Los Bonnie & Clyde argentinos: amor, crímenes brutales y la muerte bajo una lluvia de balas

Jorge Alberto Bonica y Miriam Gerónima Herrera fueron una de las parejas más sanguinarias de la historia criminal argentina. Su raid delictivo en la década del ’80, las torturas a un secuaz y un feroz tiroteo a sólo tres cuadras del Departamento Central de Policía

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El tiroteo final sucedió en un décimo piso de la calle Hipólito Yrigoyen
El tiroteo final sucedió en un décimo piso de la calle Hipólito Yrigoyen

Entre los delincuentes solitarios y los que actuaron en bandas, la historia del delito en la Argentina incluye un tipo de sociedad de composición menos frecuente pero de alto impacto cada vez que aparece: la pareja criminal, el hombre y la mujer unidos por el amor y comprometidos en una carrera trágica en la que los asesinatos y los robos terminan con la propia muerte. Jorge Alberto Bonica y Miriam Gerónima Herrera encarnaron como pocos ese prototipo que provoca tanto rechazo como una oscura fascinación por los extremos de pasión y violencia que se anudan en sus vidas.

En la madrugada del 24 de octubre de 1984, atrincherados en un departamento del barrio de Monserrat, Bonica y Herrera resistieron durante casi cinco horas el asedio de un centenar de policías, y antes de ser alcanzados por los disparos de un francotirador, mataron a dos oficiales de policía e hirieron a otros dos, mientras una vecina murió al recibir una bala perdida. Los cadáveres ensangrentados de la pareja quedaron tendidos a la par en el escenario del enfrentamiento.

El modelo de la pareja criminal fue establecido por Bonnie Parker y Clyde Barrow, los “enemigos públicos” acribillados por policías de Texas y de Luisiana el 23 de mayo de 1934 después de una saga de robos. Ágata Galiffi -hija de Juan Galiffi, alias Chicho Grande- y Arturo Pláceres, detenidos en junio de 1939 y condenados a prisión por un intento de robo a un banco en San Miguel de Tucumán, representaron el primer caso en los anales del crimen argentino. Saúl Lipsitz y Nelly Herrera Thompson, muertos por la policía bonaerense en Martínez el 15 de septiembre de 1970, protagonizaron a su vez un resonante robo de oro en Ezeiza (1961) y fueron objeto de persecución después de asesinar a dos policías en la provincia de Santa Fe (1969).

La pareja criminal también tuvo casos de composición homosexual. En octubre de 1955, César Oscar Paesano y Luis Laurito fueron acusados por las muertes de seis choferes y quince asaltos. “Los asesinos de taxistas eran amorales”, tituló entonces la revista Así, en una crónica con tintes homofóbicos. Y en 1972 el juez Víctor Sasson recurrió a esa figura para explicar las relaciones entre Carlos Eduardo Robledo Puch y Jorge Antonio Ibañez y los crímenes que habían cometido a la par: “Normalmente es entre personas de distinto sexo, en la que una influencia e impulsa a la otra a delinquir”, explicó.

  Los cuerpos sin vida de Jorge Bonica y Miriam Herrera, después del intercambio de disparos con la policía que duró 5 horas
Los cuerpos sin vida de Jorge Bonica y Miriam Herrera, después del intercambio de disparos con la policía que duró 5 horas

Alias el Gato

Los agentes de la División Homicidios tenían un dato: Jorge Alberto Bonica, buscado por homicidio, robo y extorsión, alquilaba un departamento en el décimo piso de Hipólito Yrigoyen 1730. La información provenía del ambiente prostibulario, donde era conocida su pareja, Miriam Herrera.

Como suele ocurrir en las historias de delincuentes, la leyenda y los hechos dudosos se confunden con los sucesos que pueden acreditarse a través de las fuentes de la época. Según versiones de difícil verificación, Bonica comenzó a delinquir a los 8 años, a los 12 contribuía al sustento de su madre con el producto de los robos que cometía y a los 14, cuando organizó su primera banda, ya lo apodaban Gato, por su facilidad para escalar edificios e introducirse en domicilios ajenos.

Una crónica de la muerte de Bonica lo definió con un titular que era lapidario en sentido literal: “Treinta años de edad, veintidós en el delito”. Desde ese punto de vista la historia podría confirmar la teoría de las “ventanas rotas” del criminólogo norteamericano George Kelling, en boga durante los años 90, según la cual las pequeñas infracciones suelen ser el anuncio de las peores trayectorias criminales.

Pero según los registros policiales Bonica inauguró su prontuario en mayo de 1971, a los 18 años, detenido por la comisaría 38 como integrante de una banda que robaba y desguazaba vehículos en la capital y la provincia de Buenos Aires. Poco después conoció a Eva Mallameister, con la que tuvo un hijo y formalizó a la vez lo que sería su primera pareja criminal.

Al modo de una viuda negra, Mallameister seducía a comerciantes y diplomáticos que luego eran extorsionados por Bonica. En abril de 1980 la pareja fue acusada y detenida por el crimen de Ilsa Wallach de Sterman, encontrada amordazada y con lesiones por aplicación de torturas en su casa de Virrey del Pino 2530.

Mallameister recibió una condena de 15 años de prisión como autora material del crimen de Ilsa Wallach, a quien desnucó de un golpe. Bonica tuvo más suerte, ya que logró escapar cuando lo trasladaban a una cárcel de Entre Ríos, la provincia de la que era oriundo.

Rastros de sangre

De nuevo en la calle, Bonica alternó los robos en banda -en uno de ellos asesinó al mayor del Ejército Juan de la Cruz Bona, en San Fernando- con extorsiones perpetradas en compañía de su nueva pareja, Miriam Herrera.

El retrato de Miriam Herrera también fue retocado la leyenda. Según las versiones posteriores a su muerte, era una mujer particularmente atractiva, fue novicia en el Convento de Santo Domingo y antes de ordenarse como monja se convirtió en prostituta. Las crónicas de la época no contienen esas referencias, que quizá no hablan tanto de los hechos históricos en sí como del impacto que tuvieron en el imaginario popular.

Dos policías muertos y dos heridos fue el saldo de los efectivos que enfrentaron a los hampones
Dos policías muertos y dos heridos fue el saldo de los efectivos que enfrentaron a los hampones

A los 24 años, Herrera trabajaba como masajista y se prostituía con algunos de sus clientes, a los que Bonica extorsionaba. La pareja pudo mantener ese tren hasta que un crimen brutal puso a la policía en la pista de su paradero.

El 14 octubre de 1983 la Policía Federal halló los restos de un hombre envueltos en una bolsa, en una casa de Mataderos, y después sus manos, sin las falanges, cerca de la autopista Dellepiane. El cadáver presentaba un disparo en la cabeza, quemaduras en los testículos, desgarros por mordeduras de un perro, cortes con una navaja y golpes en distintas partes del cuerpo.

La policía identificó al muerto por un tatuaje: se llamaba Carlos Ramón Colazo, tenía 27 años al momento del crimen y era conocido como cómplice de Bonica y de Hugo Daniel Dalmao, quien fue detenido.

La ejecución de Colazo al cabo de una prolongada sesión de torturas habría sido la respuesta de Bonica ante los reclamos por los repartos de los beneficios de los robos. O por los celos que la víctima sentía hacia Miriam Herrera, de quien había sido pareja.

La batalla de Monserrat

El 13 de septiembre de 1984 Carlos Dueñas, español de 50 años y dueño de una zapatería, dejó de ser visto en los lugares que frecuentaba. El misterio comenzó a revelarse dos días después, cuando su cadáver fue encontrado atado de pies y manos y calcinado en el baúl de un auto, en Morón.

El último rastro de Dueñas llevaba a un contacto con una prostituta que se hacía llamar Nadia y trabajaba como tal en un departamento privado. No era otra que Miriam Herrera. Según la investigación policial, el comerciante había sido llevado a un departamento en el décimo piso de Hipólito Yrigoyen 1310, donde lo que creyó un encuentro amoroso terminó con su asesinato a manos de Bonica.

El subcomisario Jorge Roberto Verti, subjefe de la División Homicidios de la Policía Federal, fue puesto al frente del procedimiento destinado a capturar a los fugitivos. Bonica y Herrera no estaban ocultos en aguantaderos de difícil acceso, como podía imaginarse, sino apenas a tres cuadras del Departamento Central de Policía.

Además de los oficiales muertos, una vecina que se asomó a su balcón para ver qué pasaba fue alcanzada por los disparos y falleció
Además de los oficiales muertos, una vecina que se asomó a su balcón para ver qué pasaba fue alcanzada por los disparos y falleció

Al llegar al lugar, a la 1.30 del 24 de octubre de 1984, la brigada al mando de Verti casi se tropezó con la pareja, que salía en ese momento a la calle y advirtió de inmediato la situación. Bonica y Herrera volvieron entonces al departamento y contestaron con disparos a la orden de entregarse. Tenían dos pistolas calibre 45, dos revólveres 38 y una escopeta de cañón recortado.

Verti pidió refuerzos y poco después el escenario comenzó a transformarse con la llegada de más policías, patrulleros y un helicóptero que sobrevoló el barrio hasta que Bonica le acertó un tiro en uno de sus reflectores. El operativo incluyó el cierre de la manzana comprendida por Hipólito Yrigoyen, Santiago del Estero, Avenida de Mayo y San José y la intervención de agentes de tres comisarías y del Departamento Central, una unidad especial del cuerpo de Infantería y francotiradores apostados en terrazas vecinas.

También llegó al lugar el juez Emilio García Méndez, quien pidió a la policía que localizara a la madre de Bonica. En una pausa del enfrentamiento, Nora Gladys Mazzei levantó un altavoz y le pidió a su hijo que se entregara. Fracasada esa gestión, se decidió tomar por asalto el departamento.

El subcomisario Verti, los oficiales principales Horacio Roberto Belcuore y Luis Alberto Fuensalida, de la Federal, y el oficial principal Ángel Roberto Salguero, de la bonaerense, subieron por las escaleras mientras sus compañeros los cubrían con fuego a discreción desde la calle.

-Está bien, nos entregamos -dijo Bonica, después de una nueva intimación a rendirse, y arrojó una pistola calibre 45 al pasillo del décimo piso.

Pero cuando los policías trataron de ingresar, Bonica los enfrentó con dos armas a la vez. Verti y Belcuore murieron en el acto, mientras Fuensalida (años más tarde, jefe de la sección Interpol de la Policía Federal) y Salguero quedaron heridos. La vecina Cristina Arce de Tustzer, de 62 años, empleada de Tribunales, murió al salir del balcón de su departamento, en el noveno piso.

Dos horas después se libró el capítulo final del enfrentamiento. Los policías lanzaron gases lacrimógenos contra el departamento y avanzaron con un pelotón de diez agentes. Minutos después de las 6, cuando la luz del nuevo día empezó a despejar las sombras de la noche, encontraron los cadáveres de Bonica y Herrera en medio del humo y la sangre.

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