“El andinismo define el ser argentino. Somos un país atravesado por los Andes en un sentido amplio, no solo geográfico, sino sobre todo cultural”.
La frase le pertenece a Guillermo Almaraz, protagonista de esta historia, dueño de mil anécdotas, un soñador empedernido a quien cada día se le presenta la inmensidad geográfica delante de sus ojos. Un marplatense que le da vida a una porción de playa para que disfruten otros; un hombre que se define como montañero antes que cualquier otra cosa.
Tiene 50 años y su vida profesional transcurrió (y transcurre) en el mundo publicitario. Primero como empleado y actualmente como dueño de una reconocida agencia de La Feliz. Sin embargo, en Google y en sus anécdotas su nombre y apellido sólo se relaciona al andinismo, una curiosidad adolescente que cobró sentido con la lectura y se convirtió en un modo de vida.
“Empecé a ir a la montaña de chico, aprendiendo esa comunión necesaria con la naturaleza para disfrutar a pleno esos días no carentes de privaciones. Mi primera montaña andina fue con mis compañeros de escuela y liderados por un cura, que marchaba con su bastón al frente. De esas primeras salidas aprendí́ a disfrutar el ascetismo como camino a la cumbre, la modestia y la sencillez, todo esto necesario para finalmente saber convivir con el éxito de la cumbre o el sinsabor del fallo en alcanzar una meta”, cuenta en diálogo con Infobae.
Hace 13 años, como si no le sobraran aventuras, se asoció al dueño de unas tierras marítimas -ubicadas en la zona de El Faro- para un desarrollo turístico que tiempo después dio sus frutos. Asentó los médanos, construyó caminos, gastó sus ahorros y pensó en vender todo cuando las temporadas de verano le eran esquivas. Hoy, el dueño y fundador de Cabolargo revela: “Yo vengo todos los días a trabajar acá. Y todos los días miro el mar, pero sueño con la montaña”.
Y continúa: “Me da miedo meterme al mar pero la montaña no porque la manejo. Sé que yendo con cuidado no es peligroso. Hay peligros objetivos y subjetivos: la mayoría de las veces que nos ponemos en problemas es por subjetividades, por pisar mal una piedra. La ansiedad es uno de los peores enemigos para el andinista”.
Almaraz escaló las 10 montañas más altas de la Argentina: Aconcagua, Nevado Ojos del Salado, Monte Pissis, Cerro Bonete Chico, Tres Cruces Sur, Llullaillaco, Cerro Mercedario, Volcán Walther Penck, Cazadero e Incahuasi. Todas estas formaciones poseen una altitud superior a los 6.500 metros.
Hizo cumbre en Argentina, en todos los países de Latinoamérica, en África y en Europa. Sin embargo, su meta continúa siendo la cordillera del Himalaya, un monstruo que supera los 8.800 metros de altitud. “El Monte Everest vale USD 50 mil. Salvo excepciones, ningún argentino puso esa plata para ir ahí. Todos los que fueron o vamos a ir al Himalaya visitamos otras montañas. Ahí hay campamentos base, una persona te pregunta qué vas a comer o qué querés tomar. Los argentinos vamos de otra manera. Nos gusta manejarnos solos”.
Para Almaraz, identificar y desarrollar una cultura de montaña en la Argentina “permite ahondar en el ser nacional, valorando nuestro suelo y las costumbres que lo definen”. También asegura que el andinismo no se puede reducir únicamente a lo físico o lo deportivo. “Complementás las vivencias con lectura. Hay gente que pinta las montañas, que saca fotos, y no lo hace para documentar, fotografía los paisajes. El andinismo es mucho más que hacer actividad física”.
En este punto detalla: “Lógicamente necesitás una preparación física y técnica, pero también una cuota de determinación. Estar orientado al logro y estar convencido de eso. ¿Quién te garantiza que vas a llegar? Nadie. Vos solo al estar ahí, decidido a hacer este sacrificio. Tenés hambre, frío, te sentís mal, extrañás. Es muy revelador”.
Casado con Laura y padre de cuatro hijos, recuerda que su primer ascenso fue a los 18 años en el Volcán Lanín de Neuquén. “En algún punto sentí miedo, llevaba un equipo muy rústico. Siempre se utilizan unas polainas para que no se meta la nieve en la bota. Acá no se podía comprar nada, entonces la ropa fabricábamos. La hacía mi abuela. Y las polainas las confeccionamos con lonas que se rompían en los balnearios y nos las regalaban”.
Además de ser guía de montaña, de ski y andinismo, Almaraz es miembro de la Secretaría de Andinismo de la Federación Argentina; también colaborador del Centro Cultural Argentino de Montaña. Apasionado por la lectura y la escritura, desde hace algunos años comenzó a volcar todo en el sitio web www.estiloandino.com.
“Este canal de información me permitió seguir cultivándome, intercambiando información con otros andinistas y viajeros y darme el gusto de poner a disposición de cualquier interesado datos precisos para que conozcan los Andes argentinos con una visión amplia”, comenta.
Y explica: “Argentina, como país andino, alberga íconos del montañismo mundial. Tiene el Aconcagua, la máxima altura fuera de Asia y sus historias heroicas de quienes se atrevieron hace mas de 100 años a visitarlo, pero también tiene al Llullaillaco y el Incahuasi, que son casi tan altos como el anterior (apenas unos 200/300 metros menos) que fueron escalados por los incas hace mas de 500 años. Estos ascensos se hicieron con fines sacros, dejando en las cumbres ofrendas y constituyen un récord en la historia de la humanidad, ya que fueron los primeros seres humanos en alcanzar esas alturas. Esas montañas están en nuestro territorio y tienen un valor inapreciable a nivel cultural”.
“Cuando se plantea un ascenso a la alta montaña es sin dudas un desafío deportivo. El mensaje que me gusta transmitir es que se puede revalorizar ese ascenso sumando valores culturales al mismo. Es muy distinto cuando se está subiendo a una cumbre y se conoce su historia, su conformación geológica, cómo se llaman las montañas vecinas o si por ahí pasó una columna libertadora del Ejército de los Andes. Sin dudas, con esos conocimientos, se disfruta mas intensamente la vivencia de subir una montaña”, sostiene Almaraz.
En su familia, muchos de sus viajes se diagraman con el objetivo de visitar distintos puntos de los Andes, aunque ninguno de sus hijos se enamoró como él de la actividad: “El andinismo no es únicamente escalar montañas, ese es otro error. Se puede ser andinista sentado en una roca, mirando que hay un más allá, compartiendo un mate”, dice.
“Una anécdota que me gusta contar, y justamente conjuga todo lo que vengo diciendo, ocurrió en Cazadero Grande, en este sector de la cordillera catamarqueña. Estábamos ya hace muchos años acampando para ascender al Ojos del Salado, que es el volcán mas alto del mundo, y cerca descubrimos un rancho de adobe con grandes corrales. Yo tenía un libro de los años 50 que describía toda la zona y relataba un ascenso a nuestra montaña”, rememora.
“En él comencé a leer la descripción del rancho que veíamos o al menos parecía. Entonces fuimos caminando hacia la construcción y encontramos a su morador. Nos pusimos a charlar y pronto descubrimos que ese anciano que hablaba con nosotros, era el joven vigoroso descripto en el libro, pero cinco décadas después. A esto me refiero cuando afirmo que con un espíritu inquieto uno puede encontrar otros valores que redimensionen la visita del andinista a sus montañas”, completa Almaraz.
Sobre su actual labor al frente del balneario, concluye: “¿Qué siento cada vez que vengo acá? A mí lo que más me gusta es el mar. Observarlo. Y todos los días lo miro. Me llama la atención que se mueva, sus colores, el cielo. Eso es lo que me gusta. ¿Es la naturaleza no? Y la naturaleza es mi vida”.
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