Uno de los pocos muros exteriores que permanecen en pie en lo que fue el Regimiento de Infantería Mecanizada 3 de La Tablada tenía pintada una bandera argentina y una leyenda: “Con honor y valor defendieron la Patria”. Humilde reconocimiento a los 11 uniformados que cayeron en el copamiento al regimiento que intentó el Movimiento Todos por la Patria entre el 23 y el 24 de enero de 1989.
A principios de este año, uno de los pocos elementos que recordaban en la zona a los que dejaron su vida en plena Democracia durante el gobierno de Raúl Alfonsín, fue tapado por el Ateneo Néstor Kirchner de La Matanza con una pintada que recuerda a Gastón “Tonchi” Flores un joven que fue víctima del gatillo fácil el 3 de marzo de 2002. Según la Justicia reconstruyó el hecho, Flores iba en un auto con dos amigos. El Arieta y Crovara recibieron disparos y aceleraron la marcha. Allí, Flores fue herido. Momentos más tarde, frenaron al ver un patrullero. “Tonchi” descendió del vehículo, pero recibió un escopetazo en el abdomen por parte del cabo de la policía bonaerense Osvaldo Pascual Gómez, que fue condenado en 2006 a 20 años de prisión. Los familiares y amigos de la víctima aseguran que, por lo menos, había dos policías más involucrados en el crimen.
Sin dudas, Gastón Flores merece que lo recuerden. Pero había otras paredes donde hacerlo. Seguramente, quienes dieron la vida en el copamiento a La Tablaba ya tenían ganado ese espacio -el del lugar donde murieron- con creces.
La situación fue advertida por el concejal de La Matanza por el Partido Federal Miguel Saredi, que lo hizo público a través de su cuenta de Twitter.
Los 11 héroes
El primero en caer, entre quienes defendían el regimiento, fue el soldado Tadeo Taddía. Se encontraba barriendo la puerta de la Guardia, y fue fusilado de un balazo mientras esbozaba su rendición. Su única arma en ese momento era una escoba.
Enseguida entró en acción el mayor Horacio Fernández Cutiellos. Desde el edificio de Mayoría comenzó a disparar, abatiendo a tres miembros del MTP e hiriendo a otros cinco. Finalmente fue alcanzado por un disparo y murió. Tenía 37 años, estaba casado con Liliana Raffo y era padre de cuatro hijos. Además de alertar al Ejército sobre el ataque, su acción fue clave para que los subversivos no alcanzaran su objetivo.
Mientras esto sucedía, los atacantes se dividieron. Unos fueron hacia los fondos del regimiento, donde estaban los tanques y otros vehículos blindados. Ese era su verdadero objetivo: el delirante plan del MTP era simular un intento de golpe carapintada -por eso entraron al grito de “Vivan Seineldín y Rico” y arrojaron panfletos simulando ser sus partidarios-, tomar los tanques y salir hacia plaza de Mayo, donde el pueblo los acompañaría. Ni una mente afiebrada podría haber supuesto que terminaría bien.
El llamado “Grupo Tanques” era el que tenía más experiencia en el combate guerrillero. Se dirigieron a los fondos por una calle interna que se llamaba General Belgrano. Promediando el recorrido había un puesto de guardia, cerca de un sector donde practicaban deportes. Allí estaba el conscripto Martín Díaz. Sin dudarlo, abrieron fuego contra él, que respondió y mató a un atacante. Así logró mantener su posición durante algunos minutos, hasta que fue abatido. Por su acción, Díaz fue condecorado por “defender su puesto hasta ser abatido por un grupo de terroristas”.
Detrás de los galpones, en un puesto de guardia llamado Spinazzi (por un teniente primero abatido en el combate frente al ERP en Monte Chingolo el 23 de diciembre de 1975) el cabo primero José Gustavo Albornoz y los soldados Julio Domingo Grillo y Pablo Santiago Perrota oyeron los disparos y se ubicaron para defender el polvorín del regimiento. Durante una hora mantuvieron un tiroteo que no permitió cumplir el objetivo de los atacantes. En un momento, Albornoz fue herido. Grillo lo rescató y lo llevó a las caballerizas, donde el cabo murió. Allí estaban cuando un subversivo los sorprendió, mató a Grillo e hirió a Perrota.
La policía de la provincia de Buenos Aires tuvo su participación y también sus héroes. Mientras los atacantes se dispersaban entre las unidades del regimiento, un soldado logró escapar y llamó desde un teléfono público a la policía. Uno de los primeros en entrar, por la avenida Crovara, fue el comisario Inspector Emilio García García, que estaba de servicio como segundo jefe de la Unidad Regional de La Matanza. Mientras avanzaba recibió un disparo. Este hombre, al que sus amigos apodaban “Gallego” y le gustaba desafiar las olas de Mar del Tuyú, falleció tres días después por la herida recibida.
Minutos después, el sargento de la Policía Bonaerense José Manuel Soria recibió un disparo mortal desde el Casino de Suboficiales, ya ocupado por el MTP. Estaba junto a una patrulla del Ejército, moviéndose por uno de los corredores externos del comedor de la tropa.
En el edificio de la compañía B se libraron cruentos combates. Allí, el MTP tenía de rehenes a varios conscriptos y suboficiales desde la tarde del 23. Uno de los que capturaron era el conscripto Héctor Cardozo, de 20 años. Cuando el Ejército comenzó a atacar el edificio para recuperarlo, los miembros del MTP hacían ponerse de pie a los conscriptos para que miraran por la ventana y les revelaran los movimientos de las tropas. Usaron a chicos de 20 años como escudos humanos. El soldado Eduardo Navascues recibió un disparo. Herido, fue socorrido por Cardozo, que comenzó a curarlo. En eso estaban cuando producto del ataque con disparos de cañón, el techo del edificio se derrumbó. Cardozo, que había logrado cubrirse bajo una cama, murió aplastado.
En medio de la confusión, el sargento ayudante Ricardo Raúl Esquivel se acercó dentro de un vehículo blindado junto a otros miembros del Ejército. Desde allí elevaron el cañón de 20 mm hacia una ventana, que los soldados aprovecharon para escapar del encierro. Esquivel dejó la seguridad del blindado para ayudarlos. Y en ese momento recibió un disparo en el cuello. A pesar de ser socorrido de inmediato, murió poco después.
Conseguido el objetivo de liberar a los conscriptos, el teniente Ricardo Rolón, de la Compañía de Comandos 601, junto a dos camaradas, ingresó al primer piso del Casino de Suboficiales, donde se parapetaban tres miembros del MTP. Arrojaron granadas y cuando se disipó el humo, fueron atacados desde una puerta vaivén y la ventada de un pasaplatos. Rolón recibió un disparo y cayó. Sus compañeros lo rescataron y un helicóptero lo llevó al Hospital Militar, donde murió.
Esa misma noche, cerca de la capilla del Regimiento, el sargento Ramón Wladimiro Orué -veterano de la guerra de Malvinas- se batía frente a varios subversivos que buscaban huir ocultándose en las sombras. Sin elementos de visión nocturna, Orué fue alcanzado por disparos. Alcanzaron a llevarlo malherido al Hospital Militar, pero falleció nueve días después.
Once héroes que seguramente merecen mucho más que una pintada en un muro. Pero el recuerdo estaba, ahí, a metros de donde dejaron su sangre y sus sueños. Sin dudas, alguien se ocupará de reponer esa bandera y esa frase: “Con honor y valor defendieron la Patria”.
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