Hoy martes es un día capicúa: 12 -1- 21 ¿nos traerá buena suerte?

Un divertido personaje de historieta llevó a que la palabra encarnara a la fortuna inesperada. Pero ¿qué es la suerte? ¿existe? Las cuatro condiciones que tienen las personas afortunadas según un famoso psicólogo. Qué pasó el último día capicúa que vivimos en la Argentina

Los viejos boletos de colectivo y los números capicúa que se guardaban porque "traían suerte"

Algunos lectores, que no reparan demasiado en el almanaque, probablemente han pasado por alto que hoy es martes. Más aún, que es 12 del 1 del 21.

También es posible que por razones de edad, una gran cantidad desconozca el significado de la palabra capicúa, que actualmente se usa muy poco.

Y otros, quizás, no creen en la suerte. Ni en la buena, ni en la mala.

Pero sí, señoras y señores: este martes 12 - 1 - 21 es capicúa. Y hay chances de que nos traiga buena suerte.

Antes que nada, veamos qué significa capicúa.

Es la cifra que si se lee de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, expresa igual cantidad. O sea, el número que, leído al derecho o al revés sigue siendo el mismo. Por eso este 12 - 1 - 21 cumple con ese requisito. De acá para allá y de allá para acá, es el mismo número. Como 15.351, por ejemplo. O el 238.832.

En cuanto a su origen, la palabra capicúa proviene del catalán cap: cabeza y cúa: cola. Cuando se castellanizaron, ambas quedaron unidas con una i latina.

Pero la cosa no termina con los números.

También hay palabras que se pueden leer en un sentido o en el otro, sin que modifiquen su significado: radar, Neuquén, reconocer, somos. Y frases como “amor a Roma”, “la ruta natural” o “yo hago yoga hoy”.

Son el equivalente a los números capicúa y se llaman palíndromos.

¿Se animan a buscar en Google? Van a encontrar que palíndromo nace del griego “palin dromein”, que significa volver a ir atrás.

Aunque más divertido será guglear la palabra capicúa. Porque se van a encontrar con un dibujo humorístico de cara redonda y grandes dientes. Un personaje de historieta que tuvo mucho éxito y fue creado por el dibujante argentino Adolfo Mazzone. Comenzó a publicarse en Patoruzú y años después le dio título a su propia revista, que aún hoy se consigue en Mercado Libre.

Este Capicúa de la tira cómica era un chico no demasiado despierto, pero que tenía muchísima suerte. A tal punto que su tío Olegario -con la complicidad del profesor Bambufoca- trataba sistemáticamente de aprovecharse de esa condición natural de Capicúa, para enriquecerse a su costa. Pero ellos siempre fracasaban en su intento y terminaban apaleados, mientras que el pibe se llenaba de dinero, joyas y todo tipo de riquezas. Y así como los malvados de la historieta recibían su castigo, los amigos de Capicúa siempre obtenían un beneficio del azar que premiaba al protagonista.

Capicúa: un personaje de historieta que tuvo mucho éxito y fue creado por el dibujante argentino Adolfo Mazzone

Ingenuo y de buena voluntad, Capicúa pasó a ser la encarnación de la buena suerte. Y su nombre de historieta se incorporó al habla popular, como significado de una característica venturosa. Capicúa era el símbolo de la fortuna, de la riqueza inesperada.

Por eso siempre fue un buen augurio sacar un boleto capicúa.

Cuando no existía la tarjeta SUBE en los medios de transporte se sacaba un boleto. En los colectivos, en el subterráneo. En el tren. Y antes aún, en los tranvías.

De papel en casi todos los casos, de cartón en el ferrocarril, el boleto era el pase que acreditaba que el pasajero había pagado su viaje. Tenía una numeración impresa, de cinco cifras en el caso de los colectivos y de cuatro en la mayoría de los trenes.

Cuando ese número se podía leer de izquierda a derecha o de derecha a izquierda sin que cambiase la cifra, se había producido un acontecimiento feliz: al viajero le había tocado un boleto capicúa.

El boleto te lo daba el chofer, cuando subías al colectivo. Vos pagabas y él arrancaba el segmento de papel que salía de una expendedora de metal, ubicada al costado del volante. Aún hoy, en muchos lugares de la Argentina esa maquinita plateada sigue prestando servicio.

Y aunque parezca mentira, a veces el pasajero sacaba dos o tres boletos más -aunque viajase solo- si advertía que estaba a un par de números de una cifra capicúa.

Es que sacar un boleto capicúa era la secreta ilusión de todos los que soñaban con un golpe de suerte que cambiase la sufrida rutina cotidiana. El boleto capicúa simbolizaba la buena suerte. La misma que tenía el gordito dentudo de la historieta.

Y como la carga positiva del boleto capicúa no tenía vencimiento, el papelito o el cartoncito no se tiraban. Al contrario, se guardaban. En la billetera, dentro de un libro o en un cajón de la mesita de luz.

Y también aparecieron los coleccionistas de boletos capicúa.

Pinturas rupestres

En algunos casos, con la creencia de que la suma de papelitos equivalía a buena suerte acumulada. Pero en general se trataba de fanáticos del coleccionismo, actividad que tanto apunta a los cochecitos en miniatura, banderines de equipos de fútbol o lapiceras.

Así fue que se constituyó el Círculo de Coleccionistas Capicúas. El fundador era un aficionado llamado Armando Vera y la entidad comenzó sus actividades, como no podía ser de otra manera, el 28 - 8 - 82. Es decir, un día capicúa.

La entidad suele participar de La noche de los Museos y tiene una réplica en Chile, donde la agrupación principal tiene el inequívoco nombre de “Boleccionistas”.

Actualmente el CCC es presidido por Néstor Mara y se reúne en el primer piso de un lugar lleno de historia porteña, el Hotel La Argentina de la Avenida de Mayo 880. Como sucede siempre en el mundo de los hobbies y las colecciones, allí hay canje. También piezas difíciles de conseguir y búsquedas interminables.

En algunos casos, aparecen colecciones completas que son donadas por la familia de un aficionado fallecido. Y no faltan las leyendas, como la que aseguraba que un millón de boletos capicúa podía ser canjeado por una silla de ruedas.

Esto último parece haber sido un mito.

Aunque para mucha gente el verdadero y enorme mito es la creencia de que un pedacito de papel trae suerte.

¿Y qué es la suerte?

Antes y ahora, desde el punto de vista idiomático, daría la sensación de que la suerte está establecida por el rigor de los hechos. Y que eso es inmodificable.encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito o casual”. Ya en 1884 el Diccionario de la Real Academia Española decía: “Fortuna, acaso, accidente, azar.”A

Richard Wiseman se ha convertido en un autor de superventas y en su libro Nadie nace con suerte asegura que las personas afortunadas se caracterizan por estas cuatro condiciones:

ntes y ahora, desde el punto de vista idiomático, daría la sensación de que la suerte está establecida por el rigor de los hechos. Y que eso es inmodificable.

Pero el hombre primitivo veía las cosas de otra manera. Especialmente las mujeres que, como afirma el arqueólogo norteamericano Dean Snow, fueron las encargadas de realizar la mayoría de las pinturas rupestres.

Ellas fueron las que 35.000 años años, en las paredes y en los techos de las cavernas, dejaron uno de los mensajes más rotundos del arte paleolítico: las mujeres con senos enormes. Esas imágenes, de un altísimo valor sagrado y comunicacional, eran una directa invocación a la fertilidad. Le estaban pidiendo al destino que la realidad fuese tal como la querían, para mantener la especie.

Por supuesto, hay posiciones diferentes. Y desde el otro lado de la biblioteca, de la vereda de enfrente, esto se califica como una superstición absolutamente irracional. Lo cual no parece quitarle el sueño al británico Richard Wiseman, quien coincide absolutamente con las requeterrecontrabisabuelas de Altamira y asegura que la suerte es una profecía autocumplida.

Wiseman es un psicólogo de formación científica, que de joven trabajó como mago en la calle. Se ha convertido en un autor de superventas y en su libro Nadie nace con suerte asegura que las personas afortunadas se caracterizan por estas cuatro condiciones:

* Tienen una gran habilidad a la hora de crear o identificar las buenas oportunidades.

* Toman buenas decisiones haciendo caso a su intuición.

* Crean profecías autocumplidas a partir de las expectativas positivas.

* Adoptan una actitud resiliente que transforma la mala suerte en buena.

El gol de Nacho Scocco en un día capicúa

Acaso sin saberlo, aquel Capicúa de la historieta de Mazzone tuviese esta personalidad: elegía bien de acuerdo a sus chances, no se traicionaba, se planteaba un objetivo y aprovechaba las enseñanzas de un fracaso.

Entre el determinismo del diccionario y la plasticidad anticipada por el arte rupestre y refrendada por Wiserman, este martes 12 del 1 del 21 invita a recordar que pasó el último día capicúa que hemos vivido.

Fue un domingo del año pasado: el 02 -02 - 2020. Ese día River le ganó 2 a 0 a Central Córdoba.

Y en el último minuto Ignacio Scocco hizo un golazo espectacular, dejando en el camino con caño incluído a los dos centrales y luego eludiendo al arquero.

Me dirán que Nacho ha tenido una carrera desafortunada, con muchas lesiones, incluyendo la última fractura de clavícula. Pero a eso se le puede contestar que siempre se recupera y vuelve a jugar en el más alto nivel de calidad. “Una actitud resiliente”, diría el exmago Wiseman.

Ese mismo domingo capicúa del año pasado, los diarios mencionaban a Claudia Ledesma, presidenta provisional del Senado (Tiene el mismo cargo que en su hora ocuparon José María Guido o Alejandro Díaz Bialet.) Por viaje al exterior de Alberto Fernández a Europa y de Cristina Fernández a Cuba, la legisladora santiagueña quedaba a cargo del Poder Ejecutivo Nacional. Fue un brevísimo mandato, recuerdo que quizás conserve con la misma ilusión de los coleccionistas de capicúas.

Suerte loca

De todos modos, el debate sobre la existencia o no de la buena suerte no se agotará aquí. Al descreimiento absoluto y su contraparte autoestimulada se le suma el tango, que ofrece una mirada honda y reflexiva.

Esto es en Suerte loca, donde la melodía de Anselmo Aieta enmarca los versos de Francisco García Jiménez, esos que de entrada nomás sientan una posición:

-Al saber lo llaman suerte…

El protagonista se ha fogueado en el fracaso, lo que le ha enseñado a recuperarse:

-Para ganar, primero perdí…

Y al final regala una clave y comparte un secreto:

-Suerte es conservar una ilusión…

Si la tenemos, cualquier día puede ser capicúa.

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