En uno de los tantos regresos de Diego Maradona, la verdad ya no recuerdo bien cuál es, si volvía a España al Sevilla después del Napoli, o volvía en Rosario al fútbol argentino vistiendo la camiseta de la lepra, o volvía a otro lado o de otro lugar. Qué sé yo, el Diego era como Troilo, nunca se iba pero siempre estaba volviendo.
En uno de esos épicos regresos Diego pidió la canción Mi enfermedad cantada por Fabi Cantilo como música incidental. Esto es sabido, acá me detengo entonces con algunas exactitudes absolutamente comprobables. La canción la había escuchado en una de las tantas veces que por esos años el 10 me visitaba en la radio, muchas tardes acompañado por Claudia Villafañe y las nenas Dalma y Gianinna, siempre sin cita previa. Solo llamaba a mi productor de esos días Ivan Velazco y todo se acomodaba para recibirlo en el estudio. Nos cruzábamos bastante con el y con Guillermo Coppola, mi amistad con Carly Randazzo aceitaba esos encuentros.
Me acuerdo que le había encantado el tema y unas semanas después, anunciado ya su regreso a las canchas de algún estadio me llaman de parte de Claudia para ver si le podía acercar una copia de la canción en CD -que era la nueva tecnología del momento-, para que sonara en la cancha antes de que él entrara.
Así que le mandamos la copia de Mi Enfermedad a Diego con Ivan, de manera urgente. Esto es comprobable para quien tenga acceso a un ejemplar de revista Caras numero 1, cuyo principal informe era sobre la familia Maradona y donde se destaca que a quien Diego le pidió el tema fue a mí. De la misma manera pero a la inversa jamás me quedó del todo claro, o me negué a entender, porque acá salió primero Mi Enfermedad en el disco de Fabi y no se editó sino hasta un año mas tarde la versión original grabada en Madrid por Los Rodriguez.
Lo que sí me acuerdo es que me alegré por Andrés Calamaro, el autor, porque hacía mucho que no sabía de él, más exactamente desde que un par de años antes se había ido a Europa, y siempre tuve por el mas allá de la admiración, un inmenso cariño.
Obviamente estoy hablando de principios de los 90 cuando aun no existían los celulares ni Internet y apenas se iniciaba a nivel popular la TV por cable, así que las noticias siempre dudosas tardaban muchísimo en llegar.
De manera que saber de Andrés a través de su obra era algo que solazaba a todos los que lo queríamos.
Había dejado los Abuelos de la Nada y trataba de emprender una carrera como solista siempre rodeado de amigos. Algo que no todos los rockers argentinos pueden decir.
Conocí a Andrés en el 84 en la Galería del Este a través de Robertino Granados, actor argentino unido por el hilo rojo a Lenny Bruce, a quien Andrés le componía las músicas de sus obras. Volvimos a cruzarnos unos meses después haciendo un programa de TV que se llamó Videoscopio que salía diariamente por Canal 11, hoy Telefe. Ese fue el primer programa de tele diseñado para difundir videoclips. Cuatro años antes que se invente MTV... fue un fracaso pero para muchos fue iniciático. Así que adoraba los discos solistas de Andrés, Hotel Calamaro -llamado asi como su programa de radio buenísimo- Vida Cruel, Por Mirarte y Nadie sale vivo de aquí, éste ultimo aparecido en 1989. Y si bien eran placas geniales no pasaba demasiado acá. Encima estábamos en plena hiperinflación alfonsinista, se asomaba desde La Rioja un patilludo caudillo llamado Menem, no había un mango en las calles, la monada saqueaba hasta cerrajerías y muchos empezaron a rajar desde Ezeiza a cualquier país.
Andrés llegó a España con menos de 1000 dólares y un teclado, salió de Barajas buscando a su amigo Ariel Rot, el hermano de Cecilia que ya había hecho su carrera en España con Tequila, y hasta allí se supo. Por lo menos para los que andábamos preguntando por él aquí en Baires.
Bueno, como dicen en el cine, vamos a negro.
La imagen nos lleva ahora a 1993. El 1 a 1 había hecho de Buenos Aires una tierra prometida, todos andábamos con dólares y pesos en los bolsillos, había una fiebre consumista desmesurada y vacaciones en Miami con 3 televisores para despachar a la vuelta. Tenía algunos amigos que estaban dudando entre un Fiat Duna 0km o un BMW usado porque la diferencia entre ambos vehículos era mínima. Las dudas de los sábados a la noche transitaba entre ir a ver a Charly Garcia a La Esquina del Sol o a Sting en Obras. O en ponernos una chamarra de cuero Wrangler en vez de la camisa Polaris. Todo muy desencajado, por no decir demencial.
En medio de ese desmadre, me entero por algún mentidero que iban a venir Los Rodriguez, el grupo que habían armado Andres y Ariel en Madrid, a tocar por primera vez acá y con un disco nuevo por aparecer.
Buena Suerte, su primer álbum ya tenia unos años de editado en España, que allí es donde aparece Mi Enfermedad originalmente, convirtiendo a la banda en un suceso sin demasiados precedentes, con un sonido absolutamente novedoso que tenía toques de flamenco adornando las guitarras crudas y brillantes de Ariel Rot y Julián Infante, los que habían fundado Tequila poniendo la vara del rock hispano un poco mas alta de lo que estaba. Quiero decir que la expectativa por la nueva banda de Andrés equiparaba a cualquier show anglo que se le pusiera enfrente, y eso en tiempos del 1 a 1 era mucho decir.
Integré el comité de bienvenida al hijo prodigo del rock argentino, de manera que entre abrazos , cervezas y algunos intercambios sensoriales llego a sentarme en una barra junto a Julián Infante que me elogió mi remera de Gram Parsons dando comienzo a una incipiente amistad que alegró a Andrés, así que quedamos en encontrarnos al otro día más relajados
El encuentro creo que fue en la casa/estudio que tenía Iván donde a veces hacíamos algunas cosas para la radio. Y allí llegan Andrés, Julián, creo que Ariel también estaba al comienzo... pero no lo recuerdo esa tarde entrando ahí. Se sumaron un par de amigos más, el Cuino Scornik, y también tengo algunas polaroids en la cabeza de Rano Sarbach y Coleman.
Debeís entender que están borrosas las polaroids, pero el espíritu que allí reinaba está intacto. Pasábamos el rato llenándonos los ojos de un Andrés modo semidios, muy distinto al que vimos partir, y con una explosión creativa que lo desbordaba. Mientras Julián nos llenaba el corazón con gestos de caballero español y una forma de hablar que Keith Richards lo hubiese homenajeado en vida. Ariel Rot siempre estuvo cerca en esos dorados años del rock argentino rompefronteras, por lo tanto los Rodros eran ya mas argentinos que Zas.
Como es de suponer en semejante escena montada, ya pasada la hora de la merienda y lejos de la cena, Julián agarró la guitarra casi ordenándonos mentalmente a los demás que hiciéramos una ronda de sillas alrededor de la mesa. Y cruzando miradas con Andrés empezaron a mostrarnos las nuevas canciones que habían salido unos días antes.
Acá sí recuerdo al supremo Ariel Rot sentado al lado de Julián, Andrés acomodando un mic apenas encendido para escucharse arriba de la viola, justo enfrente mío. También tengo una polaroid del instante en que Julián me dice por lo bajo “hasta le damos a una ranchera...”. Andrés cuenta tres y escucho por primera vez, como quien se sirve un vaso de leche corriendo a la vaca, Salud, dinero y amor, entre otras joyas que siempre tendré muy a mano en mis discotecas.
La noche se desparramaba encima nuestro cubriendo todo de ese fuego luminoso que generaba la música. No podría precisar la hora del final así que después de los brindis quedamos en encontrarnos en el Gran Rex un par de noches después.
Lo hicimos. Toda la parroquia vestida para la ocasión. Un gran show. Final apoteótico esa noche con el teatro lleno, la explosión de los bises, el éxtasis en las caras de Los Rodriguez, las ocultas lagrimas de los amigos de verlos tan felices, Fito y Charly entre los invitados especiales, el público que no para de aplaudir y saltar pidiendo dame más... acá va el rollo con los títulos y el cartelito de The End para la peliculita de Disney.
Epílogo:
Obviamente después del cartel final, como en La Rosa Purpura del Cairo, mientras en la pantalla todo vuelve a negro esperando el próximo estreno, para los involucrados en este relato la vida siguió y nos llevó por muy diversos caminos, menos para Julián que se murió unos años después en su amada Madrid, mientras preparaba su primer disco solista, dejando muy lastimado para siempre el corazón de quienes lo quisimos.
Hoy volví a escuchar después de 20 años la grabación que quedó de esa noche y se me anudó el esófago. Pero pasado el trago amargo, vuelvo a sonreír cuando me acuerdo la despedida a Los Rodriguez en su vuelta a España y las palabras de Andrés mezcladas con su abrazo:
-Querido Flowers, el horizonte no es el río...
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