El avión aterrizó en Bariloche. Ella estaba desabrigada. El frío la hacía temblar. Todavía no estaba resignada. Su ánimo oscilaba entre la bronca, la confusión y la esperanza tropical de un rescate popular. Una de las contraindicaciones del poder: el alejamiento de la realidad. Alguien le acercó un abrigo. La noche de marzo estaba destemplada.
Muchos hombres uniformados y armados. Alguna corrida y alguien que la hace subir -un gesto entre la invitación y la orden- a un auto. Arranca rápido. Es parte de una pequeña caravana que encabeza un camión militar. Atraviesa la ruta y la noche a gran velocidad. Nadie habla. Ella no pregunta dónde va. Un pequeño detalle le hace entender que todo terminó. Ninguno de los que se dirigió a ella le dijo Señora Presidente. Era un Señora a secas.
Llegaron a Villa la Angostura. La llevaron al Messidor, una lujosa casona que había sido donada al estado unos años antes. A orillas del lago Nahuel Huapi. La hicieron subir una escalera y le mostraron su cuarto. Era amplio con baño en suite. Pero le avisaron que no podría salir de allí. La vista no la podía disfrutar: las ventanas estaban tabicadas.
María Estela Martínez de Perón, Isabelita, había sido depuesta. Desde hacía un par de horas no era más presidente del país. Lo que todavía no sabía era que la esperaban 5 años 3 meses y 11 días de detención.
María Estela Martínez Cartas nació en La Rioja el 4 de febrero de 1931, hace 90 años. Hija de un empleado bancario y de una ama de casa. Su padre murió siete años después y fue enviada a Buenos Aires, para ser criada por el matrimonio de José e Isabel Cresto. Se dice que en esa casa tuvo su primer contacto con el espiritismo. Como tantas mujeres de ese tiempo no termino la secundaria pero estudió baile, danza y piano. A los veinte años se incorporó a una compañía de danzas españolas y tradicionales. Ese parecía que iba a ser el modo de ganarse la vida. Ingresó a una compañía de baile y salió de gira por Latinoamérica. Utilizaba el nombre artístico de Isabel, como la mujer que la crió.
Las versiones sobre como conoció a Juan Domingo Perón son varias. Ese es territorio más de la leyenda que de la historia. Son varios los que se atribuyen haberlos presentado. Otros sostienen que ella, que había llegado a Panamá como integrante del Joe Herald’s Ballet se acercó a la mesa del ex presidente en el cabaret Happyland. Primero fue secretaria personal pero muy rápidamente se convirtieron en pareja. Ella tenía 24 años y Perón 60. Se llevaban 36 años.
Los cambios políticos en Panamá llevaron a la pareja a Venezuela. Otro sacudón político local obligó a Perón a partir hacia República Dominicana. La pareja permaneció dos años allí. Después, apenas iniciada la década del sesenta, llegaron los años madrileños. El casamiento fue en 1961. Puerta de Hierro, las visitas de dirigentes políticos, sindicales y admiradores. Unos años después, Isabel pasó largo tiempo en Argentina como emisaria de su marido. Se entrevistó con los referentes del partido y se convirtió en un nexo que llevó y trajo el mensaje del líder en el exilio.
Luego fue el tiempo de José López Rega, del retorno al país, de la vicepresidencia.
Su candidatura a vice presidente fue decisión de Perón. Y cómo solía hacer, durante días jugó públicamente con las dudas, el misterio y el lanzamiento de declaraciones globos de ensayo que permitían tantear a la opinión pública. Tironeado por los peronistas ortodoxos, los sindicalistas y los grupos armados de izquierda representados por Montoneros, Perón estaba obligado a moverse como un funambulista. Su soga estaba a cientos de metros de altura, era muy delgada y él era muy mayor y estaba enfermo. Que alguien debiera sucederlo durante su mandato era una posibilidad que nadie desechaba (ni siquiera él mismo que hizo referencia a ello varias veces). El resultado eleccionario no dependía de su compañero de fórmula.
Estaba claro que la victoria del General en su regreso tras 18 años era segura. Eran tiempos de ríspideces y rápidos enconos. No quería favorecer a priori a ninguno de los bandos internos que pujaban dentro del movimiento, alterar el inestable equilibrio La otra opción, la ecuménica, la de elegir a Ricardo Balbín, era bien mirada por los que no eran peronistas pero no por los más cercanos: “Si se llega a morir el General, le entregamos en bandeja el poder al enemigo”, pensaban -y muchas veces decían- en voz alta.
Eligiendo a Isabel, Perón se libraba del problema de inclinarse antes de tiempo para uno de los costados en el que se balanceaba el péndulo y también lo hacía de las presiones domésticas (de ella y de López Rega). Además quién podía dudar que, al menos sonoramente, la fórmula Perón-Perón era irresistible. Era como cumplir más de veinte años después un anhelo que se frustró con el renunciamiento de Evita.
Los más leales cantaban: “Perón, Isabelita, el pueblo ya lo grita” (los Montoneros no estaban tan de acuerdo: “No rompan más las bolas, Evita hay una sola” era su canto). Mientras se mantenía el misterio sobre el vicepresidente, Perón declaró: “Sería como entrar en un nepotismo que no existe en los más atrasados países de África”. Pero a la semana el discurso ya era diferente.
El argumento final terminó siendo -además de la sonoridad de la fórmula- la lealtad. El líder sindical José Ignacio Rucci apoyó al futuro presidente: “General, si usted quiere que votemos una escoba, nosotros votamos una escoba”.
Perón murió el 1 de julio de 1974. La vicepresidenta asumió la primera magistratura tal como indica la Constitución Nacional. Fue una presidente débil. No podía ser de otra manera. La situación era muy complicada. Las luchas (simbólicas y reales) eran intensas y despiadadas, la economía crujía, la violencia se instalaba definitivamente, los militares presionaban. En un país presidencialista, que venía de esperar que un solo hombre le solucionara todos los problemas, la falta de experiencia y el absoluto desconocimiento político de Isabel complicaron más las cosas todavía. No estaba capacitada para el puesto que ocupó. Sólo su matrimonio con Perón la había llevado hasta ahí.
Esa inexperiencia, falta de preparación y hasta de instinto político se manifestaba de múltiples modos y todas repercutían de pésima manera en el ya desastroso estado de la realidad argentina. Sus decisiones no eran buenas. La mayoría de quienes la acompañaban blandían una ineptitud fragorosa, otros eran indecentes (algunos combinaban ambas características): si esas caras las hubiese elegido un director de casting hubiera tenido trabajo asegurado en Hollywood durante décadas.
El protagonismo de López Rega, la violencia política, la crisis económica, Mondelli, el Rodrigazo, el Decreto de Aniquilación, los Montoneros y el Erp, la censura instalándose definitivamente, la corrupción, la presión sindical, los militares preparando el golpe. Los problemas eran muchísimos y muy graves, las respuestas siempre insuficientes.
Isabel soportó como pudo las presiones. La historiadora María Saénz Quesada sostiene que la mayor virtud de Isabelita fue su coraje, que en diversas circunstancias se repuso al temor y enfrentó las situaciones
Una buena síntesis de su labor y de su capacidad podría ser una declaración que brindó en 1982, al cumplirse seis años del golpe: “Soy una humilde mujer con un destino que Dios quiso proporcionarme. Sólo una humilde mujer que si hubiera sabido su destino se hubiera preparado mejor”.
Bajó mucho de peso, la enviaron a Ascochinga a reponerse y retomó el poder hasta el 24 de marzo de 1976. Esa noche con el golpe en marcha, inventaron un desperfecto en su helicóptero, el general Villarreal y el brigadier Lami Dozo se encargaron de comunicarle su derrocamiento. Ella lo asumió con tranquilidad, con valentía. No se mostró alterada. Sólo imaginó que tal vez una revuelta popular encabezada por la CGT saldría en su rescate.
Luego empezaron los más de cinco años de reclusión. Las acusaciones judiciales hablaban del uso de los fondos reservados y del uso de dinero de la Cruzada de la Solidaridad.
Con el paso de los días la situación en el Messidor se fue aflojando aunque no la férrea custodia alrededor de la casa. Cientos de efectivos protegían el perímetro de la propiedad. Había hasta buzos tácticos preparados para evitar cualquier intento de rescate desde el lago. Tampoco hubo manifestaciones ni de apoyo ni de queja (en la noche de su último jornada en la Casa Rosada quedaban 50 manifestantes que gritaban por ella).
Dejaron que su asistente Rosarito conviva con ella y también trasladaron sus caniches.
A los siete meses la trasladaron a la base naval de Azul. Ocupó la casa que había sido del Almirante Rojas mientras estuvo detenido: la circularidad argentina. Se dijo que el traslado había sido originado por una relación íntima de ella con uno de los encargados de su vigilancia. Otros dijeron que sólo se trató de que había demasiada familiaridad con sus custodios. Lo cierto es que en Azul quedó a cargo de Emilio Massera, el jefe de la Armada. Massera quería utilizar a Isabel para sus planes posteriores, para lanzarse a la política con una base peronista.
Los rumores fueron diversos. Se habló de seducción, de regalos, de una relación clandestina entre el Almirante Cero y la ex presidente. En 1977 horas antes de ser llevada a declarar, tuvo un intento de suicidio. Ingirió un blíster entero de Valium. La acción de los médicos fue veloz. Se repuso luego de que le realizaran un lavaje de estómago.
Poco después le otorgaron el arresto domiciliario. La única propiedad que no estaba confiscada por la justicia era la quinta de San Vicente. El presidente de facto Jorge Rafael Videla declaró en 1978: “La señora de Perón está procesada en tres causas. En su condición de ex presidente cumple prisión en un domicilio particular, herencia de su marido. Podría estar en Villa Devoto o en la cárcel de Olmos porque pesa sobre ella la prisión preventiva”.
El 9 de julio de 1981 fue liberada y ella partió hacia España. Se instaló, siempre con discreción, en la famosa casa de Puerta de Hierro, el lugar al que todos peregrinaban a fines de los sesenta y al inicio de la década del setenta para ver a Perón.
Desde el regreso democrático en adelante se le puede atribuir otro mérito. Su silencio. tal vez su mayor aporte haya sido no participar, mantenerse prescindente, no contribuir al caos. Es cierto que nunca gozó de demasiados apoyos; nada más que al inicio cuando el verticalismo le aseguraba pleitesía y la presidencia del partido hasta el año 85 (el primer ateneo del matrimonio Kirchner en Santa Cruz, inaugurado en 1983 llevaba de nombre Isabel Perón). Además cuánto más pasara desapercibida menos se removía ese periodo oscuro que fue su presidencia. El Rodrigazo, López Rega, la violencia, la Triple A, el decreto de aniquilación. “¿Recordar el pasado? ¿Para qué? Mejor vivir el presente”, solía decir.
Pero en 2007 su tranquilidad se vio alterada. Y el pasado regresó en forma de pedido de captura internacional librado por un juez mendocino y luego por Oyarbide. Se le atribuía responsabilidad en un crimen de un joven a un mes de su caída. Los juristas más respetados sostuvieron que la causa no tenía asidero. El juez Baltasar Garzón salió en su defensa y la justicia española rechazó la extradición porque la acción había prescripto. Habían pasado más de treinta años y no fue considerado un delito de lesa humanidad. Lo que pareció que su detención (con pronta liberación) provocaría no sucedió. Ni judicialmente, ni siquiera en la discusión pública se instaló el tema de la violencia paraestatal durante su gobierno.
Una aclaración: en oposición a Cristina Fernández de Kirchner, Isabel no utilizaba el apelativo de presidenta, expresamente solicitaba que se la llamara presidente.
Isabel Perón cuenta con varios récords (menores). Al suceder a su marido, fue la primera mujer en llegar a ser presidente no sólo en Argentina sino también en una democracia presidencialista. Fue la persona que tras ocupar la primera magistratura estuvo más tiempo detenida. Además, hace unos años superó a otro presidente (en este caso de facto) no demasiado memorable, Roberto Levingston, al ser la que más años sobrevivió tras abandonar su puesto.
Otro récord no mensurable en números: debe ser la única persona que nunca apareció en público despeinada. Esos peinados urdidos, que parecían tallados, que la caracterizaron. Era como si la última persona que viera, cada vez, antes de aparecer en público fuera su peluquero. Un desafío imposible: encontrar una foto de Chabela despeinada.
En estos cuarenta años no se supo casi nada de su vida íntima. Cuando le preguntaban por romances sonreía cómplice y coqueta. Se le endilgaron relaciones con un criminal de guerra croata y con un abogado. Alguna vez se dijo que Manuel Quindimil, el vitalicio intendente de Lanús, le propuso casamiento a principios de los noventa; el argumento parecía plausible: “Somos el hombre y la mujer más fieles a Perón. Somos viudos. Haríamos una buena pareja” le habría dicho Don Manolo.
Ella casi no brindó declaraciones. Regresó al país con la vuelta de la democracia invitada por Raúl Alfonsín, quien también fue una llave importante para que se liberaran unos fondos en dólares que estaban trabados. Siempre se mostró agradecida con el presidente radical.
Tuvo algún cruces con Carlos Menem previo a la asunción en el poder, que luego limaron a través de amabilidades mutuas. Su última entrevista la dio en 1996. Desde ese momento no da declaraciones públicas. Sólo habló, y en momentos muy específicos, a través de emisarios.
Ni siquiera lo hizo cuando en el 2007 volvió a estar en la tapa de los diarios con su pedido de extradición.
De todas maneras, nunca se destacó demasiado por su oratoria. Tal vez su frase más célebre haya sido aquel “No me atosiguéis” de mediados de los ochenta mientras esquivaba periodistas.
Protagonizó una polémica cuando contó que había perdido dos embarazos con Perón, por abortos espontáneos. El animador televisivo Roberto Galán salió a desmentirla en los medios asegurando que eso era imposible. La fertilidad o la carencia de ella de Perón fue tema de conversación pública por semanas.
Hace más de veinte años se mudó a una casa a 30 kilómetros de Madrid. Los vecinos hablan bien de ella. Cuentan que hasta que pudo hacerlo iba diariamente a misa y que se ejercitaba con largas caminatas.
Sufrió diversos problemas de salud. Algunas operaciones, hipotiroidismo y dos caídas. Ya hace unos cuantos años que no sale de su casa. Está rodeada de asistentes, enfermeras y kinesiólogos. Así pasará su cumpleaños noventa. Lejos de Argentina.
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