Mucho frío en la Base General Belgrano, el enclave más importante de la Armada Argentina ubicado en Punta Alta, sur bonaerense. El viernes 15 de junio de 1973, las palabras del contraalmirante Horacio Mayorga se mezclaban con los ruidos del viento sur. Mayorga tenía que dejar su cargo de comandante de la Aviación Naval porque los vientos políticos habían cambiado de rumbo.
Faltaban apenas cinco días para que llegara Juan Domingo Perón a la Argentina para instalarse en su casa de Gaspar Campos, ganar la presidencia, morir un año y dieciséis días después con el velorio más concurrido que conocen estas latitudes.
-No hay que dar ni un paso atrás. Aunque cueste. Hay que tomar el lema del enemigo, aunque nos lleve a las desastrosas consecuencias de un enfrentamiento entre hermanos: no negociaremos la sangre de nuestros mártires. Porque los ojos del cabo Contreras, del almirante Berisso y del almirante Quijada están fijos en nosotros. Únicamente nuestra cobardía puede condenar a estos muertos a morir de veras –decía Mayorga mientras el flamante jefe de Operaciones Navales, Emilio Massera, estaba firme junto a otros marinos vestidos de gala.
Mayorga y Massera habían estado juntos otro 15 de junio, 18 años atrás. En aquella ocasión ambos eran asistentes del almirante Aníbal Olivieri, el ministro de Marina de Perón que el día antes del bombardeo a la Plaza de Mayo se había internado en el Hospital Naval, por entonces cercano a la Casa Rosada, simulando una enfermedad para liderar desde ahí el ataque de tierra y completar la faena para derrocar y matar al presidente. Las toneladas de bombas lograron terminar con la vida de 308 personas que deambulaban por Buenos Aires pero sin acabar con el Perón. Eso sería tres meses después.
En aquel 1955, Olivieri pasaba de ser un “leal” a convertirse en promotor principal de un golpe frustrado. Cuando se instaló la dictadura del general Pedro Aramburu y el almirante Isaac Rojas, Olivieri fue nombrado nada menos que embajador ante las Naciones Unidas.
Pasados tantos años, millones de argentinos coreando a Perón a días de su vuelta definitiva, Mayorga pasaba a retiro mientras que Massera iba por más.
Días calientes y la logia P2
Aquel viernes 15 de junio de 1973 por la noche, cuando Juan Manuel Abal Medina cruzaba la avenida Las Heras a la altura de Sánchez de Bustamante, un Ford Falcon lo atropelló de modo intencional y huyó a toda velocidad. Fue internado y al día siguiente se despertó con un par de costillas rotas y la pierna izquierda fracturada: era el único integrante del Comisión Organizadora del Operativo Retorno que no respondía a los planes de José López Rega que terminaron con la masacre de Ezeiza.
El ex cabo de la Policía Federal y astrólogo López Rega había hecho buenas relaciones con Licio Gelli, un italiano que había vivido en la Argentina unos años como ejecutivo de la Fiat, por mera coincidencia, tras el derrocamiento de Perón. Gelli, de vuelta a su país, se convirtió en un poderoso empresario e influyente en el mundo de las intrigas y los servicios de informaciones. Había creado la tenebrosa Logia Propaganda Due y Perón había colocado a López Rega como nexo con Gelli como dos años antes de su regreso a la Argentina.
Las coincidencias son muchas: pasados 24 días del regreso de Perón, Raúl Lastiri, yerno de López Rega y miembro de la P2, asumió la presidencia dejando a Héctor Cámpora de lado. La P2 contaba con varios políticos peronistas en sus filas, también con embajadores y sumaba a algunos cuadros de las Fuerzas Armadas. Es difícil cifrar el momento en que el entonces contralmirante Emilio Massera y el general Carlos Suárez Mason se sumaron a la P2. Sin embargo, el curso de los años demostró con claridad que Gelli era el armador de una red internacional con una sólida base en la Argentina.
Massera al frente de la Marina
La Armada argentina no sólo estaba marcada por el antiperonismo. Así como los aviadores y militares de tierra llevan insignias nacionales en sus uniformes, en la ropa de los marinos sobresalía un pañuelo negro como homenaje al almirante Nelson, el jefe de la flota británica que derrocó a Napoleón en Trafalgar y murió en plena batalla. Muchas armadas del mundo tienen a Nelson como héroe más allá de la nacionalidad.
Los oficiales navales siempre vivieron aislados de la sociedad. Massera, a quien sus pares llamaban afectuosamente “el Negro”, supo navegar esas aguas turbulentas y logró que Juan Perón lo nombrara jefe de la Armada.
Cuando Cámpora llegó a la presidencia designó a Carlos Álvarez al frente de la Armada. Para esa fuerza antiperonista el costo era mínimo, pasaron a retiro solo contralmirantes. La norma establece que ningún oficial más antiguo que el jefe puede quedar en actividad. Además, Álvarez tenía trato personal con un sobrino del flamante Presidente.
Muy distinta fue la designación de Massera. Perón inició su tercer mandato con un detalle importante: antes de asumir la presidencia el jefe del Ejército Jorge Carcagno cumplió con la formalidad de restituir el grado de general y vestir el uniforme. Perón, aunque avejentado y frágil de salud, llegaba para ejercer el mando.
Por eso, cuando a fines de ese 1973, se discutían los ascensos y retiros, hizo que el contralmirante Massera dejara la jefatura de Operaciones Navales para instalarse como almirante al frente de la Armada. Esta vez no eran dos jefes navales los que quedaban de lado, como cuando había asumido Álvarez siete meses atrás. Ahora, los siete vicealmirantes en actividad pasaron a retiro al igual que siete contraalmirantes más antiguos que Massera.
Los motivos de Perón
Massera había cumplido recién 48 años, era el jefe más joven de la Armada en lo que iba del siglo veinte, tenía modales menos conservadores que sus pares y su figura era bien vista en la oficialidad naval. Comandaba una fuerza antiperonista y lograba buenos lazos con figuras claves del gobierno peronista.
Consultados por estos cronistas dos oficiales –uno de Ejército y otro de la Armada, ambos peronistas- en actividad en aquellos años, coinciden en que Massera trascendía, por capacidad y trayectoria, a la vetusta y gorila jerarquía naval.
-Cuando iba a una unidad sabía los nombres de los oficiales, saludaba amablemente, todos sabían de sus andanzas con las mujeres, que era un plus para muchos, y eso estaba más a tono con la Argentina que se vivía tras el regreso de Perón. Hoy se diría que tenía gestos “populistas” – dice el oficial naval retirado.
El oficial de Ejército señala, a su vez:
-Entre los oficiales jóvenes de nuestra arma caía bien la imagen de Massera. Las Fuerzas Armadas tenían que recomponerse después de la retirada de (Alejandro) Lanusse y la llegada del peronismo al gobierno. Massera daba otra impresión, distinta a lo que había sido la jerarquía naval desde el 55 hasta ese momento.
Mucho más que una grieta
“¿Cuándo se pudrió la Argentina?”, es la pregunta retórica que muchos toman de la descarnada novela de Mario Vargas Llosa Conversación en la Catedral, que arranca preguntándose “cuándo se pudrió el Perú”.
Los meses siguientes a la muerte de Perón mostraron a un Massera que se acercó mucho a María Estela Martínez de Perón. Muchas veces en sintonía con José López Rega. Sin embargo, hasta ese consejero espiritual y jefe de la Triple A también tendría su traspié.
Apenas había pasado un año de la muerte de Perón y el país sufría la crisis económica provocada por el Rodrigazo, con el primer paro de la CGT contra un gobierno peronista, la violencia iba en espiral y la estrella del astrólogo se apagaba.
Los mandos del Ejército habían denunciado que la Triple A tenía un aguantadero en la avenida Figueroa Alcorta al 3200, en pleno Barrio Parque porteño. Un juez ordenó un allanamiento a la Quinta de Olivos y las noticias decían lo que era vox populi: López Rega era el jefe de la peligrosa banda criminal paraestatal. De apuro, la Presidenta le dio un pasaporte diplomático absolutamente irregular y “el Brujo” aterrizó en Madrid.
La viuda de Perón, según sus médicos, pesaba entonces 41 kilos. Fue el momento de Massera y del flamante jefe del Ejército, Jorge Videla. Las esposas de ambos militares, junto a la del jefe de la Fuerza Aérea, Héctor Fautario, “acompañaron” a la Presidenta en una colonia de vacaciones que posee la Aeronáutica en Ascochinga, Córdoba desde el 14 de septiembre de 1974 hasta el 16 de octubre. Como una pantomima, la viuda de Perón reapareció en escena el 17 de octubre.
Entretanto, la Casa Rosada era ocupada por Ítalo Luder, el senador que facilitó la firma de los decretos que daban a las fuerzas armadas la capacidad de ocupar el país. Días antes de que la viuda de Perón terminara su “reposo”, Massera, Videla y Fautario tuvieron una reunión en la que se decidió el golpe. Fautario no estaba de acuerdo y sería relevado a fin de ese año por Orlando Agosti, quien sí se plegaba al derrocamiento del generosamente llamado orden constitucional.
El golpe y Massera
El 19 de noviembre de 1975, con el golpe en marcha a paso lento y estudiado, se cumplía el 96 aniversario de la creación de la Infantería de Marina. Desde el Edificio Libertad, en una formación con equipos de combate, Massera dio un discurso que empezaba diciendo: “Las Fuerzas Armadas asegurarán la paz interior”.
Uno de sus párrafos resume lo que venía:
-La Armada en general y la Infantería de Marina en particular encaran hoy un nuevo tipo de operaciones, para lo cual ha sido menester adecuar los objetivos de instrucción de las unidades. Me refiero a las operaciones contra los elementos subversivos, los que en forma artera y solapada trabajan para minar la moral de nuestros hombres, para quebrar nuestra unidad, para cambiar nuestro sistema de vida democrático y nuestros principios de fe cristiana. Contra estas amenazas debemos preparar nuestro personal, doctrinaria y técnicamente, para defender los valores espirituales y materiales permanentes de la Nación.
En la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) ya estaban organizados los grupos de tareas que saldrían de cacería para convertir esa sede en un tenebroso campo de exterminio.
El periodista Claudio Uriarte es quien mejor investigó la trayectoria del jefe naval y la publicó en su libro Almirante Cero. Uriarte murió tempranamente, a los 48 años. Cuando Uriarte todavía no había cumplido 20 entró al diario Convicción, creado por el propio Massera como una apoyatura para lo que eran sus aspiraciones presidenciales.
“Un intrigante de primera”
“Massera era un intrigante de primera línea” asegura Uriarte: “Para dentro de las Fuerzas Armadas, era el portavoz de la línea dura; para fuera, era el almirante culto y aperturista de los discursos de estilo literario que decía que ‘nadie muere por el Producto Bruto Interno’, se oponía a la política económica neoliberal de José Alfredo Martínez de Hoz y desplegaba una incesante actividad internacional con epicentros en el Vaticano y la logia Propaganda 2 de Licio Gelli. Pero lo más llamativo es lo que trató de hacer en sus cárceles. En un momento, Massera logró tener en una discreta prisión domiciliaria naval a Isabel Perón, a los peronistas de “centro” como Lorenzo Miguel y Carlos Saúl Menem en el buque 33 Orientales y a los Montoneros, a los que quería recuperar, en la ESMA, como una parodia carcelaria del Movimiento Nacional Justicialista. Y si para dentro de la Junta representaba a la línea dura, de modo de favorecer la quiebra del Ejército entre los comandantes de cuerpo y Jorge Rafael Videla, para afuera buscaba negociar con los Montoneros las reglas de la posguerra”.
El propio Uriarte no desestima una mirada cáustica sobre el nivel de criminalidad ejercida por Massera y la oficialidad formada bajo su mando. Con los miles de prisioneros atormentados y muchos de ellos lanzados al mar, con su responsabilidad directa en crímenes de diplomáticos vinculados a Videla como Héctor Hidalgo Solá y Elena Holmberg, o como empresarios como Fernando Branca, cuya esposa, Martha Rodríguez MacCormack, era una de sus amantes.
Creó el Partido de la Democracia Social y en enero de 1983 lanzó su candidatura con la firme convicción de convertirse en un presidente constitucional. Sin embargo, el juez Omar Salvi lo procesó de inmediato por la desaparición de Fernando Branca y frustró sus pretensiones.
Juzgado y condenado
Massera fue juzgado por el juicio a las Juntas Militares en 1985 y condenado a cadena perpetua. Luego fue indultado por Carlos Menem en 1990. En 1998 volvió a prisión porque los delitos de sustracción de hijos de desaparecidos eran “imprescriptibles”. En 2002, un derrame cerebral hizo que quedara internado en el Hospital Naval. Supuestamente estaba postrado y eso hizo que, derogadas las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, no diera testimonio frente a la justicia de los múltiples crímenes que había cometido.
Murió el 11 de noviembre de 2010. Como dijo su abogado, el prestigioso penalista Pedro Bianchi, “se llevó muchos secretos a la tumba”.
Seguí leyendo: