“Mirá como vuelo, má… ¡tengo poderes, como Superman!”
Thiago Luque y su hermano Lautaro tienen 4 y 5 años. Juegan a los súper héroes con los trajes que les regalaron las maestras, directoras y auxiliares del Jardín de Infantes N° 8 “El Principito” de la localidad de Villa Lamadrid, en Lomas de Zamora, adónde van. En vez de una “S”, tienen en el pecho sus iniciales: una “T” y una “L”. Es que son súper héroes. Y mucho más que Superman, o Batman, o la Liga de la Justicia toda entera.
Thiago y Lautaro son dos chiquitos valientes. Al primero, le detectaron leucemia. Y el 5 de noviembre, el segundo le donó médula en una operación de trasplante que tuvo lugar en el Hospital Garrahan.
“No entendemos qué pasó con Thiago, siempre fueron nenes sanos. Les hacemos controles, tienen sus vacunas, van al jardín”, dice Claudia, su mamá, que con apenas 25 años (los cumplió el 16 de mayo junto a su hijo en el hospital Garrahan) ya habla como una madre veterana en esto de estar al pie de sus hijos. Ella es mesera en la feria de La Salada, y debió dejar de trabajar para cuidar a Thiago.
Cuenta Claudia que en plena pandemia, y de un día para el otro, su hijo menor “empezó a tener pequeños hematomas en el cuerpo. El 8 de marzo, un miércoles, lo llevamos al hospital de Budge. Nunca me dijeron nada, no sabían si era dengue o una enfermedad en la sangre. Encima se les cayó de la cama… Cuando lo vi tenía un chichón. Mi marido estaba afuera y me dijo ‘vos te hacés la enojada y te los llevás’. Así que me enojé y les dije ‘me lo llevo al Garrahan’. Y me fui con él”.
Claudia y su hijo llegaron al hospital Garrahan en un remis. “A las 4 de la tarde me dijeron que tenía leucemia linfoblástica aguda tipo T y que tenía que hacer quimioterapia. Fue horrible. No lo imaginaba, porque no tenía fiebre ni diarrea. Pensaba que se me iba a morir. Lloraba y lloraba y no escuchaba a los doctores. Pero ellos decían que dependía de cada nene, hablaban de porcentajes. Vine destrozada, me tenía que internar con él”, describe ese momento que ningún padre querría atravesar.
Thiago comenzó con el tratamiento. Después de 10 días, cuenta Claudia, su médula empezó a funcionar: “Pero lo punzaron cinco veces y seguía teniendo células malas. Llegamos hasta el tercer bloque de quimioterapia. Cada bloque es una semana de quimio. Te internás un lunes y salís un sábado. Es constante. Primero no lo iban a trasplantar, pero cuando llegamos al tercer bloque me dijeron ‘mami, uno más y va a trasplante’. Ahí, Thiago tenía 3 años, y si hacía seis bloques y la enfermedad le llegaba otra vez no sabían si su cuerpito iba a resistir, me explicaron que no iban a poder hacer nada, sólo darle calmantes para que no sufra”. Además, le apareció “una enfermedad oclusiva que le dañó el hígado”, cuenta.
Claudia no tiene contacto con el papá biológico de sus hijos. “Me separé cuando tenía Thiago tenía 3 meses de vida -explica-. No se nada y no me pasa nada de ayuda. Pero me perjudica porque los dos tienen su apellido y siempre hay problemas. A los 8 meses volví con mi novio de antes, Nahuel Ojeda. Él está con nosotros. Ahora mis hijos le dicen papá…”
Así que la familia de sangre más cercana se hizo análisis de compatibilidad. “Me dijeron que mi hijo Lautaro era casi al 100 %”. El 5 de noviembre hicieron el trasplante. “Lauti me decía que me quede tranquila, que él iba a cuidar a su hermanito… Cumplió 5 años y cuando no estaban juntos lo extrañaba mucho. Igual, como todos los hermanos, a veces se pelean”.
Lo que resta para la familia es ir a hacer controles. A veces consiguen la ambulancia que les envía el municipio de Lomas de Zamora. Otras, cuenta Claudia, “reniego por la hora, porque tarda. Y un remise para ir y otro para volver me cuestan mil pesos, que no tengo”.
En cada sesión que soportó, Thiago se portó muy bien. “Cuando íbamos a las internaciones, la oncóloga Carla Pennella me decía que entiende todo, que colabora. Para él, Papá Noel llegó a la casa de los doctores, al hospital, porque se portó bien. Igual, a mi me partía el alma cuando lo pinchaban y decía ‘uno más y ya está, ¿no?’. Es muy valiente mi hijo. Y le reza a Jesús. No se de dónde lo sacó, porque yo tengo una Virgen María y le pido por él, pero no me ve cuando lo hago. Ahora me dice que le pida a Dios…”.
Ahora, después de estar 88 días internados, la familia se instaló en su casa. Pero allí también tuvieron que hacer modificaciones. De lo contrario, se iba a tener que mudar a la Casa Garrahan. Claudia cuenta que “vivimos en un terreno grande, adelante vive mi mamá y en el fondo nosotros. Es una pieza, comedor y baño. Cuando Thiago se enfermó nos pidieron que pusiéramos revoque, piso de cerámica y que pintara el cielo raso. Con los dos IFE que cobré lo hicimos. Plata que entraba, plata que iba para eso”. Además, se muestra muy agradecida con la su familia, la de su esposo, sus vecinos y compañeros de trabajo, “que hicieron rifas y nos ayudaron mucho”.
Como a muchísima gente, la cuarentena afectó su entrada de dinero. A pesar que cobra la AUH, debió dejar de trabajar en La Salada, y su esposo, en la construcción. Por suerte, esta semana Nahuel consiguió entrar en una obra. Pero ella no pudo regresar a vender ya que le prohibieron estar en contacto con mucha gente para no contagiar a Thiago. “El no tiene las defensas bajas, pero si se agarra coronavirus es muy riesgoso”.
La organización de la casa cambió: hoy es Thiago el que duerme en la habitación y la pareja y Lautaro, en el comedor. Cada vez que entran, se sacan las ojotas, se lavan las manos y rocían todo con alcohol. Sólo ellos tres y la mamá de Claudia (que tiene 56 años) pueden ver en forma directa a Thiago. El resto de la familia lo hace a través de una ventana. Es que el nene no puede ni siquiera jugar con agua, mojarse, o comer fiambre, describe su madre. El cuidado debe ser absoluto.
La plata que ingresa a su casa, por ahora, depende del Estado y de la venta de las rosquitas caseras que empezó a preparar porque, dice, “no puedo quedarme sentada”. Su otra preocupación es cómo conseguir la medicación para Thiago. Los papeles que inició en el Servicio Social por ahora “están en trámite en Nación”, cuenta. Cuando empezó el tratamiento, tomaba 16 remedios. Ahora son 8 y se los da INCUCAIBA. También debe consumir una leche especial, que le entrega el Garrahan. El resto de su alimentación, que también está indicada, la solventa con la tarjeta Alimentar: “Con eso le compro la carne, el yogur y un queso que debe comer y cuesta 420 pesos”. Además, el Municipio de Lomas de Zamora, a través del Jardín N° 8, le entrega un bolsón con mercadería.
Por estos días, Thiago -que cumplió 4 años el 3 de enero) está aprendiendo de nuevo a caminar. Estuvo mucho tiempo en cama y le cuesta mover las piernas. “Pero me dice ‘¿puedo, ves?’ y las mueve un poquito”, señala su mamá. Además, por la quimioterapia no se podía alimentar bien y eso lo debilitó un poco. Todavía tiene colocada una sonda por la que le toma la leche que le dan en el hospital. Y sin embargo, Claudia se enternece cuando cuenta que, a pesar de todo, “no pierde la sonrisa, está contento”.
A esta altura, ya debe saber que Thiago y Lautaro, sus hijos, son dos súper héroes. Más que Batman, que Superman y que toda la Liga de la Justicia junta.
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