El apasionante River-Boca que ganó Juan Domingo Perón

Fue un domingo de 1953 en el Monumental. Boca ganó 3 a 2 de visitante. El partido que tuvo de todo: un gol en contra, un penal atajado y un resultado que se definió en el último minuto. En el palco estaba el Presidente argentino con un invitado muy especial: el hermano del primer mandatario de los Estados Unidos Dwight Eisenhower que emocionado vivía su primer super clásico. Desde el Braden o Perón y el discurso antinorteamericano muchas cosas habían cambiado en el mundo. Argentina, cuya economía estaba resentida, necesitaba crédito. La carta de Perón y la lucha contra el comunismo que trajeron dólares al país

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Milton Eisenhower con Perón en la cancha de River
Milton Eisenhower con Perón en la cancha de River

Pocas veces hubo un River-Boca tan emocionante.

Se jugó el domingo 19 de julio de 1953, en el Monumental, que en ese entonces aún tenía el formato de herradura. Boca ganó 3 a 2 de visitante, en un partido que tuvo de todo: un gol en contra, un penal atajado y un resultado que se definió en el último minuto.

Los boquenses empezaron arrollando a River y se pusieron en ventaja con un gol de Elio Montaño.

Hasta que el “Gallego” Mouriño, en una jugada desafortunada, hizo un gol en contra de su propio arco y River empató 1 a 1.

Un rato después, el árbitro inglés Sunderland dio penal para los locales. Hubo muchas discusiones y hasta un principio de gresca, lo que dio tiempo para que los fotógrafos que estaban detrás del arco de Amadeo Carrizo atravesaran la cancha corriendo y se ubicaran del otro lado, a las espaldas de Julio Elías Musimesi. Ninguno quería perderse la foto del gol.

Sin embargo, en los archivos sonoros se puede encontrar el relato de Fioravanti, que esa tarde dijo:

-El half izquierdo Mantegari será el encargado de ejecutar la pena máxima… Toma carrera el número 4… Patea… ¡¡¡Atajó Musimesi, atajó Musimesi!…

La proeza de aquel guardavallas chaqueño, cantor de chamamés, logró que terminaran el primer tiempo empatados.

Después del descanso, River atacó permanentemente. Con mejor técnica individual y mayor cohesión colectiva, llegó una y otra vez al arco boquense.

Hasta que, a la media hora del segundo tiempo, el wing izquierdo Félix Lousteau anotó el gol que parecía liquidar el partido.

No fue así.

Escribiendo una página inolvidable en la historia de los superclásicos, Boca lo dio vuelta en los últimos seis minutos. Primero empató Navarro. Y en la jugada final el centrodelantero Rolando se anticipó a la salida de Amadeo Carrizo y selló la victoria xeneixe.

El slogan "Braden o Perón"
El slogan "Braden o Perón"

Por supuesto, la alegría de los hinchas visitantes era desbordante.

Aunque había alguien más que estaba muy feliz por el extraordinario espectáculo que habían protagonizado los jugadores. Era Juan Domingo Perón, por entonces presidente de la Nación. Y el motivo de su satisfacción no tenia nada que ver con el resultado, sino con la imborrable impresión que el juego intenso y el ambiente popular habían causado en el invitado especial que esa tarde lo acompañaba en el palco de honor.

Era Milton Eisenhower, hermano Dwight Eisenhower, el presidente de los Estados Unidos.

Apenas 10 años antes, los coroneles del GOU habían gestado en el país el golpe de estado que derrocó al presidente Ramón Castillo. Y en 1946, uno de esos coroneles alcanzaba la presidencia de la Nación, utilizando un lema propagandístico que haría historia: “Braden o Perón”. Braden era Spruille Braden, el embajador de los Estados Unidos en la Argentina.

Y él representaba a los “contreras”, que encolumnados detrás de la Unión Democrática se opusieron al imparable triunfo de Juan Domingo Perón.

Pero desde entonces y hasta aquella tarde del Boca 3-River 2 muchas cosas habían cambiado, en el mundo y en la Argentina.

La Segunda Guerra Mundial había concluido en 1945 con el triunfo de los aliados. Esa victoria militar consagró a un personaje que diseñó y ejecutó la campaña final contra el nazismo: el Comandante Supremo de las tropas aliadas en Europa, el general Dwight Eisenhower, conocido como “Ike”.

Desaparecido Adolf Hitler de la escena, la posguerra provocó una recomposición de los bloques de poder y la aparición de la llamada “Guerra fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Eso, en medio de una economía dañada y una dolorosa etapa de reconstrucción. Para muchos países, fueron años durísimos. Para Argentina, en cambio, la situación ofreció inicialmente alternativas favorables.

Poco a poco esto fue cambiando y ya en los primeros años de la década del 50 Estados Unidos y Europa iniciaron una lenta recuperación. Paralelamente, la situación financiera de Argentina mostraba dificultades. De una fase inicial de incentivación del consumo, era imprescindible comenzar la etapa de la producción.

Arturo Frondizi y Dwight Eisenhower durante la visita del presidente de los Estados Unidos a la Argentina en 1960
Arturo Frondizi y Dwight Eisenhower durante la visita del presidente de los Estados Unidos a la Argentina en 1960

Echemos un vistazo a esos hechos históricos, que son apasionantes porque ofrecen paradojas sorprendentes. Aparentes contradicciones, que nutren de humanidad la frágil y falible conducta de los personajes públicos. Hagamos foco en el hermano de ese sorprendido y fascinado espectador del Boca-River en el que Musimesi atajó un penal. Es decir, pongamos la lupa en Dwight Eisenhower.

Siendo Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, decidió reforzar al máximo la disponibilidad de soldados activos en el frente de batalla. Y para ello ordenó que todo el personal masculino que se desempeñara como chofer de los oficiales, debería ser destinado a tropas de combate. Y resolvió que esos puestos de conductores de vehículos fuesen ocupados por personal femenino.

También a él lo alcanzó la nueva disposición y así fue que el Cadillac que le estaba asignado pasó a ser conducido por la sargento Kay Summersby Morgan, una irlandesa 19 años menor que él. Para entonces, Eisenhower era un cincuentón y llevaba muchos años casado con Mamie Geneva Doud, a quien le escribía frecuentemente diciéndole que extrañaba la compañía de una mujer, como consecuencia de los largos períodos de soledad que le imponía su responsabilidad militar.

Muchos años más tarde, en una entrevista, Mamie recordó que apenas un mes después de casarse Ie hizo las valijas y al despedirse de ella le dijo que no sabía cuándo podría volver. “Al verme llorar me estrechó en sus brazos y me anunció: ‘Mamie, debes comprender algo. Mi país es siempre lo primero y siempre lo será. Tú tendrás el segundo lugar’”.

En ese momento, cuando comenzaba su carrera militar, ese joven oficial no imaginaba que alguna vez iba a ser el presidente de los Estados Unidos.

Tampoco lo supuso cuando, a medida que pasaba el tiempo, la relación con su joven chofer se fue haciendo cada vez más estrecha. Ella no sólo conducía el auto de su jefe, sino que también pasó a ser su secretaria, manejaba su agenda y lo acompañaba en sus misiones a África, Italia, Francia y Alemania.

Se enamoraron.

Y él esperó el final de la guerra para casarse con “Irish”, como llamaba a su chofer. Al regresar a Estados Unidos, Eisenhower no tuvo dificultades para conseguirle a Kay la visa correspondiente para poder entrar al país. Y enseguida, la nacionalidad estadounidense.

Todo estaba en regla para que se casaran.

Dwight Eisenhower y su esposa Mamie junto a la Reina Isabel y el príncipe Felipe de Edimburgo en la Casa Blanca (AP)
Dwight Eisenhower y su esposa Mamie junto a la Reina Isabel y el príncipe Felipe de Edimburgo en la Casa Blanca (AP)

Pero ese amor, surgido en la guerra entre la soledad y el peligro, no tuvo el final feliz que ambos imaginaban: poco antes de 1952, los líderes del Partido Republicano le ofrecieron a Eisenhower la candidatura presidencial para las inminentes elecciones. El héroe de la Segunda Guerra Mundial les dijo:

-Primero tengo que divorciarme de mi esposa, porque voy a casarme con Kay Summersby…

Le contestaron que eso era imposible, porque el pueblo norteamericano no le perdonaría que abandonara a Mamie, su esposa de toda la vida. Y que si él lo hacía y se casaba con Kay, no podría ser candidato.

Dwight Eisenhower prefirió presentarse a las elecciones. Fue electo en 1952. Y luego reelecto en 1958. Su sucesor fue John Kennedy, en 1961.

De haber tomado otra decisión, si hubiese elegido el amor, no habría hecho añicos la frase “Braden o Perón”.

Una tarde de 1952, en su despacho de la Casa de Gobierno, el presidente Perón cumplía con el requisito protocolar de recibir al flamante embajador de los Estados Unidos. Se llamaba Albert Nufer y al presentar sus credenciales dijo:

-Señor presidente, tengo para usted un mensaje del secretario de Estado de mi país, John Foster Dallas…

Entregó un sobre, en el que un documento oficial decía:

-La Argentina y los Estados Unidos son ambos líderes reconocidos de la comunidad americana.

Repentinamente, la historia empezaba a cambiar. Perón entendió que la nueva etapa requería otros procedimientos y le dijo:

-Todos los problemas que hemos tenido han sido por culpa de Truman… Dígale al presidente Eisenhower que entre generales nos vamos a entender… Y que yo lo voy a obedecer, porque él es más antiguo que yo…

El típico lenguaje militar fue el punto de partida para un acuerdo que debería beneficiar a ambas partes.

Y en el terreno estrictamente bélico, Perón y Eisenhower coincidían en un vaticinio: ambos creían que la Tercera Guerra Mundial era inevitable. Y que la URSS era el nuevo enemigo de Occidente.

(En un enfoque polémico, el periodista Abel Balbi insiste en señalar otra sincronía: según él, Eisenhower dejó escapar a Hitler de Berlín y Perón lo amparó en la Argentina.)

Juan Domingo Perón en el Monumental
Juan Domingo Perón en el Monumental

Estados Unidos precisaba que los países de América Latina, al margen de su estilo de gobierno, constituyeran un dique de contención ante el avance del comunismo en la región. Y Argentina, cuya economía estaba resentida, quería líneas de crédito para solventar necesidades imperiosas.

En esas circunstancias, en lugar de la clásica prédica antinorteamericana, el gobierno peronista tuvo un marcado gesto de acercamiento con Estados Unidos. Un nuevo proyecto de ley, que fue enviado al Congreso, garantizaba que aquellos inversores que trajeran nuevos capitales al país pudiesen retirar el 8 por ciento cada año. Y también aseguraba que al cabo de una década recuperasen su inversión en cuotas.

Lo apasionante de la Historia suele estar en la ancha variedad de grises que separan las posiciones extremas. De allí surgen las situaciones que a la luz de las ideologías suele denominarse como contradicciones. Quizás sean, simplemente, hechos que responden a un cierto momento en el que determinados personajes deben tomar decisiones pragmáticas.

En 1954, el propio Perón le escribió a Milton Eisenhower proponiéndole la convocatoria a una reunión hemisférica “para encarar la lucha contra el comunismo” y ofrecía la ciudad de Buenos Aires como sede del encuentro.

Esta generosa oferta del peronismo a los Estados Unidos, pulverizando aquel slogan “Braden o Perón” tuvo su contrapartida. El Eximbank otorgó un crédito excepcional para la acería de San Nicolás. La operación demoró varios meses en concretarse y se hizo efectiva luego del derrocamiento de Perón.

Algo similar ocurrió con la negociación que impulsó personalmente Henry Holland, subsecretario de Estado para América Latina. Este funcionario gestionó ante un industrial del ramo automotriz llamado Henry Kaiser para que invirtiese en la Argentina. Kaiser había sido un exitoso constructor de barcos y luego de la Segunda Guerra Mundial se asoció con Joseph Frazer para fabricar autos. Les resultó casi imposible competir con los gigantes de Detroit, por lo que la perspectiva de un nuevo mercado fuera de Estados Unidos los entusiasmó.

Así fue que nació el proyecto automotriz que tuvo como sede la empresa IAME de la Fuerza Aérea Argentina, en el barrio Santa Isabel de Córdoba. Los primeros productos de esa alianza fueron el Jeep, la Estanciera, el Bergantín y el Kaiser Manhattan, luego transformado en el Kaiser Carabela.

Más allá de los protagonistas, los hechos atraviesan las fechas y los mandatos políticos. Y muchas veces dejan al descubierto la elocuencia de las necesidades, por encima de las manifestaciones ideológicas del momento.

Un buen ejemplo de esto es la firma del convenio con la Standard Oil de California, para la exploración y explotación petrolera en la Argentina. El gobierno peronista dejaba atrás su clásica prédica nacionalista y antimperialista. Al hacerlo se expuso a la feroz crítica de la oposición, que a través de Arturo Frondizi, por entonces diputado de la UCR, acusó al gobierno de entregar la riqueza del país. En su libro Petróleo y política, Frondizi expuso vigorosamente su crítica al contrato con la Standard Oil.

Muy pocos años después, el propio Frondizi -siendo ya Presidente de la Nación- firmaba contratos petroleros similares, que le valieron el simétrico repudio del peronismo.

Clásico River. Boca en el Monumental (1953). Gol de Ronaldo a los millonarios

Los claroscuros de la historia y de la política, las sorprendentes contradicciones, no se agotan aquí. Falta un detalle: pocos días después de aquel River-Boca, el presidente Perón le otorgó a Milton Eisenhower la Medalla de la Lealtad Peronista.

Un par de apuntes más, para colorear este relato.

Siendo presidente de los Estados Unidos, en febrero de 1960 el general Dwight Eisenhower visitó la Argentina durante el mandato de Arturo Frondizi. La nueva realidad hacía olvidar viejos rencores.

Fue uno de sus últimos actos representando a su país. En noviembre de ese año, John Kennedy ganó las elecciones presidenciales y lo sucedió en la Casa Blanca.

En su discurso de despedida, Eisenhower insistió en su prédica anticomunista:

-Nos enfrentamos a una ideología hostil de alcance mundial, atea en carácter, implacable en su propósito e insidiosa en el método de conseguirlo.

Aunque lo más sorprendente de su mensaje final fueron estos párrafos, en los que denunció la existencia de un conglomerado de intereses económicos militares:

-Anualmente gastamos en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las corporaciones de Estados Unidos. Esta conjunción de un inmenso entramado militar y una gran industria de armamentos es nueva en la experiencia estadounidense. Su total influencia económica, política, incluso espiritual se siente en cada ciudad, en cada cámara del estado, cada oficina del gobierno federal. Debemos cuidarnos de su influencia injustificada, ya sea buscada o no, por el complejo militar-industrial. El potencial del aumento desastroso de poder fuera de lugar existe y persistirá. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos.

Hoy, en enero de 2021, muy poca gente recuerda la historia de aquel general héroe de la Segunda Guerra Mundial, que desechó el amor y optó por el poder, que denunció el complejo militar industrial de su país y que favoreció al peronismo de los años 50.

En cambio, es probable que si buscan en Google encuentren noticias de su bisnieta. Se llama Laura Eisenhower y dice cosas como esta:

-Yo estuve en Marte. Fui teletransportada. Los ET ya viven en la Tierra.

Algo tan sorprendente como las idas y vueltas de nuestra historia política.

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