Una pareja vende pastelitos de batata y membrillo mientras otro hombre busca ganarse la vida con pirulines. Ninguno se atreve a gritar: levantar la voz implicaría que muchos se dieran vuelta con mala cara. Allí los pocos turistas que caminan reciben ambas propuestas, pero pocos compran. Dos se sacan fotos y una mujer habla por teléfono. Del otro lado del paredón los pescadores están muy concentrados.
Ante todos está el monumento a San Salvador, el cual todo lo vigila. La secuencia se repite bajo un sol vanagloriado, de esos que pinchan pero no lastiman. Todo ocurre en la Escollera Sur del puerto de Mar del Plata, lugar en el que yace la figura del patrono de los pescadores, el santo que cada año recibe a miles de personas que dejan allí las cenizas de sus muertos. Muertos que amaron el mar, hasta que nada más hubo.
“Y hoy porque juntaron todo lo que habían dejado, si no ni te cuento la cantidad de urnas que se amontonan acá abajo y allá arriba. La gente hasta coloca placas de bronce, pero se las roban. Siempre hay pícaros oportunistas”, cuenta Julio, uno de los vendedores a Infobae.
La picardía que describe este hombre carece de consideración. Los actos narrados suceden por la noche, cuando apenas un reflector ilumina al “Cristo de la Escollera Sur”. “Tenés que venir a ver esa imagen, es hermosa. Te parás abajo y te podés quedar horas mirándola”, cuenta Julio.
San Salvador y sus brazos de ofrenda llegaron hasta la banquina portuaria en 1980, gracias a una masiva donación que los miembros de la comunidad religiosa de la Parroquia Sagrada Familia hicieron en el lugar. Con los años la fueron modificando: su última restauración fue en 2013, previo a la llegada de la Fragata Libertad a Mar del Plata.
Su imagen se ubica de frente al mirador de la Escollera Norte. Detrás, sobre un saliente rocoso, los pescadores protagonistas despliegan sus cañas y redes de mediomundo para tener qué vender. También están los turistas curiosos y los marplatenses que se alejan del turismo. Los expectantes, los observadores o los pacientes. Aquellos que puedan estar horas y horas sentados en sus reposeras, observando entre mate y mate cómo luchan por sacar algo del agua.
Cada año, en la banquina de los pescadores son ellos quienes encabezan una procesión que parte de la iglesia Sagrada Familia y culmina allí, frente a su santo protector, a quien llevan en andas. Este verano, por cuestiones sanitarias la tradición no pudo llevarse a cabo.
En enero de 2020, la ceremonia religiosa fue presidida por Obispo Gabriel Mestre. Allí se realizó una oración por los fallecidos en el mar, por los tripulantes del Ara San Juan y se arrojaron las ofrendas florales al agua.
“La gente tira las cenizas al mar también. Es muy emocionante ver cuando vienen y se sientan para dejar a un ser querido aquí. ¿Por qué lo hacen? Porque se comprometieron en vida con quien los dejó. Todos dicen lo mismo: ‘Él o ella quería descansar acá'. Entonces llegan para cumplir eso”, dice Julio, quien desde hace cinco años vende junto a su esposa en el mismo sitio.
Los registros sobre sus paredes son elocuentes. Hay fechas, nombres, imágenes, frases y mensajes. Hay placas caídas y destruídas por los vientos. Hay placas robadas. También flores del día y otras marchitas. Muchos rosarios y prendas de vestir. Hay urnas cerradas y otras que ya no tienen sus tapas.
En los homenajes al santo afloran los recuerdos de familiares, amigos y seres queridos que se fueron en y con el mar. También la esperanza de los pescadores, quienes ruegan por las mejores condiciones para su año laboral. Los paredones están vestidos por inscripciones e intervenciones artísticas. Ese metro y medio de concreto separa dos espacios que coinciden en un mismo sentir: la reflexión.
A mitad de camino, la reserva de los lobos marinos se presenta como el gran atractivo. La lobería encuentra en ese sector una gran cantidad de alimento disponible, proveniente del descarte de la pesca. Son ellos quienes cumplen un rol fundamental al degradar dicho descarte de las aguas.
Sobre el final, y ante el saludo, Julio concluye: “Mirá, para mí todos los días y las tardes son diferentes. Viene mucha gente curiosa, y ante sus dudas yo y otros tantos que siempre andamos por acá podemos ayudarlos. Porque en definitiva, aunque no te conozcan, siempre está bueno que te visiten, ¿o no?”.
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