Los habitantes de la república Argentina son mayoritariamente cristianos. Dentro de la rama del cristianismo, fue el catolicismo romano la corriente que tuvo y tiene gran injerencia religiosa, cultural, política y filosófica sobre los habitantes de la Nación. Sin embargo, una sociedad rodeada de la simbología católica romana no está exenta de un fenómeno que ocurre desde el río Bravo (frontera entre México y los Estados Unidos) hasta Ushuaia: los “santos populares paganos”. Estas devociones a personas -sean míticas o de comprobada existencia- recorre toda la América Latina. Y son marginales al calendario del santoral católico romano, con el que la jerarquía católica intenta encauzar -dentro de los cánones que establece- el culto a los fieles difuntos.
A estas devociones se refiere el catecismo de la Iglesia Católica en su número 958, La comunión con los difuntos: “La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos, ‘pues es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados’. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor”. En el número 1032, enseña sobre la creencia de la vida eterna: “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: ‘Por eso mandó (Judas Macabeo) hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado’”.
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos: “Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? (...) No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.
Estas devociones no siguen los estrictos cánones para una beatificación y posterior canonización, solo reúne al pueblo en torno a núcleos simbólicos convocantes. No importa la condición social o económica, no interesa si está casado, divorciado, o si es trans-género. No hay ninguna valla impuesta por las rígidas normas de las iglesias para poder acceder a la divinidad por medio de los santos populares. La pregunta es ¿por qué uno se puede acercar a esos seres canonizados por el pueblo sin restricciones dogmáticas? Prácticamente porque la gran mayoría de ellos (no todos) vivieron en una marginalidad social importante o tuvieron muertes horribles y casi siempre siendo muy jóvenes. Pero para mayor sorpresa, muchos de estos “santos populares” (por supuesto de los que se posee algún registro) ni siquiera fueron personas de fe o no poseen ningún vínculo con la religión, o son abiertamente apóstatas del catolicismo romano, o directamente son ateos. Ese no es un dato menor. Las personas van a rogar que interceda ante Dios a personas que no creían en él.
Todas estas devociones poseen el marco sincrético de la parafernalia católica: velas, imágenes, medallas, estampas, santuarios, oraciones, procesiones, etc… Sumemos también a estos fenómenos populares la necesidad de una respuesta rápida a sus demandas a la divinidad. En el tiempo de la inmediatez no se puede esperar que el cielo tarde en contestar más que lo que tarda el buscador de la web en encontrar algo requerido. Por tanto este vacío y desesperación -magnificados por un mundo secularizado y consumista- desata en el pueblo fiel una canonización rápida y efectiva. No hace falta que el “santo popular” haya sido un dechado de virtudes, que haya vivido las virtudes teologales y cardinales en grado heroico, ni un proceso de canonización largo y costoso. Muy al contrario: el proceso es rápido y eficaz y por tanto -al ser un igual que el pueblo común pero elevado al panteón de los santos canonizados- si se le pide algo y el “santo” lo comprende, nos escuchará.
Argentina posee un rico santoral de devociones populares. Cada región posee alguno, y muchos son reconocidos en todo el país y hasta allende las fronteras. Estas manifestaciones sincréticas son sociológicamente una muy interesante manifestación de cierta parte de la sociedad, que reclama a las religiones oficiales (sobre todo la católica), otra lectura y otra visión que la estipulada por los regímenes para una canonización oficial.
Advertida por este tema, la Iglesia busca llevar a los altares a personas que tengan un significante importante para los habitantes del S. XXI. Que conozcan su sentir, sus dolencias, sus modos de vivir. O también causas que tienen profunda raigambre en el sentir de los pueblos latinoamericanos.
La gran mayoría de estos “santos paganos” no poseen una biografía con rigor científico, fehacientemente documentada, con certificados, datos, fechas cronológicas, etc... Son un conjunto de tradiciones orales amalgamadas, pero casi todas poseen temas en común: una muerte trágica, casi siempre en circunstancias dudosas y siendo jóvenes.
De estas devociones populares, la más famosa en la actualidad es el “Gauchito Gil”. Según una de las narraciones de su vida, su nombre completo era Antonio Mamerto Gil Núñez, hijo de José Gil y Encarnación Núñez. Nació el 12 de agosto de un año que podría ser 1847, en Mercedes, provincia de Corrientes. Se dice que amaba los bailes y las fiestas, en especial la de san Baltazar (el rey mago negro, que es objeto de culto en la región de la Mesopotamia Argentina). Fue un peón rural que sufrió los horrores de pelear en la Guerra de la “Triple Alianza”, y que luego fue reclutado para formar parte de las milicias que luchaban contra los federales. La leyenda cuenta que oyó una voz que le dijo: “No quieras derramar sangre de tus semejantes”. El Gauchito no lo dudó más y desertó del ejército. Su deserción, sumada a su fama de mujeriego, le trajo muchos problemas con las autoridades. Sobre todo porque -según la tradición- robaba a los ricos y el botín lo repartía entre los más necesitados.
En la narración más arraigada (por supuestos con múltiples variantes), la policía lo arrestó mientras dormía una siesta luego de una noche de juerga en el marco de las fiestas de san Baltazar. El 8 de enero de 1874 o 1878 decidieron trasladarlo a la ciudad de Goya para ser juzgado, pero en el camino, a 8 kilómetros de Mercedes, cambiaron las órdenes de la patrulla que lo llevaba y los miembros de la tropa lo colgaron boca abajo en un árbol de la zona y el coronel Velázquez lo degolló. “Con la sangre de un inocente se curará a otro inocente”, le dijo el gaucho al coronel antes de ser decapitado. El coronel, luego de narrar el hecho de su decapitación a las autoridades y que se había cumplido la orden se fue a su casa y al llegar encontró moribundo a su hijo. Instantáneamente recordó las palabras de Gil y rogó a él por la salud de su hijo el cual milagrosamente se recuperó. Por tanto, volvió al lugar del ajusticiamiento, y puso una cruz de Ñandubay para marcar el sitio. Y este fue su primer devoto y el primer propagador de la devoción al gaucho Gil.
En los últimos tiempos, la devoción al gauchito Gil se expandió a borbotones y se convirtió en el santo pagano más querido de la Argentina. Todos los 8 de enero más de medio millar de personas concurren a su santuario en la pequeña localidad de Mercedes, Corrientes. Este año fue suspendido por la Pandemia del COVID-19. El obispo de Goya, monseñor Ricardo Faifer, visitó el santuario del gauchito Gil en Mercedes, y también en la parroquia de esa ciudad se celebra misas en la cual se rinde culto a la cruz del gauchito y las imágenes de éste llenan el presbiterio del templo. Hoy las ermitas del “gauchito Gil” pueblan las rutas de casi toda la argentina, ondeando banderas o cintas rojas (color del partido Autonomista de la provincia de Corrientes que -se dice- pertenecía el Gauchito) y los conductores, al pasar delante de una de estas ermitas, tocan la bocina para saludar al mártir del litoral argentino.
Tampoco podemos olvidar a la “Difunta Correa”. Al igual que el “gauchito Gil” no hay datos biográficos certeros que posean todos los criterios de una historia documentada. Por lo tanto, el relato va variando. Tomaremos el más conocido. Deolinda Correa vivía con su marido Clemente Bustos y un pequeño hijo de ambos en un humilde rancho en cercanías de Angaco, provincia de San Juan. Allá por 1830, durante los sucesos de la guerra entre caudillos, las “montoneras” federales de Facundo Quiroga pasaron por su casa en marcha hacia La Rioja y se llevaron a su marido, enrolándolo por la fuerza. Pasado el tiempo, luego de varios días sin tener noticias de éste, al enterarse de que había caído prisionero de los unitarios y preocupada por su estado de salud, Deolinda salió a buscarlo llevando con ella a su pequeño hijo.
Otro relato cuenta que era perseguida por el comisario del pueblo buscando de ella favores amorosos, y prefirió huir en busca de su marido -a quien mantenía una fidelidad absoluta- siguiendo las huellas de la tropa por los desiertos de la provincia de San Juan. Así, caminando, alcanzó a llegar al caserío de Vallecito, en cercanías de Caucete. Salió del lugar con agua y comida, pero la tinaja donde llevaba el agua se le rompió. No obstante continuó su marcha. El agotamiento, la falta de provisión de agua y los rigores del desierto terminaron por desplomar a Deolinda antes de llegar a un algarrobo, y murió.
No se sabe cuánto tiempo pasó desde su muerte hasta que unos arrieros que pasaban por el lugar fueron atraídos por el llanto de un niño, y al seguir el sonido, encontraron el cuerpo de Deolinda sin vida pero con su hijo vivo, amamantando todavía de sus pechos el alimento que le permitió sobrevivir. Los hombres dieron sepultura a la mujer cerca del árbol al que no pudo llegar y se llevaron al niño. Al llegar al Vallecito narraron la historia a otros arrieros. Éstos, al pasar por el lugar de la sepultura de Deolinda, se encomendaron a ella y le dejaron botellas con agua. Y así la devoción a la “Difunta Correa” se expandió, primero entre los arrieros y luego entre los camioneros, los que llevan su estampa en todos sus vehículos.
Para ella también se construirán ermitas en todas las rutas, fáciles de identificar por la cantidad de botellas de agua que se depositan como ofrenda para que “nunca le falte agua”. En Vallecito, además, se construyó un santuario, al que peregrinan miles de devotos todos los años.
Otro de los santos paganos (en este caso “santa”) más contemporáneos es Gilda. El 7 de septiembre de 1996, la cantante de cumbia murió trágicamente en un accidente rutero en la provincia de Entre Ríos, cerca de Villa Paranacito. Estaba junto a su banda, de gira. Con su muerte, nació su culto. Obviamente de ella si se poseen todos los datos biográficos y podemos conocer su vida y trayectoria. Miriam Alejandra Bianchi nació el 11 de octubre de 1961 en el barrio de Villa Devoto, ciudad de Buenos Aires. Comenzó la carrera de maestra jardinera y profesorado de educación física pero debió interrumpirlas en 1977 al fallecer su padre, razón por la cual debió hacerse cargo del hogar. Se casó y tuvo dos hijos. Su carrera musical comenzó cuando respondió a un aviso en un periódico, donde pedían vocalistas para un grupo musical de cumbia. Miriam se convirtió en “Gilda”, en honor a la femme fatale que encarnaba Rita Hayworth en la película del mismo nombre.
El 7 de septiembre de 1996 en el kilómetro 129 de la Ruta Nacional 12 cuando se dirigía al norte de la provincia de Entre Ríos un camión embistió al autobús donde viajaba, falleciendo ella junto a su madre, su hija mayor, tres de sus músicos y el chofer del ómnibus. Extrañamente, de todos los fallecidos en este trágico accidente solo Gilda se elevó al panteón de santos paganos. Ella poseía todo lo necesario para convertirse en “santa popular pagana”: joven, linda, exitosa y muerta trágicamente. Pero al contrario de los anteriores, su culto no se extendió por las rutas argentinas, sino en lugares específicos: el lugar de su fallecimiento -en el cual se encuentra el ómnibus accidentado, convertido en santuario- y su tumba en el cementerio de la Chacarita en Buenos Aires.
Podríamos citar también a algunos otros “santos paganos” que se veneran en la Argentina: La Telesita, la Madre María, Enrique Gómez, Pancho Sierra, el Gaucho Cubillos, el Quemadito, Juan Bautista Bairoletto, Miguel Ángel Gaitán, Pedrito Hallao, Pedrito Sanhueso, san La Muerte. Y últimamente ya ha comenzado a extenderse un nuevo culto: el de Diego Armando Maradona, del ya existía una “iglesia” (La “Maradoniana”) y ya existen “santuarios” . El más conocido, sin dudas, se alza en la cancha de Argentinos Jrs. -el club donde comenzó su singular carrera- en el barrio porteño de La Paternal.
Como dijimos al principio de la nota, hay muchos más “santos populares paganos”. Devociones, todas, que también forman parte del acervo cultural de América Latina.
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