Un hombre tranquilo lleva dos bolsas de consorcio cargadas a un auto estacionado. A pocos metros hay un kiosco de diarios cerrado y pasa un hombre.
Esa imagen dice poco. Y a la vez marca el fin de una era en la delincuencia. Es la única foto que se conoció del último gran robo a un banco en la Argentina: ocurrió el 2 de enero de 2011 en la sucursal del banco Provincia de Cabildo y José Hernández, Belgrano, cuando una banda se llevó casi 15 millones de dólares y guardó parte del botín en una caja de seguridad del banco asaltado.
Habían construido un túnel que tenía hasta aire acondicionado.
El dato es llamativo: hace diez años no se comete un gran golpe.
¿Se acabaron las bandas expertas o los bancos están más seguros?
“La era del pico y pala ya fue. Estamos atravesando la era de la cibernética”, opina Miguel Sileo, que formó parte del grupo de elite Halcón y fue el negociador de la policía en el robo del siglo al banco Río de Acassuso, ejecutado el 13 de enero de 2006.
Fernando Araujo, el ideólogo de ese asalto, considerado uno de los más importantes de la historia delincuencial, lo considera el último robo analógico. Hasta la banda tuvo una logística casera, sin recurrir a la tecnología. Y entraron en el banco en horario de atención al cliente, cuando las alarmas no estaban encendidas. Tampoco sonaron las alarmas antisísmicas, pese al movimiento que hubo bajo tierra.
La banda trabajó dos años para cavar un túnel y construir un dique con el objetivo de llegar a la bóveda del banco.
El plan fue original. Una parte de los hampones tomaba rehenes en la planta baja y en el primer piso. El banco estaba rodeado de más de 300 policías.
Un engaño para ganar tiempo, pero lo esencial pasaba en el subsuelo, donde el resto vació 146 cajas de seguridad.
Huyeron con dos gomones hacia el lado contrario del río, salieron por una alcantarilla y se subieron a una combi que tenía un agujero para que pudieran subir y huir después de dejar una frase en un cartel: “En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”. Cuando los uniformados entraron en la sucursal, los ladrones ya estaban contando el dinero en un sitio inhallable.
Se llevaron más de 20 millones de dólares y usaron armas de juguetes.
¿Por qué no podría cometerse ese mismo robo?
Sileo es contundente: “Es imposible que se repita un robo con esas características por la tecnología que existe. De hecho en 2006, esa tecnología que ya existía en otros países más avanzados tampoco hubiese hecho viable el asalto del que habló todo el mundo. Y doy un solo ejemplo: si hubiésemos contado con un teléfono de rescate, un rescue phone, algo que ahora ni se lo usa, se les hubiese frustrado el robo porque a través de ese dispositivo podríamos haber visto qué pasaba adentro del banco, viendo las cámaras del mismo teléfono de rescate”.
En otros países, los grupos de elite cuentan con un aparato que detecta la posición de los captores y rehenes detrás de las paredes. En Israel, por ejemplo, existen dispositivos que se colocan en la pared y que por temperatura podían informar sobre los movimientos de las personas.
Es más, en la Argentina hay grupos de elite que cuenten con un inhibidor de señal. Eso llegó a utilizarse en allanamientos antinarcos que contaban con ese sistema de vigilancia. Se les cortaron las imágenes y cuando quisieron reaccionar, los uniformados ya estaban en la casa.
“Ladrones como éramos nosotros no quedan más. Las miembros de las mejores bandas de los últimos 30 años están en la calle, pero no volvieron a delinquir. No sólo por el paso de los años, sino también porque nuestra generación nunca podrá contra los avances tecnológicos. Hoy el ladrón de bancos que triunfa es el hacker”, dice Rubén Alberto de la Torre, uno de los integrantes de la banda de robo del siglo.
“Los bancos mejoraron notablemente las medidas de seguridad. Las alarmas y las cámaras de seguridad atentan contra este tipo de robos, que por otro lado necesitan de logística y mucho dinero. Por otro lado, las fuerzas policiales tienen otra tecnología y más preparación. Ahora contamos con un sistema de detección de rostros, que sirve para personas buscadas o prófugos”, dice una fuente de la Policía de la Ciudad.
“Antiguamente -remarca Sileo- había un hecho delictivo y la brigada salía a la calle a buscar los buches. La información era a través de los informantes. Hoy hay un hecho delictivo y van al Municipio donde fue el hecho a ver las cámaras de seguridad. Por todos lados hay cámaras, y sino está la cámara de seguridad municipal, está la de la empresa de la esquina, del supermercado o del vecino que tiene una sobre la cochera. O sea, ya no existen informantes. Lo que existe ahora es tecnología”.
La tecnología no sólo pareciera haber eliminado al ladrón histórico, el de oficio. Hay casos en que ocupa el lugar del policía o custodio. Hay departamentos que en lugar de tener seguridad, tienen una pantalla en la que se ve a una persona mirando los movimientos. En las comisarias porteñas, hay denuncias que se hacen en un cuarto donde una persona aparece en una pantalla y escucha al denunciante.
Este debate llegó a una mesa que acostumbraban a compartir tres ex ladrones antes de la pandemia. Hablaban de amigos en común, de anécdotas y jugaban al billar en un bar porteño. Entre los tres pasaron dos horas, casi como un juego, pensando cómo se podía en la actualidad dar un gran golpe.
El más veterano opinó que ni siquiera una entrega de algún experto informático del banco lograría llegar a un robo “a lo grande”. El segundo, opinó: “No hay forma. Quedás escrachado con las cámaras. Mirá, hasta este bar de medio pelo tiene cámaras. Te filman desde que salís de tu casa. Todo el recorrido. Hasta una panadería tiene cámaras de seguridad. No debe haber puntos ciegos. Lo único que se podría hacer es un apagón general o inhabilitar las cámaras. Pero además de eso están las alarmas, cada vez más sofisticadas”.
El más joven de ellos, más acostumbrado a la tecnología, ideó un plan futurista. “Yo usaría un holograma adentro del banco. ¿No se está usando para los cantantes muertos, hasta salen de gira. Y lo mismo para políticos que quieren estar en dos lados al mismo tiempo. Ahora a un holograma no lo podés usar para robar. Pero podés usarlo de negociador. Imaginate a los francotiradores apuntándole a la nada. Otra que puede ser es que otro entre con una máscara muy buena. Como las que fabrican en Hollywood para algunos personajes. Son muy pro. Imaginate tres máscaras de hombres que en realidad existen o que están muertos”.
Sus compañeros le dijeron que estaba loco. Pero en el fondo lo respetaban porque en anteriores asaltos tuvo ideas originales e innovadoras.
“Existen empresas que tienen sus cámaras acorazadas con una tecnología de punta. La gente con mucho dinero no guarda sus bienes en las cajas de seguridad de banco. Hay empresas que se dedican a tener cajas de seguridad en forma privada y son inviolables”, dice Sileo.
“Las cámaras son nuestro peor enemigo. Más allá de eso, si hay un buen plan, que use a la tecnología a su favor, creo que podría darse un gran atraco”, analiza Ramón Villalba Benegas, líder del que es considerado el robo del siglo de Paraguay: el 21 de septiembre de 2012, a las 15.30, un grupo tipo comando robó cuatro millones de dólares del Banco Nacional de Fomento (BNF) de Villarrica, Paraguay.
“Ahora tampoco sirve asaltar un banco así de la nada, en la caja chica no tenés mucha plata para llevar, no vale la pena. Y para colmo vas a ser filmado. En Paraguay pasa algo similar. El último blindado que se robó fue en 2006. Todos los muchachos expertos en el rubro entraron en la cárcel o murieron. Y a eso hay que sumarle lo cibernético”, dice.
El Gordo Valor, en libertad desde hace tres años, es líder de la superbanda que robaba bancos y blindados, asume que la delincuencia de sus tiempos se extinguió. “Hoy chorear como lo hacíamos nosotros es imposible. Quedás escrachado. Además los blindados tienen una apertura con retraso y por más que las bandas tengan inhibidores, ahora la Policía sacó un inhibidor del inhibidor del inhibidor. En mi época, el enemigo del chorro era la cana. Hoy el enemigo es la tecnología. Un enemigo invisible”.
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