El ritual lo repetía todos los 23 de cada mes. Una mujer menuda, que había pasado los setenta años, iba al panteón de los Alvear, casi pegado a la entrada del cementerio de la Recoleta. Luego de colocar rosas blancas y rojas -colores característicos del Partido Radical- en la sillita plegable que llevaba se sentaba junto al féretro del que había sido su marido. Y le hablaba.
Ella era Regina Pacini y era la viuda de Marcelo T. de Alvear, ex presidente, uno de los exponentes de esa clase patricia porteña con antepasados que ya habían hecho historia cuando estas tierras eran virreinato. Era nieto del general Carlos María de Alvear, su padre y uno de sus hermanos habían sido intendentes porteños mientras que su mamá era la hija del general Ángel Pacheco. Además de presidente, fue embajador y diputado. Su corazón había dicho basta el 23 de marzo de 1942. Tenía 73 años.
Ella, dos años menor, fue una de la protagonista de una historia de amor de película. Regina nació en Lisboa, Portugal, el 5 de enero de 1871. Su padre, el barítono italiano Pietro Pacini, era director del Teatro Real de Lisboa y autor de innumerables óperas. Siendo muy niña, la llevaron a un circo y quedó impresionada por un artista que, con un silbato, imitaba el canto de los pájaros. Ya en su casa, ella hizo lo mismo, pero con su voz. El padre vio el talento de su hija y la mandó a tomar clases de canto.
Cuando se acercaba la gran gala en el Teatro Real de San Carlos de Lisboa, a la que asistiría la familia real, la cantante que debía interpretar la ópera La Sonámbula, de Vicenzo Bellini, se enfermó. Su maestro de canto la propuso como reemplazante. Esa noche, el día que cumplía 16 años, se lució como soprano ligera y se llevó todos los aplausos. Hasta la reina Amelia de Orleans, que dos años después sería reina de Portugal, le regaló su estola.
Fue el inicio de una exitosa carrera que la llevó a cantar en los mejores teatros del mundo. En sus críticas y comentarios, los diarios europeos le daban el tratamiento de diva. Contaba con la asistencia de su madre andaluza, que la acompañaba a todas partes.
El destino quiso que en 1889 viniese al Río de la Plata. Cantó primero en Montevideo y luego en el Teatro Politeama de Buenos Aires. Esa chica pequeña, delgada y rubia flechó al soltero más codiciado de Buenos Aires, que la miraba embelesado desde su palco.
Alvear no se perdió ninguna función. Le mandaba descomunales ramos de flores y costosos regalos que ella, invariablemente, devolvía, como esa pulsera de oro y brillantes. Félix Luna, uno de los biógrafos de Alvear, contó que cuando ella cantaba alguna de sus arias, él se retiraba al antepalco y, entre el cortinado, lloraba dulcemente.
Cuando terminó la temporada en Buenos Aires, ella partió a San Petersburgo, a cumplir con otros compromisos artísticos. La sorpresa fue que él la siguió. Luego de Rusia, el periplo continuó por varios países europeos. Alvear asistía a los teatros y se veían en fiestas y recepciones en embajadas, donde comenzaron a conocerse.
En cada una de las funciones, siguieron los ramos de flores y los regalos que ella devolvía. Hasta en una ocasión habría comprado todas las entradas de una función, para que cantase para él solo.
Fueron ocho largos años en los que el pretendiente solo hacía cortos viajes a Buenos Aires a arreglar asuntos impostergables. La fortuna familiar se lo permitía.
En 1901 Regina regresó a Buenos Aires en otra gira y en 1903 él le propuso matrimonio. La condición de Alvear era que si se casaban, ella debía dejar la carrera artística. Ella aceptó con la condición de cantar cuatro años más. Estuvieron de acuerdo, menos la futura suegra, que se oponía a que su hija dejase la carrera. Nunca serían buenas las relaciones entre ella y Alvear.
La noticia cayó como una bomba en Buenos Aires. Fue un escándalo la noticia de que un Alvear se casaría con una artista. Su hermano, intendente de Buenos Aires, le pidió a amigos comunes que lo ayudasen a disuadirlo. “¡Mire lo que ha hecho Marcelo! ¡Qué bárbaro!”, se lamentaba.
El soltero más codiciado se casaba con una extranjera, que era artista, y lo haría en Europa y en contra de los deseos de su familia y de la elite porteña. Los diarios demoraron la publicación de la noticia a pedido de la propia familia.
En la despedida de soltero, en París, el novio tuvo una amarga sorpresa. Recibió de Buenos Aires un telegrama firmado por 500 personas para que recapacitase y que no se casara.
La ceremonia se anunció para el 29 de abril de 1907 a las 9 de la mañana en la iglesia Nuestra Señora de la Encarnación, que había sido construida en 1708 en pleno centro de Lisboa. Pero la gente que acudió se sorprendió al saber que se habían casado a las 7hs, cuando en la iglesia no había nadie, solo con una criada y un policía como testigos.
La noche de bodas fue en el Royal Hotel, de Estoril y el regalo del novio fue sorprendente: el “Manoir de Coeur Volant”, una villa cercana a París, de estilo normando, con varias hectáreas de parque. Dicen que una noche de suerte en Montecarlo le ayudó a Alvear a cerrar la compra. Fue en el hall de esa casa, charlando con su esposa y con su suegra que Alvear se enteró que había sido electo presidente del país.
Allí vivió el matrimonio cuando iban a Francia. En la recepción había un órgano en el que a veces cantaba Regina. Además ella tenía un espacio con un piano, donde cantaba para Marcelo y para algunos invitados.
El problema surgió en 1911 cuando regresaron a Buenos Aires. La alta sociedad en la que se codeaban los Alvear le hizo el vacío a Regina. En una recepción, él la vio sola, apartada del grupo de mujeres. Y levantando la voz, para que lo escuchen, le dijo: “No te preocupes, Regina, a todas esas que están ahí, yo les he levantado las polleras”. El hielo lo rompió el siempre astuto General Julio A. Roca. Organizó una fiesta y le dio al matrimonio Alvear la jerarquía de invitados de honor. Y asunto concluido.
No tuvieron hijos. Ella siempre lo acompañó y, aunque no sabía de política, tenía una especial intuición y era buena consejera. Cuando Alvear estuvo preso en Martín García en 1933, ella hizo innumerables viajes a la isla para llevarle ropa, comida y palabras de aliento.
No había perdido esa sensibilidad artística, que la llevó a fundar la Casa del Teatro, una residencia para artistas sin recursos y sin vivienda. Paralelamente, comenzó a funcionar una sala teatral, el Teatro Regina y un museo. La casa se inauguró el 4 de enero de 1938. Aún funciona sobre avenida Santa Fe 1243.
Cuando en 1942 murió su marido, ella ordenó sus papeles y pertenencias y fue clave en la fundación del Museo de la Casa Rosada, al donar muchos de los objetos del expresidente. Remató todos sus bienes, se quedó con unas pocas alhajas y muebles. Vivía de una pensión.
La localidad de Villa Regina, en Río Negro, fue fundada en 1924 en su homenaje. Ella falleció el 18 de septiembre de 1965 a los 94 años en Villa Elvira en Don Torcuato, la casa que su marido había mandado a construir dos años de su muerte.
Su féretro fue depositado en la bóveda de los Alvear. Pero antes de colocarlo junto al de su marido, estuvo un tiempo en el suelo. Habría sido por falta de espacio, aunque algunos lo interpretaron como un gesto de desprecio hacia esa artista que había osado conquistar el corazón del soltero más codiciado de Buenos Aires.
Seguí leyendo: