El último payaso de Pinamar: Agapito Catalán y el increíble mundo de un artista que lleva 51 veranos en la calle

Tiene 81 años y es clown desde niño. Su primer verano en esta ciudad fue en 1970. Secretos y misterios de un hombre solitario: “Será hasta que las velas no ardan, voy a morir con los globos en la mano”

Agapito Catalán recorre todas las noches la avenida Bunge: "Vivo de los globos, me encanta ser payaso"(Diego Medina)

Agapito Catalán surfea la ola de gente en la esquina más transitada de Pinamar a la hora en que las familias salen a pasear o cenar o tomarse un helado, recién bañadas y con la frente colorada del día de sol. Entre la maraña de veraneantes, Agapito Catalán se acerca a un niño de campera negra que va sobre los hombros del padre treintiañero. El chiquito lo viene mirando como si no quisiera mirarlo pero no pudiera hacer otra cosa que mirarlo. El payaso le apunta con una espada azul hecha con un globo y dispara su frase rompehielo: “Hola, che, ¿hace frío allá arriba? ¿No querés un globito?”.

El nene no le saca los ojos de sus ojos. Una sonrisa se le insinúa en la cara pero el padre no detiene jamás la marcha y el contacto se diluye. El nene gira el cuello, sonriente y raro, pero el padre se aleja con las manos de su hijo agarradas a su mentón. Agapito aspira un “rata” que casi no se oye y vuelve a buscar entre la marea, como un surfista zen, hasta que en un momento aparezca el público para su espectáculo de globos y chistes cándidos.

Desde 1970, todos los veranos, este hombre de 81 años recorre las cinco cuadras más transitadas del centro de Pinamar. Nunca faltó una temporada. Ni lo piensa hacer. En pleno 2021 es una postal extraña: un payaso de carne y hueso que quiere conquistar los corazones virtuales de la Generación Z.

No se conoce su nombre real. Ni el anterior al artístico actual. Hubo un tiempo en que Agapito Catalán se reinventó. Existe como tal hace unos 20 ó 30 años, una fecha inexacta. Nació cuando un anciano (”de la edad que yo tengo ahora”) sobre la avenida Bunge le dijo que él le hacía acordar a un tradicional payaso de su infancia en Santiago del Estero, que se llamaba, justamente, Agapito. “Y me emocioné con la historia y me quedé con el nombre, como homenaje”.

"Ya nadie sabe qué quiere decir pito catalán", ríe el payaso

- Y una vez estaba en Gesell y un hombre me pregunta por el apellido, le digo ‘los payasos no tenemos apellido, somos Pirulito, Fofito’ y el hombre me dice ‘tu apellido es Catalán, Agapito Catalán’, y yo lo abracé y casi le doy un beso, lástima que ahora ya nadie sabe qué significa el pito catalán.

Agapito es el payaso más antiguo de estas playas, el clown que venció al tiempo. Todavía va y viene por el centro comercial de Pinamar con sus globos, vestido con un traje multicolor de “tela de camiseta de fútbol”, un sombrero negro forrado de flores de pana, nariz roja, zapatos inmensos y un barbijo blanco y gastado. Sin maquillaje. Nada cambió en su rutina en medio siglo. Igual ahora que cuando no existía la TV color y Pinamar era un pueblito armado por familias de la alta burguesía porteña.

Un buen payaso tiene que tener buena onda, ser cariñoso con los niños, yo amo ser payaso, y amo a los niños, no porque me compren el globo”, explica.

Con los globos, Agapito es un artesano. “Te hago la Pantera Rosa con los brazos, las piernas, todo. El Hombre Araña, a mí no me gusta, pero a los chicos les gusta y me sale bien. Los nenes quieren espada, espada, espada, dinosaurios, el perrito que camina”, explica cuando por delante de su nariz roja pasa una nena extrovertida que, al verlo, se enciende de curiosidad y lo saluda.

“Mirá cómo camina el perrito’”, le lanza él y le muestra “el perrito que camina”, dos globos atados con forma de can a los que él le da vida, como si fuera un titiritero. La nena se fascina pero la fantasía dura poco, su madre, que camina un metro adelante la arrastra con el hilo imaginario que las une.

"Me encanta ser payaso, me encanta, me encanta. Yo trabajo con los más amorosos e inocentes, que son los chicos"

Antes me compraban, ¿sabés cómo despachaba?, dice Agapito, que aclara: “Yo no vendo globos, yo pido 200 pesos por el show que yo te hago mientras armo el globo. Soy un artista. Doscientos pesos no te cambian la quincena. Pero bueh. Me encanta ser payaso, me encanta, me encanta. Yo trabajo con los más amorosos e inocentes, que son los chicos. Aunque mi hija que es veterinaria dice que los animales son los más inocentes”.

Agapito Catalán tenía cuatro años y ayudaba a su mamá a confeccionar los títeres para las funciones de los fines de semana en su pueblo, San Cristóbal, en el norte de Santa Fe. Su mamá era maestra y escribía obras de teatro infantil, que actuaba con títeres. Agapito recuerda la escena de su hogar como si fuera ayer. Pasaron 77 años.

“Mi vieja era maestra y titiritera y yo andaba con ella. Era una genia era. Vivíamos en San Cristóbal, al norte de Santa Fe, pero ahí casi no dábamos funciones, solo una vez en una biblioteca. Mi vieja escribía las obras y hacíamos los muñecos. Yo a los 4 años ya los hacía, hacíamos la cabeza de los títeres con mate calabaza, teníamos planta de mate en casa. Nos sentábamos con mi hermana y ayúdabamos. Yo le digo El Gaucho Gil a mi hermana porque nació el 8 de enero, ahora cumplió 86 años. Escribe cuentos infantiles, siempre está en la feria del libro, ahora ya está vieja, no quiere venir y con la pandemia menos”, relata Agapito, que recuerda el humilde circo familiar.

- Era un circo pobre, sin carpa, sin nada. Yo hacía de presentador y de payaso, ahí nació todo. Era un campito pero teníamos equilibrista.

Agapito Catalán heredó el gusto por entretener a los niños de su madre, titiritera

- ¿Y cómo se hizo payaso?

- Yo aprendí a los golpes, siempre me gustó, no hice curso, nada. Dejé un tiempo para estudiar lo que quería mi viejo, en casa eran todos docentes. Y mi viejo quería que sí o sí fuera maestro, pero a mí no me gustaba eso. Yo quería ser payaso.

Agapito recorrió las provincias del norte hasta que en 1970, durante su luna de miel, conoció Pinamar. Desde ese verano es órgano vital de la avenida Bunge, aunque la crueldad de la modernidad lo mandó al segundo plano.

- Yo vivo de esto. Cuando venía a Pinamar los primeros años traía una Dodge carrozada, con dormitorio, todo arriba. Traía mercería para vender al por mayor todo el año y cuando llegaba el verano agregaba juguetería, todo. En Pinamar había cinco kioscos y les vendía a todos.

- ¿Y por qué eligió Pinamar para ser payaso y no Villa Gesell que tenía una tradición más bohemia?

- Porque había gente de guita. Paxapoga, el bar que cerró este año, era chiquito, tenía 10 mesas. Era gente bacana, yo entraba ‘buenas nooooches’ y las señoras agarraban y te hacían un rollito con un billete que hoy sería de 500 o de 1.000. Y te lo daban y no querían globos. Ahora Pinamar está más mezcla, antes era selecto. No venía cualquiera. A la mañana recorría los kioscos y a la noche payaseaba.

- ¿Le gustaba el público de aquella época o prefiere este?

- Era otro público, me gustaba más aquel. La primera estación de servicio estaba ahí donde está la heladería esta famosa, venían los tipos a cargar con los últimos modelos. ¿Los bacanes qué traían? Fairlane, Polara, eso cochazos, Chevrolet Super Sport. Se hacía una cola de tres cuadras y no existían estos globos. Y yo inflaba un globo que le decían “el conejo campeón”, era enorme, cada oreja era inmensa, inflabas con los pulmones, yo tengo jodido el diafragma por eso, ahora. Si vendés eso ahora no te lo compra nadie… porque no entra en el auto.

Agapito Catalán tiene 81 años

- ¿Y usted recorría la fila de autos?

- Y yo iba y venía, tooooda la cola, ay por Dios. Y lo mismo hacía en la playa. Yo fabriqué acá la primera burbujera, y metía playa, 17 kilómetros por día caminaba, sin contar los viajes de la orilla a las carpas una y otra vez. Cuando soplaba el viento sur yo andaba con las bubujitas y llenaba las carpas con eso, no sabés qué cosa hermosa, los burbujeros que vendía. Me vendía hasta 200 por día.

- ¿Y eso le servía para vivir, era suficiente?

- Me compré mi casa, todo. Mi vieja trabajaba gratis, si me viera laburando así se enojaría.

- ¿Por qué?

- Ella era bohemia y decía “esto no se cobra”. ¿Che, sabés lo siento en el alma?

- ¿Qué?

- Tenía un cuaderno lindo, viejo, grueso así, antiguo, con la letrita de mi mamá, que era una letrita dibujada de maestras de antes, las obras de teatro de títeres que escribía, espectaculares, y lo perdí, mi mujer me tira todo.

- ¿Y ahora viene solo?

- Sí, pago 7.000 mil pesos a una señora que la cuida, está enferma. Por eso tengo que vender globos.

Agapito vive el resto del año que no es verano en Lomas de Zamora. Allá, en el Conurbano bonaerense, también es payaso. Todo el año es payaso Agapito Catalán. Tiene dos hijos. La veterinaria y un hijo contador que vive en China, a donde se fue a enseñar tango. “No sabés cómo bailan los chinos”, se asombra.

(Diego Medina)

Tiene un nieto, hijo de su hija, que está por cumplir años. “Nació el 31 de enero, yo tenía el nombre perfecto, Findemés, pero le pusieron Joaquín”, bromea. “Pero mi hijo no es bohemio. El 22 del mes pasado fue papá con su mujer china, así que tengo un nieto argenchino, todavía no lo conozco con todo este tema del Covid”.

- ¿No tiene miedo de contagiarse COVID-19?

- No me gustaría contagiarme. Me fui de mi casa para no estar con mi mujer. El día que la gallega me hizo el traje de payaso fui con mi mujer. Entonces me lo pruebo y la gallega le pregunta ‘¿y le gusta, señora?’. Ella dice ‘y no, tiene muchos colores’. Pero soy un payaso. ‘Es un payaso’, le dice la señora, ‘¿quiere un traje gris?’. ‘Ah, sí, a mi marido le queda bien el gris’, dijo. ¿Podés creer? Eso sí, después en mi casa viven bien, ¿eh? Con los globitos comieron todos, pero ahora necesito vender para que cuiden a mi esposa.

“Es un poco solitario el trabajo del payaso, hay momentos que me siento solo, pero en general me gusta andar así”, confiesa Agapito.

- Mirá, yo primero empecé con una Dodge y el buche era mi dormitorio, con velador, todo, cocina. Después la vendí y me compré una Traffic larga y la equipé igual. Cocinaba para cinco, venían todos los payasos y después los largué porque perdía tiempo, cocinaba y después venía uno y no tenía hambre, el otro se gastaba la guita en el bingo y no me daba para la comida, mandé todo a la mierda. Y ahora alquilo un monoambiente a una señora que me conoce hace más de 40 años, arregla ropa, tiene taller y arriba tiene un entrepiso de 3 x 7 pero tiene todo, el baño es chiquito de 1 x 1 pero tengo calefón eléctrico. Estoy mejor que nunca, no tenía TV ni radio. Recién hoy me compré una radio.

(Diego Medina)

-¿Cómo se compite hoy por la atención de los nenes contra la tecnología?

-Terrible. Mirá, antes había otros payasos, pero ni a los talones me llegaban. Ahora, la tablet y los celulares son mi peor enemigo. Los nenitos tiqui tiqui, apenas te miran, andá a venderle un globo.

-¿Y los padres?

- Son más difíciles que los nenes.

-¿Se siente discriminado acá por ser un trabajador de la calle?

- A veces me siento discriminado, sí, yo no les doy bola. Pero a veces te duele porque cada globo es un show. Por ejemplo (explica su actuación) ‘el perrito, perrito o perrita, si es nena te dice perrita, ¿sabés cómo se hace para hacer una perrita? Yo tengo hija veterinaria, haciendo globos la banqué hasta que se recibió, y ella me enseñó -y los padres te miran-, si se pone contenta es perrita y se se pone contento es perrito’. Yo trabajo así.

“Es un poco solitario el trabajo del payaso, hay momentos que me siento solo, pero en general me gusta andar así”

Agapito Catalán ríe de su propio humor inocente apto para todo público. Es un día más de su rutina de hace 51 años. Empezó a las siete de la tarde y es la 1 de la madrugada cuando baja la persiana de su show itinerante por la avenida Bunge. Pero ni ahí se saca la nariz, ni el sombrero. Su traje es su piel.

“Esto es siempre así, es lo que me gusta. Y será hasta que las velas no ardan. Voy a morir con los globos en la mano, me siento bien, esto me anda, viste?”, dice Agapito. Y con el globo inflado como una espada azul apunta a su cabeza: “Tengo memoria, tengo todo, de acá me sacan con los pies de payaso para adelante”.

Y entonces se toma una cerveza en un bar amigo y apoya el sombrero sobre la mesa y luego se levanta, agradece la cerveza de cortesía por tantos años de arte callejero, y camina lento hacia su habitación. Cruza y saluda al sereno de un hotel tres estrellas del centro, le grita un chiste a la kiosquera que espera clientes sentada en una reposera en venta y se aleja. Los colores de su traje se apagan en la distancia.

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