preguntaba al intruso una y otra vez dónde había ido su hija y sus invitados. El intruso. al volver a su casa, contó lo que vio y falleció de un infarto.

La Mansión Zubiaurre, en Coronel
La Mansión Zubiaurre, en Coronel Dorrego, es dueña de la leyenda de un amor no correspondido

Mansión Zubiaurre

Ubicada en el partido de Coronel Dorrego, en este caso también la leyenda tiene más peso y es mucho más romántica que la realidad. La misma señala que en 1901 un vasco -Juan Ayerbe- partió de España y se estableció en la zona tres años después, conchabado como peón de campo. Pero algo quedó en su país: su corazón, el cual había entregado al amor de su vida con la promesa que sería rico y que volvería a por ella. En 1922, junto con su hermano Ramón, compró algunas hectáreas a Don Zubiaurre y allí comenzó a construir el palacio, en el cual viviría con su amada el resto de sus días.

La mansión terminó de construirse en alrededor de 1925. Poseía estatuas, pinturas en los salones y todos los avances de la época. Estaba todo listo: tenía tierras, tenía ganado, un palacio... solo le faltaba ir a recoger su corazón y con él a su amada, allá en el país vasco. Juan regresó a su pueblo y raudamente fue hacia la casa de su amada. Encontró a otra familia viviendo en ella, preguntó por su “amada inmortal” (nunca se supo el nombre) y le indicaron dónde vivía. Sin dudarlo, corrió hacia su nuevo hogar con las fotografías de su mansión y un ramo de trigo para entregarle, y envuelto en él una cinta de seda con un anillo. Llega a la casa indicada, llama a la puerta y lo atiende un joven de unos 19 años. Pregunta por ella, y el joven la llama diciendo: “Madre, te buscan….” Juan queda fulminado como por un rayo y cae en la cuenta: ella no lo esperó y se casó con otro hombre.

Sin esperar verla, regresó a su castillo en Zubiaurre, en Argentina. Al llegar se encontró con su hermano, que se dio cuenta inmediatamente de la situación: Juan había vuelto solo. Esa misma noche arremetió a golpes de martillo contra las esculturas. En una de ellas colgó el anillo y destrozó la escultura y el propio anillo. Juan vivió junto a su hermano hasta su muerte. Nunca más lo vieron salir de su castillo. Y al morir él, también se fue muriendo la mansión. Poco a poco.

Hasta allí la leyenda. La realidad es que sí existieron los hermanos Juan y Ramón Ayerbe, pero Juan no construyó el castillo para ninguna “amada inmortal”. Los Ayerbe, al hacerse más ancianos, decidieron vivir en la ciudad de Bahía Blanca y vendieron la propiedad a la familia Thomas, los cuales eran arrendatarios de parte de sus campos. Ya en ese momento el castillo estaba bastante venido abajo. Tenía muchas filtraciones y demás problemas edilicios. Y Juan no destrozó las esculturas a martillazos, fueron regaladas a un coleccionista de Tres Arroyos. Juan fallecerá en un accidente ferroviario, y el castillo y las tierras hoy ya no pertenecen a la familia Thomas. Actualmente es un depósito.

La estancia La California, en
La estancia La California, en Castelli, fue el centro productor de manzanas más importante del país

Estancia La California

Está ubicada en el partido de Castelli. Su historia comienza en 1896, cuando Justo Molina, casado con María Rosa Guerrero, adquiere las tierras al estado. Justo pondrá por nombre a su estancia “la María” en honor a su esposa. Años más tarde, la misma es vendida a Humberto Samuel Levy y toma posesión de los campos, que le cambió el nombre por uno llamativo: “La California Argentina”. ¿El motivo? Comenzó a traer injertos de manzanas desde California y para aclimatarlos en el vivero de la estancia. Así es como, poco a poco, se convirtió en el manzanar más grande de la región. Eran 860 montes de frutales en un solo bloque, había 17 variedades de manzanas en 600 hectáreas. En la época de cosecha se daba trabajo a más de 500 personas. Levi murió en 1940 y su esposa le vendió todo a los hermanos Jesús y Pedro Moreno. Pero dos grandes inundaciones darán el golpe fatal al emprendimiento, y un problema en la elaboración de la sidra que producían le dio el tiro de gracia al emprendimiento. El 1964 cerró para siempre la producción y la estancia. Tan importante fue el manzanar que se decía que era el más grande del mundo y en la ciudad de Castelli se celebraba la “fiesta Nacional de la Manzana”.

En el terreno de la leyenda, se dice que el casco de “La California” era tan hermoso que el Gral. Perón en muchas oportunidades habló con los hermanos Moreno para que le vendieran el edificio y regalárselo a Evita, pero los hermanos nunca accedieron.

El Palacio Piria, en Ensenada,
El Palacio Piria, en Ensenada, una fastuosa obra a orillas del río de La Plata que pertenece a la provincia de Buenos Aires pero nunca se restauró

Palacio Piria

En el año 1827, Luis Castells -fundador de la localidad de Villa Elisa-, adquirió tierras que iban desde el parque Pereyra hasta las márgenes del Río de La Plata y se estableció como propietario de la estancia Punta Lara. La construcción del Palacio comenzó en 1907 y finalizó en 1910. En 1925 fue adquirido por el rematador uruguayo Francisco Piria, con el propósito de promoverlo como uno de los balnearios más importantes de la época. Piria ya había realizado una empresa similar diseñando y construyendo la ciudad que lleva su apellido: Piriápolis, en Uruguay.

El empresario oriental introdujo algunos cambios en el palacio de Castells. Las habitaciones del primer piso se revistieron con madera tallada por artistas uruguayos. Emplazó un salón de espejos biselados, ubicado en la sala central de la casa. Trajo paisajistas para convertir toda la orilla del río en un verdadero parque arbolado simétrico. Y proyectó la urbanización completa de la ribera en todo el frente de su establecimiento.

Francisco Piria murió el 11 de diciembre de 1933 a los 86 años en su palacio de Montevideo, Uruguay, el cual es la actual sede de la corte suprema de justicia del país vecino. No solo era uno de los hombres más ricos del Uruguay, sino que fue un gran filántropo, un hombre que practicaba el esoterismo y la alquimia (la ciudad de Piriápolis está plagada de simbología esotérica), periodista -creó el diario vespertino “La tribuna Popular”-, político que fundó el partido Unión Democrática y compitió por la presidencia de su país y escritor del libro “El socialismo triunfante”.

En 1947, a los 14 años de su fallecimiento, sus hijos donaron las 141 hectáreas del Palacio para uso residencial de los gobernadores. Esto no se concretó. Durante algunos años funcionó una colonia de vacaciones para niños huérfanos. Fue cedido a la Municipalidad de Ensenada, que perdió sus derechos por no poder hacerse cargo de su recuperación. Por Ley 12.955 de la provincia de Buenos Aires fue declarado Monumento Histórico y bien incorporado al Patrimonio Cultural de la Provincia. Como otros monumentos de la provincia (la capilla de los Presbiterianos en Florencio Varela, por ejemplo) está olvidado y en ruinas.

Palacio Sans Souci, en Tandil.
Palacio Sans Souci, en Tandil. Fue el sueño de dos enamorados y terminó como centro clandestino de torturas

Palacio Sans Souci

La historia comenzó en 1910. Por decisión de Don José Santamarina y Sarah Wilkinson se inició la construcción, en Tandil, de una mansión que llevaría el nombre del hotel donde tantas temporadas pasaron juntos en Europa: Sans Souci. Lejos de fijarse en gastos, la preocupación del matrimonio pasó por dotar al lugar de los mejores materiales conocidos en la época. Buena parte de ellos fue traído desde Europa. La residencia principal cuenta con decenas de habitaciones distribuidas en tres niveles. En la sala central, una inmensa estufa hecha en piedra tallada impone su presencia.

Pero la dicha no durará mucho. En 1918 Don José Santamarina murió en Biarritz -donde vacacionaba junto a Sarah- por culpa de la gripe española. Su mujer se volvió a casar con un general italiano llamado Mauricio Marsengo, y junto a su nuevo marido volvieron a la Argentina y a Sans Souci. Pasaron los años y en 1930 Sarah muda su residencia de verano desde Tandil -ya nada la unía a la Familia Santamarina- a Mar del Plata, que para aquella época era llamada “La Biarritz de América” debido a los lujosos palacios que esa ciudad albergaba y a la distinguida clase social que la visitaba.

Debido a su elevado costo, el palacio Sans Souci no encontraba comprador. Hasta que en 1950, el gobernador bonaerense Domingo Mercante lo expropió para convertirlo en lugar de descanso de los mandatarios provinciales. Cinco años más tarde, cuando los militares tomaron el poder con un sangriento golpe de estado, el predio fue devuelto a sus dueños, que decidieron donarlo al Estado Nacional para que sea destinado a la educación. En 1957 se creó la “Escuela Hogar Agraria Femenina”, que no dependía del ministerio de Educación sino del ministerio agrario. Recién el 10 de mayo de 1960 Educación tomó posesión del predio y creó el “Instituto Superior de Enseñanza Rural” (ISER) destinado a la formación de maestras rurales.

Con la instauración del golpe cívico-militar ocurrido en 1976, el palacio fue desalojado y comenzó un período ominoso. Según los testimonios de los sobrevivientes, fue un lugar de tortura e incluso aseguran que se produjeron fusilamientos. En 1983, recuperada la democracia, pasó nuevamente a funcionar bajo la órbita del Ministerio de Educación. Pero el Sans Souci ya no era el mismo. La muerte y el horror estaban plasmados en sus paredes. Hoy es lugar de conmemoración a las víctimas asesinadas y torturadas en ese sitio mediante un memorial instalado en los jardines.

Villa-Arias, en el partido bonaerense
Villa-Arias, en el partido bonaerense de Coronel Rosales. Otro baluarte de nuestro patrimonio arquitectónico que está abandonado

Castillo de Villa Arias

Fue construido a principios del siglo XX -entre 1912 y 1927- en el partido de Coronel Rosales y perteneció al Dr. Ramón Ayala Torales, médico y político radical nacido en Buenos aires en 1881 y fallecido en Punta Alta en 1947. Durante unos pocos meses, en 1928, fue intendente de Bahía Blanca, ante la renuncia de Eduardo González. También fue diputado provincial y ocupó diversos cargos partidarios. El majestuoso chalet formaba parte de un predio de 400 hectáreas, que se extendían hasta la costa y era utilizado como coto de caza menor o para cabalgatas de los residentes y visitantes. El casco principal tiene tres plantas, y en su interior, innumerables y pequeños ambientes. La propiedad le perteneció a la familia Ayala Torales hasta el año 1976. Luego tuvo varios dueños con diversos fines.

El Palacio Otamendi, en la
El Palacio Otamendi, en la localidad de San Fernando. El municipio acordó restaurarlo.

Palacio Otamendi

Diseñado por el arquitecto Joaquín Belgrano Villarino, se lee en la página del municipio de San Fernando: “Con un estilo de renacimiento alemán, luce en su exterior un romántico aspecto de castillo, techo de pizarra negra, escaleras en mármol de Carrara, vitrales con figuras geométricas, está ubicado en la calle Sarmiento 1427. Antiguamente, hacia la calle Belgrano se encontraban las caballerizas y la casa de los caseros, que tenía un gran molino de viento”.

El palacio fue construido entre 1860 y 1870 por los descendientes del comandante del Pago de las Conchas y Punta Gorda, don Carlos Belgrano. Uno de estos descendientes y habitantes del palacio, don Joaquín, falleció siendo muy joven y su viuda, doña Josefina Rawson, le vendió la propiedad al Ingeniero Rómulo Otamendi, quien fijó allí su residencia de verano junto a su esposa Matilde Carballo. Cuando Matilde murió en 1916, el Ingeniero Otamendi donó la casa a la Sociedad de Beneficencia de la Capital.

Las Hermanas de los Santos Ángeles Custodios -congregación española fundada por la Beata Rafaela Ibarra de Vilallonga- se hicieron cargo en 1936 con la anuencia de la Marquesa Pontifica Adela María Arilaos de Olmos, presidente de la Sociedad. Luego de la esforzada labor apostólica de las Hermanas, el palacio pasó a manos del Consejo del Menor y la Familia del Estado Nacional. Quedó sin uso, totalmente abandonado y fue saqueado, pero durante en el año 2020, la intendencia de San Fernando firmó un acuerdo con la Agencia de Administración de Bienes del Estado (ente al que pertenece hoy el palacio), que le otorgó al Municipio la custodia provisoria del inmueble para su restauración.

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