Muchos no conocen el nombre de Guillermo Volpe. La historia, como el mar, tiene mareas altas y bajas. Y a veces, sucede, esconde sucesos que parecen menores. Pero entonces el agua se retira y de la espuma de la historia alguien rescata lo que sucedió. Guillermo Volpe, por caso, es el motivo por el cual hoy y cada 4 de febrero se conmemora en la Argentina el Día del Guardavida.
Volpe era guardavidas y tenía apenas 22 años cuando, durante el mediodía de 1978 en Playa Grande, Mar del Plata, se lanzó al agua junto a sus compañeros para rescatar a un adolescente. El muchacho que necesitaba asistencia salió ileso gracias al trabajo de los socorristas, pero Volpe en cambio nunca salió del agua. Sus compañeros de aquella carrera fatal: Alfredo Marasco, Silvio Garíspoli, José Luis Queseda, Eugenio Raimondi, Jorge Vaccaro y Patricio Tauler. Todos ellos se empezaron a preguntar desesperados dónde estaba Guillermo luego del rescate.
No lo encontraron rápido. Tuvieron que pasar cuatro días para que, desde las rocas, unos pescadores locales vieran su cuerpo flotando en el mar. Dos guardavidas se lanzaron desde la escollera para recuperar su cuerpo y llevarlo a la orilla. Poco después se supo que en pleno rescate, entregando su cuerpo por el cuerpo de otro, Volpe sufrió un infarto. Desde ese día en adelante se conmemora el Día del Guardavidas.
Pero no es el único héroe anónimo de la historia de nuestras playas. Cada temporada, cientos de “bañeros” se distribuyen a lo largo de los muchísimos balnearios del país para cuidar a los turistas. Nadie suele recuperar sus historias. Sin embargo, uno de ellos sí lo hizo. Se trata de Alejandro Mittica, de 50 años, que hizo el curso de guardavidas en 1993 y trabajó en el Partido de la Costa durante 18 años. Después tuvo familia y se retiró de las playas, pero decidió seguir en contacto y ocuparse de una nueva tarea: recopilar historias de sus colegas.
Así nació “Anécdotas de guardavidas”, un libro escrito por él y editado por el Sindicato Único de Guardavidas y Afines de la República Argentina (SUGARA), en el que cuenta algunas historias propias y de otros compañeros del Partido de la Costa. Para esto se dedicó a recorrer playas desde Punta Rasa hasta Nueva Atlantis hablando con los referentes del puesto de guardavidas de cada localidad. “Recopilamos historias con finales felices, sin especificar el nombre del protagonista de cada anécdota. Queríamos que la gente conozca las historias y también empiece a conocer el mar y respetarlo a la hora de meterse”, cuenta.
Actualmente trabaja cada noviembre y diciembre en una pileta del colegio en el que es profesor, en Quilmes, y está preparando un segundo libro, con más historias de guardavidas pero ya no solo de la playa sino de todo tipo de “espejo de agua”, como él lo define.
“¿Por qué ser guardavidas? En mi caso lo llevo en el alma, como una vocación. Estar en la playa viendo el mar y preocupado porque todo el mundo esté a salvo es muy gratificante. No pensamos en el riesgo que corremos al entrar al agua a realizar un salvataje. Además de estar preparados y entrenados, y a pesar de haber tenido rescates en los que corrió peligro nuestras vidas, nunca dudamos de que la víctima es lo último que se suelta. En mi caso, gracias a Dios, nunca solté la mano de ninguna víctima. Siempre apareció la ayuda de otro guardavida, o de un gomón, o una moto de agua. Siempre hasta último momento tenemos la esperanza de que todo termine bien y en mis 18 años de trabajo afortunadamente todos mis rescates terminaron bien”, cuenta a Infobae, luego de aclarar que eligió historias con finales felices en su libro, pero que muchas veces la profesión da golpes duros. “Es una profesión muy linda y nunca ponemos en la balanza el riesgo que corremos”, concluye.
Para homenajearlos en el Día del Guardavidas, elegimos algunas de las historias de su libro. A continuación, Anécodotas de guardavidas, contadas por ellos mismos.
1. Un rescate y un reencuentro
Esta anécdota es en el año 1981 ó 1982. Estaba haciendo las guardias; ya me había quedado los dos meses en el cargo de Guardavidas. De pronto, vi una túnica roja, una cosa roja en el mar y pensé: “¿Qué es esto?”. Una cosa tremenda, una mujer con el marido. Después de que los sacamos del agua, al marido y a ella, me di cuenta de que la mujer estaba embarazada, muy embarazada, una panza tremenda tenía. Se habían metido y los agarró el chupón… Bueno, yo agarré a esta chica y mi compañero agarró al marido, que era inglés. Ella creo que era musulmana.
Los sacamos y la piba estaba muy mal. Un chico que pasaba con un jeep la llevó a la salita de Mar de Ajó y la chica me preguntó mi nombre. Yo le dije: “Roberto. Pero quedate tranquila”. Después, se desmayó.
Era mi primer rescate y pensaba: “me tendría que haber metido antes”. Esas cosas que pensás después del rescate: “¡Qué pelotudo! Yo la vi que se metió”. Si sale todo bien, listo, ningún cuestionamiento, pero si sale medio jodido, ahí ya decís: “!Qué pelotudo! ¿Por qué no miré mejor?”. Porque yo recién empezaba en esto, era chico.
Pero el médico dijo: “Bueno, ella seguro se salva, pero el nene no”. Me fui a Buenos Aires, pasó el tiempo. A los quince años, yo volví de Santa Teresita, y volví de guardia al mismo lugar donde había estado la primera vez. Y veo un montón de gente con turbantes. Yo dije: “¿Todos estos quiénes son?”. Se me acercó una señora con una nena que tenía catorce o quince años y me preguntó:
–¿No te acordás de mí?
Le digo:
–No, ni ahí, la verdad que no.
–Vos me sacaste del agua acá.
–Mirá, en tantos años he sacado tanta gente que no me
acuerdo.
–¿No te acordás que yo estaba embarazada? Y vos me dijiste que te llamabas Roberto. Bueno, ésta es mi hija y se llama Roberta por vos.
2. En busca del tesoro español
Un día, había llovido toda la mañana y a las tres de la tarde salió el sol. Y es un bajón, porque cae mucha gente por la playa. Hacía calor, era el mes de enero, y en eso, cayó uno con un traje de buzo, con patas de rana y cara de sacado. Yo dije: “éste está totalmente loco”. Se puso a nadar por ahí, cerquita, y la gente se paraba a mirarlo y a sacarle fotos. Salió del agua y me dijo que él estaba buscando un galeón español, que seguramente cuando vinieron de las Indias pasaron por acá, dijo que había encontrado una madera con un clavo de bronce. Estaba totalmente loco.
Y yo le decía:
–¿Y vos creés que lo vas a encontrar?
–Sí, estoy totalmente seguro. Y nos vamos a salvar los dos, a vos te voy a hacer un mangrullo nuevo. Hay gente para todo ¿no?
3. Un rescate milagroso
Hubo otro rescate de una nena y un nene, que estaban en un chupón angosto y largo. Garriz tocó el silbato, entrando al agua, mientras escuchaba el silbato de Delfino, que entraba por el chupón. Garriz tomó al nene y lo sentó arriba de la rosca. Delfino y Guillermo nadaban por el chupón a morir. La nena ya no peleaba, era una mata de pelos en el embravecido chupón.
Garriz, viéndose declarando en la comisaría, sintió un estruendo y miró hacia el norte. Volando, elevado por la ola, vio la quilla del bote del Bocha y el Chulo, que se acercaba a toda velocidad; todo se convirtió en alegría y carnaval. El chulo se tiró, tomó a la víctima, la subió al bote y en un segundo estaba en la playa, en posición lateral de emergencia, con su hermanito. ¿La madre? Durmiendo la siesta en los escombros de un restaurante. No se preocupe, señora, para eso estamos. Para cumplir nuestro destino.
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