“Sentía que me podía comer el mundo, cualquier obstáculo me motivaba. La verdad que es algo raro en mí, porque soy muy pesimista”, reconoce Luis Grané (53). Este artista visual radicado en los Estados Unidos desde 1996, hizo un camino atípico para poder vivir de su pasión: el arte.
Hace más de una década puso sus pies en el suelo norteamericano detrás de un sueño que para muchos era casi imposible. “En mi época, y más en la Argentina, vivir del arte no era una opción”, le cuenta a Infobae desde Pasadena, donde está radicado con su mujer y sus dos hijas. Lo cierto que su vocación, talento y creatividad le dieron toda la fuerza para forjar su destino.
Lucho, como le dicen sus conocidos, pertenece a una familia tipo de Barrio Norte, padre escribano y madre médica. Siguiendo una vocación que quizás había mamado, una vez que terminó el colegio secundario ni lo dudó y se lanzó en la carrera de medicina. Sin embargo, apasionado por el diseño gráfico por las noches cursaba esa segunda carrera. “Una verdadera locura”, recuerda. “En mis poco tiempo libre no perdía oportunidad para tomar un lápiz, una hoja en blanco y darle vida a mis personajes a modo de caricatura, adornados con breves diálogos delirantes y muchas veces irónicos. Toda mi vida dibujé copiando de la tele o de algún recorte”, revela. Esa dinámica la mantuvo un tiempo largo.
Hasta que un día después de rendir y aprobar el examen de microbiología de tercer año decidió abandonar la carrera. “Necesitaba dar esa última prueba para tomar la decisión”. No tardó en darse cuenta que el dibujo -y la creatividad a través de él-, era su vida. Y más precisamente el dibujo animado... Pero, ¿cómo vivir de eso en Argentina? “Sabía que me tenía que ir del país para poder aprender y hacer carrera, en Argentina el mundo de las artes tiene su techo”, admite.
Se animó y le planteó su crisis vocacional a su padre: “Fue un shock tremendo para todos, había cierto temor por parte de ellos sobre mi futuro, dedicarte al arte no era un modo de vida en esa época. Aunque finalmente no solo lo entendieron sino que me apoyaron en mi voluntad probar suerte en Londres”. Una decisión difícil para un joven de 23 años, aunque el tiempo le demostraría que fue la más acertada.
Sin saber una palabra de inglés voló hasta el Reino Unido. “Solo tenía unos pocos ahorros y algunas ideas de gente para contactar. Pero no me importaba, sabía que lo lograría. Fui un poco paracaidista, algo raro en mí”. Hasta que logró acomodarse, buscó la manera de sobrevivir: “Fui repartidor de diarios... canillita no, repartidor”. Y vivió dejando periódicos casa por casa hasta que encontró a su gran mentor.
La primera oportunidad de dibujar y Hollywood
Lucho tuvo una oportunidad después de animarse a contactar a Oscar Grillo, el reconocido artista argentino, “Averigué la dirección de su estudio y me acerque. Cuando llegue al lugar me pregunto si tenia una cita, le dije que no, pero que era argentino y le quería mostrarle mis dibujos. Tenía fama de ser un hombre de mal caracter. Me miró de reojo, y me dijo ‘tenés que hablar con mi secretaria”. Recién a las dos semanas con una reunion agendada pudo volver. Alli Grillo, le dijo “son buenos..aunque la presentación es muy mala. La verdad es que nunca había hecho un portfolio en mi vida”, reconoce.
Sin bajar los brazos y mientras seguía trabajando como repartidor de diarios, fue una vez más al encuentro con Grillo. “Había estado visitando todos los museos de arte diariamente. Tenia más material para compartirle, así que me anime. Esa vez quedé a prueba por un mes, lo que se extendió en cuatro años. Fue un lugar muy importante en mi formación”.
Su meta siempre fue dibujar en la gran pantalla. No podía sacarse la idea de la cabeza. Para eso se fue un año a México en busca de otras oportunidades y de allí a Canadá para perfeccionarse. Fue allí que recibió su primer gran premio como dibujante del año en 1996. Ese evento, nada menor por cierto, lo iba a catapultar a las grandes ligas. A la salida del mismo, Steven Spielberg le ofreció trabajar en Dreamworks para hacer animación.
Y así fue, estuvo al lado de Spielberg durante seis, trabajando en todas sus películas animadas. “ Compartíamos reuniones laborales, y recibía su feedback de cada proyecto, siempre mantuvo el bajo perfil. Lo que recuerdo es que solía invitarnos a su a gran sala de cine en Universal para disfrutar de algun preestreno acompañado de cosas ricas para comer”.
Luego vino Sony Pictures, después Disney, Image, para finalmente fundar su propia productora que presta servicios de animación computada y diseño de personajes animados. Trabajó en Camino hacia el dorado, Spirit, El príncipe de Egipto, Matrix, El Aviador, Ratatouille, Astroboy, SpiderMan 2, Open Season, Hotel Transylvania y más.
Dirigió la animación y diseño personajes para la película Diary of a Wimpy Kid y participó en el libro SketchTravel junto a los más prestigiosos ilustradores y diseñadores del mundo.
Arte muy personal
Hoy con 53 años, y un largo recorrido profesional, vive junto a su familia en Pasadena, las afueras de Los Ángeles, dirigiendo dos series para Netflix, y combinando esta labor con la video experimentación, donde da vida a instalaciones, murales y performances junto otro colega argentino: Tomás Basile. “Me da mucho placer experimentar este costado, porque soy inquieto, me canso y necesito nuevos desafíos”.
-¿Seguís en contacto con la Argentina?
-Siempre. El desarraigo es duro. No perdí el acento porteño, tampoco dejé de comer a las 9 de la noche como hacemos nosotros. Trato de nutrir los vínculos con los amigos como allá, porque es lo más difícil de vivir afuera.
-Pasaron casi dos décadas desde que te fuiste ¿a que no te acostumbrás de vivir en el exterior?
-Hay un choque cultural marcado. Me costó menos en Inglaterra que en México y en los Estados Unidos. Creo que lo más complejo son las relaciones humanas. El norteamericano es individualista, nosotros somos compañeros, ese “te banco” porque sí acá no existe, y eso cuesta. El concepto de la amistad nuestro es único. Pero se compensa esa falta con otras como la calidad de vida, la seguridad y tranquilidad de vivir bien. No existe el lugar perfecto.
-¿Soñás con volver?
-Siempre pensé que iba a volver a Argentina, sé que tengo las puertas abiertas. A veces me imagino que cuando mis hijas terminen el colegio pueda dividir mi vida entre ambos países. Estoy muy habituado a mi esquema laboral, es difícil volver a acostumbrarte a otro. Lo que más me da ilusión es que dedicarme a mi arte es que algo hoy podés hacer desde cualquier parte del mundo.
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