En la tarde gris del sábado 17 de julio de 1976, Enrique Jarito Walker se subió al colectivo que tomaba por la avenida Rivadavia para ir al cine. Iba solo, rumiando las vidas que le habían tocado en suerte en sus jóvenes 34 años. Cuando el bondi llegó a la altura del 5000 de la avenida más larga del mundo, Walker se bajó y caminó. La película, Ultraje a la inocencia, empezaba a las 19.30 y no la había elegido él.
El paso atlético del rugbier que había sido no estaba despojado de temor y adrenalina: esa breve caminata hasta el cine Moreno podía ser la última de su vida libre. Lo sabía, porque la organización Montoneros estaba muy golpeada y tanto las infiltraciones como las torturas permitían que los grupos de tareas de la dictadura llegaran a todos lados. Incluso a la función de esa comedia dramática que se exhibía en el populoso barrio de Caballito.
El temor de Enrique estaba fundado: había perdido contacto con su organización y confiaba que por el sistema de mensajería telefónica con que contaban los Montoneros podía recuperar una cita para retomar sus actividades de militancia clandestina. Hacía un par de semanas que no tenía novedades hasta que ese innovador sistema de comunicaciones le dio coordenadas. Había recibido la instrucción de encontrarse con una mujer que actuaba como enlace dentro del cine Moreno. Pero fue una ratonera, una trampa sin escape. Ella había caído en manos de la represión días atrás.
Walker miró los alrededores del cine, hizo la cola en la boletería, sacó la entrada, se ubicó en una butaca, se apagaron las luces y empezó la función. Sin embargo, en unos instantes, cortaron la proyección, la sala se iluminó y entraron varios hombres a los gritos con armas en las manos.
El fornido y atlético Jarito dio unas zancadas hasta la pantalla donde enfocaba el proyector, pegó un salto y gritó “¡soy Enrique Walker! ¡Llamen a los diarios… me secuestran!”. La banda sonora se había enmudecido. La banda armada salió disparada hasta el escenario. Jarito volvió a gritar “¡Soy Enrique Walker! ¡Llamen a los diarios… me secuestran!”.
Aunque por entonces la prensa solía silenciar noticias de detenciones clandestinas contra militantes clandestinos, La Nación del domingo 18 de julio daba detalles precisos: en la avenida Rivadavia se habían detenido una furgoneta Ford blanca patente D171622 y un Ford Falcon metalizado sin patente. La nota indicaba que habían subido a la fuerza a un hombre a la camioneta. Añadía que en la comisaría 12 había quedado radicada la denuncia. El martes 20, La Opinión publicó que ese hombre era Enrique Walker. Lo propio hizo el Buenos Aires Herald. En las redacciones, radios y canales, cientos de periodistas se estremecieron.
Al menos una persona se había presentado en la comisaría cercana al cine Moreno y habría referido el nombre de la persona llevada a la fuerza.
El periodismo y el trampolín a la militancia
Once años atrás, el Inglés, Jarito, el ex jugador de la primera división de rugby de Pueyrredón, el que integró el primer staff de la revista Gente, el enviado especial a San José de Costa Rica, a Moscú, a Saigón, para contar “con ojos argentinos” sucesos de alto impacto, ese periodista con flema inglesa y garra de militante era secuestrado. El mismo “Inglés” flemático que cuando fue a cubrir el Cordobazo puso los ojos argentinos para narrar la mayor revuelta popular contra la dictadura de Onganía. Pero en aquella oportunidad los directivos de la revista Gente no compartieron su mirada argentina sobre un hecho autóctono.
Infobae se contactó con su familia más cercana y obtuvo precisiones acerca de cuál fue el conflicto con la dirección de Gente. Junto a la crónica del Cordobazo, Walker contaba con una foto en la que podía identificarse a una persona de las fuerzas de seguridad que tenía su arma reglamentaria y otra –no oficial- que le servía para actuar de francotirador. Dado que la información periodística hacía hincapié en insurgentes que disparaban con rifles desde las terrazas, para Walker era importante que esa fotografía y el relato de esa imagen estuvieran en la nota.
El director de la revista tenía otra mirada argentina. Walker, que por entonces ya era secretario de redacción, se plantó:
-La crónica sale como la escribí, con la foto, o no hay nota sobre el Cordobazo.
La familia de Walker subraya que su compromiso era “con la verdad”.
El artículo salió sin la foto y Walker se fue de Gente por propia voluntad. Unos años antes, la revista Tía Vicenta le contaba a su público la diferencia entre decir rojo y colorado así como la de decir gente o pueblo.
Jarito había adquirido el violento oficio de escribir, tomando la metáfora del descendiente de irlandeses Rodolfo Walsh. Estos cronistas podrían agregar: de escribir sobre una sociedad violenta bajo el imperio de una dictadura.
Las derivas de ese fogueado cronista lo llevaron rápidamente a ejercer el periodismo en espacios de resistencia. Walker tomó partido: periodismo para estar cerca del pueblo, para provocar y promover un cambio. Con el tiempo se encuadró en Montoneros y no dejó de ser un periodista profesional de excelencia.
Enrique, Harry, Harito, Jarito
No eran una dinastía. Para nada. Pero la tradición de llamar Harry al varón mayor venía de su abuelo y de su padre. Como en 1941 no podía registrarse con un nombre no español, su nombre fue Enrique, una traducción posible de Harry. Su abuelo Harry era ingeniero y había llegado de Inglaterra para trabajar en los ferrocarriles y la construcción de fábricas. Su padre trabajó en otro rubro dominado por capitales ingleses: los frigoríficos.
El abuelo Harry tuvo dos hijos que al cabo de un tiempo partieron a Londres. El varón, también Harry, volvió a la Argentina para hacer el servicio militar y se afincó en Buenos Aires. La colonia inglesa desparramaba deportes en estas latitudes. No sólo fueron los iniciadores del fútbol, convertido en el deporte popular, sino que también tenían sus clubes donde se tomaba algo de té, mucho de scotch, y se practicaba cricket, tenis, golf, hockey y rugby. El segundo Harry se casó con Edith y tuvo dos hijos: el varón, entre sus amigos, fue Harito.
Harry padre se hizo de Independiente, Harito de Boca Juniors.
Harito era rubio, alto y fuerte. Buena carne para el rugby. Empezó en Alumni y poco después pasó a Pueyrredón. Vestía la camiseta 10. Era zurdo y “pateaba bien a los palos”. Además tenía una habilidad notable para pegarle de sobrepique (drop para los rugbiers).
En 1965, Editorial Atlántida masticaba la idea de un semanario de distribución masiva, un compañero de equipo invitó a Harito a sumarse. Ya tenía 24 años, había cursado estudios en colegios ingleses, era inquieto y lo suficientemente audaz para aceptar el puesto que le tocara en una revista. Enrique Walker participó del número cero de Gente y la actualidad que salió a los kioscos un 29 de julio de ese 1965 con un sonriente Cacho Fontana en la tapa. Pasarían diez años, once meses y doce días hasta que Walker se plantara en el escenario de un cine de Caballito para gritar que lo secuestraban.
Al año siguiente, Jarito se casó con Gelly Rosenberg y en 1967 tuvieron un varón: Enrique Walker.
Saigón, el Mayo Francés y Vietnam
En un relato apasionante, la periodista Laura Giussani Constenla –hija de dos periodistas- cuenta las vidas y desapariciones de Ignacio Ezcurra y Jarito Walker: Cazadores de luces y sombras (Edhasa) vio la luz en enero de 2013.
Ezcurra trabajaba en La Nación y era flaco alto y audaz. A fines de abril de 1968, cuando las tropas estadounidenses llevaban tres años queriendo aplastar la resistencia vietnamita, ese flaco tomó su libreta de apuntes, su grabador y su cámara Pentax. Recorrió 17 mil kilómetros para que los lectores argentinos pudieran leer sus crónicas y ver sus fotos. El miércoles 8 de mayo, La Nación tituló “Encarnizada lucha se libró ayer en Saigón”. Casualidades o no, la pequeña hija de Ignacio se llamaba Encarnación. Los rastros de Ezcurra se perdieron en Cholón, un suburbio de la ex Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Minh.
La desaparición de Ezcurra llevó a Gente a cubrir la historia. El enviado especial era anunciado en la tapa de la revista con la advertencia de que Walker miraría con “ojos argentinos” lo que había pasado con el cronista de La Nación. Faltaban 2.955 días para que Walker, que viajaba para cubrir la desaparición de un periodista, también se convirtiera en un desaparecido.
Por pura coincidencia, Walker viajó junto a un equipo de Canal 13 encabezado por Andrés Percivale. La travesía aérea requería hacer varias escalas. La primera en París, donde había estallado el Mayo Francés. Los primeros conflictos ocurrieron en la Universidad de Nanterre, al oeste de París. El motivo: la detención de varios estudiantes que integraban un comité de repudio a la presencia de tropas de Estados Unidos en Vietnam desde hacía cinco años y en una escalada cada vez mayor. Luego se sumaron los estudiantes de La Sorbonne, en la capital francesa. Con el correr de las jornadas, se sumaron los obreros de las distintas plantas de Renault, que ocuparon las fábricas.
Con esa música en sus oídos, el enviado especial fue a Saigón a tratar de dar con alguna pista de qué había pasado con Ezcurra y tras escribir algunas crónicas muy sentidas, Walker volvió a la Argentina.
Por pura coincidencia, Walker conoció en el vuelo de regreso a Juan Carlos “Lalo” Alsogaray, quien le contó que los insurrectos habían ocupado el antiguo Pabellón Argentino de la Universidad de París, residencia para algunos estudiantes argentinos. La toma de ese pabellón fue en solidaridad con la rebelión popular y -como sucedió con otros pabellones de países latinoamericanos regidos por dictaduras- en repudio al dictador Juan Carlos Onganía.
Curiosidades de la historia: Jarito y Lalo integraron tiempo después la organización Montoneros. Jarito era secuestrado en Buenos Aires en julio de 1976 mientras que Lalo –hijo del general Julio Alsogaray- había muerto en los montes tucumanos seis meses antes.
Cordobazo
En 1969, con la dictadura de cada vez más atravesada por las protestas, en Córdoba sucedía algo que, salvando las distancias, se emparentaba con el Mayo Francés: un decreto del gobernador provincial restringía derechos de los trabajadores metalúrgicos y mecánicos. A su vez, el clima universitario era de plena ebullición. El Cordobazo fue, al igual que lo sucedido en Francia, una serie de acciones de reclamo y protesta, convocadas por la CGT local que encabezaba Agustín Tosco.
Esta vez, el trayecto de Walker fue breve y alcanzó a registrar aquel levantamiento popular que marcó el principio del fin de los días de Onganía. Como parte de las esquirlas de aquel estallido social, también se convirtió en la última crónica de Walker en Gente. Su artículo sobre el Cordobazo estaba acompañado, tal como se dijo más arriba, de una foto que para Jarito era fundamental y para la dirección no lo era.
Tras la publicación del artículo sin la foto y una cena de camaradería organizada por la propia editorial, Jarito Walker, empezó a vivir la metamorfosis que vivían muchos jóvenes. En apenas un año había visto protestas sociales que hicieron temblar al imponente Charles de Gaulle, había visto a las tropas de los Estados Unidos en un país que resistía una vez más la dominación extranjera y, por último, había tomado dimensión de la espiral de violencia que vivía la sociedad argentina bajo una dictadura.
El Descamisado
Walker tuvo varios medios que lo convocaron y a poco andar decidió emprender un semanario combativo cuyo título lo decía todo: Nuevo Hombre. Allí se dieron cita poetas, dramaturgos, periodistas y abogados que de una u otra manera eran cercanos a las nacientes organizaciones político-militares de origen marxista y peronista. Nombres relevantes como Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Duhalde y Vicente Zito Lema integraban el consejo editorial. El primer número salió el 21 de julio de 1971 y Walker dirigió las primeras 24 ediciones.
Era casi imposible que una revista enemiga del gobierno militar pudiera sostener sus cuentas con lo recaudado en los kioscos y casi sin publicidad. A principios del año entrante, Silvio Frondizi tomó la posta aunque era un secreto a voces que los fondos para Nuevo Hombre procedían del PRT-ERP.
Walker se decidió a caminar por la vereda del peronismo revolucionario y a principios de 1973 ya formaba parte del staff que lanzó El Descamisado, cuya circulación masiva se distanció de toda la prensa partidaria y militante conocida hasta entonces. Bajo la dirección del periodista Ricardo Grassi, El Desca logró convertirse en una de las revistas más vendidas en los efervescentes años de la “Juventud Maravillosa”. Al fervor de la militancia del peronismo revolucionario le sumó una alta calidad gráfica y periodística. Muchas fotos, títulos de impacto, buenos periodistas profesionales y, sin dudas, el impacto social del regreso del peronismo al poder y del propio Juan Perón a la Argentina.
Sin embargo, los conflictos internos del Justicialismo más la propia temprana muerte de Perón el 1 de julio de 1974, hicieron que El Desca fuera clausurado, que saliera luego como El Peronista y, por último, antes del cierre definitivo como La Causa Peronista, poco después de la muerte de Perón.
Walker jugó un papel destacado en el equipo periodístico. Los atentados y amenazas a la revista a la par que los ataques armados de las organizaciones guerrilleras, requerían medidas de seguridad. Resulta muy ilustrativo algo que el propio Ricardo Grassi contó en estos días a uno de los cronistas de esta crónica:
-Yo muchas veces iba en mi Renault 4 con un arma en la cintura o en el sobaco. Y “mi custodia” solían ser el (Juan José) “el Yaya” Ascone y Jarito Walker, que iban en un Citroën 3CV.
Enrique Walker siguió siendo un periodista profesional de excelencia al tiempo que incorporaba los mecanismos de autodefensa propios de Montoneros. Su militancia no fue guerrillera pero no dejó de ser parte de esa organización que volvió a la clandestinidad en septiembre de ese 1974.
Su familia
Jarito había establecido una relación sentimental con María Elena Medici quien fue secuestrada y llevada a la ESMA en diciembre de 1976, cinco meses después del secuestro del propio Jarito.
El “Yaya” Ascone fue secuestrado en mayo de 1977. Ricardo Grassi para esa época, con documentación fraguada, logró salir de la Argentina.
Gelly Rosenberg, ante el clima que se vivía en la Argentina, con un contrato de trabajo, partió para Chile junto a su hijo Enrique cuando el chico todavía no había cumplido 10 años.
El padre de Jarito, Harry Walker, que había vuelto a la Argentina a hacer el servicio militar a sus 18 años, murió durante la guerra de Malvinas: no pudo entender por qué sus dos patrias estaban en un conflicto armado. Edith, la madre de Jarito, murió en septiembre de 2001.
Gelly vive en Santiago de Chile. Enrique, el hijo de Jarito y Gelly, vivió en Santiago donde se recibió de arquitecto, vivió en Londres, y visita regularmente Santiago de Chile, donde lo agarró la pandemia y allí quedó. Reside en Nueva York y trabaja en la Universidad de Columbia.
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