El último asalto de Butch Cassidy en la Argentina: tiros, persecución imposible y el misterio que lo convirtió en leyenda

El líder de la Pandilla Salvaje entró al Banco Nación de San Luis para llevarse el botín que sería el último de su vida en nuestro país. Sus días en la Patagonia como “ciudadano respetable”, la protección del cónsul honorario de los Estados Unidos y el detective que lo siguió hasta los confines del mundo

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Butch Cassidy y Sundance Kid, el aviso de búsqueda
Butch Cassidy y Sundance Kid, el aviso de búsqueda

Eran tres hombres y una mujer, hablaban en inglés y se presentaban como hacendados. Su presencia en Villa Mercedes, San Luis, no provocó mayores sospechas: querían asistir a la feria ganadera que durante cuatro días convocaba a estancieros y comerciantes de varias provincias. Bajo esa respetable apariencia, Butch Cassidy y Harry Longabaugh, el Sundance Kid, los célebres bandidos norteamericanos, pasaron cuatro días en el lugar hasta que en la mañana del 19 de diciembre de 1905 concretaron su verdadero propósito: el asalto a la sucursal local del Banco de la Nación.

Cassidy y Longabaugh se habían radicado en 1901 en el valle de Cholila, en la provincia de Chubut, donde levantaron una cabaña que todavía sigue en pie. Sus acompañantes en Villa Mercedes fueron Robert Evans, también conocido como Hood, y Ethel o Etta Place, la compañera de Sundance Kid, que dio origen a una leyenda propia por sus habilidades como amazona, su destreza con las armas y el misterio que rodea a su vida.

El golpe en Villa Mercedes tuvo un antecedente: el asalto al Banco de Tarapacá y Argentina Limitada (luego Lloyds Bank) en Río Gallegos, el 14 de febrero de 1903. Si bien la identidad de los ladrones es todavía materia de discusión en ese caso, está fuera de duda que pertenecían al grupo de norteamericanos afincados en Cholila. La historia criminal argentina le debe así a la banda de Cassidy lo que fue toda una novedad a principios del siglo XX: los robos a mano armada en bancos.

Lo que la prensa argentina de la época llamó “el sistema yanqui de los asaltos” se verificó de manera idéntica en Río Gallegos y en Villa Mercedes: en ambos sucesos, los bandidos se hicieron pasar por comerciantes honestos, estudiaron previamente el terreno mientras frecuentaban a los vecinos, prepararon la fuga con postas de caballos y actuaron con violencia, aunque sin provocar víctimas fatales.

Manos arriba

La feria ganadera de Villa Mercedes abrió sus puertas el 17 de diciembre de 1905. Dos días antes los norteamericanos llegaron al pueblo (según el censo de 1895, tenía 5541 habitantes) y se alojaron en el Hotel Young, ubicado en las calles Balcarce y Riobamba, a poco más de una cuadra de la sucursal del Banco de la Nación y a tres de la Jefatura de Policía local.

La coyuntura política favoreció los planes de la banda. Corrían rumores sobre un inminente alzamiento contra el gobernador Benigno Rodríguez Jurado, por su presunta adhesión a los reclamos de la Unión Cívica Radical por elecciones libres y democráticas. El jefe político de Villa Mercedes, Belisario Olivera, ordenó extremar la vigilancia en la calle, pero solo a los fines de impedir la asonada.

Butch Cassidy (el primero de la derecha, sentado) y Sundance Kid (a su lado) en la Patagonia (Prensa Esquel)
Butch Cassidy (el primero de la derecha, sentado) y Sundance Kid (a su lado) en la Patagonia (Prensa Esquel)

Cassidy y sus compañeros no se preocuparon por pasar desapercibidos. Presenciaron los remates de hacienda y frecuentaron los fogones nocturnos, el momento de esparcimiento de los troperos. El asombro de los lugareños se concentró en Ethel Place: vestía ropas de cowboy y “ensillaba potros con la mayor naturalidad, al extremo de dejar admirados a nuestros paisanos con sus proezas”, según un testimonio publicado por el diario La Prensa.

La comedia terminó el 19 de diciembre, un día antes de que finalizara la feria. A las 10.30 de ese día, los norteamericanos se dirigieron al Banco Nación “bien montados y armados a máuser”, de acuerdo a las crónicas. Cassidy, Sundance Kid y Evans ingresaron a la sucursal mientras Ethel Place se quedó en la calle, con los caballos.

El edificio estaba rodeado por una verja y se accedía al interior tras cruzar un patio. Como en el banco de Río Gallegos, el mostrador de atención al público estaba provisto de una reja. Una medida de precaución que sirvió de poco, ya que uno de los bandidos irrumpió en la oficina del gerente, el alemán Federico Hartlieb, mientras sus cómplices sorprendieron al tesorero con disparos intimidatorios, trompearon al cliente Carlos Ricca y después de destrozar la reja se apoderaron del dinero de las cajas.

Sundance Kid y Etta Place
Sundance Kid y Etta Place

En el momento en que se retiraban el gerente les hizo dos disparos con un revólver que le alcanzó su hija, Emilia Hartlieb, de 17 años. Un vecino, Ventura Domínguez, intentó entrar al banco, pero Ethel Place lo disuadió poniéndole un revólver en el pecho.

El tiroteo se volvió intenso en la calle, donde el gerente Hartlieb, el portero del banco y el vecino Domínguez -desde una ventana de su casa, apostado con un revólver- abrieron fuego sobre los asaltantes, sin dar en el blanco. Los bandidos respondieron con sus armas y escaparon al galope.

El intercambio de disparos y los gritos de los vecinos fueron escuchados de inmediato en la Jefatura de Policía. Pero el comisario a cargo, Domingo Mandaluniz, creyó que se trataba de la insurrección contra el gobernador, por lo que cerró el edificio y apostó centinelas en las puertas y las azoteas. Una hora y media después advirtió el error, cuando los norteamericanos se encontraban ya lejos del pueblo.

Los salvajes

El asalto al banco de Villa Mercedes transcurrió en quince minutos. Según las cifras oficiales, los bandidos se llevaron 13.623 pesos, un botín más bien escaso. Tres días después, cuando el episodio había llegado a los diarios nacionales, se conoció la identidad de los protagonistas y sus antecedentes, que la policía de Buenos Aires había recibido dos años antes de Frank Dimaio, un detective de la Agencia Pinkerton que persiguió a Cassidy y su banda.

Se trataba de La Pandilla Salvaje (Wild bunch, en inglés), la denominación que acuñó la Agencia Pinkerton para denominar a un grupo de cowboys de composición inestable, acusados por asaltos a trenes y ferrocarriles en distintas localidades de los EEUU.

Los pedidos de captura enviados a San Luis por el jefe de policía porteño, coronel Rosendo Fraga, puntualizaron que Cassidy “tiene dos cicatrices cortantes en la parte posterior de la cabeza, otra pequeña debajo del ojo izquierdo y un pequeño lunar pigmentado en la pantorrilla” mientras Longabaugh “tiene facciones correctas, asemejándose al tipo griego; acostumbra a peinarse con cuidado” y Ethel Place “usa peinado alto formado por un moño enroscado, desde la frente”.

Butch Cassidy, Sundance Kid y Ethel en su cabaña en el sur (History Collection)
Butch Cassidy, Sundance Kid y Ethel en su cabaña en el sur (History Collection)

El informe, acompañado por fotografías, incluía erróneamente a Harvey Logan (se había suicidado en EEUU) y advertía que todos “son notables tiradores de armas de fuego y dados sus antecedentes criminales, entre los cuales figura la muerte de oficiales y agentes de policía que los han ido a arrestar se aconseja la mayor suma de precauciones y de energía para tomarlos, porque es seguro que se resistirán sabiendo que tienen puestas a precio sus capturas en Estados Unidos”.

La revelación puso al descubierto un aspecto oscuro de la historia: desde marzo de 1901, cuando ingresaron a la Argentina, y hasta diciembre de 1905, los peligrosos bandidos no tuvieron mayores problemas en el país, pese a que la policía porteña y hasta el cónsul honorario de EEUU, George Newbery (tío del pionero de la aviación), estaban al tanto de sus antecedentes.

Butch Cassidy se llamaba en realidad Robert LeRoy Parker y se registró en la Argentina bajo el nombre falso de Santiago Ryan. A su vez, Longabauh utilizó la identidad de Harry Place. De Ethel Place no hay ninguna certeza sobre su verdadera identidad. El trío decidió su viaje a la Argentina después de asaltar un banco en la localidad de Winnemucca, el 19 de septiembre de 1900.

Antes de embarcar, en febrero de 1901, posaron para la imagen más conocida de La Pandilla Salvaje, en la que los bandidos aparecen vestidos como hombres de negocios: Will Carver y Harvey Logan (de pie) y Cassidy, Longabaugh y Ben Kilpatrick (sentados). La imagen tomada por un fotógrafo en Fort Worth, Texas, sería pronto utilizada para ilustrar los pedidos de captura.

Newbery tuvo un rol fundamental en la radicación de los bandidos en la Patagonia y en su protección. Amigo íntimo de Julio A. Roca, era dueño de las estancias La Media Luna y La Primavera, en Neuquén, y proyectaba instalar una colonia norteamericana al sur del lago Nahuel Huapi. Fue uno de los primeros interlocutores de Cassidy, Longabaugh y Ethel Place.

Interior del Banco de Tarapacá, asaltado en 1905 (arriba) y el hotel donde se alojó la Pandilla Salvaje en Río Gallegos (abajo)
Interior del Banco de Tarapacá, asaltado en 1905 (arriba) y el hotel donde se alojó la Pandilla Salvaje en Río Gallegos (abajo)

En marzo de 1903, cuando Frank Dimaio llegó a Buenos Aires tras la pista de Cassidy y su banda, Newbery se encargó de frustrar su pesquisa. El detective redactó un informe preservado en el archivo de la Agencia Pinkerton, según el cual Newbery reconoció las fotos de Butch, Sundance y Etta que le mostró y dijo que los tres estaban “establecidos en una estancia con ovejas en Cholila, provincia de Chubut, distrito de 16 de Octubre”, donde “eran considerados ciudadanos respetables”. Entre otros, por el propio gobernador del territorio del Chubut, Julio Lezana, que se alojó en la cabaña de los bandidos y bailó con Etta durante una gira por la zona.

Newbery dijo a Dimaio “que sería imposible detener a esos criminales en el momento, debido a que alrededor del 1º de mayo comienza la estación lluviosa y la región se inunda”. Su intento de desanimar al detective resulta claro con las referencias que le da: “Para llegar a Cholila sería necesario ir a Puerto Madryn, 250 millas al sur de Buenos Aires y luego viajar por carro durante unos quince días a través de la selva. Sería necesario además contratar un baqueano. Al llegar a Cholila el jefe de la guarnición de 16 de Octubre [el Regimiento 6 de Infantería] tendría que ser entrevistado para arreglar el arresto de estos criminales”.

El agente de la Pinkerton se contactó también con el jefe de policía de Buenos Aires, Francisco de Beazley, a quien le entregó los avisos de captura y material periodístico sobre la banda, rastreó un expediente iniciado por Butch Cassidy en la Dirección de Tierras y Colonias para lograr la propiedad de las 625 hectáreas que ocupaba en Cholila y visitó el Banco de Londres y el Río de la Plata, donde Sundance Kid había abierto una cuenta. Newbery le dijo a Dimaio que le avisaría por telégrafo cualquier novedad de la que se enterara, pero no cumplió su promesa.

Desde un país lejano

La Agencia Pinkerton también puso bajo vigilancia la correspondencia que recibían familiares y amigos de los fugitivos, de donde proceden varios de los documentos sobre su paso por Argentina. Entre ellos uno de los más detallados es una carta de Cassidy fechada el 10 de agosto de 1902 en Cholila y dirigida a Mathilde Davis, aunque el verdadero destinatario era un antiguo cómplice, Elzy Lay, por entonces preso.

Probablemente le sorprenderá tener noticias mías de este país tan lejano –escribió Butch -, pero los Estados Unidos me resultaron demasiado pequeños. Los últimos dos años que estuve allí la pasé mal. Quería ver algo más del mundo. Conocía todo lo que en Estados Unidos merecía visitarse”. Con ese designio, “visité las mejores ciudades y lugares de América del Sur hasta que llegué aquí y esta parte del país me pareció tan buena que me establecí, creo que para siempre”.

No obstante, Cassidy dijo que estaba “muy lejos de la civilización” y se lamentó porque “el único idioma que se habla aquí es el español y no lo hablo suficientemente bien para conversar sobre los últimos escándalos que tanto agradan a la gente de cualquier nacionalidad y sin los cuales la conversación carece de gracia”.

La cabaña de Butch Cassidy en la Patagonia (Prensa Esquel)
La cabaña de Butch Cassidy en la Patagonia (Prensa Esquel)

Pero el valle de Cholila le gustaba y le traía buenos recuerdos: “El clima local es bastante más benigno que en el valle de Ashley –agregó en otro pasaje de la carta a Davis-. Los veranos son hermosos y nunca alcanzan las temperaturas de allá (...). En cambio, los inviernos son sumamente lluviosos y desagradables, pues las lluvias son casi incesantes y a veces nieva mucho, pero esto no dura, pues nunca llega a bajar tanto la temperatura como para que el agua se congele. Nunca vi ninguna helada de dos pulgadas como allá”.

Cassidy demostró también tener buen ojo sobre las posibilidades económicas del valle. “Las tierras que yo ocupo son excelentes para la agricultura y en ella crece toda clase de granos menores y legumbres sin necesidad de riego, pero estoy al pie de la cordillera de los Andes -dijo-. Y al este de aquí toda la tierra consiste en praderas y desiertos, muy buena para la ganadería, pero para la agricultura sería necesario irrigarla. Con todo, hay tierra excelente y en abundancia al pie de la cordillera para cuantos quieran establecerse aquí en los próximos cien años”.

El lugar le pareció además “insuperable” para la ganadería: “Nunca vi tierras con pasturas tan excelentes y con centenares y centenares de kilómetros sin colonizar y relativamente desconocidas”, destacó. Tenía 300 vacunos, 1.500 ovinos y 28 caballos de silla y empleaba a dos peones chilenos, Wenceslao Solís y Juan Aguilar. “Lo único que me falta es una cocinera, ya que todavía sigo en estado de amarga soltería y a veces me siento muy solo”, se lamentó.

Entre los vecinos se encontraba la estancia Leleque, perteneciente a la Compañía de Tierras del Sud Argentino (hoy propiedad del grupo Benetton). En el libro Ese ajeno sur, el historiador Ramón Minieri señala que los asientos de las actividades comerciales de Cassidy y Longabaugh con el establecimiento fueron borrados de los registros de la compañía después que trascendieran sus antecedentes.

Persecución y misterio

Mientras la policía de Villa Mercedes permanecía acuartelada a la espera de la insurrección que no habría de producirse, el jefe político Belisario Olivera improvisó una partida con vecinos y soldados y salió a la búsqueda de los asaltantes del banco.

El rastro se perdió cuando los fugitivos vadearon el Río Salado, en la provincia de Mendoza, para luego cruzar a Chile. “Cuatro días de persecución de cerca y se ignora, sin embargo, a punto fijo, la situación de los bandoleros”, dijo en Buenos Aires el diario Tribuna.

Las andanzas en la Argentina de Butch Cassidy y Sundance Kid en el New York Herald
Las andanzas en la Argentina de Butch Cassidy y Sundance Kid en el New York Herald

En ese punto la leyenda comenzó a crecer al mismo tiempo que el misterio. Se supone que Ethel o Etta Place regresó a los EEUU, aunque no hay ninguna evidencia sobre su vida posterior. Evans retornó al valle de Cholila, donde protagonizaría otros episodios resonantes -entre ellos el secuestro del estanciero Lucio Ramos Otero- y en 1911 sería muerto por la Policía Fronteriza en la zona de Río Pico.

En abril de 1906 los vecinos de Cholila vieron por última vez a Sundance Kid, en una visita fugaz para vender sus propiedades en el valle y reunirse de nuevo con Cassidy, en Chile. No volverían a tener noticias hasta tres años después, cuando se enteraron de que habían sido muertos por la policía boliviana en la localidad de Tupiza, el 6 de noviembre de 1908. Pero sus recuerdos ya eran imborrables, y entre ellos el asalto de Villa Mercedes vino a mostrar, según la prensa de la época, “una forma exótica del delito contra la propiedad”.

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