En la mesa 26 de un reconocido café de Mar del Plata, Ariel Acuña no busca redimirse. Allí, contra el cordón de la vereda, o en la cárcel, en donde pasó 25 años de su vida, es el Gitano, al que sus culpas lo perseguirán por el resto de sus días.
El 30 de marzo de 1996, Acuña se amotinó junto con un grupo de presos y tomó la Unidad Penal N.º 2 de Sierra Chica. Aquella guerra se escribió con sangre y culminó ocho días después, con un guardia cárcel y ocho reclusos muertos.
Su rostro ocupó las primeras planas y su mirada observó las cámaras televisivas en la antesala de un juicio que lo condenó por lo sucedido aquel sábado de Semana Santa, en donde las medidas de seguridad se relajaron, y los 12 Apóstoles (así los denominaron) protagonizaron el levantamiento.
Acuña y el resto cortaron los cuerpos en trozos y los cocinaron en el horno de la panadería del penal, a más de 700 grados centígrados. Luego hicieron empanadas.
En su nueva vida, la cual comenzó hace algunos años tras conseguir la libertad, el hombre de 48 años es parte de un negocio familiar que vende accesorios para celulares. Sin embargo, su esperanza se alimenta del canal de YouTube que creó junto con su sobrino, en el cual tiene más de seis mil suscriptores e intenta concientizar a una generación que cree que “cada día se está estropeando más”. “Yo busco que los jóvenes no terminen así”, expresa.
—¿Cómo fue tu infancia?
—Fue bastante jodida, a los cuatro años me dieron en adopción en un patronato, porque mi mamá no nos podía mantener. Ella se prostituía para darnos de comer. Me llevaron a un juzgado de Bahía Blanca. Estábamos ahí con mi mamá, y mi hermana me dijo que se iba. ¿Y sabés qué fue lo primero que vi? Unas rejitas. Ahí empezó todo.
—¿Qué es todo?
—Yo a los 12 años me escapaba de mi casa. A mí me crio una familia gitana, por eso mi apodo. Creo que empezó todo ahí. Me escapé para irme a Bahía Blanca a buscar a mi mamá, fui en tren, llegué al juzgado, y la jueza me dijo que no me iba a decir dónde estaba mi mamá. Y me llevaron a una comisaría. Y me trataron como un preso más.
—¿Sin haber hecho nada?
—Sí, por buscar a mi mamá. A esta altura no sé si está viva o está muerta, porque me lo prohibió una jueza...
—¿Y qué pasó después?
—Me resentí de todo, ese fue el click. Me resentí con todo el mundo. Porque fui preso por ir a buscar a mi mamá. Ahí empecé, después me puse más rebelde.
—¿Por qué empezaste a robar?
—Yo empecé a fantasear con algo. Yo tenía todo lo que quería, mi papá nos traía juguetes de todo el mundo. Tenía cosas importadas que los pibes no podían tener. Pero me volví rebelde, me metía en el Barrio Mitre. Iba a la cancha a ver a Platense. Entraba con los fierros en la mochila. Y ahí conocí a uno que robaba, y dije: “Voy a probar”. Y lo primero que hice fue un banco.
—¿Y qué sentiste?
—Mirá, a los 15 años tenía un departamento en Núñez. Le di la plata a una gente grande con la que trabajaba y me lo compraron. Pero después caí preso. y bueno, se hicieron los otros y lo perdí.
—¿Qué pensabas en ese momento?
—En querer hacer otro banco. Y así sucesivamente. Porque uno dice “no voy a hacer más” y después salís de la cárcel y querés hacer más.
—¿Hacías algo más de robar bancos y blindados?
—No, solo eso.
—¿En qué gastabas la plata?
—La invertía para preparar el robo a otro banco.
—¿Cuánto tiempo tardabas en planificarlo?
—Podía llegar a estar meses. El horario, el día, el método, todo tenía que ser exacto.
—¿Ibas preparado a todo?
—Sí, ahí no podés dudar. Lo mismo con la plata, que no se usaba. Después de sacarla del banco tenía que quedar en un lugar estratégico hasta que parara la bronca.
—¿Qué se siente estar preso?
—Que todos los días te podés morir. Vos te levantás alterado, tu estado anímico cambia desde el primer día en que caés preso. Ya no sos el mismo. Te podés asustar, enfrentar a lo que va a venir o podés esperar. La cárcel psicológicamente te consume. Es imposible estar bien en la cárcel.
—Siempre alguna te va a pasar.
—Alguna no, unas cuantas. Entrás con unas zapatillas y te invitan a tomar mates. Te preguntan por qué estás preso, quién te va a venir a visitar. Hay mucha psicología. Te hablan. Y por ahí te dicen: “Che, ¿no me prestás tus zapatillas el sábado que tengo visitas?”. Y el sábado, cuando terminan las visitas y se las vas a pedir te dice: “Ya fue, si querés las zapatillas vamos a pelear”. Y ahí tu vida cambia.
—¿Y si no peleás?
—Sos débil. Saben que te pueden sacar todo y no te vas a parar de manos.
—¿Qué queda por hacer ahí?
—Cambiarte de pabellón. Ir a uno evangélico o a uno de “refugiados”. Pero sería lo mismo: son presos resentidos que llevan muchos años.
—¿Te gustaría que fuese diferente eso? Que no existan ese tipo de conflictos
—Sí. La gente no entiende eso, lo que es vivir ahí adentro. Mirá, vos podés estar tomando un café con leche en un bar. Está todo bien. Pero viene uno y te quiere robar. Le pegás, se cae, muere y vas preso. Porque pasa eso. Y aunque estés un día o dos días preso, ya está, tu vida no es la misma.
—¿Tenés miedo de regresar a la cárcel?
—No tengo miedo. Tendría que pasarme algo... No sé, yo trabajo en un negocio. Debería pasarme que me entren a robar y yo haga algo. Pero si es por delinquir, no, no lo necesito. Ni pienso en volver a hacerlo. Me cuido mucho, aunque soy bastante calentón.
—¿Medís mucho a la gente?
—Sí. Porque nunca terminás de conocer a las personas, no confío.
—Te noto que estás mirando para todos lados...
—Siempre estoy en estado de alerta.
—¿Por qué? ¿Necesitás observar por si pasa algo?
—Lo hago en mi negocio. Veo todo y me doy cuenta cuando miran otro comercio. Me sale natural. En la cárcel es así, te estás cuidando todo el día. Porque en un momento estás bien, y en otro, se te viene todo el penal encima.
—¿Te invitaron a delinquir de nuevo en estos años?
—Sí. Me siguieron por Berazategui hace dos años y me hicieron parar. Traían una mochila con 270 mil pesos, en rollos, con gomitas. Querían que estudiara un “laburo” y lo hiciera. Les contesté con un no rotundo.
—¿Qué pensás cuando escuchás que alguien dice que a los chorros hay que matarlos, que no sirven para nada?
—No me duele, lo entiendo perfectamente. Lo que no entiendo es cuando me juzgan a mí por lo que hice en Sierra Chica. Yo también hice justicia por mano propia. Y la gente me trata a mí como a un asesino.
—¿No sos un asesino?
—No me considero una persona asesina. Que me digas chorro está bien, pero lo otro es una cruz que yo voy a llevar toda la vida. Lo que hice fue por ayudar a un tercero. Yo saqué la escoria de la cárcel. Eran una lacra. Personas que lastimaban a los presos. Que si no te daba el pecho te pedían a tu mamá.
—¿Cómo es eso?
—Un día me vinieron a visitar y se me acercó una mamá. “¿Usted es el Gitano Acuña?”, me preguntó. Estaba llorando. Me dijo que la habían violado. Que tuvo que entregar su cuerpo porque si no le mataban el hijo. Eso es lo que no entiende la sociedad.
—¿Por eso pasó todo?
—¿Vos dejarías que violen a un familiar? ¿Dejarías que te violen dentro de la cárcel? ¿Si te ponen una faca en el cogote? Yo entré a los 15 años a la cárcel y al segundo día maté a una persona.
—¿Cómo hacías para vivir así?
—Dormía con un ojo abierto.
—¿Y la convivencia con los demás presos?
—Hay cosas que se dejan pasar. Porque si no te tenés que pelear todo el día. Si vos le decís “loco, ¿por qué no te bañás?”. Capaz que te responden “bueno, si querés que me bañe vamos a pelear”. Y listo, te tenés que pelear.
—¿Te peleás pensando en que podés llegar a morir?
—Sí. Y hay gente que quizá prefiere parar y se va del pabellón. Y hay otros orgullosos que siguen. Y el orgullo mata.
—¿Te reconoce la gente? ¿Te preguntan por lo que pasó en Sierra Chica?
—Sí, mucho.
—¿Qué te preguntan?
—Si estaban ricas las empanadas. Pero lo agarro de quien viene. Digo: “¡Qué gente pelotuda!”. Yo no comí empanadas. Fue un hecho que pasó y lo veo así. Vos fijate: me dicen asesino pero me preguntan si estaban ricas las empanadas. Y lo toman como un chiste. Es una persona la que está ahí. Así es la mente del ser humano.
—¿La peor cárcel para estar preso cuál es?
—Olmos. La primera cárcel que cerraría es Olmos.
—¿Qué pasa ahí?
—¡Qué no pasa! Todo lo que puedas imaginarte vos y todo lo que pueda suceder. Es una favela.
—¿Cuál es tu mayor crítica hacia el Sistema Penitenciaro?
—Que es un desastre. Todo es un desastre. Piensan que a los presos los puedan quebrar así nomás, y cuando llevan muchos años en la cárcel es imposible quebrarlos. No los adiestra nadie.
—¿Y cuándo se dice que hay presos que prefieren estar adentro?
—Es verdad. Robledo Puch es uno de ellos. Ya está, vivió toda su vida preso. Mucha gente se adapta a eso.
—Contame, ¿por qué decidiste armar un canal de YouTube y volcar ahí tus experiencias carcelarias?
—Mi único objetivo es mostrarles que yo no leí nada en un libro. Que muchos que pasan por eso, que se hacen los chorros y delincuentes, no solo van a ir presos. Que le va a pasar de todo. Trato de abrirles los ojos. Les digo que si tienen que ir a vender medias, vayan a hacerlo. Y que si están bien económicamente y peleados con la familia, que hablen con sus viejos.
—¿Te molesta que se utilice el lenguaje carcelario en la calle?
—Me da asco. ¿Estás en libertad y hablás así?
—¿En qué año saliste?
—2014.
—¿Valorás la libertad?
—¿Si valoro la libertad? La empecé a valorar cuando mi hijo me pidió que no lo volviera a dejar solo.
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