Hacía tres años que no tocaban en vivo. El último recital de Los Beatles había sido el 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco, en los Estados Unidos. A pesar de su inmensa popularidad, por fallas en la organización sólo habían vendido 25 mil tickets en un lugar con capacidad para 42.500 personas. Su álbum más reciente era el estupendo Revolver, la puerta de entrada a la psicodelia, que devino luego en el maravilloso Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band. El show duró menos de 35 minutos y tocaron apenas 11 canciones, pero ninguna del disco que acababan de grabar: abrieron con Rock and roll music, cerraron con Long tall Sally y se llevaron el 65% de las ganancias...
A esa altura, la decisión de no hacer más shows estaba tomada. Los conciertos de los Fab Four se habían convertido en una bola de aullidos de sus fans, a los que no podían horadar los pobres equipos que amplificación que existían en aquella época para grandes estadios. Podrían haber hecho playback que nadie se habría quejado.
En 1969, la unidad de la banda estaba prácticamente quebrada. Habían decidido grabar un álbum -que se llamaría Get back, en principio- y un documental que registrara todo lo que sucedería en el estudio que estuvo a cargo de Michael Lindsay-Hogg. El lugar elegido era totalmente inadecuado: los estudios Twickenham, fríos y carentes de una buena acústica. Para colmo, las necesidades de contar con el equipo de documentalistas hizo que en vez de grabar durante la noche -como era su costumbre- tuvieran que hacerlo por la mañana y la tarde.
Para peor de males, John Lennon pasaba un período de adicción a las drogas y su cercanía con Yoko Ono lo había alejado de su socio creativo, Paul McCartney, por su parte, parecía tomar demasiado control sobre las decisiones de la banda, lo que producía el recelo de los otros tres. Pero fue George Harrison el que dijo “basta” y les anunció que dejaría el grupo. A pesar de revelarse como un compositor que estaba a la altura de la dupla Lennon-McCartney, sentía que lo menospreciaban. El 10 de enero, tras una discusión con Paul a sólo pcho días de comenzar las grabaciones, el más tranquilo de Los Beatles explotó.
Con un documental a la vista, se les ocurrió volver a tocar en vivo después de casi tres años sin hacerlo. Para contentar a George y calmar los ánimos, decidieron regresar a grabar a su estudio favorito, el de EMI, e invitaron a un amigo suyo desde que tocaban en Hamburgo, el tecladista Billy Preston, para que los acompañara. Según su testimonio, hacerlo en la terraza de Apple -el sello discográfico de los genios de Liverpool- fue una idea de John, después de descartar las chances desopilantes de hacerlo frente a las pirámides de Egipto con un público de beduinos o a bordo del buque transatlántico Queen Elizabeth II tocando para turistas.
Con la producción general de George Martin y el aporte de dos enormes ingenieros de sonido. Un joven llamado Alan Parsons, el mismo que grabó en 1973 El lado oscuro de la luna con Pink Floyd, y Glyn Johns, que meses después se involucró en la producción del primer álbum de Led Zeppelin.
El momento elegido fue el mediodía del jueves 30 de enero de 1969. El lugar: la terraza de Apple, ubicada en el número 3 de Savile Row, en el centro de Londres. Hacía frío, y eso hizo que John (a quien acompañó Yoko) y George se tuvieran que enfundar en tapados femeninos. Ringo Starr (escoltado por su esposa de entonces Maureen) eligió un piloto de lluvia colorado. Paul, estoico, lucía un traje oscuro. La imagen es icónica: rodeados de cables, equipos y asistentes, Los Beatles hicieron su última aparición pública. No lo sabían, pero poco más de un año después, el 10 de abril de 1970, anunciarían su separación.
El documental -que finalmente se llamó Let it be como el disco, brillante coda a una asombrosa carrera- tiene el registro de esta verdadera perla. Tocaron cinco temas: Get back (del que hicieron tres tomas), Don’t let me down (lo tocaron dos veces), I’ve got a feeling (también por duplicado), One after 909 y Dig a pony. La duración del concierto fue breve: sólo 43 minutos.
La carrera del documental alcanzó la cima: en 1971, Let it be se quedó con el Oscar a Mejor banda sonora. Ninguno de Los Beatles viajó a Los Ángeles para recibir la estatuilla. Lo hizo Quincy Jones, el director musical de la cinta.
En cambio, el concierto tuvo un final abrupto.
Increíblemente, muchos vecinos los denunciaron por ruidos molestos, otros colmaron la calle para escucharlos y provocaron un caos de tránsito. Tuvo que actuar la policía, que les ordenó detener la música.. Como señaló George Harrison: “Fuimos a la azotea con el fin de resolver la idea de un concierto en vivo porque era mucho más sencillo que ir a otro lugar. Nadie lo había hecho, y era interesante ver lo que pasaría cuando empecemos a tocar allí. Instalamos una cámara en la zona de recepción de Apple, detrás de una ventana para que nadie pudiera verla, y filmamos a la gente que venía. La policía y todo el mundo entraba diciendo: ‘No pueden hacer eso. Ustedes tienen que parar’”.
Cuando dejaron de tocar, y antes que desenchufaran los equipos, John, con la ironía que lo identificó siempre, dejó la última frase de Los Beatles en vivo: “Me gustaría dar las gracias en nombre del grupo, y de mí mismo, y deseo que hayamos pasado la audición”.
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