Carlos Eduardo González Feilberg es experto en instalaciones termomecánicas, trabaja para la Universidad de Buenos Aires desde 1988 y junto a esa institución, hace un llamado de alerta sobre un tema del que poco se habla: las deficiencias en el tratamiento del aire en instituciones de salud tanto públicas como privadas que exponen a los pacientes a contraer infecciones intrahospitalarias.
González Feilberg hace un diagnóstico preocupante sobre la infraestructura de hospitales, clínicas y otros establecimientos donde se atienden grandes cantidades de personas diariamente: en diálogo con Infobae, dice que “el 90% de las estructuras están fuera de normas y no cumplen con los requisitos necesarios”.
“Vi quirófanos en los que cuando tenían calor, abrían ventanas. Otros que comparten el aire, lo que internacionalmente está prohibido. Hay lugares con equipos de split de pared. Piensan que el tema es climatizar. Y eso está mal porque hay que tener aire del exterior. Si no renovás el aire al cabo de un tiempo, se consume el oxígeno y se incrementa las partículas en el mismo (no hay dilución de aire). Esto genera cansancio y dolor de cabeza al plantel quirúrgico y, por otra parte, en el paciente se incrementa considerablemente las posibilidades de contaminación. El polvo ambiental y la producción de spray -que permanece dos horas como mínimo en suspensión en el aire- al tomar contacto con las personas en general, se contagian. Esto sucede en todos los ambientes sin filtrado”, agrega.
En este contexto, el hombre decidió actuar y, acompañando por la UBA, promovió la Norma Nacional IRAM 80400 del Instituto Argentino de Normalización y Certificación, la cual regula los sistemas de tratamiento del aire en los establecimientos para el cuidado de la salud de todo el país. En tiempos de lucha contra el COVID-19, se trata de una cuestión de vital importancia, ya que el virus se puede diseminar por el aire.
Pero también es fundamental para evitar complicaciones con otros virus, bacterias y hongos que pueden estar presentes en centros sanitarios y que se transmiten por medio del aire en circulación, por el spray producto de expectoraciones, por la inhalación y expulsión de aire de una persona a otra, y por el ingreso de agentes externos de partículas y gases contaminantes, entre otros.
“De haber contado y cumplido las instituciones de salud con esta norma, se habría reducido el contagio del personal de salud y las contaminaciones entre pacientes”, afirma el especialista.
La Norma IRAM 80400 fue presentada por la UBA en marzo pasado. González Feilberg cuenta que venía trabajando en el proyecto desde hacía ocho años. Afirma incluso que “el bosquejo y el esquema ya los tenía hace dos años”, pero el problema era la ocasión para darle impulso. “No encontraba el momento para presentar el proyecto, porque a veces presentás uno y después queda en la nada. No lo sentía. Hay cosas que son perceptibles, no es todo técnico, y uno se tiene que manejar de acuerdo a como vienen los acontecimientos”, comenta.
Ese momento indicado llegó con la aparición del coronavirus: “Cuando a mediados de febrero del año pasado se empezó a hablar de la pandemia, dije ‘presento la norma’. La redacté y fui con un sobre en la mano a la secretaría. Y en diez días me dieron el ok para empezar con el Comité”.
A partir de la aprobación del IRAM, técnicos, empresas, médicos infectólogos, especialistas en arquitectura hospitalaria, cámaras empresarias y funcionarios de gobiernos comenzaron a trabajar en conjunto para formular la normativa. Las instituciones sin fines de lucro que ayudaron a concretar esta norma y acompañaron al proyecto de la UBA, son el Capítulo Argentino de ASHRAE, la Asociación Argentina de Arquitectura e Ingeniería Hospitalaria (AADAIH) y la Cámara Argentina de Calefacción, Aire Acondicionado y ventilación (CACAAV).
Como se ha dicho, la iniciativa apunta a reducir la cantidad de enfermedades hospitalarias y contagios propios de cada lugar, partiendo de la base de que “la evidencia médica ha demostrado que el aire acondicionado y la ventilación mecánica adecuados son útiles para prevenir muchas enfermedades”. Así se busca establecer los requisitos mínimos y brindar lineamientos sobre las condiciones del aire tratado, controlando su temperatura, humedad, filtrado, renovación, recirculación y eficiencia energética y acústica, entre otros parámetros.
Esto implica realizar modificaciones a hospitales, clínicas y establecimientos de salud. La calidad del aire no solo depende del equipamiento a instalar, de su mantenimiento y su conservación, sino que además se deben adecuar las instalaciones existentes y también se deben ajustar los diseños de edificios, locales y distribución, referentes a la arquitectura hospitalaria. De acuerdo a las proyecciones que se realizan, la readaptación de los inmuebles se llevaría a cabo “en un tiempo entre 5 a 7 años”.
Hasta ahora, en los centros sanitarios de nuestro país se seguían estándares internacionales como ASHRAE (EE.UU.), normas UNE (España), ISO (Europa) DIN (Alemania) o recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, “que muchas veces no se adaptaban a la necesidad argentina para implementarla, o directamente los equipamientos que se instalaban no son diseñados para estos fines”, explicaron desde la UBA. “En Argentina no existía ninguna reglamentación que tenga en cuenta los efectos del aire y la propagación microbiana”, reitera González Feilberg.
El instalador termomecánico también subraya que la norma supondrá, además de la reducción de enfermedades intrahospitalarios, un ahorro económico para las instituciones: “Al controlar el aire, en el área quirúrgica tendremos menos gastos de terapias intensivas porque se reducen los contagios, teniendo en cuenta que un día de terapia intensiva supone un costo considerable en dólares. Con este ahorro de un solo día se reemplazan todos los filtros de los componentes de una unidad de tratamiento de aire, que se requiere reemplazar en un plazo de 6 meses”.
El 9 de diciembre pasado, el IRAM publicó la primera parte del proyecto, que consiste en tablas en las que se detalla la cantidad de movimiento de aire que cada lugar (terapia intensiva, unidad coronaria, la guardia, etc.) necesita, las presiones que debe tener, la humedad relativa. Por estos días se definen los equipamientos y conductos, lo cual se prevé esté concluido para el mes que viene. Luego será el turno de discutir la automatización, las instalaciones eléctricas y el mantenimiento. “Y después viene la certificación de la norma para que haya un grupo de gente que va a determinar y calificar las instalaciones”, explica el asesor de la UBA.
“El camino de mil kilómetros se empieza con el primer paso. Si alguien no dice qué es lo que está bien o mal, no se arranca más. Y algo hay que hacer porque se ha muerto mucha gente”, sostiene González Feilberg. Lo dice a partir de un sentimiento de dolor que brota desde su interior: su madre murió tras contaminarse en la sala de terapia intensiva de un centro médico de Florencio Varela.
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