Pinamar fue pensada por el arquitecto Jorge Bunge en 1941 como un bosque inventado sobre la costa árida, en el punto exacto donde la pampa bonaerense se destiñe de verde a amarillo y se hace médano hasta hundirse en el mar. En ocho décadas de existencia y desarrollo, este balneario dejó de ser un pueblo lejano de la Capital escondido entre pinos y acacias y se convirtió en el lugar donde una gran parte de la sociedad quiere estar en verano, una ciudad de descanso y a la vez un espacio-objeto de consumo y exhibición donde el culto al automóvil es mítico a un nivel inquietante: según estadística oficial, el 70% del espacio público lo ocupan los coches y las camionetas.
En 2021, sobre la avenida que lleva el nombre de la persona que diseñó la ciudad hay congestión cotidiana de autos, bocinazos y, hasta hace tres años, un kilómetro seguido de stands promocionales de las principales automotrices del mundo. A otro célebre arquitecto -y artista-, Clorindo Testa, que urbanizó una parte de Pinamar en la década del 70, se le atribuye una frase: “Pinamar perdió el autoestima cuando transformó una franja de playa en una zona para dejar los vehículos”.
“Nosotros queremos recuperar el autoestima”, sugiere el actual intendente, Martín Yeza, nacido en 1986 en esta misma ciudad, una época donde los que estaban en el lugar que él ocupa ahora ya traicionaban el espíritu de Bunge con permisos para levantar edificios de 20 pisos, balnearios de concreto, la prácticamente autopista costanera y muchas calles asfaltadas. Es paradójico: en Pinamar sobran autos y las veredas son una excepción.
Por todo eso los veraneantes que decidieron desafiar la pandemia y venir a Pinamar este enero se encuentran con algunas novedades que son apenas el principio de la idea final: más naturaleza y menos máquina. El Municipio comenzó no sólo con la construcción de ciclovías y bicisendas y el ensanchamiento de veredas, sino con la paulatina peatonalización de la Avenida del Mar y algunas calles de la exclusiva Cariló, donde el problema es el mismo porque el mal cultural es endémico.
En el área de Planeamiento, a cargo del premiado arquitecto Ariel Galera, lo llaman “la costilla” costera. La obra comenzó a la altura del muelle de pescadores y está planeado llegar hasta justamente la avenida Bunge (unos 700 metros) a mediados de este enero. Pero el objetivo final es que cualquier turista pueda caminar o andar en bici por toda esa zona que Testa llamó “para dejar vehículos”, una tira de 4,5 kilómetros que tendrá entre cuatro y 17 metros de ancho.
Por falta de presupuesto y practicidad, el Municipio decidió no construir una rambla típica, cuyo mantenimiento es costoso y permanente. Entonces la cinta peatonal pasará por “detrás” de los paradores (lo que en determinados momentos imposibilitará ver el mar). El piso es “polvo de piedras”, lo que permite traccionar a las bicis y no hace tan pesada la caminata como la arena. Habrá bancos de descanso, bicicleteros y plantas. “No es linda ni fea, es sentido común, buscamos agregar instancias de disfrute a la ciudad. Si no ponés límites, la gente quiere llegar con el auto hasta el mar, hay que replantear las conductas culturales”, dice Galera, titular del área de Planeamiento, Vivienda y Hábitat comunal.
“Muchas ciudades playeras apostaron por el cemento o el hormigón en sus costas, nosotros creemos que con los elementos de nuestra propia naturaleza (madera, arena y plantas) podemos crear un espacio urbano que mejore la experiencia del ciudadano y respete la esencia del ecosistema”, explicó a Infobae Martín Yeza, quien ya como intendente en el inicio de su gestión, cuatro años atrás, impuso la demolición de los viejos balnearios de concreto y la construcción de paradores sustentables que permitan retrasar la velocidad en la que el mar se está “comiendo” la playa.
“En el centro de nuestra idea de planeamiento está tener espacio público liberado y equitativo. El COVID-19 sacó una discusión del ámbito de los arquitectos y urbanistas y expuso a todo el mundo lo mal que están las ciudades. Todos nos damos cuenta que es necesario el espacio público. Por suerte la defensa a ultranza del auto y la llegada a la panadería en un auto ahora empieza a parecer una locura. La ciudad no debe buscar espacio para el auto sino espacio para las personas”, detalló Galera.
En ese plan, el Municipio también peatonalizó por primera vez en la historia sector de Cariló. Se trata de algunos tramos de las calles Boyero y Calandria, en el horario post playa, cuando los veraneantes salen a pasear o cenar, de 18 a 1.
En la guerra blanda que el Municipio encarna contra los autos, así como hace años los stands de las automotrices fueron cancelados en el centro de Pinamar (en una época que la avenida Bunge parecía Expo Auto), en Cariló sobreviven pero desde este año con los movimientos acotados. Una ordenanza dispuso que ya no pueden estacionar los autos en exhibición en las veredas ni hacer los test drives en las calles del centro comercial. Cariló, que es puro bosque, es otro ejemplo del planeamiento “antipeatón”: en todo el pueblo hay una sola plaza pública.
“Buscamos ordenar el auto y cómo se llega a los lugares. Porque cuando bajamos del auto todos somos peatones. Y tanto en la playa como en el centro de Pinamar, Cariló o Valeria del Mar estamos poniendo en riesgo de accidente a los peatones si no tomamos estas decisiones”, agregó Galera.
“Cuando en un espacio público dejás de tener ruido y combustión adquiere otro carácter. O cuando no pasás caminando entre dos autos, la calidad urbana es mucho mejor y eso es comprobable y tangible. En Pinamar el uso del auto ocupa el 70% del espacio público. Eso es una locura. Ahora en el centro equilibramos esa balanza en un 50% y 50%, por la movilidad peatonal o en bici y el resto es para el auto, eso es más equitativo”, sintetizó Galera.
El funcionario fue objeto de críticas e incluso agresiones antes de la temporada de verano. Un sector de los comerciantes del centro de Pinamar lo escrachó por la construcción de ciclovías en las calles Shaw y Constitución, donde se desarrolla la vida cotidiana de Pinamar fuera de temporada. A Galera lo acusaron de construir calles para bicicletas cuando en Pinamar no hay bicicletas. “No hay densidad de ciclistas porque no hay lugares para andar en bici”, responden desde el Municipio, donde plantean un “urbanismo táctico”.
El COVID también aceleró la creación de veredas más amplias para los comercios. En el Municipio recibieron más de 60 solicitudes para poder sacar mesas a la calle. El acuerdo indica que los locales deben dejar dos metros para circulación de peatones. En algunos casos no se cumplen.
Caminar sobre la avenida Bunge sigue siendo una carrera con obstáculos, entre mesas de bares y comensales sin barbijo. El caso más insólito es el de una parrilla ubicada a apenas 20 metros de la Municipalidad donde para seguir por la vereda hay que abrir la puerta de un restaurante, que se apropió del espacio público al nivel que construyó un techo y ventanas para alojar mesas, sillas y clientes.
“La agenda de la movilidad sustentable no tiene nada de innovadora, es una idea antigua que llega tarde, al menos 40 o 50 años tarde. Estamos tratando de ponernos al día”, comentó Yeza.
Pero, ¿es posible cambiar la mentalidad del turista y vecino pinamarense? El intendente es optimista: “Creo que sí. Hay un publico que había dejado de venir a Pinamar porque sentía que había perdido su esencia y con estas medidas, más la renovación del frente marítimo, hay mucha gente que decide darle una segunda oportunidad a Pinamar.”
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