-La gente llega y se saca fotos en la casa. Se sientan en la escalera, miran el terreno y después se van.
-¿Y no preguntan nada?
-No. Ya llegan sabiendo que acá vivió ese hombre.
-¿Cómo lo llaman?
-El Alemán.
Es una tarde de verano en Aconquija, un idílico pueblo de montaña de cinco mil habitantes a 180 kilómetros de la capital catamarqueña, imán turístico por su microclima, por las ruinas arqueológicas del Pucará y por el famoso paisaje de estrellas que se forma en su cordón serrano. El que habla es Ernesto Valdez, encargado de la estación de Aforo, a la vera del río Potrero. Allí, ahora, funciona un punto de medición meteorológico. Allí, hace setenta años, en la ladera anónima de un cerro, se refugió uno de los criminales nazis más buscados en el mundo.
Ese hombre, “El Alemán”, es Adolf Eichmann (1906-1962), conocido como el “arquitecto del Holocausto”, corresponsable del asesinato de seis millones de judíos, juzgado en Jerusalén en 1961 y ejecutado un año después. En Aconquija hoy se lo nombra difusamente, como si fuera más parte de un rumor que de algo incómodo o molesto. En realidad, se lo conoció por el nombre de Klement. Y cuentan los pobladores que nadie sabía de su pasado como teniente coronel de las SS, esa pesada sombra que el nazi quería borrar en Argentina.
Ricardo Klement era, en efecto, la identidad falsa con la que había entrado al país. Los que lo conocieron -la mayoría ya fallecidos- dicen que era un hombre correcto, silencioso, alguien que vivió en un paraje aislado, al pie de un cerro. Era un vecino cordial, que sufría el idioma y se dedicaba a cumplir su tarea como uno de los responsables de una obra hidráulica, tal como el burócrata ideal que había sido en el Tercer Reich. Salvo que en Catamarca era el capataz de un pequeño grupo de obreros, cuando en Alemania había sido el principal jerarca en el minucioso registro de los trenes que llevaron a la muerte a los judíos.
En la estación de Aforo se escuchan los cantos de los pájaros a la hora de la siesta. Desde allí, la vista de la llamaba cumbre de los Narváez es extraordinaria. Basta imaginar al Alemán portando las infaltables botas de cuero, caminando por ese patio de ensueño con sus anteojos redondos y su mirada seria, fría, concentrada en el alba de un verde serrano, ajeno al mundo. El encargado Ernesto Valdez, brazos en jarra, se disculpa. “Mi papá lo llegó a conocer, pero no está bien de salud”, dice, con acento norteño. Unos niños corretean en el suelo de tierra y piedra, a su alrededor hay catitas, caballos, motos y unas casas precarias. Al fondo del predio está el hogar donde vivió Eichmann. Un cartel, en el patio, reza: “Red Hidrológica Nacional”.
El casero, entonces, busca una llave y abre la puerta.
-A la casa la usamos como depósito. O como habitación para huéspedes. Pero la fachada se mantiene original -aclara Valdez, mientra se seca el sudor que baña su frente.
La casa es de adobe, estilo alpina, con columnas de piedra. Había sido construida especialmente para albergar, dentro de un pequeño complejo de viviendas, a los trabajadores del Proyecto Potrero del Clavillo de la empresa Capri, propiedad de otro ex-SS, este de nacionalidad argentina-germana: Horst Alberto Carlos Fuldner Bruene. El empresario ayudó a muchos nazis a huir hacia la Argentina, entre los que estaban Eichmann, Josef Mengele, Ronald Richter, Eric Priebke, August Siebrecht y Gerhard Bohne. Y luego les consiguió trabajo. Capri era una compañía que se dedicaba a la instalación de plantas hidroeléctricas y a la explotación de recursos naturales. Y en Aconquija exploró el suelo con un objetivo ambicioso: construir un dique. Algo que, tras años de cavar túneles, resultó trunco.
Ahora la ex casa de Eichmann, de tres ambientes reducidos, luce un cierto abandono. Las aberturas de madera en puertas y ventanas, tal como gran parte de la construcción, se mantienen intactas. Lo primero que se ve es un hogar a leña y las paredes descascaradas. A pocos metros está la cocina, con una vieja heladera marca Zenith. Al ventilarse los ambientes, se respira el aire puro y fresco de la montaña. Hay dos habitaciones: en una, la cama matrimonial, con apenas un espacio para la mesita de luz. En la otra, tres camas, con sus respaldos de hierro. Una morada austera, agradable, ideal para el espíritu de cabaña de un teutón con deseos de calma. Y de buscar cavarse el olvido.
-Eichmann participó de la perforación de de túneles en los cerros y de otras tareas de ingeniería hidráulica. La empresa Capri quería construir el dique para hacer una red hidroeléctrica y para mitigar los desbordes de los ríos hacia el sur de Tucumán. Pero no funcionó y se tuvieron que ir del pueblo por razones que nunca supieron explicar- cuenta el secretario de Cultura de Aconquija, Maxi Perea, presente en la visita.
Perea ofrece un recorrido a pie hacia uno de los túneles. Fornido, vestido de camisa y jean, señala el sendero silvestre que conduce al cerro. Por las calles pasan los trabajadores de la cosecha de la papa, que regresan a sus casas. En el pueblo todos se saludan amablemente. Dicen que Eichmann solía hacerlo llevando su mano a su sombrero. La vegetación es abundante. Se escucha el agitado murmullo del río. La variedad de helechos es única en la provincia. Alisos, frambuesas, cerezas. Todo en su esplendor natural.
La entrada al túnel, luego de un camino serpenteante, da lugar a cualquier fantasía de ficción. Es una cueva húmeda, un agujero dentro de la montaña, hábitat de murciélagos. Eichmann supervisó a los obreros que taladraron la piedra con las mejores máquinas de la época. Su puesto específico era de hidrólogo, encargado de medir el caudal de algunos ríos montañosos del límite Catamarca-Tucumán. Según constaba en su legajo, Eichmann había dejado inconclusos estudios de mecánica en la Universidad Federal de Ingeniería Eléctrica, Ingeniería Mecánica y Construcción en Linz, Austria, donde vivió de joven.
En el pueblo, hay todavía quienes creen que el túnel lo construyó para escaparse. En realidad, habían sido seis en total; la finalidad era estudiar las rocas de la montaña en la quebrada del río. Maxi Perea se ríe de los rumores: dice que es más fuerte la imaginación que la realidad. Tal vez como pensó el escritor Ariel Magnus, que en su reciente relato El desafortunado noveló la vida del jerarca nazi en Argentina. “Eichmann era un mediocre que llegó demasiado lejos. Un criminal de escritorio. Creó su propia ficción sobre el nazismo”, dijo el autor, una vez publicado el texto.
Adolf Eichmann había ingresado al país en julio de 1950, proveniente del puerto de Génova con un pasaporte del Comité Internacional de la Cruz Roja. El documento fue confeccionado en Ginebra bajo el nombre falso de Ricardo Klement, gracias a la ayuda del obispo católico nazi Alois Hudal. Este último, con el apoyo de Caritas, la Cruz Roja y Giuseppe Siri –el arzobispo de la ciudad italiana de la que partió Eichmann– organizó sistemáticamente, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la fuga de nazis y fascistas a América Latina -especialmente Argentina, Brasil y Paraguay- y Oriente Medio.
En el documental El vecino alemán (Rosario Cervio y Martín Liji, 2016), aparecen testimonios sobre las principales actividades de Eichmann entre el sur de Tucumán y la frontera con Catamarca, a principios de los 50. Los entrevistados son ex compañeros de trabajo: peones rurales, mineros y obreros que trabajaban bajo sus órdenes. Además, hablan ex vecinos.
Las palabras de los entrevistados tienen un tono de cierta admiración acerca de un hombre delgado, de mediana estatura, un campechano de buenos modales, aplicado y discreto, que apenas hablaba el castellano. Ellos desconocían que había sido un jerarca nazi.
Se cree que Eichmann vivió en Aconquija cerca de dos años, entre 1951 y 1953. No hay recuerdos actuales de que, en esa época, hubiera traído a su familia de Alemania. Por lo cual, la mayoría de los testimonios dan cuenta de que anduvo solo por la Sierra del Aconquija, una geografía que le era familiar por su conocimiento de las montañas germanas. Y que cada tanto iba a la Universidad Nacional de Tucumán a dar reportes de su trabajo, ya que la casa de altos estudios asesoraba a la empresa Capri.
-Ahora Aconquija tiene cerca de cinco mil habitantes, pero en aquella época era un lugar de familias que se conocían entre sí y no mucho más -dice Maxi Perea. En su relato, la estadía del nazi parece sonar como una atracción turística del lugar.
-Un lugar espléndido para la tranquilidad pero a la vez difícil no pasar como un extraño entre los nativos -señala Infobae.
-Claro, aunque hay que pensar que los que venían a trabajar para hacer el dique eran bien recibidos, como signo del progreso. Lo que sí era raro ver a un alemán, pero lo respetaban, creían que era un ingeniero o un científico que venía a darle su prestigio. Y apostaba al crecimiento del pueblo.
Hace unos años un equipo de History Channel arribó a Aconquija tras los pasos de Eichmann. “El pueblo es amable, colaboran con nosotros, tienen un fuerte sentido de la comunidad”, dijo el director del documental en una entrevista. Es posible que Eichmann hubiera sentido lo mismo. En Aconquija no existe una tradición de inmigración alemana. En la tierra donde se siembra papa y zapallo, donde el quesillo se combina con el cayote y el agua corre limpia y pura desde los cerros, el Alemán encontró un entorno de paz y de alivio mientras en Europa se desconocía su paradero. Por un tiempo, al menos, fue el fugitivo perfecto.
Así lo entiende el “Loquillo” Córdova Navarro, ex intendente de Aconquija, quien conoció a Eichmann de niño. En su casa de campo donde vive actualmente, cerca del río Potrero, lo nombra como “Klement”. Dice que su abuela le alquiló su primera casa en el pueblo.
-Yo lo miraba asombrado, con sus botas de cuero color caqui. Usaba una campera blanca, no era muy alto, y portaba un sombrero ladeado. Mis abuelos me contaron que no entendía mucho el castellano, por eso conversaba poco, y era tímido. Y mi padre me contó también que sobornaba con Nescafé.
-¿A su familia?
-Sí, era una novedad para la época. Se ve que se trajo unos frascos de Nescafé de Europa, de contrabando. Un día me fui a su habitación y vi un par de Mauser. Eran cinco, o seis rifles. Pero no vi ninguna esvástica ni ningún símbolo del nazismo.
Córdova Navarro, de 73 años, habla con locuacidad, bajo ademanes graciosos. Según su testimonio, se confirma que el alemán vivió solo en Aconquija. El relato contrasta con una investigación del diario local El Ancasti. Allí se establece que después de ingresar a Argentina, en agosto de 1950, entró a trabajar en la empresa Capri contratada por el gobierno nacional para realizar un estudio hídrico en el sur de Tucumán. Y que en diciembre escribió un mensaje codificado a su esposa Vera, que poco tiempo después arribó a Catamarca con sus tres hijos. Klaus, de 17 años; Horst, de 13; y Dieter, de 11.
El diario establece que los chicos concurrían a modestas escuelas rurales de la zona. “Solía vérselo con un poncho marrón y sombrero ladeado. En sus días libres, Eichmann junto al alemán Klame y acompañados por el baqueano Brizuela, vecino del lugar, subían a caballo los Nevados del Aconquija a cazar guanacos”, asegura El Ancasti.
Y agrega: “Klaus, su hijo mayor, viajaba frecuentemente a Concepción (Tucumán) donde llamaba mucho la atención su vestimenta (pantalones, botas y sobretodo negros, al estilo Gestapo). Allí trabó amistad con el ‘loco’ Penna, un paciente psiquiátrico del Dr. Arturo Gelsi (hermano del ex gobernador tucumano Celestino Gelsi), a quien le contó de su amistad con un fanático de las armas que pertenecía a la Alianza Libertadora Nacionalista, cuyo padre era un alto oficial alemán”.
Nada de eso quedó registrado en actas ni en documentos. En parte, la tradición oral se ha ido perdiendo bajo el halo fantasmagórico del nazi.
-Nunca lo vimos a Eichmann con su familia. En Aconquija siempre andaba sin compañía, era respetuoso y reservado, no andaba con mujeres. Ojo que acá hay muchas leyendas y la gente inventa cosas -enfatiza el “Loquillo” Córdova Navarro, sentado en su casa, a la vez que repasa anécdotas junto a Maxi Perea.
Una de ellas es la presencia de otro nazi en Aconquija, conocido en la zona como “El Manco Ostata”. Le decían así porque dicen que perdió parte de su brazo izquierdo en un combate en Rusia. El Manco vivió en Yunka Suma -un barrio del pueblo- junto a su esposa y dos hijos, y murió en la década del ´80.
-Él era un renegado, un alcohólico que no estaba a gusto en la comunidad -dice Córdova Navarro-. Pero él sí se instaló en el pueblo, su mujer era una nazi declarada, no quería que su hijo se pusiera de novio con una chica de Aconquija porque decía que era una india malhabida.
-¿Usted llegó a tratarlo?
-Sí, sus hijos eran muy buenas personas. No sé cómo habrá llegado a Aconquija, pero me consta que había sido un soldado raso, no un jerarca como Eichmann. Pero de su rol en el nazismo no quiso hablar. Era agresivo, nada que ver con Eichmann, y nadie los vio juntos nunca en el pueblo. Una vez, en una discusión, le cortó la oreja a un vecino.
Adolf Eichmann se fue de Catamarca cuando la empresa Capri dejó de trabajar en la construcción del dique. Luego se mudó a Buenos Aires y su último empleo fue como electricista en la planta Daimler-Benz de González Catán -antes había trabajado como dueño de una lavandería, criador de conejos y mecánico-. Vivió tranquilamente en Argentina durante diez años hasta que fue capturado por la Mossad en la famosa “Operación Garibaldi”. Fue llevado a Israel donde fue sometido a un juicio que transfiguró al mundo, transmitido por televisión: el ex teniente coronel de las SS en el banquillo, interrogado por los crímenes de seis millones de judíos.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, en el juicio de Nuremberg, los cabecillas nazis lo habían nombrado como el responsable del transporte de los judíos a los campos de concentración. Pero Eichmann había desaparecido de la faz de la tierra. Ahora estaba allí, vivo, joven y con buena salud, respondiendo por las atrocidades en las que jamás asumió ninguna culpa.
¿Cómo un hombre tan aparentemente normal pudo haber participado de crímenes tan horrendos?, se preguntaban varios analistas de la época, incluyendo a Hannah Arendt, quien cubrió las audiencias y luego escribió el libro Eichmann en Jerusalén, en el cual patentó un concepto: la banalidad del mal.
Lo cierto es que dichos acontecimientos formaron parte de un capítulo lejano para sus ex vecinos catamarqueños. El buen Alemán que fue uno de los ideólogos de la Solución Final, que defendía la supremacía aria y el pangermanismo con un odio manifiesto a los judíos, que se fue perfilando como un burócrata perfecto en la aniquilación, que escapó de las garras de los Aliados con una sagacidad notable para camuflarse bajo otras identidades, que aprovechó las licencias del peronismo para gozar de la impunidad en Argentina hasta que fue encontrado por los servicios israelíes.
En su alegato y después de dos meses de testimonios, se acercó al micrófono y habló calmo, sin estridencias. Dijo ante el juez, asumiendo que obedeció órdenes pero poniendo la responsabilidad en sus superiores: “Después de las primeras y rápidas victorias en la guerra de Alemania, el gobierno del Estado, en aquel momento, movido por dichos éxitos, y en la presunción de una supuesta invencibilidad, se degeneró. Debido a esta actitud, se siguieron aplicando medidas estúpidas, sin sentido y sin límite que provocaron una tragedia que nadie podía prever, ni siquiera yo. Para esas medidas, mi cargo y mi posición eran demasiados bajos e insignificantes”.
Y en sus últimas palabras, antes de ser ahorcado, cerró los ojos. Las montañas catamarqueñas fueron parte de la evocación.
-Viva Alemania. Viva Argentina. Viva Austria. Estos son los países con los que estuve más relacionado y no los olvidaré.
Fotos: Nicolás Freda
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