El gesto adusto contrastaba con la soltura del conductor de televisión, humorista y músico que es. Fue el día en que Roberto Pettinato tenía que hablar sobre Roberto Pettinato, o sea su padre, un hombre que no fue estrella de televisión sino que dirigió los institutos penitenciarios de la Nación durante la primera década peronista y que tuvo su vuelta 18 años después.
El jurista Adrián Grünberg presentaba su libro “Humanismo penitenciario en acción” y aclaraba con sinceridad que durante su secundario (en el Nacional Buenos Aires durante la última dictadura) “no se hablaba de peronismo” y que, incluso, en sus cinco años de Derecho en la UBA -durante el alfonsinismo- no tenía registro del papel de Pettinato ni de las políticas carcelarias de los dos primeros gobiernos de Juan Perón.
Debió terminar el siglo para que, ya como juez penal, Grünberg tomara dimensión de que había otras prisiones posibles. Un tiempo después se internó en la figura de Pettinato y contó con el apoyo de documentos y fotos claves para su trabajo brindados por Crisantema –hermana menor de Roberto- y del propio saxofonista. Ese otro sistema carcelario había sucedido en la Argentina. Al lado del juez podía verse al ex Sumo con gafas negras y brazos cruzados, quizás en una expresión tensa.
Motivos no le faltarían. Clara, su madre, estaba de seis meses de embarazo cuando se produjo el golpe de Estado que desalojó a Perón. Su padre, en ese momento, estaba en Ginebra, en una reunión de Naciones Unidas donde se establecían las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos. Era un avance en materia de derechos humanos en un texto que se produjo con expertos de todo el mundo occidental, en el cual hubo un aporte argentino.
Tras una década al frente de las cárceles, con su esposa embarazada y Perón encaminado al exilio forzoso, el hasta entonces director nacional de Institutos Penales volvió a una Argentina gobernada por sus enemigos políticos. Logró alojarse en la embajada de Ecuador en Buenos Aires con su esposa y tres meses después nacía Roberto.
La visión del hijo
Cada vez más distendido, dijo:
-La ilusión de él es que yo fuera su sucesor y estudie para poder llegar a la dirección nacional de institutos penales –despertando con su propia risa las carcajadas del público.
La presentación del libro de Grünberg fue a fines de 2015, o sea medio siglo después de su nacimiento. Además del autor y el hijo estaba el juez Eugenio Zaffaroni, quien había tenido trato directo con Pettinato padre.
-Cuando mi papá nos mostraba esas cárceles radiales decía ‘acá podría haber un enorme colegio industrial’. Hay fotos de los presos con las máquinas que si se las muestro, ustedes dicen ‘éste es el colegio industrial número tal’ y se lo creen de cabo a rabo. Él usaba la palabra internado porque la palabra ‘preso’ era como muy humillante.
Roberto hijo tuvo la posibilidad de ver a su padre en acción. Las vueltas de la vida… y la vuelta de Perón.
Su padre había sido uno de los que acompañó a Perón en el primer viaje de Alitalia de noviembre de 1972 y luego, tras el triunfo de Héctor Cámpora en marzo de 1973, ya con 64 años, Pettinato padre volvió a la arena penitenciaria: al frente de las cárceles bonaerenses nombrado por el gobernador Oscar Bidegain y como asesor del Servicio Penitenciario Federal. Con 17 años, el ex Sumo acompañó a su padre a algunos penales.
Para entonces, los presos se amotinaron, tomaron cárceles.
-En Olmos había un gran cartel colgado de las rejas que decía ‘Que venga Pettinato’ –recuerda el hijo.
Pettinato fue, dialogó y también llamó a Eugenio Zaffaroni que por entonces era juez en San Luis y le dijo: ‘Eugenio, redactame ya un proyecto de ley para hacer reducción de penas y también un proyecto para hacer indultos’.
Zaffaroni redactó a toda velocidad, Pettinato le dio los papeles al gobernador Bidegain y muchos detenidos lograron así la libertad.
En los entreveros de los motines el joven Carlos Robledo Puch –el mayor asesino serial de la historia argentina, que llevaba un año y medio en prisión y tenía por entonces 21 años- estaba alojado en la Unidad 9 de La Plata. Tanto él como su compañero de celda simularon estar mal, los trasladaron a la enfermería del penal y por la noche, con unas sábanas y un gancho, intentaron la hazaña. Robledo Puch fue el único que logró escapar. Tres días después fue recapturado y el propio Pettinato fue al juzgado a sacarlo del brazo y trasladarlo de nuevo al penal mientras en la vereda la gente gritaba asesino, asesino.
Pettinato hijo recordaba que, en aquel hervidero de 1973, su padre “estaba abocado a los baños de la cárcel de Olmos… alguna vez me llevó a mí a la cárcel de Devoto porque quería ver la comida, porque decía que les podían dar carne en mal estado”.
-Era un humanista pleno. Una cosa es el tipo que cometió el crimen y otra el sistema que lo rodeaba-, recordó el hijo y agregó una frase de su padre: “La mejor cárcel es la cárcel vacía”
-Lo debe haber hecho con tanta tenacidad y tanto profesionalismo que funcionó
La política de Perón y de Pettinato
El proyecto del penal de Ushuaia había comenzado en 1880 terminada la ocupación de la Patagonia por parte de las tropas comandadas por Julio A. Roca y convertido este en presidente. La construcción de la Siberia argentina fue con la mano de obra de los propios reclusos, muchos de los cuales no llegaron a estar tras las rejas por los fríos y las enfermedades que los llevaron a la muerte.
La cárcel fue habilitada en 1902 y 45 años después Perón dispuso su cierre definitivo, labor acometida por Pettinato. Los presos fueron reubicados en otros establecimientos.
El historiador Jorge Núñez dialogó con estos cronistas y brindó abundante bibliografía. Una apretada síntesis permite ver el giro copernicano de las cárceles.
-Para Perón, la situación de las cárceles y en especial los penados fue una prioridad en su agenda de gobierno. El 4 de junio de 1946, el mismo día de su asunción en la Casa Rosada, firmó un decreto que permitió recuperar la libertad a casi un cuarto de los condenados. Días después, realizó una visita sorpresa a Penitenciaría Nacional, ubicada en la calle Las Heras, para apurar la implementación de aquel decreto. Y ese mismo año, el 17 de octubre, fue de visita junto a Evita para inaugurar un campo de deportes en esa cárcel y dar un discurso tanto a detenidos como a guardiacárceles.
Los pasos de Pettinato
Nacido en 1908 en la Capital Federal, con tercer año secundario aprobado y como profesor de jiu – jitsu de profesión, casado (su primera esposa fue Consuelo Ferrés Bosch), con el castellano y el italiano como idiomas, antes de cumplir 26 años, Roberto Pettinato se incorporaba como empleado en la Penitenciaría Nacional, de Las Heras y Coronel Díaz, la “cárcel modelo” que también contaba con paredón de fusilamiento y fueron ejecutados varios condenados. En ese predio hoy cientos de perros depositan sus heces sin que todos los dueños o paseaperros se ocupen de retirarlas. Lo que en ese entonces era una gigantesca prisión -con talleres, escuela, enfermería, aulas y cinco pabellones radiales- fue demolida en 1962 con muchísimo trotyl.
El historiador Jorge Núñez ayuda a estos cronistas a precisar los pasos del profesor de jiu–jitsu.
Corría el año 1934 y su legajo dice que era “ayudante de primera” con 180 pesos de sueldo inicial. Su buen desempeño le permitió ascensos rápidos. En 1937 fue premiado “en mérito a su comportamiento incluyéndolo entre el personal acreedor al Diploma de Honor y Premio Estímulo”.
Dos años después va destinado a Ushuaia y en esa Siberia argentina pudo percibir el flagelo de los condenados. En 1941 fue ascendido a “auxiliar mayor” y con 450 pesos de salario.
En esa cárcel, Pettinato empieza a interesarse por el bienestar físico y mental de los internos organizando torneos deportivos. El historiador Jorge Núñez subraya que “ese penal, en la década del treinta era tremenda para los detenidos, muchos de ellos presos políticos, de origen radical, socialista o comunista”, todos perseguidos por el régimen de la llamada “década infame”. Incluso, hay testimonios previos del sometimiento a los presos anarquistas.
Tras cuatro años en esa tenebrosa cárcel, el 8 de mayo de 1943 “la Dirección del Establecimiento comunica que se embarcó rumbo a la Capital en uso de licencia”.
Pettinato volvía así “adscripto” a la Penitenciaría Nacional. Aunque pocos meses después recala en el área de Prensa de Presidencia. Cabe consignar que había triunfado el movimiento militar de junio del 43 y que entre los militares del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) se destacaba el coronel Perón, que asumía como titular del Departamento Nacional de Trabajo, luego convertido en la Secretaría de Trabajo y Previsión, con más competencias y recursos, desde el cual Perón construye gran parte de su capital político.
Es probable que en ese entonces Perón haya conocido a Pettinato. A Perón, que le gustaba la lucha y el boxeo, pudo haberle llamado la atención que ese descendiente de italianos practicara y enseñara el poco conocido y temible arte marcial japonés. Ambos, además, eran amantes de la esgrima.
Quizá más importante es que –según Eugenio Zaffaroni- Pettinato formaba parte de algún grupo de nacionalistas que entraron en contacto con el GOU.
En diciembre de 1945, antes de las elecciones pero después del 17 de octubre donde ya estaba al lado de Perón y Evita, Pettinato ascendió a “oficial 1°” con 900 pesos de salario. Un año después, en noviembre de 1946, con gobierno peronista, fue “prefecto mayor” y un decreto presidencial lo nombró director de la Penitenciaría de Las Heras. Su salario creció apenas en 200 pesos. Sus ingresos mejoraron en enero del 47 cuando fue nombrado Director General (1.600 pesos). Es en ese año que, a cargo de todas las prisiones federales del país, Pettinato pone el ojo sobre Ushuaia, donde había estado cuatro años. Con el consenso de Perón toma una medida contundente: sacar los presos confinados de ese lugar y clausurar el penal tras 45 años de funcionamiento.
No es preciso ser un lector obstinado del filósofo francés Michel Foucault para saber que las cárceles sirven para castigar a los prisioneros pero más para vigilar a la sociedad que se disciplina ante la sola existencia de esos espacios de encierro y mortificación.
La reforma carcelaria como política social
El peronismo cambió radicalmente la veintena de cárceles que dependían de Pettinato. Terminó con el vergonzoso traje a rayas, estableció que la alimentación debía ser similar para penados y guardias y acorde a las condiciones geográficas y climáticas de los penales. Estableció las “visitas íntimas” bajo la consigna de fortalecer los vínculos familiares, pero en los hechos era dejar de privar de sexo a miles de hombres, la mayoría jóvenes. Eliminó el corte del pelo al ras y el uso de grilletes para el traslado de los presos.
Aumentó el “peculio” (retribución por el trabajo) y hasta fijó aguinaldo e indemnizaciones por accidentes de trabajo para los de los detenidos.
Cabe recordar que por entonces no había casi cárceles de mujeres, y estaban dirigidas por monjas cuyos salarios eran pagados por la Dirección de Institutos Penales.
Mejoras en la atención médica, campeonatos de fútbol y otros deportes entre presos de distintos penales. Las visitas de artistas y deportistas tuvieron un hecho histórico: Boca Juniors, tras diez años de sequía, se consagraba campeón en noviembre de 1954 y tras eso fueron a jugar “un picado” con los presos de la Penitenciaría Nacional.
Fue creada la Escuela Industrial Penitenciaria para que los presos aprendan y practiquen “artes y oficios”. Para evitar la discriminación, los títulos otorgados no consignaban que los estudios fueron hechos en prisión.
Cabe preguntarse si, por entonces, la prensa trataba o no los temas policiales con la misma pulsión que años posteriores. La respuesta, en toda la bibliografía y en los archivos, indica que sí. Es decir, ese cambio -“humanista” al decir de Pettinato- se hacía con un costo en “la opinión pública”. Muchos se espantaban por el hecho de que los presos obtuvieran tantos beneficios, al tiempo que otros consideraban que si los peones rurales tuvieran estatuto, las mujeres se encaminaran a votar, y ser descamisado podía constituir un orgullo, también era lógico que las personas detenidas recorrieran un camino que les abriera puertas una vez que terminaban sus condenas.
Adrián Grünberg lo resume así: “El quehacer penitenciario de Pettinato estaba indisolublemente ligado a las medidas de bienestar general que llevó adelante Perón en aquellos años del 45 al 55”. Y cita una anécdota, que como todo relato oral puede ser una buena o una mala metáfora, según quien la mire: “En una de las visitas frecuentes a la Penitenciaría Nacional (de Las Heras), Perón ve que hay pocos presos y entonces le pregunta a Pettinato por qué y la respuesta fue: “General, porque afuera hay trabajo”.
Lo cierto es que desde 1947 hasta 1955, este profesor de jiu-jitsu sin más que tercer año de Comercial se convirtió en la figura clave de una transformación que no solo debe verse al interior de las prisiones. Podría resumirse así: dime qué cárceles tienes, quiénes las pueblan y cómo los preparas para que se reinserten al dejar las rejas y te diré qué tipo de sociedad tienes.
Las cárceles, el golpe a Perón y la vuelta
En el turbulento segundo semestre de 1955, y ya divorciado de su primera esposa, vuelto de firmar en Ginebra protocolos internacionales para el tratamiento humanitario de presos, Pettinato se casó con Clara Anderson de Fyhn. Él tenía 47 años y ella un embarazo de meses. Era un proscripto y se había ganado el odio de quienes habían dado el golpe de Estado, no solo por su amistad con Perón sino por las políticas que había implementado.
Basta consignar que a pocos días del golpe de Estado (realizado entre el 16 y el 19 de septiembre de ese 1955), el propio Eduardo Lonardi, el que decía “ni vencedores ni vencidos” reabrió el penal de Ushuaia para enviar una cantidad de peronistas, entre ellos Héctor Cámpora.
Pettinato se alojó con su esposa en la embajada de Ecuador y en diciembre nacía Roberto. El golpe de Estado del 55 armó las “comisiones investigadoras”, que luego se publicarían como “el libro negro de la segunda tiranía”. En ellas, acusaron a Pettinato de malos tratos a detenidos, de traer a la Argentina artículos comprados en sus viajes al exterior, de tener volantes de propaganda “a favor de Perón y de Eva Duarte”. Lo inhibieron de sus bienes pero ninguna de las acusaciones pudo ser probada.
Los Pettinato vivieron diez años exiliados y en ese tiempo, Clara tuvo a su hija Crisantema mientras Roberto padre asesoraba sobre políticas penitenciarias en varios países latinoamericanos. Pasados 18 años, ya de vuelta en la Argentina, fue convocado por el peronismo para retomar su labor.
Tal como se menciona al principio de esta crónica, los motines carcelarios pidiendo mejores condiciones y libertades fueron tomados con toda tranquilidad por Pettinato, quien impulsó reformas y reducciones de penas.
Apenas asumido el gobierno peronista de 1973, y en pleno conflicto con la toma de cárceles, Pettinato da una larga entrevista al semanario El Descamisado. En ella cuenta que el penal bonaerense de Olmos tenía 1200 plazas, que había llegado a tener 3.500 presos y que en ese momento había 3.200 internos.
“En Olmos todavía no entró el personal de vigilancia. La cárcel está en manos de los reclusos” –dice Pettinato- y aclara que “están comiendo mejor” ya que les proveen la comida. Destaca la labor del cura Rubén Capitaneo, que en el último año la dictadura de Lanusse no lo dejaba ingresar al penal. “Es un muchacho joven, de 26 años, que había denunciado la forma en que trataban a los presos”.
Pettinato tenía 64 años y hacía más de 40 que tenía el oficio de penitenciario. Además de revolucionar los criterios y las normas, era lo que se dice un baqueano: “Cuando me hice cargo de la situación, y entramos los dos (con el cura Capitaneo), los muchachos me recibieron con mucho cariño…”.
Quizá sea más fácil ahora para el lector entender por qué su hijo Roberto contaba en la presentación del libro de Grünberg que en las ventanas del penal de Olmos colgaba de las rejas una sábana que decía “Queremos a Pettinato”.
Murió en 1993. Había pedido ser velado en la capilla de la Escuela Penitenciaria donde hoy está el Museo Penitenciario Ballvé, ubicado en Humberto 1° 678 del barrio de San Telmo. Su deseo fue cumplido. Clara, su esposa, vivió hasta 2006.
Seguí leyendo: