No necesito hurguetear entre los recuerdos. Los veranos en Miramar están ahí, a mano, siempre listos para recuperar años de mucha felicidad. Y libertad. Porque en Miramar éramos un poco más libres. Cada vacación, con mi hermano y mis primas, disfrutábamos de un permiso más: quedarnos solas en los fichines, recorrer la feria artesanal de la plaza, patinar en la vereda, andar en bici por la calle. Después llegaron las primeras vacaciones con amigas, algunos primeros amores… En “Miramar, la ciudad de los niños” estábamos seguras y seguros, y entonces éramos un poco más libres.
Hasta que se llevaron a Natalia Melmann.
La madrugada del 4 de febrero de 2001, yo bailaba en un boliche a pocos metros de la camioneta a la que Natalia fue forzada a subir por policías bonaerenses. La habían marcado y entregado.
Su cuerpo, desfigurado y semidesnudo, apareció cuatro días después en un sector de mucha vegetación del vivero municipal. La habían torturado y violado entre cinco, y la estrangularon con el cordón de una de sus zapatillas.
Natalia tenía 15 años. Cursaba la escuela media con orientación en ciencias naturales porque quería ser obstetra. Era muy charlatana, y como tenía un boletín 10 acompañó la bandera en su último acto escolar.
“Ese fin de curso estaba aterrorizada de que le hicieran leer frente al público, en el acto. Es que tenía dificultades para leer. O quizás se hacía… porque sabe que a mí me gusta leer. Y le encantaba que le leyera. A veces nos quedábamos hasta las dos o tres de la mañana leyendo literatura”.
Laura Calampuca va y viene en su relato. Comparte algún recuerdo con su hija adolescente y a la vez cuela una anécdota del nacimiento. Como el sorpresón que se pegaron cuando llegó una nena, a la que vistieron de celeste en la clínica porque esperaban al tercer varón.
Las conjugaciones verbales tampoco respetan un orden. Laura intercala el insoportable dolor de un tiempo que pasó con la paz de un presente eterno. “Todo lo que se proponía, en base a mucho esfuerzo, lo lograba. No era una criatura que las cosas le llovieran, sino lo contrario. Por ejemplo, para tener el boletín que tenía se levantaba muy temprano para estudiar. Es mi hija pero también era mi ejemplo de lucha”.
Memorias
“Me acuerdo perfectamente de esa noche. Natalia había pedido permiso para salir a bailar. Yo no estaba de acuerdo, no quería que saliera porque se vivía un clima medio extraño. Pero no sabía realmente lo que era esta mafia policial o lo que pasaba en la costa. Sino nunca habría ido. Tenía una sensación de miedo… será que soy descendiente de judíos y tenemos el miedo constante. Recuerdo que antes de irse me dijo: `Papá, quédate tranquilo. Todo va a estar bien. Te quiero mucho´. Me dio un beso y se fue. Esa fue la despedida”.
Gustavo Melmann mueve las manos cuando habla. Con una ternura lenta. Hace pausas que suspenden, que dejan flotando las palabras. Pausas que parecen ayudar a compaginar imágenes, momentos… pausas que permiten seguir.
“Natalia dijo que se quedaba a dormir en la casa de una amiga. Pero cuando a la tarde volví de vender facturas en la playa y no estaba en casa nos empezamos a desesperar. Fuimos a ver a todas las amigas, al hospital y a la comisaría, donde insistían en que hiciéramos una denuncia por fuga de hogar. Nosotros estábamos muy asustados y notábamos que había movimientos raros. Empezaron a llegar policías de la departamental de Mar del Plata, a tomar declaraciones. Ahí escuché a una señora que testimoniaba que había visto a Natalia subir a un patrullero en la calle 35. Me fui a la 35 a tocar timbres y a preguntar. Un señor contó que había escuchado gritos de una chica joven. En eso apareció el subcomisario y me dijo: `Tenemos detenido al sospechoso de la fuga de su hija´. ¿Qué sería ser sospechoso de la fuga de mi hija, no? Después fuimos analizando las mentiras”.
El pueblo de Miramar participó de la búsqueda de Natalia. Los medios locales de comunicación se hicieron eco de la desaparición. Y la policía bonaerense desplegó un show despampanante que apuntaba las hipótesis a la responsabilidad absoluta y exclusiva de Gustavo “el Gallo” Fernández, un delincuente de poca monta bien conocido en la ciudad balnearia.
“El comisario Carlos Grillo estaba muy alterado y se enojó cuando contactamos a los medios. Además repetía que teníamos prohibido ir al vivero porque era área de rastrillaje de las fuerzas de seguridad”. Melmann desanda el laberinto en el que intentaron hacerles perder el rumbo.
“A los dos o tres días me puse en contacto con un hombre que tenía una perra de búsqueda en Necochea. Y estaba en viaje con el auto de un amigo cuando me entero por las noticias que el cuerpo de mi hija había aparecido en el vivero. Todo ese trayecto de vuelta se me pasó rapidísimo. En lo único que pensaba era en que no podía ser ella, que tenía que tratarse de otra persona. Estaba aterrado”.
Por casualidad, como tantas veces, un chico que buscaba leña con sus perros por el vivero encontró un cadáver.
Con cada frase, Melmann revive el terror: “El cuerpo de Nati estaba irreconocible. Solo reconocí sus pantalones, que estaban prolijamente doblados, como arremangados sobre sus piernas. Eso me llamó la atención porque pensé `qué psicópatas, qué tiempo que se tomaron en doblar los pantalones´. Tiempo después vi a Suárez hacer la maniobra de dobleces en la manga de su camisa cuando le sacaron sangre. Y en el juicio dijo de manera orgullosa que estaba altamente entrenado para hacer cualquier cosa con el cordón de un zapato”.
El primer juicio
La familia de Natalia nunca creyó el cuento oficial que tenía como único implicado al “Gallo” Fernández. Algo así como un habitus penosamente adquirido que obligaba a desconfiar.
Gustavo Melmann recuerda la decisión de dar lugar a los propios sentires y activar una maquinaria paralela de investigación: “Se repetían las feas sensaciones, entonces quisimos acompañar el cuerpo hasta la morgue, no dejar que la lavaran. Por suerte vino mi hermana que era médica para estar en la autopsia, y creo que esa fue la posibilidad que tuvimos de que se recolecten bien las pruebas y de tenerlas. Estaba muy presente lo que había pasado con María Soledad en Catamarca”.
Y sigue: “La municipalidad nos puso a disposición una oficinita en la calle 28, donde venía mucha gente a decir que la policía tenía que ver, que ya había mujeres muertas en Miramar y nos daban los nombres de los policías involucrados”.
Con el asesinato de Natalia Melmann se constituyó la figura de instructores judiciales, que eran representantes de la Procuración General de la provincia que, por fuera de la fuerza, iban a Miramar lookeados como vendedores de libros, evangelistas o trabajadores de oficios a recabar información.
“Pasaron seis meses hasta que se formó esta comisión especial. Dieron el paradero de a dónde habían trasladado a Natalia, comprometieron a un geólogo que analizó la tierra del vivero, hicieron el luminol en distintos coches y patrulleros… consiguieron montones de pruebas que sindicaban a las personas que nosotros estábamos acusando”, detalla Melmann.
Finalmente, en el año 2002 y tras un mes de juicio que incluyó 110 testigos y un enorme trabajo pericial, el Tribunal en lo Criminal Nº 2 de Mar del Plata condenó a los sargentos primero de la Bonaerense Oscar Echenique y Ricardo “Rambo” Anselmini, y al cabo primero Ricardo “el Mono” Suárez a reclusión perpetua por considerarlos autores de los delitos de rapto, abuso sexual con acceso carnal agravado por la pluralidad de personas y homicidio “criminis causa” en concurso real entre sí contra Natalia Mariel Melmann.
Eximido del homicidio, el “Gallo” Fernández fue condenado a 25 años de prisión que luego le bajaron al acusarlo únicamente de rapto. En 2010 salió en libertad y volvió a Miramar. Se ha cruzado con la mamá de Natalia en el supermercado.
Cultura del terror
El femicidio de una adolescente de 15 años que salió a bailar con amigas y nunca volvió a su casa hizo erupción en una ciudad, con costumbres de pueblo, que se cansó de soportar abusos por portación de placa. El grito ahogado de una familia rota resonó en una comunidad entera que se animó a denunciar, a exigir, a marchar, a panfletear, a nombrar. Una comunidad que se la jugó.
Para Fernando Casco, conductor en Radio Mágica de Miramar, el asesinato de Natalia Melmann hizo mella en la identidad de los y las miramarenses: “Desde que pasó lo de Natalia hasta el día de hoy se denuncia todo. Antes se callaban cosas graves que pasaban: zonas liberadas, venta de drogas, gente de mal vivir que trabajaba para la policía… y la gente no lo denunciaba por miedo a las represalias. Había una camarilla de policías que prácticamente se creían los dueños del pueblo y tenían una impunidad terrible. Pero cuando mataron a Natalia es como que la gente se animó a denunciar públicamente. Comenzó una cadena y era una denuncia detrás de la otra. Nuestro programa iba de 9 a 13 horas, pero en esa época terminábamos a las seis de la tarde. La familia Melmann venía mucho a la radio a incentivar a la gente para que hablara si sabía cosas. Y sirvió, porque la mayoría de los testimonios que surgieron en la radio después fueron al juicio”.
La lucha de un pueblo que se levantó, harto, y que presionó a un Poder Judicial que se supo siempre mirado.
Así lo cuenta a Infobae Federico Paruolo, abogado de la familia Melmann: “Fue el primer juicio en el que se trabajó muy bien en la parte pericial. De hecho lo usan como ejemplo en la provincia. Los policías habían falsificado todas las pruebas, pero se presentó un perito entomólogo que explicó que las larvas que tenía el cuerpo no se condecían con el lugar donde fue encontrado, otra perito que analizó la posición de Natalia por cómo había bajado la sangre, otro que por la tierra determinó dónde había ocurrido el homicidio, sumado a las pericias genéticas. El primer juicio de Natalia Melmann fue muy importante a nivel pericial en el país y tuvo que ver con la lucha y la presión de la familia y de la comunidad. Cuando lograron romper el cerco policial ya fue imposible de sostener”.
Condena a la injusticia
La sentencia que encerró a Oscar Echenique, Ricardo Anselmini y a Ricardo Suárez se basó en pruebas lo suficientemente contundentes como para acreditar las condenas perpetuas. Pero sobre todo para sostenerlas durante casi dos décadas en las que sistemáticamente la defensa de los policías solicitó revisión, salidas transitorias, 2x1, prisión domiciliaria y cuanta medida liberatoria existe.
Los reiterados informes legales psicológicos de los tres acusados no dejan lugar a dudas: “Se advierten indicadores de apatía afectiva, desplegando un discurso desafectivizado en relación al gravamen que se le imputa (…) No se advierten sentimientos de culpabilidad y/o arrepentimiento (…) asume una postura exculpatoria (…) Implementa mecanismos defensivos de tinte renegatorios, compatibles con sus rasgos psicopáticos (…) Tendencia a adecuar la realidad a su conveniencia (…) No se evidencian intentos reparatorios, evidenciándose componentes impulso-agresivos de personalidad (…) Se sugiere la continuidad de las condiciones de detención”.
El mismo Tribunal en 2002 ordenó también continuar con la investigación de por lo menos dos hombres más que participaron del femicidio de Natalia. Uno de ellos, Ricardo Panadero, parcialmente identificado a partir de las muestras de semen tomadas en las pericias.
“Recién en junio de 2018, 17 años después del crimen, se llevó a juicio oral al ex sargento Panadero, y en un fallo verdaderamente escandaloso la justicia de Mar del Plata lo absolvió. Este fallo fue anulado por la Cámara de Casación, que entendió que en ese juicio no se habían valorado declaraciones testimoniales que indicaban claramente la participación de este policía en el secuestro y abuso de Natalia. Y fijó que se sortee un nuevo Tribunal para que se realice un nuevo juicio. Esto fue a finales de 2019 y todavía no tenemos noticias”, explica el abogado Paruolo.
Según el rastreo que Gustavo Melmann hizo durante estos años, Panadero siguió cumpliendo obligaciones en la fuerza pero “corrido” a Lomas de Zamora. Y en la actualidad goza de una placentera jubilación.
Melmann mantiene la teoría de una protección mayor: “Manejaban el circuito de la prostitución en la zona. De hecho, quienes permiten acreditar en el juicio que los tres condenados y Panadero eran una banda son las chicas que trabajaban regenteadas por ellos, que contaron que iban todos juntos al local a tomar, a cobrarles la seguridad, que las abusaban. Las mujeres tuvieron un gran compromiso en el juicio. Contaban todo y se emocionaban”.
Hay un segundo eje sobre el que se exige avanzar: la averiguación de los restos de un quinto ADN. Paruolo insiste en proponer la hoja de ruta: “Como han participado solo miembros de la Policía Bonaerense debería cotejarse este ADN con muestras de quienes revestían en carácter de policía en la delegación de Miramar a la fecha del homicidio. De esta manera creemos que será posible identificar al quinto partícipe y llevarlo ante la justicia”.
20 años sin Natalia
En febrero de 2001 Miramar dejó de ser para mí el destino familiar que cuidaba de las niñeces. El vivero ya no fue tampoco el bosque encantado donde las ramitas volaban recargadas de energías, ni el paseo aprendido de los caballos remolones de la costa.
Con el femicidio de Natalia Melmann hace 20 años expulsé a Miramar de mi Edén libertario para convertirlo en otro de los tantos lugares donde los cuerpos de las niñas y las mujeres son tratados como botín a repartir, como material de descarte sobre los que se ejerce saña.
Pero desde hace 20 años Miramar es, sobre todo, una sede de la impunidad. Ese territorio en continuado que protege femicidas, que los reubica en destacamentos hasta que baja la espuma y los noticieros, los diarios y las radios cambian de tema (quizás por un nuevo cadáver que se suma a la estadística de la violencia machista). Desde que mataron a Natalia Melmann hace 20 años, Miramar es otro enclave de no-justicia.
Por eso Laura, su mamá, resiste: “Me quedé a vivir en Miramar para que la gente no se olvide de mi Nati. Quiero que me vean para que nadie olvide que en este pueblo había una criatura llamada Natalia. Y debo seguir viva, por más que quiera morirme, porque tenemos que encerrar a dos tipos que todavía están libres. A ella le prometimos que todos sus asesinos iban a estar encerrados y vamos a intentar cumplirlo”.
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