Yiya Murano estaba afuera, en medio de un temporal que no la afectaba. Su aspecto era monstruoso. Se reía a carcajadas y movía los brazos. Llevaba uno de sus vestidos y los lentes negros aparatosos. La casa donde estaba su hijastra Helena, adonde Yiya quería entrar, comenzaba a temblar y a prenderse fuego.
Esa escena irreal, más acorde a Maléfica, fue una de las tres pesadillas que tuvo Helena -39 años- en enero de este año. En las tres aparecía su cruel madrastra. Y esos sueños la impulsaron a contarle a Infobae el calvario que sufrió durante los cinco años que convivió con la oscura envenenadora de Montserrat, que estuvo casada con su padre, Julio Banín, un ex corrector de diarios que se había quedado ciego.
María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano se hizo conocida como Yiya Murano. La envenenadora de Monserrat, como la llamó la prensa por envenenar con té y masitas finas a sus amigas Nilda Gamba, Lelia Formisano de Ayala y su prima Carmen Zulema del Giorgio Venturini. Los crímenes ocurrieron entre el 11 de febrero y el 24 de marzo de 1979.
Según su hijo Martín Murano, Yiya murió el 26 de abril de 2014, un mes antes de cumplir 84 años. La enterraron en el cementerio de la Chacarita con el nombre de Mercedes Bolla, para que nadie pueda identificarla con su identidad criminal de leyenda.
Helena se había contactado hace casi 15 años con el autor de esta nota. Pero estaba asustada. “Yiya vive, no quiero ser mediática. Te prometo que cuando se muera, te voy a llamar”, prometió. Y cumplió esta semana.
Su nombre de pila no es real porque teme que los medios la busquen o que en su trabajo la discriminen. “Ya me pasó varias veces. Cuando ella me nombraba en las notas a mí y a mi padre, con nombre y apellido, me echaban o me miraban mal”, dice.
Todo comenzó en 1999.
Yiya se casó cuatro veces. La última vez fue con Banín, a quien conoció durante un viaje en colectivo. Los dos iban a un concierto en el Teatro Cervantes. Como él es ciego, ella lo guió del brazo. Al otro día lo acompañó al médico. Se casaron a los pocos meses. “Necesitaba a alguien que me comprara los remedios”, dijo él una vez. Se la pasaba encerrado en su casa, donde escuchaba radio. Yiya salía a pasear por la peatonal Florida o se iba de compras.
-En Yiya encontré a una mujer fabulosa. Me da todo -dijo Banín a este cronista hace más de diez años.
–¿Siempre supo que era Yiya Murano?
–Ella me lo dijo. No anduvo con versos. Creí en su inocencia. Me da amor, jamás lastimaría a nadie.
Su hija, Helena, dudaba. Estaba cansada de que los vecinos del barrio le preguntaran si su padre se había vuelto loco por casarse con una asesina.
Pero Helena se acostumbró a tomar los desayunos y a disfrutar de las pastas que amasaba su madrastra. Al principio se encariñó con ella. Con el tiempo, descubrió la cara oculta de la esposa de su padre, que a los medios les decía: “Con mi Julito somos como dos tortolitos que nos amamos como el primer día”.
Cuando la conoció, Helena terminaba el quinto año de la secundaria. Tenía 16 años. Vivían en Constitución. Un año después de que muriera su madre, tocaron el timbre y era Yiya, que venía a ver a su padre. Ni sabía quién era. Mi padre me dijo que se trataba de una amiga. Yo estaba celosa.
Por supuesto que ni sabían quién era esa mujer elegante de lentes aparatosos. Hasta que un almacenero le preguntó:
-¿Vos sabés quién es la novia de tu papá?
-No.
“...Y me pasó un libro del caso. Lo leí en un día. No lo podía creer. Estaba asustada y temía por la vida de mi viejo, que gozaba de una buena salud. En 2002 nos mudamos a la calle Brandsen, en la Boca. Yo estuve unos meses en otro lugar y ahí Yiya se fue a vivir con mi papá. Afianzaron más la relación, se volvieron inseparables. Volví a casa y decidimos con papá que siguiera viviendo con nosotros. Yo había superado los miedos. Al igual que mi papá, yo también empecé a encariñarme con ella. No parecía ser esa persona que decían: asesina, psicópata, altanera, ladrona. Nos cuidaba y parecía genuino. Hasta me llevaba el desayuno a la cama. Y era una compañía para mi papá. El sólo tenía el problema de la ceguera, desde el 81. Papá no me conoció crecer. Sólo tocaba mi rostro y me decía que linda mi hijita. Yiya solía decirme: ¡qué cutis de porcelana ¡A todas les decía lo mismo!”
-Es como que Yiya te hechizó como persona...
-Algo así. Y para mí era un alivio que viviera con nosotros. Yo trabajaba todo el día y ella se quedaba con papá, lo higienizaba, lo llevaba al médico, le daba de comer. Éramos como una familia, al menos eso creía yo. Una vez yo necesitaba comprarme unas zapatillas y ella me dio el dinero. Pero ahí surgió la primera sospecha. Descubrí que me faltaba un cintillo de oro con un diamante, que me había dejado mi mamá. Cuando se lo dije, Yiya acusó al portero. Todo era así.
-¿Qué decía ella de sus crímenes?
-Siempre dijo que era inocente. Dijo que sólo era una prostituta porque en principio nunca supo quién era el padre de su hijo, y además decía que todos sus amantes eran adinerados. Y que les sacaba provecho. Buscaba inculcarme eso a mi. Papá estaba idiotizado con ella. Lo dio vuelta como una media. No sé si la amaba, pero era una compañera. Mi papá me contaba de sus relaciones sexuales con Yiya, perdón que cuente esto. Y ella luego me decía que nada de eso había ocurrido, que lo engañaba con un método para simular que si habían tenido sexo. Que ella tenía amantes y un señor adinerado que le pagaba por sexo. Tenía 70 años, hasta el día de hoy no lo puedo creer.
-En las entrevistas, Yiya acostumbraba a nombrarte.
-Sí. Me puse de novia y ella habló de mí en los medios. Dijo cualquier cosa. Quedé como la peor. Que era una prostituta que andaba con muchos. Disfrutaba del sufrimiento del otro, ya que cuando ella le dijo eso una vez a mi pareja, el se iba porque le creía. Y yo vivía llorando. Era mala, muy mala. Una vez me quedé escuchando detrás de la puerta y comprobé lo mal que trataba a mi papá y hablaba mal de mí. La encaré y me dijo que era una broma. Tenía una manera de atraparte, de encantamiento supremo. Le empecé a tener miedo. Estaba viviendo con nuestra verduga.
-¿Temías que fuera a matarlos?
-Ella odiaba cocinar, pero en una época comenzó a hacerlo. En reiteradas ocasiones, luego de ingerir cosas que preparaba ella, café con leche, té, tallarines, me sentía mal, Y a sus víctimas lo hizo con té y masas finas. ¿No nos estará envenenando? Creo que su objetivo era mi padre. Quería la pensión. Ya tenía varias de sus ex.
-¿Es una certeza?
-Pero sin pruebas. Esperé muchos años para decir esto, pero creo que ella mató a mi papá. Lo venía envenenando creo que con veneno de ratas. Papá jamás enfermo, creo que con veneno para ratas. Empezó con una neumonía y en un año murió. Ella desapareció con su pensión. Tuve que mudarme a un lugar mucho más lejano, arruinó mi vida, ojalá en el más allá papá me perdones. No supe ver, no pude defenderte, no tuve los medios. Sé que no te enfermaste porque sí.
-¿Y vos creés que fuiste envenenada?
–Si. Lo hablé con un doctor. Estuve dos semanas con mareos, dolor de estómago, vómitos y desmayos. “Si me pasa algo, sabés quién fue”, le avisé a una amiga mientras me retorcía por los dolores. Pero por miedo no hice la denuncia ni e sometí a exámenes toxicológicos para detectar si tenía veneno en la sangre. Nunca en mi vida me había sentido tan mal. Pero con el tiempo leí que su hijo Martín Murano declaró que Yiya quiso envenenarlo. Si fue capaz de hacerlo con su hijo...
-Si estuviera viva tendrías problemas porque tenés que demostrar eso que decís.
-Es cierto. No actué a tiempo. No hice la cosas bien. No me animé. Lo cuento y siento miedo. Tampoco vi si había veneno para ratas. Ni si lo fue a comprar. Sé que va a quedar como sospecha. Para mí es un desahogo.
-¿También les robó?
-Si. Varias veces. Un día salí de casa con mi ex pareja, cuando volvimos, la encontré revisando sacos, camperas. Y le pregunté qué hacía. “Ordenando”, me dijo. Era una cleptómana. Se casó a escondidas con mi papá. Cuando se la llevaron a un geriátrico porque ni la familia la quería, descubrí que en la caja de zapatos donde mi papá guardaba 30 mil dólares, los ahorros de siu vida, no había dinero sino papeles de diario con la forma de los billetes. Yiya lo negó entre lágrimas secas, lágrimas de cocodrilo. Nos destruyó. Mi papá murió el 1 de octubre dde 2008, de un paro cardiorrespiratorio, luego de un año de agonía. Tenía 85 años. Para mí lo mató ella. Le pido perdón a mi papá por no haber tenido el coraje de hacer la denuncia. Ahora es tarde, demasiado tarde.
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