Carlos Eduardo Robledo Puch no puede creer haber pasado con vida el 2020.
Ante la cantidad de muertes por el COVID-19 y por otras enfermedades, el llamado Ángel de la Muerte que en 1971 y 1972 mató a sangre fría a once personas, no sabe si estar vivo es un milagro o una maldición.
Así es su estado de ánimo. Dice que su cuerpo no aguanta: sus riñones empeoran, tiene asma, una hernia y en 2019 tuvo una neumonía severa.
El martes 19 de enero, Robledo Puch cumplirá 69 años. Y el 3 de febrero tendrá el triste récord de haber llegado a los 49 años de prisión en las cárceles argentinas. “Tengo miedo de morir”, les dice a los guardias de la cárcel de La Plata, donde cumple condena.
La última foto que muestra a Robledo es penosa. Avejentado, con los ojos llorosos, muestra un cartel que dice, en letra imprenta escrita por él: “¡Por favor! Háganme matar, que me sacrifiquen! ¡¡Estoy sufriendo mucho. Les suplico. Cada día es más largo. No puedo más!!”.
“La Ley le otorga esa posibilidad a los 70 años, sin embargo, el juez de Ejecución Penal podría negarla sobre la base de su peligrosidad. Robledo Puch fue condenado a la pena de prisión perpetua, con la accesoria por tiempo indeterminado, justamente por su estado de peligrosidad social”, dice a Infobae Hugo López Carribero, que estuvo a punto de ser abogado defensor de Robledo. Lo visitó y charlaron durante dos horas. Pero fue difícil llegara una estrategia legal en conjunto.
“No se imaginan lo que pasé en tantos años de encierro. Todos los días muero un poco. Voy a morir en la cárcel”, me dijo Robledo hace diez años.
Se refería a las torturas, vejaciones y violencia que sufrió en el infierno de la cárcel.
Torturas
Robledo confesó cada uno de sus asesinatos, pero lo hizo después de que -según denunció- lo encerraran en un cuarto oscuro y secreto de la comisaría 1.ª de Tigre y lo torturaran con picana eléctrica, desnudo, con el pelo largo y los ojos abiertos, atado con los brazos en cruz a una escalera fría.
Esa noche, diría tiempo más tarde al autor de esta nota, se sintió un Cristo crucificado. Cinco días después de esas sesiones secretas informaron del arresto a la prensa.
En 1980 quisieron someterlo como un conejillo de Indias a experimentos de dudosa efectividad. Una mañana, el neurocirujano Raúl Matera —amigo y colaborador de Juan Domingo Perón— recibió a Robledo, que estaba custodiado por dos guardias, en su consultorio. Pero la escandalosa intervención no fue autorizada por Robledo. “A mí nadie me toca la cabeza”, recordó años después.
—Siempre quisieron matarme. Sé muchas cosas. Mi causa fue armada por dinero. Tenían que encontrar un culpable a toda costa. Confesé que había matado a todas esas personas porque habían amenazado con asesinar a mis pobres padres, y me torturaron, pero fueron peores los tormentos psicológicos.
Eso me dijo Robledo en 2008.
Al día siguiente de la caída de Robledo, solo el diario Crónica —dirigido por Héctor Ricardo García— informó sobre la detención. Pero en el breve artículo no dio el nombre del asesino: “Pese al hermetismo de la Sección Robos y Hurtos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, estamos en condiciones de adelantar que detuvieron a un personaje de sombrío historial. El despreciable sujeto, con sus correrías delictivas, sembró a su paso sangre inocente. Lo encontraron en su guarida. Degradantes correrías ha cometido quien prefirió el horrible camino del crimen a la verde y honesta conciencia”.
Los otros diarios publicaron la noticia cinco días después del arresto. La demora tuvo una explicación: los investigadores no quisieron anunciar la detención hasta lograr la confesión del asesino. Durante los días de silencio, Robledo Puch insiste en que lo torturaron.
Tiempo después, diez años antes de su muerte, el prestigioso forense Osvaldo Raffo -que examinó a Robledo 27 veces y dictaminó que era un psicópata perverso- me reveló:
—A ese pibe lo torturaron largo y tendido. Yo estaba en ese lugar, pero no vi nada. Pobrecito. Pero más allá de eso, los crímenes los cometió él. No sé si once. Quizá menos, o quizá muchos más.
Que Raffo lo hubiera confirmado es casi oficial. Conocía a quienes lo picanearon. Porque Robledo no quería hablar.
Otro episodio, y por eso el juicio tardó ocho años en hacerse, es que se prendió fuego parte de su expediente.
Motines
El Ángel Negro vivió la mayor parte de su vida en la cárcel, y sobrevivió a más de diez motines, entre ellos el peor levantamiento presidiario de la historia: un grupo de presos, llamados los Doce Apóstoles, durante la Semana Santa de 1996, tomaron como rehenes a los guardias y a una jueza, e incineró en el horno de la panadería a ocho detenidos acusados de violación. Con los restos de uno rellenaron empanadas; con la cabeza de otro hicieron unos pases de fútbol en el patio. Mientras ocurría la masacre, Robledo Puch se refugió en la capilla de la prisión con la Biblia en la mano.
No se sabe si en algunas de estas revueltas fue agredido. Pero vivió momentos de tensión.
Venganza y abusos
El 7 de julio de 1973, Robledo Puch logró escapar de la Unidad Número 9 de La Plata. Lo recapturaron a los tres días, vencido por el hambre y el miedo.
Ya cuando cayó en la cárcel, le decían Monono, así llaman al que es lindo y corre riesgo de caer en las garras de los peores canallas.
—A él se la tenían jurada por la fuga. Muchos presos no se lo perdonaron porque eso perjudicó un beneficio que se venía para una gran cantidad de muchachos. Lo llevaron al patio, debajo de una escalera, y le pegaron con todo. Le hicieron otras cosas más, que son terribles. Me dio pena ese muchacho. Decía que solo había cometido tres asesinatos, que lo demás se lo habían metido de prepo. Siempre le creí.
Lo mismo me había dicho una vez Rubén Alberto de la Torre, acusado de ser uno de los líderes de la banda que protagonizó el cinematográfico robo en el Banco Río de San Isidro, ocurrido en 2006. Robledo siempre dijo que a él le hubiese gustado dar ese golpe. De la Torre se sonrió cuando se lo conté.
—A Robledo lo conocí en el penal de Villa Devoto. Le hicieron la vida imposible. La cana lo quemó con la picana, y los presos lo maltrataron. Era de clase alta, rubiecito, había leído mucho. Eso muchos no lo perdonan. Sufrió el infierno en la Tierra.
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